lunes, 24 de marzo de 2014

“El arte de amar”, 1956. Erich Fromm

  El amor, sea éste lo que sea en concreto, no supone una anécdota en el ser humano. Se trata de un sentimiento que incentiva la convivencia como ningún otro.

La mayoría de la gente cree que el amor es una sensación placentera, cuya experiencia es una cuestión de azar, algo con lo que uno “tropieza” si tiene suerte. (…) Para la mayoría de la gente, el problema del amor consiste fundamentalmente en ser amado y no en amar, no en la propia capacidad de amar.

La conciencia de la separación humana –sin la reunión del amor- es la fuente de la vergüenza. Es, al mismo tiempo, la fuente de la culpa y de la angustia. (…) La necesidad más profunda del hombre es la necesidad de superar su separatidad, de abandonar la prisión de la soledad.

La solución plena al problema de la separación está en el logro de la unión interpersonal, la fusión con otra persona, en el amor.

El amor es la preocupación activa por la vida y el crecimiento de lo que amamos.

   En teoría, podríamos vivir sin amor, bastaría el incentivo egoísta del placer obtenido por otros medios, como parece que sucede en el caso de la mayor parte de la vida de la mayoría de los animales (el comportamiento de los mamíferos en general sí sugiere ciertas conductas de amor). Recordemos también que ha habido maestros de la ética y la religión que han desaconsejado la dependencia psicológica (la “preocupación activa”) que implica el amor, favoreciendo un cierto distanciamiento –o desapego- del resto de sujetos gracias a una actitud psicológica de autosuficiencia que nos prevendría de la angustia.

El amor es la penetración activa en otra persona (…) El conocimiento del pensamiento, el conocimiento psicológico, es una condición necesaria para el pleno conocimiento en el acto de amar. 

  Aunque en el libro del psicólogo Erich Fromm no se menciona el hoy familiar término de “empatía”, está claro que es a eso a lo que se refiere el autor por “penetración activa en otra persona”. Y recordemos que existe una apreciable minoría de individuos, los llamados “psicópatas” (entre un 1 y un 4 % del género humano), que se las arreglan muy bien sin experimentar interés alguno por los sentimientos ajenos.

  Sin embargo, para la gran mayoría de seres humanos y para el conjunto de nuestra civilización contemporánea, el amor –especialmente el amor erótico- supone una experiencia buscada por encima de todas las demás. ¿Se la valora correctamente?, ¿se la busca y explota de forma inteligente?, ¿tiene más utilidades sociales aparte del incentivo para el individuo?

La idea de que no hay nada más fácil que amar (que la intensidad del apasionamiento es una prueba de la intensidad del amor) sigue siendo la idea prevaleciente sobre el amor.

El amor es una actitud, una orientación del carácter que determina el tipo de relación de una persona con el mundo como totalidad, no con un “objeto” amoroso. Si una persona ama solo a otra y es indiferente al resto de sus semejantes, su amor no es amor, sino una relación simbiótica, o un egotismo ampliado. (…) Los que no comprenden que el amor es una actividad, un poder del alma, creen que lo único necesario es encontrar un objeto adecuado.

  Erich Fromm defiende la idea de que la forma correcta de vivenciar la experiencia del amor es el “amor maduro

El amor maduro significa unión a condición de preservar la propia integridad, la propia individualidad. El amor es un poder activo en el hombre, un poder que atraviesa las barreras que separan al hombre de sus semejantes y lo une a los demás.

El amor inmaduro dice: “te amo porque te necesito”; el amor maduro dice: “te necesito porque te amo”

El amor solo empieza a desarrollarse cuando amamos a quienes no necesitamos para nuestros fines personales.

  Algo que caracterizaría al “amor maduro” sería la actividad y productividad, lo cual implica que el amor no sería tan solo recibir incentivos placenteros de la actitud benéfica de otras personas, sino una actitud general hacia el entorno social que incluiría la actitud de "dar".

La esfera más importante del dar no es la de las cosas materiales, sino el dominio de lo específicamente humano. (…) Dar de su alegría, de su interés, de su comprensión, de su conocimiento, de su humor, de su tristeza. (…) Al dar no puede dejar de llevar a la vida algo en la otra persona, y eso que nace a la vida se refleja a su vez sobre ella. (…) El maestro aprende de sus alumnos , el auditorio estimula al actor, siempre y cuando no se traten como objetos, sino que estén relacionados entre sí en forma genuina y productiva.

