lunes, 4 de noviembre de 2013

“La gran divergencia”, 2011. Peter Watson

  Peter Watson, el erudito divulgador de ciencias sociales, nos ofrece con este libro un compendio de teorías acerca del sentido de la civilización, es decir, acerca del sentido de la naturaleza humana. ¿Podemos saber si la humanidad está destinada a desarrollarse socialmente en una determinada dirección y no en ninguna otra?

  Lo que se ha llamado “arqueología cognitiva” ofrece un fascinante método: la observación crítica de la gran divergencia entre el proceso civilizatorio de las culturas euroasiáticas y el de las culturas de la América precolombina nos mostraría lo que hay de innato en la organización social humana, dado que estos dos ámbitos poblacionales se crearon separadamente, sin contacto alguno, hasta 1492.

El presente libro gira en torno a la naturaleza humana, acerca de los rasgos diferenciales significativos, acerca de las causas de esa diversidad en las conductas y acerca de sus efectos en el devenir de la historia.

El mundo físico habitado por los pueblos primitivos, es decir, su paisaje, su vegetación y su fauna, además de sus rasgos climáticos dominantes, su latitud y la relación existente entonces entre la tierra firme y el mar, determinaron la ideología de los seres humanos, sus creencias, prácticas religiosas, estructura social y actividades comerciales industriales y, a su vez, la ideología, una vez surgida y constituida en un todo coherente, determinó la interacción típica entre los seres humanos y el medio.

   Inmediatamente parecen apreciarse algunas diferencias fundamentales entre los "dos mundos" surgidos por separado, expresadas sobre todo mediante el mensaje religioso, el núcleo explicativo más evidente de las sociedades antiguas.

La fertilidad fue la principal preocupación de las religiones del Viejo Mundo y la existencia de mamíferos domesticados ha sido otra influencia decisiva en su devenir histórico. (…) Por el contrario, en el Nuevo Mundo, las influencias dominantes fueron un clima extremo y virulento, y la mayor disponibilidad, variedad y abundancia de sustancias alucinógenas. 

    Conviene precisar lo que se refiere a las sustancias alucinógenas, que supone una de las sorpresas entre las teorías de este libro:

Los pueblos del Nuevo Mundo tuvieron una experiencia mucho más vívida y certera de la divinidad. (…) En América, debido a la abundancia de alucinógenos, la existencia del mundo de lo sobrenatural era algo mucho más convincente.

   Todo esto nos lleva al fenómeno social del “Nuevo Mundo” que resulta más chocante: la extremada violencia de los cultos religiosos de las civilizaciones mesoamericanas:

Solo acontecimientos extraordinarios pueden explicar la práctica para nosotros bárbara y sin embargo universal del sacrificio humano. 

En los cultos del Nuevo Mundo lo que más importancia tenía era el deseo de evitar que ocurrieran cosas: conjurar vendavales, terremotos, erupciones volcánicas, olas gigantescas o ataques de jaguares. Mientras que en las religiones de la fertilidad del Viejo Mundo la principal manifestación era la rogativa, en el Nuevo Mundo era la propiciación, consistente en pedir al dios que no haga algo. (…) En un medio así, puede que el hombre primitivo pensara que los dioses no sólo estaban enfadados sino que, además, estaban insatisfechos con las ofrendas que se les hacían, que no eran suficiente. 

Los dioses principales del Viejo Mundo eran sensibles a la devoción. Los dioses del Nuevo Mundo eran impredecibles y aparentemente imposibles de apaciguar. 

   Con todo, la línea de salida de ambos procesos de civilización habría sido la misma: la religión chamánica, la primera religión de la humanidad.

El chamanismo es una religión de cazadores y probablemente fue la primera manifestación de actividad religiosa, disciplina espiritual y práctica médica que evolucionó. (…) El chamanismo se centra sobre todo en la necesidad de acabar con vidas (de animales) para mantener la propia. El ser humano debe pagar por las almas de los animales que necesita matar para sobrevivir, de modo que el chamán vuela hasta el dueño de los animales para negociar un precio.(…) Por medio del trance el chamán puede viajar por diversos niveles cósmicos para realizar hazañas beneficiosas para la comunidad.

Existen similitudes asombrosas, nada fáciles de explicar, entre ideas y prácticas chamánicas de lugares tan distantes como el Ártico, Amazonia y Borneo.

  Y de este principio evolucionaron las religiones más complejas

La evolución de la ideología propició el abandono del chamanismo. El origen de la religión no chamánica se produce cuando aparecen seres humanos representados como dioses, y esto supuso un cambio de mentalidad antes de que se produjera la domesticación de plantas y animales.

