lunes, 1 de julio de 2013

“Conectados por la cultura”, 2012. Mark Pagel

  “Wired for Culture” (el título original vendría a significar más propiamente “El cableado de la cultura”, haciendo alusión a la preparación del hardware de las computadoras), obra del biólogo evolutivo Mark Pagel, es otro libro que hace un compendio de las últimos descubrimientos acerca de la cultura humana desde el punto de vista biológico.

  Este es un buen libro que no propone ninguna visión revolucionaria y cuya diferencia con otros parecidos y publicados en los últimos años es sólo cuestión de matices. El hecho es que algunas cosas ya están muy claras: somos una especie de homínidos, emparentados con los demás primates, que se caracterizan por unos grandes cerebros que durante milenios permitieron a nuestros antepasados cazadores-recolectores prosperar aceptablemente entre las demás especies, no siendo muy diferentes, desde el punto de vista ecológico, de los osos o los jabalíes. Puesto que los nacimientos  tan solo compensaban las muertes, nuestra existencia en la Tierra era compatible con la de los otros animales. El Homo sapiens sapiens, nuestra especie, sólo competía de forma radical contra las otras variedades de homínidos que ocupaban un nicho ecológico semejante.

  Hasta que algo pasó. Quizá lo más interesante de este libro es que no parece complaciente con la idea de una progresiva evolución del Homo sapiens sapiens. Al contrario, Mark Pagel ve saltos bruscos: la aparición repentina de nuestra especie hace doscientos mil años, que casi inmediatamente deja vestigios de una vida intelectual desconocida para especies anteriores (o contemporáneas, como los Neandertales), a lo que sigue después un gran salto expansivo por todo el planeta hace sesenta mil años e incluso quizá un cambio genético más hace sólo cuarenta mil años, cuando irrumpen las asombrosas creaciones artísticas del Paleolítico Superior.

Si puede darse este género de recableado genético y fisiológico en un periodo tan breve (adaptaciones como la piel negra, recursos biológicos para vivir a gran altura o la tolerancia a la lactosa en los adultos), cabe pensar que hay otros rasgos de nuestra naturaleza, incluidos nuestra psicología y nuestro comportamiento social, que también han tenido tiempo de sobra para desarrollarse desde que adquirimos la cultura.

  Para Pagel, el Neandertal, por ejemplo, no era realmente un “ser humano” comparable al Homo sapiens sapiens, y tampoco los rasgos culturales de los chimpancés son equiparables a los nuestros, sino que se trataría de un género distinto de desarrollo.

Nuestra especie es la única capaz del aprendizaje cultural o social. Es decir, se pueden copiar o imitar comportamientos nuevos u originales sólo con mirar y observar, y sin recibir un premio o adiestramiento concretos. Se trata de elegir la mejor entre diversas opciones diferentes.  El aprendizaje de chimpancés y macacos no se perfecciona con el tiempo, lo que sucede es la “intensificación del estímulo”. Se han contado treinta tradiciones culturales diferentes de los chimpancés para extraer termes u hormigas, pero todas parecen proceder de los caprichos de las circunstancias y no les permiten construir instrumentos más eficaces. No hay mecanismo cultural alguno que propicie la mejora a lo largo del tiempo, ni una reserva compartida de ideas. Carecen de una teoría de la mente capaz de adoptar el punto de vista de otro, algo que solo surge en los seres humanos entre los tres y cuatro años de edad.

    Podemos en tal caso caracterizar esta visión de la humanidad como hasta cierto punto “chovinista”, ya que el ser humano aparece como cualitativamente diferenciado incluso del animal más inteligente. Se podría decir, incluso, que en este sentido ya no somos “animales”.

La cultura, el conjunto de tradiciones y rasgos comunes capaces de organizar el comportamiento dentro de un grupo, es lo que nos permite sacar provecho de nuestra inteligencia gracias a la cooperación.

La cultura opera ejerciendo una forma de dominación mental sobre nosotros.

