lunes, 5 de marzo de 2018

“Normas sentimentales”, 2004. Shaun Nichols

¿Se afirma la moralidad en la racionalidad o depende crucialmente de las emociones? ¿Cómo evolucionó nuestro sistema moral hasta su forma y carácter del presente? ¿Es objetiva la moralidad? ¿Tendría el rechazo de la objetividad moral graves consecuencias para nuestras vidas? 

  La objetividad moral es un asunto de capital importancia incluso en la vida cotidiana. Da por sentado que lo que es moral (lo que es “bueno” o “malo”) para uno debe serlo también para todos. Si no hay objetividad moral, realmente no podemos establecer leyes, ni tan siquiera una doctrina universal acerca de lo que es bueno o es malo para el interés común, ya que nunca estaríamos de acuerdo entre nosotros al respecto.

  El "filósofo experimental" Shaun Nichols sí cree en la objetividad moral, es decir: que hay normas que señalan el bien y que pueden ser deducidas racionalmente. Pero estas normas no podemos obtenerlas de la mera especulación filosófica, a lo Kant, sino a partir de una observación realista y contrastada de nuestros instintos emocionales.

Las normas que prohíben dañar a otros, argumento, están asociadas con una respuesta emocional fundamental y esta conexión otorga a tales normas y otras “reglas sentimentales”  un estatus distintivo. Además, argumento que tales normas sentimentales disfrutan de ventaja en la evolución cultural, lo que en parte explica el éxito cultural y el desarrollo histórico de ciertas normas morales.

  En la filosofía moral contemporánea siempre se han contrastado las visiones de Kant y de Hume. Kant cree en una moral objetiva, deducida racionalmente, mientras que Hume señala que la condena de lo “malo” y la alabanza de lo “bueno” depende de las volubles emociones. Pero es que hoy la psicología social ha descubierto que no todas las emociones son volubles. No lo son las que se refieren específicamente a la moralidad.

Según la teoría de las Normas Sentimentales, las reglas que prohíben acciones emocionalmente perturbadoras reciben un estatus especial. Tales reglas se distinguen de las convencionales emocionalmente neutras (…) Las acciones que causan sufrimiento en otros son de hecho emocionalmente perturbadoras de formas múltiples.

   Las reglas o normas convencionales son aquellas, como las de etiqueta (ponerse o no corbata, que los escolares no masquen chicle en clase), que no son gravemente reprochadas y que pueden cambiarse arbitrariamente, lo que las diferencia de las normas morales, “emocionalmente perturbadoras”. Esto es algo que incluso los niños más pequeños son capaces de percibir intuitivamente.

Los niños tienden a pensar que las transgresiones morales son en general menos permisibles y más serias que las transgresiones convencionales (…) Parece que la capacidad para diferenciar entre lo moral y lo convencional es parte de la psicología básica

  Y de todas las transgresiones morales, las más importantes, el núcleo de toda moralidad, son las referidas al daño que sufren o pueden sufrir otras personas (aquí es, precisamente, donde más se hace notar la capacidad de los niños para diferenciar entre normas morales y convencionales).

Tenemos un sistema afectivo construido para responder al daño que sufren otros

Las normas que prohíben acciones que causen sufrimiento en otros se consideran como Normas Sentimentales

  Esto lleva a relacionar la moralidad con el altruismo: el interés por el bien del semejante. Porque el origen del rechazo a las transgresiones morales parece encontrarse en que se rechaza cualquier conducta que tenga como consecuencia el sufrimiento en otros.

La motivación altruista depende de una mínima capacidad de lectura de la mente que atribuye estados afectivos o hedónicos negativos a los otros

  Entonces, la cosa no está tan mal… Quizá no tengamos una moralidad objetiva fácil de enunciar racionalmente, pero podemos investigar acerca de nuestros sentimientos empáticos y altruistas, que son innatos y universales (si bien existe la notable excepción de los psicópatas), y deducir de ello la moralidad correcta. Nichols cree que hay suficientes elementos para considerar la posibilidad de una moralidad progresiva…

Hay un intrigante patrón de “unidireccionalidad” en las preferencias y opiniones estéticas. Por ejemplo, los aficionados a la música clásica más serios prefieren Mozart a Bruckner (…) [De manera similar] las normas [morales] evolucionan en una forma característica porque la gente tiende a aproximarse cada vez más a la verdad

  Determinar esta unidireccionalidad parece, desde nuestra perspectiva occidental de hoy, un objetivo alcanzable. De momento, hoy por hoy, tenemos la evidencia de que las normas morales que existen en el ancho mundo son bastante variables. Y en el pasado lo fueron más aún.