    No es nada fácil sacar conclusiones de todo esto. De hecho, la suma de factores como la escasez de animales domésticos, la abundancia de alucinógenos y la frecuencia de cataclismos naturales no puede convencernos del todo de que ése es el origen de la frecuencia aterradora de sacrificios humanos masivos, guerras constantes y rituales sangrientos en culturas como la maya o la azteca. Peter Watson es consciente de ello:

El dolor tenía un sentido religioso. (…) El ascetismo, el estoicismo y la fortaleza eran admirados y valorados en las civilizaciones del Nuevo Mundo.(…) No sabemos como se origina este sistema y probablemente no lo sabremos jamás. 

   Y sin embargo, la cuestión de la violencia no es de importancia secundaria. Muy al contrario, es el centro de todo el desarrollo civilizatorio humano, pues es el control de la violencia lo que permite a las comunidades humanas cooperar y prosperar.

El conflicto prácticamente constante entre pastores nómadas y agricultores en el Viejo Mundo se prolongó entre los años 1200 ac y 1500 dc. Propició el fin de la Edad de Bronce y la aparición de las religiones de la Era Axial, la gran mutación espiritual que implicaba el rechazo a la violencia y que culminó en el monoteísmo. 

De la revolución ética surge el concepto de “santidad” como una condición excepcional.

   Esta teoría acerca del desarrollo civilizatorio en el Viejo Mundo, en el fondo, tampoco nos aporta mucho más que una orientación: la existencia de una amplia zona de grandes llanuras en Eurasia habría dado lugar a la forma social de los pueblos pastores nómadas, especialmente capacitados para la guerra (disponían de caballos, estaban habituados a las reyertas, podían moverse y atacar en grandes grupos… y todo pastor era un soldado, a diferencia del agricultor); los pastores habrían entrado en conflicto con las civilizaciones agrícolas en las tierras circundantes, pero queda por explicar por qué este fenómeno de violencia dio lugar a una reacción pacifista, mientras que la violencia de los pueblos de Mesoamérica no dio lugar a tal reacción, sino, muy al contrario, a la intensificación de las mismas prácticas violentas

En el Nuevo Mundo, en lugar de ser abolido, el sacrificio humano se fue extendiendo más y más. Los dioses airados del Nuevo Mundo nunca estaban del todo aplacados. (…) El culto no era eficaz y esa es la razón por la que los profesionales de los ritos alentaran la guerra para crear amenazas que pudieran controlar.

Algunos califican la religión azteca de “paranoia cósmica”. (…) Los volcanes activos pudieron intensificar la paranoia y la violencia en la sociedad azteca. La guerra debía considerarse la principal ocupación de los aztecas. 

En México, la superioridad militar dependía de un mayor nivel de conocimientos, organización social y moral. Esto se logró con el desarrollo de la ideología: los guerreros estaban imbuidos de un fanático celo religioso. 

   ¿Las guerras incontroladas producidas en el Viejo Mundo por los pueblos pastores nómadas conllevaron una reacción pacifista mientras que las guerras controladas en el Nuevo Mundo conllevaron una perpetuación de la violencia? Podemos dudar de esta conclusión, pero tampoco parece tan fácil presentarle una alternativa.

  Peter Watson recoge bastante fielmente los planteamientos de dos autores actuales muy conocidos: Jared Diamond y su teoría de la diferencia entre el eje geográfico norte-sur de América (menos propicio a la difusión de innovaciones culturales) y el eje este-oeste de Eurasia (más favorecedor a la difusión de innovaciones culturales), y Karen Armstrong, que desarrolla la teoría acerca de la “Era Axial” y las religiones compasivas (la supuesta reacción a las agresiones nómadas) -estas teorías, naturalmente, tampoco son creaciones originales de estos autores, sino que Diamond y Armstrong las han actualizado y difundido en los últimos años-. Parecen existir ciertos indicios de que algo de todo esto puede fundamentarse en hechos: incluso en México llegaron a existir la duda y la compasión.

En la sociedad azteca reinaba una ambivalencia filosófica que oscilaba entre un militarismo feroz y los sacrificios humanos, por una parte, y, por otra, ideas de benevolencia, humildad y compasión. Pero se impusieron las fuerzas del militarismo. 

Los aztecas conocían la capacidad de dudar, de contemplar con escepticismo los mitos. Muchos ejemplos de introspección en la poesía azteca eran obra de los tlamatini (“los que saben cosas”), que eran conscientes de la diferencia entre los conceptos basados en la observación y la experiencia, y los basados en la magia y la superstición. Hubo grafitis mayas, lo que hace pensar que durante algún tiempo el alfabetismo estuvo más generalizado de lo que se creyó originalmente. 