Para el carácter productivo, dar (…)  constituye la más alta expresión de potencia. En el acto mismo de dar experimento mi fuerza, mi riqueza, mi poder.

  Aquí, sin embargo, se podría objetar que, al fin y al cabo, si de lo que se trata es de experimentar el poder y la fuerza, podríamos conseguirlo también coaccionando y explotando a los otros, de manera que no parece que "dar" constituya “la más alta expresión de potencia”. Lo que sí está claro es que, de todas las formas de experimentar el poder y la fuerza, “dar” supone la más prosocial de todas, la que más garantizaría una cooperación fructífera entre el que da y el que recibe. El problema está en que lleguen a existir las condiciones del entorno adecuadas para que el sujeto prefiera experimentar la fuerza y el poder mediante la generosidad y no mediante la depredación.

   Además, el mismo Fromm señala que el amor más deseado no es necesariamente el amor activo y productivo del que da, sino el amor pasivo del que recibe:

El amor incondicional (el maternal) corresponde a uno de los anhelos más profundos, no solo del niño, sino de todo ser humano. (…) Que nos amen por nuestros propios méritos siempre crea dudas (…) El amor merecido siempre deja un amargo sentimiento de no ser amado por uno mismo (…) En último análisis no se nos ama, sino que se nos usa.

  Por ello es preciso explicar por qué el llamado “amor maduro” es el mejor de todos.

Este libro considera que el amor es un arte, que requiere conocimiento y esfuerzo. (…)Para aprender un arte hace falta el dominio de la teoría, de la práctica y considerar que nada debe ser más importante que ese arte.

El amor es una actitud, una orientación del carácter que determina el tipo de relación de una persona con el mundo como totalidad, no con un “objeto” amoroso. 

Amar a alguien es la realización y concentración del poder de amar. La afirmación básica contenida en el amor se dirige hacia la persona amada como una encarnación de las cualidades esencialmente humanas. 

La persona madura es la persona que desarrolla productivamente sus poderes (…) que ha renunciado a los sueños narcisistas de omnisapiencia y omnipotencia, que ha adquirido humildad basada en esa fuerza interior que solo la genuina actividad productiva puede proporcionar.

  Esto tiene sentido, sobre todo cuando se determina que la "humildad” es condición necesaria para el raciocinio propiamente humano.

La práctica de un arte requiere disciplina (…) es preciso que la disciplina se sienta como expresión de la propia voluntad, como algo agradable.

Para aprender un arte (…) debe aprenderse un gran número de otras cosas que suelen no tener aparentemente ninguna relación con él. 

Cualquier actividad realizada con concentración tiene un efecto estimulante (aunque luego aparezca un cansancio natural y benéfico).

La condición fundamental para el logro del amor es la superación del propio narcisismo. (...) El polo opuesto del narcisismo es la objetividad; es la capacidad de ver a la gente y a las cosas tal como son. 

La facultad de pensar objetivamente es la razón

   El "amor maduro" exige el desarrollo de las capacidades más propiamente humanas y, por lo tanto, nos estimula emocionalmente al mismo tiempo que nos capacita socialmente. Recordemos, sin embargo, que ya hemos visto que el "amor incondicional” (el experimentado en la infancia como consecuencia del fenómeno instintivo de la maternidad) supone una poderosa tentación, y que este modelo de amor perfecto es totalmente irracional, lo conocen todos los mamíferos (durante una primera etapa de la vida) y su ausencia sería la que generase la frustración originaria de la “separatidad” mencionada. El "amor maduro" supone entonces un elaborado paliativo de este trauma originario, una construcción social y civilizatoria. Recordemos también que lo que Erich Fromm llama "amor maduro" aún no se había terminado de descubrir en la Grecia homérica.

  Este paliativo sería necesario también porque el amor incondicional primero, al verse frustrado en una etapa madura de la vida, genera un poderoso y ambiguo sentimiento: el narcisismo:

La madre es calor, es alimento, la madre es el estado eufórico de satisfacción y seguridad. Ese estado es narcisista, para usar un término de Freud. La realidad exterior, las personas y las cosas, tienen sentido sólo en la medida en que satisfacen o frustran el estado interno del cuerpo. 