[Se da] un sorprendente grado de variabilidad a lo largo de las culturas en el razonamiento moral de los adultos [según se ha observado en estudios a nivel mundial]. En algunas culturas, los adultos tienden a razonar según el nivel 2 de Kohlberg (necesidades recíprocas[-interés propio egoísta]); en otras culturas, los adultos razonan en el nivel Kohlberg 3 (armonía y preocupación recíprocas [-seguir las costumbres]); en otras culturas, los adultos razonan al nivel 4 (armonía y orden sociales); y en otras culturas, como la nuestra, los adultos tienden a razonar en términos de un contrato social, derechos individuales o principios morales universales (niveles 5 y 6). Aparentemente, en varias de las culturas estudiadas, ninguno de los sujetos exhibió la clase de sofisticado razonamiento moral (niveles 5 y 6) que encontramos comunes en nuestra cultura

    Es decir…

Los antropólogos han descubierto lo que parecen ser vastas diferencias en lo que diversas culturas consideran como un daño aceptable para otros (…) La visión epidemiológica [de expansión cultural de normas morales] es del todo consistente con una rica variabilidad normativa

  Esto hace pensar -aunque, por supuesto, Nichols no lo afirma expresamente así- que hay culturas inferiores y superiores (en todos los aspectos, pues el desarrollo moral suele ir unido también al desarrollo político y económico).  Si existe una moralidad racional nunca se podrá aceptar que un cierto tipo de moralidad resulte adecuado para un lugar, tiempo o situación concreta, y otro tipo muy diferente lo sea si las circunstancias son otras (moral para amos y para esclavos, para hombres o para mujeres, para personas de un país o de otro, para gobernantes y gobernados…). Solo puede haber una moral verdaderamente buena, aunque también las haya peores y mejores. Existe el progreso moral. Nuestra moral occidental es mejor que la del Imperio Romano. Probablemente es mejor que la de otras culturas contemporáneas. Y sin duda es peor que otras concepciones morales por venir.

  En conclusión, tenemos que, por una parte, sabemos que los niños más pequeños, los que no han recibido aún educación moral alguna, rechazan de forma innata el daño arbitrario hecho a terceros y se duda de que exista alguna cultura en el mundo donde dañar a otros por motivos egoístas (o sádicos) esté permitido, pero por otra parte, también existe la penosa evidencia de que, fuera de eso, se dan todo tipo de atrocidades permitidas con diversos pretextos. Entonces, ¿cómo mejorar la moralidad partiendo de unos sentimientos universales?

  Debe ser posible hacerlo, puesto que los cambios culturales en moralidad que observamos en las diversas sociedades del mundo parecen atestiguar que ha existido –y por lo tanto puede seguir existiendo- la “unidireccionalidad” en el proceso de moralización –proceso de civilización; este proceso “unidireccional” no parece abocar a otra cosa que a un aumento continuo del comportamiento prosocial, es decir, más altruismo y más cooperación eficiente. ¿Cuáles han sido los pasos decisivos en esta evolución hacia la prosocialidad humana?

  Aquí tenemos una pista:

Muchas de las diferencias sobre las normas de hacer daño a otros en diferentes culturas pueden atribuirse a diferencias con respecto a quienes son considerados como parte de la comunidad moral

  Y otra

El cambio de un punto de vista que es desinteresado entre individuos dentro de un grupo, pero no entre grupos, a un punto de vista que es por completo universal es un cambio tremendo

  Aunque en este libro no se menciona, también existen fuertes indicios de que la incitación a la empatía mediante la exposición a las experiencias emocionales ajenas contribuye al avance de la prosocialidad. Esto puede darse mediante sermones religiosos acerca de comportamientos ejemplares de altruismo, o mediante didactismo escolar o simplemente con el desarrollo de las artes narrativas…

  Otra posibilidad es expandir el carácter emocional de las normas morales utilizando recursos de automatización de las reacciones afectivas o aversivas. El asco y la devoción son buenos ejemplos de tales reacciones, y se encuentran en el fundamento emocional de las normas.

Las violaciones por asco, que implican un claro componente emocional, no son tratadas como contingencias de autoridad (…) Al igual que las violaciones morales, las violaciones por asco se juzgaban como malas de una forma generalizada

  Y eso es lo que suelen hacer las religiones. La asignación del carácter de “sagrado” o “sacrílego” equivale psicológicamente a asignar valores emocionales de “asco” a las conductas antisociales –conductas pecaminosas, actos sacrílegos e irreverentes- y su opuesto, una atracción reverente, a las prosociales –conductas devotas, virtudes que incluso provocan un “sentimiento de elevación”-, de manera que la reacción de muchos individuos ante determinados juicios y dilemas morales puede ser automática. Recordemos que en la Antigüedad clásica ni la tortura ni la esclavitud despertaban la repugnancia que despiertan hoy.

Las creencias religiosas podrían jugar un papel importante en sostener la creencia en la objetividad [moral]

   Así pues, las estrategias del desarrollo de las normas prosociales (altruistas) pueden ser varias; pueden acumularse, coordinarse, y acabar resultando apropiadas o no al cabo de un proceso continuado de “prueba y error”, pero lo importante es tener en cuenta que parten de una realidad cierta acerca del comportamiento humano: estamos programados para las normas morales refrendadas por nuestras emociones y sentimientos. La moralidad se expresa a través de “normas sentimentales” y esta condición puede ser la base de una mejora continuada de las relaciones humanas en sociedad.

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