lunes, 25 de agosto de 2014

“El viaje al poder de la mente”, 2010. Eduardo Punset

  El divulgador Eduardo Punset ha escrito numerosos libros que tratan de presentar una conexión directa entre los descubrimientos científicos de vanguardia y las preocupaciones e intereses cotidianos. Este tipo de libros son muy útiles en tanto que predisponen al gran  público a cuestionar su realidad desde un punto de vista racional y siempre con una finalidad progresista. Así puede contribuirse a la aceptación de cambios que, de otra manera, hallarían demasiada resistencia.

  El título “El viaje al poder de la mente” hace referencia a esta capacidad para los cambios en nuestra forma de vida que es fruto de nuestra evolución intelectual.

La especie humana está en un estado de evolución en el que podemos empezar a imaginar distintos futuros. El pasado ha sido, básicamente, un pasado de coaliciones masculinas, de luchas entre ellos. (…)El futuro va a ser una domesticación creciente de nosotros mismos. Si nos remontamos a cincuenta mil años atrás, los machos de hace sólo unas decenas de miles de años eran mucho más masculinos, con la cara mucho más ancha, probablemente daban mucho más miedo. Pero hemos evolucionado. Nosotros, los machos, nos hemos feminizado, sin duda, mostrando una domesticación de nuestras propias formas de comportamiento.

    Constatar esta conexión entre cambios físicos y cambios de comportamiento (incluido el importante detalle de la “feminización”… que implica cuestionar la supuesta complementariedad igualitaria de ambos sexos) ya nos ayuda a prepararnos para cambios culturales futuros e inminentes. No podremos asumir éstos si no comprendemos que la apariencia de las cosas puede engañarnos, que dependemos en nuestro comportamiento de condicionamientos culturales heredados del pasado y que si no desarrollamos una visión crítica de estos no podremos sacar provecho de los avances de la mente humana (y, por tanto, no podremos tampoco evolucionar, puesto que toda evolución propiamente humana implica cuestionar los presupuestos culturales previos).

  Ejemplos de falsas apariencias:

Los niños reaccionan mejor ante las recompensas que frente a las medidas disciplinarias. (…) Cuando se trata de adolescentes (…) es más eficaz aplicar una medida disciplinaria cuando se equivocan que premiarles cuando aciertan. 

Hay madres que dicen que van a dejar a su hijo o hija en una guardería —hablamos de un bebé de unos cinco meses— porque el bebé necesita vida social. Creen que necesita vida social… ¡Pero los bebés no necesitan este tipo de estímulo! Lo que necesitan es una atención personalizada

  Importantes precisiones:

La violencia es un subproducto de la inteligencia y no, como se creía hasta ahora, del instinto primario. (…)La violencia es el subproducto de la sofisticación cognitiva, en el sentido de que si nos hieren, por ejemplo, tenemos que pensar en el castigo, y el castigo es algo en lo que no pensaría un insecto ni un reptil. 

La inteligencia transforma el afecto en amor y también la agresión en castigo y ganas de controlar.

  Los hallazgos de la psicología experimental, contrastados con sus aplicaciones sociales recientes, no tienen mucho valor si el público no los asume a pesar de que pueden contradecir las tradiciones.  En este sentido, no todo es “buenismo” en este libro (como suele ser en el caso de los libros de “autoayuda”): ya hemos visto que la inteligencia tiene un lado siniestro, y se ha descubierto asimismo que la opinión popular libremente expresada también puede tenerlo…

La caza de brujas surgió desde abajo; fue el pueblo el que la llevó a cabo y fue el pueblo el que exigió que se ejerciera una represión sistemática.

  El racionalismo, igualmente, no es una panacea: nuestros instintos tienen un protagonismo muy superior al que quisiéramos creer.

Hoy está comprobado que se dan procesos cognitivos muy complejos de forma inconsciente (…)El estudio científico de la intuición, lejos de abominarla, la señala como indispensable para progresar al nivel del tipo de pensamiento que persigue acertar, aunque ello comporte riesgos y procesos cognitivos complejos.

El inconsciente es responsable por su cuenta no sólo de la mayoría de las decisiones que tomamos, sino también de las que tienen mucha importancia por la sofisticación o complejidad de los procesos cognitivos implicados. Más de un lector me preguntará: ¿y entonces para qué sirve la consciencia? La pregunta es fabulosa porque así es la respuesta que están aduciendo los científicos. La consciencia sirve, ni más ni menos, que para aprender a distinguir el pasado del presente y el futuro del pasado.

   Tales conclusiones desconcertantes son, sin embargo, coherentes con lo que experimentamos en nuestro propio comportamiento cada día. Nuestra mente carecería de valor si no pudiera actuar sobre nuestro propio universo de realidades objetivas, es decir, sobre nuestra propia naturaleza.

La expresión de las emociones en todo el mundo es innata y tan permanente como nuestra constitución ósea. Mediante dos formas de acción muscular, la que modula nuestra expresión facial y la que controla los movimientos del cuerpo, somos capaces de comunicar a otros lo que sentimos; normalmente, de forma instintiva en lugar de gestos aprendidos. 

  Pero los descubrimientos de las modernas ciencias sociales, aunque con frecuencia nos muestren un perfil de la mente humana un tanto contrario a nuestras expectativas más optimistas, también nos muestran aspectos esperanzadores.