La capacidad de amar como acto de dar depende del desarrollo caracterológico de la persona. Presupone el logro de una orientación predominantemente productiva, en la que la persona ha superado la dependencia, la omnipotencia narcisista, el deseo de explotar a los demás, o de acumular, y ha adquirido fe en sus propios poderes humanos y coraje para confiar en su capacidad para alcanzar el logro de sus fines. 

  Pero hemos dicho que el narcisismo es ambiguo, porque Erich Fromm da también una gran importancia al “amor a sí mismo” como algo deseable y necesario.

Debemos destacar la falacia lógica que implica la noción de que el amor a los demás y el amor a uno mismo se excluyen recíprocamente. Si es una virtud amar al prójimo como a uno mismo, debe serlo también —y no un vicio— que me ame a mí mismo, puesto que también yo soy un ser humano. No hay ningún concepto del hombre en el que yo no esté incluido. Una doctrina que proclama tal exclusión demuestra ser intrínsecamente contradictoria. La idea expresada en el bíblico «Ama a tu prójimo como a ti mismo», implica que el respeto por la propia integridad y unicidad, el amor y la comprensión del propio sí mismo, no pueden separarse del respeto, el amor y la comprensión del otro individuo. El amor a sí mismo está inseparablemente ligado al amor a cualquier otro ser.

Las actitudes para con los demás y para con nosotros mismos, lejos de ser contradictorias, son básicamente conjuntivas.

En todo individuo capaz de amar a los demás se encontrará una actitud de amor a sí mismo

   Quizá la diferencia entre el narcisismo destructivo y el amor a sí mismo propio del “amor maduro” (que también puede ser llamado propiamente "narcisismo") debemos encontrarla en el aprecio por las capacidades humanas del individuo maduro que forman parte de nuestra personalidad tanto como de las de quien esperamos que nos gratifique. El amor incondicional de la infancia es sin duda el más gratificante, pero las capacidades humanas del niño no son las del adulto. Lo que nos satisfacía de niños no nos satisfará de adultos (y si obramos en base a lo contrario es que nos hemos vuelto neuróticos).

 En cierto sentido, seguiremos aspirando al amor incondicional

Según Kant, todos los hombres son iguales en el sentido de que son finalidades y no medios los unos para los otros.

  Pero las “prestaciones” a recibir debemos entenderlas como incentivos para un carácter activo y productivo, lo propio de la personalidad madura y no las “prestaciones” propias de la experiencia pasiva de la infancia. Amarnos a nosotros mismos incluiría amar nuestra capacidad para amar a otros, y con ello amar nuestra personalidad madura, más rica y compleja.

  Lo que falta en la visión del amor de este libro sería una mejor descripción de los incentivos propios del "amor maduro". La actividad del “amor maduro” no puede sustentarse en un mero voluntarismo, en atenerse a un modelo ético por sí mismo, siguiendo literalmente el mandato de Kant de que el servicio al prójimo es “una finalidad”. El amor incondicional materno es instintivo porque se sustenta en una pulsión inmediata de la madre ante determinados estímulos, y este fenómeno psicológico no tiene equivalentes fácilmente identificables en la vida social adulta. “El arte de amar” debería por tanto incidir en el desarrollo de recursos psicológicos que permitan reforzar la conducta de interés, actividad y servicio mediante contraprestaciones emocionales efectivas, ya que no es exacto que el amor materno sea del todo incondicional: la madre se ve incentivada por el afecto del niño (o por su mera presencia) que ella percibe a través de los sentidos (estímulo). De la misma forma, hay recursos en el comportamiento humano individual y, sobre todo, en las construcciones sociales de mayor proximidad (equivalentes a entornos familiares) de donde pueden obtenerse efectos de refuerzo parecidos. La agresión, el rechazo, el desprecio y la ingratitud no favorecen desde luego la actividad propia del amor.

   En el libro de Erich Fromm, tras examinarse lo que es amar y lo que implica, queda por examinar la forma de amor más apreciada en nuestra forma de vida actual, que es el amor erótico de pareja, y sus inevitables confusiones y contradicciones.