Ocurrió algo nuevo en Mesoamérica hacia entre 900 y 1000 dc. Los expertos creen que Quetzalcoalt fue originalmente una figura de carne y hueso, un gobernador real que también adoptó la consideración de dios. (…) Durante su reinado estalló una controversia religiosa sobre qué víctimas eran apropiadas para el sacrificio. Quetzalcoalt se oponía al sacrificio humano. (…) Si fue un personaje histórico, estos acontecimientos constituyen un paralelismo con lo ocurrido en el Viejo Mundo al final de la Edad de Bronce. (…) Sus ideas iban contra las prácticas tradicionales que imperaron durante siglos. Pero mientras que este pensamiento daba en el Viejo Mundo el paso a la Era Axial, en América se perdió el debate. (…) La controversia religiosa en Tula (oposición de Quetzalcoalt al sacrificio humano) fue un gran acontecimiento recordado por la cosmología azteca. (…) Los sacerdotes de Quetzalcoalt debían someterse a un largo y austero entrenamiento. (…) Los sacerdotes-chamanes devinieron una clase importante dentro de la sociedad. 

  Si es cierto que llegó a existir un debate acerca del sentido de la violencia religiosa, esto demostraría un paralelismo universal entre las civilizaciones del Nuevo y el Viejo Mundo. Que “Quetzalcoalt” perdiese la partida en el año 1.000 dc no quiere decir más que eso, porque mucho antes también Akenatón perdió la partida del monoteísmo en Egipto que reaparecería más tarde, y, asimismo, el escepticismo racionalista de los epicúreos fracasó en su tiempo para ser retomado mucho más tarde. Si se guardaba el recuerdo del dios que rechazó la tradición y pretendió crear un mundo menos violento, es muy probable que su doctrina, no olvidada, habría acabado por triunfar más adelante.

Las ideologías del Viejo Mundo cambiaron más a menudo y más radicalmente que las de las Américas. 

Se da un cambio gradual en el Viejo Mundo que va de la adoración de la Gran Diosa a la adoración de divinidades masculinas. (…) Este cambio se dio hace unos 3200 años y de forma prácticamente universal. (…) Por entonces las guerras eran mucho más frecuentes. Los valores masculinos cobraron más importancia que los femeninos, la humanidad se volvió “heroica”. Entre el 3000 y el 1000 ac se produjo la expansión del pastoreo nómada.

   Pero eso no quiere decir que esos cambios u otros muy parecidos no llevaran camino de producirse en otros entornos geográficos, incluso sin pastores nómadas. El hecho es que, con una menor población y la dificultad para las comunicaciones que suponían las montañas y el eje norte-sur del contenido americano (los aztecas nunca llegaron a saber de la existencia de los incas) no debe sorprendernos esta lentitud en los cambios de las ideologías (o religiones) del Nuevo Mundo.

    Peter Watson también aborda en su libro la cuestión del conocido estancamiento de las civilizaciones del Este de Eurasia:

Oriente quedó rezagado de Occidente por la fragmentación progresiva de las rutas comerciales, por el repliegue de China (la ideología del confucionismo menospreciaba el anhelo de ganancias comerciales e industriales) y por la peste, que afectó mucho más a Asia que a Europa en el siglo XIV. Al contrario que los teólogos cristianos, los intelectuales chinos buscaban la iluminación, no explicaciones. (…) Es característico del conocimiento iluminado que no sea posible expresarlo con palabras. En China las nuevas ideas se incorporaban siempre a las teorías ya existentes. 

     Al final, la conclusión es que el triunfo de Occidente tuvo lugar debido al surgimiento, por una serie de causas del entorno, de una ideología menos violenta, más cooperativa y que aportaba una cierta concepción de progreso, resultado de la combinación de una serie de ideologías previas: racionalismo griego, compasión india y monoteísmo judío.

La ciencia comenzó en jonia, una región que no pertenecía a ningún estado poderoso, habitada por un pueblo marinero en una zona que no estaba plagada de sacerdotes. 

El nuevo héroe de la Era Axial en la India ya no era el guerrero, sino el monje entregado a la no-violencia. 

Yahvé era un dios oculto que ya no se manifestaba en las violentas fuerzas de la naturaleza sino en un ligero murmullo, la voz de la conciencia. La principal preocupación de los profetas judíos solía ser la justicia social y la protección de los débiles.