   En términos generales, la visión de Mark Pagel es también optimista, porque subraya que los beneficios de la cooperación van incrementándose a lo largo del desarrollo histórico (se agradece que el autor no nos dé la tabarra con el socorrido tema del deterioro del medio ambiente…).

  Del ingente contenido de las páginas del libro, pueden señalarse unas cuantas ideas de impacto.

  Una sería la existencia de parásitos culturales, el hecho de que hay características culturales que se transmiten de generación en generación (“memes”) y que no tienen por qué obedecer a ningún beneficio social, sino que persisten como malos usos perjudiciales, tal como si poseyeran un particular afán de supervivencia independiente del interés de su portador.

Lo normal es que el proceso de evolución nos lleve a evitar los memes que pueden hacernos daño, pero tal suposición es incierta: algunos nos infectaremos pese a nuestros intentos desesperados por huir de estos parásitos cerebrales. (…) Esperar que sólo evolucione “lo bueno” es hacer caso omiso de un detalle importante en lo relativo a la evolución darwinista. (…) Los resfriados y la gripe son comunes y nadie trata de explicarlos mediante la adaptación.(…) Ya hemos abandonado muchas prácticas antiguas que podrían haber tenido un propósito concreto en otro tiempo, pero dejaron de ser útiles en determinado momento.(…) Las artes o la religión podrían ser “comensales culturales”, parásitos que sólo buscan su propia supervivencia, sin aportar nada a su portador.

  Otra idea interesante es la visión positiva del irracionalismo religioso, al mostrarse que un carácter crédulo y supersticioso habría sido, en determinadas etapas del desarrollo cultural, mucho más positivo y beneficioso que una visión realista del mundo.

Lo más probable es que quienes tuviesen una disposición optimista acerca del destino y la providencia de Dios acabaran por tener también más descendencia que los que se limitaban a aislarse desconsolados del entorno. Los psicólogos han descubierto que quienes son propensos a la depresión poseen a menudo una percepción más precisa del mundo que el resto.

  La creencia en Dios y los espíritus estaría relacionada con una pauta psicológica universal:

Si adoptamos la postura de que todas las cosas poseen intenciones, entonces nos será más fácil predecir su comportamiento

  Y otra idea a tener en cuenta es la teoría acerca de la razón consciente humana, no como un hecho central y trascendente de la naturaleza humana, sino como un mero “accidente psicológico” o secuela de unas necesidades más prosaicas.

Lo más seguro es que el yo interior que tan bien creemos conocer ni siquiera exista: no es más que una ilusión, un invento de la mente que, a su vez, no es sino un invento de unos genes a los que la selección natural ha elegido para que produzcan cerebros que promuevan sus objetivos. (…) Nuestra mente está constituida sólo por la suma de percepciones. (…) No existe un espacio centralizado en el que nuestro cerebro reúna todos nuestros pensamientos y nos los presente para que los observemos como si fuéramos una segunda persona.(…) El papel de una mente consciente podría ser sopesar las diversas líneas de actuación que nos brinda la subconsciencia. (,,,) Todo apunta a que la parte consciente aparece después de que nuestro subconsciente haya adoptado la resolución. (…) Nuestra consciencia podría ser la encargada de tener a nuestro subconsciente, siempre ávido de conocimiento, al tanto de un mundo exterior en constante cambio. 

  Sin embargo, incluso para el mero lector curioso, en este libro tan lleno de inteligentes interpretaciones de los hechos más llamativos de la condición humana, se observan algunas otras ideas que nos hacen dudar acerca de su coherencia.

  Para empezar, parece haber una contradicción entre considerar la agricultura como un progreso y el reconocer que los primeros agricultores estaban subalimentados en comparación con los cazadores-recolectores.

Tras la invención de la agricultura, parece que los esqueletos de los primeros agricultores eran de menor estatura y longevidad.

Quienes constituían las agrupaciones nutridas de las primeras ciudades agrícolas vivían mejor, aun cuando a estas alturas haya quedado bien claro que a menudo gozaban de una salud más endeble.  