La lucha de antaño entre partidarios de la influencia del entorno y los que creen en el peso de la herencia genética ha sido sustituida ahora por el descubrimiento de la plasticidad cerebral, basada en datos experimentales. 

Plasticidad cerebral” implica también que es posible crear una sociedad más altruista y compasiva mediante la mejora duradera del comportamiento humano a pesar de los instintos conflictivos. La mente humana puede modificarse al ejercerse control sobre nuestros instintos, reprimiéndolos o estimulándolos. Este control puede perdurar en nuestros cerebros si, por propia  voluntad, actuamos para mejorar el comportamiento mediante la sustitución de ciertas pautas de actuación instintivas (agresividad, por ejemplo) por otros actos automáticos que sean consecuencia de nuestro propio aprendizaje. Es decir, nuestra voluntad puede señalarnos el objetivo del cambio de comportamiento, pero es el poder de la mente el que nos permite que este cambio modifique de forma perdurable nuestro cerebro (“plasticidad”). Podemos, en suma, reprogramarnos en buena medida, a pesar de los comportamientos automáticos que derivan del instinto.

Se ha comprobado que las conductas altruistas, como sería el caso de dar la bienvenida a un recién nacido, provocan una mejora del estado de ánimo. Con toda probabilidad, lo que prevalece es la fuerza innata e irresistible de la empatía que explica el altruismo. 

  El altruismo es la expresión más benigna de la adaptabilidad del individuo para interactuar con el grupo. Y es también la más productiva. Tanto la agresividad como el altruismo y la empatía son “fuerzas innatas”,  y si conocemos esto podemos también intervenir sobre ellas, reprimiendo los instintos antisociales y favoreciendo los que son prosociales. Pero las cosas no fueron nada fáciles al principio.

El verdadero y único poder residía en la mente. El ejercicio del poder se inició hace unos cien mil años, cuando alguien pudo intuir, por primera vez, lo que estaba cavilando la mente de su vecino. Sólo entonces se le pudo ayudar o manipular mediante el ejercicio del poder.

Emociones positivas como el amor y negativas como el odio o el desprecio activan circuitos cerebrales muy próximos cuando no idénticos; de manera que la perdurabilidad en el tiempo de la emoción vinculante viene dada por la posibilidad de recurrir a una u otra indistintamente según las circunstancias.

   Considerar tales tensiones entre emociones positivas y negativas, entre cooperación y manipulación, podrá ayudarnos a clarificar cuál debe ser la elección futura. Está claro que no es la inteligencia abstracta el mayor recurso de la mente humana, sino la inteligencia social.

Los macacos rhesus pertenecían al segundo grupo de primates —el más exitoso habían sido los humanos— con mayor éxito para sobrevivir como especie arraigada. Tanto los humanos como los macacos rhesus no lo habían conseguido gracias a una inteligencia más aguda que otros primates, sino al uso constante de la inteligencia social. El apoyo de los demás había salvado siempre a los macacos y a los humanos.

  Que esta inteligencia social no es propiamente humana en su origen parece cierto cuando se comprueba que precedió al muy humano descubrimiento del lenguaje

La aparición y «crecimiento» posterior del lenguaje fue precedido necesariamente por un consenso social en torno a principios muy básicos y universales: «Hoy por ti, mañana por mí», sentido del compromiso y de la reciprocidad social, derecho al descanso u obligación de no interferir en los ánimos de los demás; en definitiva, el lenguaje sólo habría aparecido cuando se hubiera demostrado la imperiosa necesidad de formular verbalmente, y miles de años después, por escrito, ese tipo de compromisos. El lenguaje surge cuando resulta inaplazable teatralizar los compromisos acordados en el seno de las sociedades primitivas.

 Pero una vez adquirido el lenguaje, éste se incorpora también a nuestras potencialidades innatas. Poco a poco el ser humano se aleja de sus orígenes animales…

Si nos fijamos en la adquisición del lenguaje en el niño, los estímulos que recibe para su instrucción son escasos, comparados con las generalizaciones que logra. Como resultado, es forzoso inferir que el niño ha nacido con cierto tipo de capacidades innatas

  Y, finalmente, el instrumento más humano de todos a la hora de desarrollar la inteligencia social: la moralidad:

Existe con toda seguridad, se está comprobando, una moral innata en los humanos, al margen y con anterioridad al propio desarrollo de las religiones.(…)  Las principales fuentes de nuestros juicios morales no proceden de la religión

Cuando estamos confrontados ante cualquier dilema moral, las acciones siempre son peor vistas que las omisiones (…) Hay una razón de peso que lo explica: es mucho más fácil ver las intenciones de una acción que las de una omisión.

Sólo la comunicación transversal basada en la cultura ha permitido y hará posible la extensión desenfrenada de la moralidad innata.

  Baste, por tanto, con que el individuo actual sea consciente de esa capacidad y de sus posibilidades futuras. No hay por qué considerar maravillosas estas circunstancias, solo hay que observar con lucidez lo que ha sido el pasado de la evolución humana, los medios por los que se ha producido ésta y, en base a tal conocimiento, permanecer alerta en cuanto a los desafíos futuros que puedan llegar y a sus posibles soluciones.

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