Desde el principio, los teólogos cristianos pensaban que la aplicación del razonamiento resultaría en una interpretación cada vez más precisa de la voluntad de Dios. Esta es una diferencia crucial entre el cristianismo y otras religiones. (…) Agustín dijo que ciertas cuestiones relacionadas con la doctrina de la salvación no podemos conocerlas todavía… pero algún día lo conseguiremos. (…) Los cristianos, mucho más que los adeptos a otras confesiones, estaban comprometidos con el progreso por medios racionales.

  ¿Hubiera acabado sucediendo algo parecido en América, más tarde o más temprano, de no haber irrumpido a partir de 1492 los conquistadores europeos?

  Peter Watson a veces confunde el núcleo civilizatorio de Mesoamérica (los sanguinarios mayas y aztecas) con el de la región de los Andes (los incas y sus numerosísimos predecesores), pero el caso es que los incas no parecen haber sido más sanguinarios en sus rituales religiosos que, por ejemplo, los celtas o los fenicios, y ya habían descubierto el monoteísmo (y la momificación de los cadáveres, antes que los egipcios). ¿Queda, pues, la “aberración” mesoamericana, como un hecho aislado?

   En cualquier caso, esto solo es un tema más (si bien quizá el fundamental) dentro de este fascinante libro, que aborda muchas más cuestiones relativas al desarrollo de la civilización. Especialmente llamativo es que se especule acerca de un posible cambio genético sucedido hace unos 37.000 años, relacionado con la capacidad cognitiva y que coincidiría con la revolución cultural del Pleistoceno, el momento en el que aparecen las pinturas rupestres más antiguas y se generalizan los enterramientos. Recordemos (nunca se recordará lo suficiente) que la tendencia al sedentarismo se produce antes que el desarrollo de la agricultura (en la costa de Perú aparecieron civilizaciones sedentarias avanzadas que se basaban en la pesca y en Próximo Oriente tenemos el fascinante caso del santuario de Göbekli Tepe, creado por cazadores-recolectores antes del descubrimiento de la agricultura), de modo que el origen del gran cambio humano en el sentido de desarrollo de la civilización no parece haber obedecido a causas de tipo económico, sino a causas de tipo cultural: nuevas necesidades espirituales, del tipo de rendir culto a los difuntos o expresarse mediante las primeras manifestaciones de arte. Un cambio de ese tipo podría haber favorecido nuevas soluciones a problemas eternos, como la superpoblación (cuando un cambio climático permite la abundancia de alimentos) o la guerra (que ya practican los chimpancés).

   No menos conmovedor es el juicio acerca del posible origen del mito de la “Caida” en toda la humanidad:

Debió de haber una época en la que los humanos primitivos no habían establecido el vínculo entre el acto sexual y el nacimiento 

El conocimiento del funcionamiento de la reproducción debió de ser terrible: los seres humanos no surgen de una milagrosa fuerza divina, sino del acto sexual. Esta es la razón de que el hecho se considere una Caída. El vínculo entre el coito y el nacimiento produjo un cambio germinal en las actitudes hacia los ancestros, el papel del varón, la monogamia, la intimidad y la propiedad. (…) El hombre prehistórico hace entre catorce mil y ocho mil años experimentó un profundo cambio psicológico-ideológico, una revolución religiosa que fue de la mano de la domesticación de animales y plantas. 

  Este posible hecho habría sido uno entre muchos de los sucesos que habrían acontecido en la más sobrecogedora lejanía de los tiempos primeros del Homo Sapiens cazador-recolector y que podrían haber marcado la temática de muchos mitos universales.

Una síntesis científica relativamente nueva pretende conjugar la mitología y los últimos descubrimientos cosmológicos, geológicos, paleontológicos y arqueológicos, con el fin de reconstruir acontecimientos del pasado remoto que fueron catastróficos, traumáticos y desconcertantes. 

  El diluvio universal es de sobras conocido, y habría estado relacionado con las últimas glaciaciones, pero otros podrían haber estado relacionados con un acontecimiento cósmico no menos asombroso y bastante menos conocido hoy:

La luz solar se habría apagado por el desastre del Toba y quizá durante generaciones no se pudiera ver ni el sol ni la luna. (…) Mitológicamente tiene sentido ver en este acontecimiento el inicio de los tiempos.

   El Toba fue un volcán que produjo una gigantesca explosión hace más de setenta mil años, lo cual conllevó un desastre climático (por las partículas de ceniza en suspensión que oscurecieron el cielo) acompañado de la inevitable extinción de diversas especies animales.

   Incluso hoy, evocar tales sucesos no puede dejar de producirnos una cierta inquietud religiosa…

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