  Sorprendentemente, no se precisa en qué consistía ese “vivir mejor”, a pesar de la salud más endeble. Todo parece indicar, sin embargo, que “vivir mejor”, consistía, cuando menos, en que se daba menos violencia que en el entorno de los cazadores-recolectores, aparte de los beneficios que una mayor población podrían suponer para las relaciones sociales y las invenciones tecnológicas.

  Con todo, se hace una observación muy inteligente, y es que:

La evolución no fomenta la felicidad ni la prosperidad, lo que procura sobre todo es la reproducción de la especie.

  Es decir, que los agricultores se alimentaban peor y probablemente trabajaban más, pero tenían más descendencia y, desde el punto de vista evolutivo, esto representaba un progreso. Ahora bien, quedaría por precisar cuál era la motivación inmediata de aquellos que cambiaban una forma de vida por otra.

  Con todo, la imagen que el autor da de la vida de los cazadores-recolectores es puesta en duda por muchos estudiosos:

Los cazadores-recolectores pasaban hambre casi a diario, por la sencilla razón de que, si se dispusiera de una cantidad mayor de alimento, el entorno acogería a un número más nutrido de individuos, por cuanto es de esperar que la vida apure su capacidad de carga.

En tiempos de los cazadores-recolectores, una vez llevada al límite la capacidad de carga de sus parcelas respectivas, los grupos rivales debieron de desear hacerse con las que las rodeaban.

   Pagel no menciona que el problema de la expansión y lucha territorial de los pueblos cazadores-recolectores para evitar el hambre por la sobreexplotación de sus territorios de caza suele ser evitado mediante la práctica de diversos métodos de control de natalidad (principalmente el infanticidio, aunque no es el único). Si no hacemos esta precisión no entendemos entonces cómo se puede decir que los agricultores “vivían mejor” pese a que su salud era “más endeble” (el "vivir mejor" se relacionaría tal vez con que se practicaría menos el infanticidio...). Lo que sí es importante a tener en cuenta es la referencia a la lucha de los cazadores-recolectores por los territorios de explotación: sirve para hacer desaparecer el viejo tópico de la libertad y el comunismo de bienes de los cazadores-recolectores, que ya conocían las ambiciones de bienes materiales, al menos a cierto nivel.

  Sin embargo, la visión de este libro sobre el paso de la vida nómada a la sedentaria parece que cae en la misma indeterminación y carencia que en otros autores. No abundan los que relacionan este cambio fundamental en el desarrollo humano con la revolución cultural del Paleolítico superior (aparición del arte y claros indicios de las primeras religiones). ¿Fue una necesidad social, derivada del mismo fenómeno psicológico que produjo la aparición de las artes, lo que llevó al sedentarismo, incluso si eso implicaba vivir con una salud “más endeble”?

  Y se hace esta observación:

La abundancia en la que vivimos representa una anomalía en la historia del planeta y lo cierto es que, de hecho, ni siquiera gozamos todos de ella. 

   Al mencionarse que ni siquiera hoy gozamos todos de la abundancia que nuestra moderna organización económica nos proporciona, se está aceptando que la carencia no tiene que ver con las limitaciones materiales (caza, agricultura, tecnología…) sino con los problemas en el desarrollo de la cooperación para crear y distribuir riqueza. Esto hace pensar que la cuestión de la “abundancia” está subordinada a cuestiones psicológicas, igual que el haber elegido el sedentarismo también habría podido estarlo.

  Tampoco parece muy creíble la idea de que los hombres son más altos que las mujeres porque éstas seleccionan parejas más altas. ¿No tendría más sentido que los hombres altos tienen más capacidad para violar y dominar a las mujeres más bajas? De hecho, es raro que no se mencione en el libro cómo se relaciona la violencia entre grupos con la violencia individual, la lucha dentro del grupo de los varones por alcanzar la posición dominante y engendrar el mayor número de vástagos que hereden sus características. Y no se menciona para nada la cuestión, para algunos enigmática, de la homosexualidad permanente entre algunos seres humanos, algo que es muy raro entre los demás animales.