Si dos enamorados no sienten amor por nadie más es un egotismo à deux (…) Tienen la vivencia de superar la separatidad, pero, puesto que están separados del resto de la humanidad, siguen estándolo entre sí y enajenados de sí mismos. El amor erótico es exclusivo, pero ama en la otra persona a toda la humanidad, a todo lo que vive.

El consejero matrimonial nos dice que el marido debe “comprender” a su esposa y ayudarla. (…) Ese tipo de relaciones no significa otra cosa que una relación bien aceitada entre dos personas que siguen siendo extrañas toda su vida, que nunca logra una “relación central”, sino que se tratan con cortesía y se esfuerzan en que el otro se sienta mejor. (…) Se establece una alianza de dos contra el mundo, y se confunde ese egoísmo à deux con amor e intimidad.

   Algo que Erich Fromm no menciona es que el amor erótico de pareja es, básicamente, una convención social. Es perfectamente imaginable vivir experiencias de amor –también eróticas, o no- que tomen otras formas aparte del modelo esposa-esposo. Por supuesto, eso requeriría un cambio cultural previo.

  Un ejemplo de la fragilidad de los modelos culturales es esta argumentación clásica de Erich Fromm, propia de la época en que se escribió “El arte de amar”:

Cualquier estudio detallado demostraría que la atmósfera de tensión e infelicidad dentro de la “familia unida” es más nociva para los niños que una ruptura franca, que les enseña, por lo menos, que el hombre es capaz de poner fin a una situación intolerable por medio de una decisión valiente.

   Los estudios detallados de hoy parecen haber descartado este juicio optimista que se ha revelado falaz en términos generales: la “ruptura franca” es generalmente más traumática para los niños que una “familia unida”, mantenida incluso a costa de “tensión e infelicidad” que, a pesar de todo, cubra las apariencias. La justificación para el divorcio no debería implicar la negación de algunos "daños colaterales" inevitables.

  Igualmente, esta otra opinión parece proceder de una visión cultural también superada:

Un error muy frecuente es la ilusión de que el amor significa la ausencia de conflicto. (…) Los conflictos reales entre dos personas no son destructivos (…) producen una catarsis de la que ambas personas emergen con más conocimiento y mayor fuerza. 

  Los psicólogos actuales especializados en la agresividad humana no dan valor a la catarsis. Al contrario, la "catarsis", como experiencia psicológica privada, echa más gasolina al fuego del conflicto y no al revés. Por supuesto, podemos concebir intercambios de pareceres, juicios contrastados y razonamiento dialéctico esclarecedor, pero nada de eso implica necesariamente ni “conflicto” ni “catarsis

  Sí resulta muy acertada, y hoy en día no se tiene mucho en cuenta, la observación de que

la enseñanza más importante para el desarrollo humano es la que solo puede impartirse por la presencia de una persona madura y amante. (…) En otros tiempos y en India y China (…) la función del maestro consistía en transmitir ciertas actitudes humanas. 

Nuestra tradición cultural no se basa en la transmisión de cierto tipo de conocimiento, sino en la de ciertos rasgos humanos.

  Ésta es una gran enseñanza: que la mejor ayuda para alcanzar el perfeccionamiento ético la obtendremos de la emulación de determinados arquetipos de conducta social, algo que engloba y supera las ideologías. El comportamiento humano de imitación y emulación es básico en la psicología social, no se trata de una mera anécdota.

   Y también resultan de lo más aprovechables estos juicios de Erich Fromm acerca de las implicaciones sociales del amor:

Analizar la naturaleza del amor es descubrir su ausencia general en el presente y criticar las condiciones sociales responsables de esa ausencia. Tener fe en la posibilidad del amor como un fenómeno social y no solo excepcional e individual, es tener una fe racional basada en la comprensión de la naturaleza misma del hombre. 

Hablar del amor no es “predicar”, por la sencilla razón de que significa hablar de la necesidad fundamental y real de todo ser humano. 

  Bueno, a lo mejor “predicar” no es tan malo, sobre todo si no hay mucho más que se pueda hacer al respecto, al menos de momento. Erich Fromm nos ilustra con bastante acierto acerca de las implicaciones psicológicas del amor en las relaciones humanas. Quedan por descubrir cauces de acción social que sean coherentes con el desarrollo de este “arte de amar” que menciona Fromm.

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