  Como conclusión, queda decir que este muy recomendable libro, aunque aborda con claridad la cuestión de la cooperación humana como clave en el desarrollo cultural, queda un poco conservador en su crítica a los buenos samaritanos

Los buenos samaritanos pueden poner en peligro nuestras sociedades de forma involuntaria al ayudar a personas que no siempre merecen sus atenciones. 

  Quizá uno de los mayores defectos de estudiosos de prestigio como Mark Pagel es que su estatus social (consecuencia accesoria de su nivel profesional) les fuerza a mostrarse conformistas, lo que hace inevitable algunas incoherencias lamentables en un estudioso de vanguardia, porque, por un lado se desdeña el altruismo extremo del “buen samaritano” (aquel que ayuda al semejante sin discriminación alguna, también “al que no lo merece”) y por el otro se reconoce que

El problema del altruismo es que todo altruista corre el riesgo de ayudar a alguien que no tiene intención de devolverle el favor. Por eso es fundamental que el altruista trate de rodearse de otros altruistas. Sin embargo el altruismo no está vinculado al hecho de “esperar” compensación alguna por parte de ningún individuo al que se haya ayudado, sino que es una mera tendencia a ayudar. 

  Es decir, el altruismo, para ser eficaz en sociedad, no puede equivaler a la reciprocidad simple (“yo te doy, si tú me das”) porque eso limita enormemente el alcance de la cooperación a las situaciones puntuales a corto plazo donde cada uno dispone de forma inmediata de un bien equivalente para el intercambio (de lo contrario estaríamos en el “yo te daría, pero no te doy nada porque ahora no llevas nada encima para que me lo des a cambio”). Es precisa la confianza entre los individuos a fin de que uno pueda esperar que el bien hecho al otro pueda ser correspondido en alguna ocasión (“hoy por ti, mañana por mi”). Los vínculos familiares cumplen esa función sólo hasta cierto punto, muy limitadamente, aunque a veces se trata de extender esos vínculos mediante la consideración de las etnias como “familias extendidas”, de forma que la solución estriba en

proporcionar o crear entre las personas claves de confianza y de valores compartidos más poderosas que las que pueden ofrecer elementos tan imprecisos como la pertenencia a una etnia o las diferencias culturales, que son las que hemos empleado durante toda nuestra historia.

  Una vez que se generaliza la cooperación pueden surgir nuevas clases de relaciones menos discriminativas que aquellas que se fijan en rasgos de pertenencia al grupo. En este caso no se trata de cuidar a los semejantes, sino a todo el mundo.

  El “buen samaritano” sería la fórmula con más posibilidades para una cooperación eficiente, ya que supone la práctica menos discriminativa (es universal) y más poderosa (la generosidad es ilimitada en todos los géneros de bienes) a la hora de crear confianza. Además, es coherente con el planteamiento de que

los seres humanos parecen equipados  con emociones que nos alientan a tratar a otros integrantes de nuestra sociedad como si fuesen “familiares honoríficos” nuestros.

Elementos de una psicología global de colaboración son: la culpabilidad, la vergüenza, la empatía, la conciencia y la tendencia a ser amables y generosos a fin de conseguir una reputación.

  La cooperación avanzada sustituye a la poco manejable reciprocidad o a la confianza que se deriva de formar parte de grupos pequeños, cambiándola por una confianza universal dentro de un grupo muy grande, y lo hace siguiendo pautas emocionales psicológicamente arraigadas. Obrando de forma altruista, incluso con quienes “no lo merecen”, se crea una reputación de gran alcance que promueve una confianza extrema, lo cual puede llevar la cooperación hasta límites insospechados. Por supuesto, conlleva riesgos de sufrir abusos y engaños, dependiendo del entorno cultural concreto en el que tal conducta se desarrolle… pero estos inconvenientes vienen a suponer solo una diferencia cuantitativa con respecto a cualquier otra conducta de

perdón y generosidad (…) como inversión a la hora de mantener en funcionamiento una relación de cooperación

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