lunes, 23 de septiembre de 2013

“La otra cara de lo normal”, 2012. Jordan Smoller

  Jordan Smoller aborda la cuestión de la naturaleza humana desde el punto de vista de la psiquiatría. La psiquiatría es una rama de la medicina que trata de los trastornos de la mente, pero ¿cuándo podemos decir que una mente está trastornada? Para poder saber esto necesitamos una descripción fiable del estado de salud mental.

Es difícil rebatir la afirmación de que la definición de los trastornos psiquiátricos implica cierto juicio normativo sobre la conducta. (...)  La timidez e inhibición agudas se pueden definir como fobia social. (…) Esto en parte está condicionado a que los empleadores y la cultura general devalúan la inhibición social. 

La mejor forma de entender muchos trastornos psíquicos es como perturbaciones de sistemas y mecanismos normales. ¿Es tan nítida la línea que separa la tristeza de la depresión?

En 1973 la American Psychiatric Asociation decidió eliminar la homosexualidad de su manual de trastornos psiquiátricos oficial. 

  La ciencia psiquiátrica, tras decenios (y algún siglo) de constante trabajo sometido a todo tipo de vaivenes de tipo cultural (el entorno que afecta a los profesionales, por mucho que estos se empeñen en ser objetivos) ha llegado a realizar descripciones pormenorizadas de casi todas las variables que afectan al comportamiento humano.

En psiquiatría se determinan cinco dominios generales de la personalidad: el neuroticismo, la extraversión, la apertura a la experiencia, la agradabilidad y la escrupulosidad.

Las funciones mentales fundamentales son el lenguaje, el apego, la cognición social y las funciones ejecutivas.

Hay nueve categorías primarias del sentimiento: disfrute/alegría, sorpresa/alarma, miedo/terror, vergüenza/humillación, ira/cólera, interés/excitación, aflicción/angustia, asco al sabor y asco al olor.

   A este repertorio de clasificaciones que han de guiar a los especialistas en el análisis de los trastornos, corresponden los diferentes tipos de tratamiento posible, como por ejemplo:

En la terapia cognitivo-conductual el paciente aprende a reconocer y superar las tensiones cognitivas que le agudizan los miedos sociales. 

Cuando se suministra sertralina a personas con depresión o ansiedad, o incluso a voluntarios, las resonancias magnéticas muestran un enfriamiento de los circuitos emocionales que se han relacionado con el temperamento ansioso y el neuroticismo.

  Una de las cosas que se han descubierto es que no se puede decir que nacemos todos en igualdad de condiciones psíquicas. Con independencia de las circunstancias del entorno, nuestra herencia genética ya nos pone en un sendero determinado. En esto, la intuición tradicional no se equivocaba demasiado: ya Hipócrates y Galeno distinguían diversos temperamentos psicofisiológicos..

Llegamos al mundo con un conjunto de predisposiciones cognitivas, conductuales y emocionales que nos permiten responder a las características generales de nuestro entorno físico y social. Esto es lo que llamamos “temperamento”, o según otra definición: “un perfil de reacciones conductuales y emocionales estables que aparecen pronto y están influidas en parte por la constitución genética”.

  ¿Por qué existen estas importantes diferencias innatas entre los individuos?, ¿no hará esto imposible el alcanzar la deseada normalidad?

Tal vez la selección natural pudiera favorecer determinados temperamentos (…) Recelar de las personas y las situaciones nuevas podría evitar que uno cayera presa de otros o se viera inmerso en un conflicto fatal. 

   Y es sobre esta materia prima psíquica que se imponen después los condicionamientos del entorno.

Freud acertaba al decir que las primeras experiencias tienen una influencia formativa y duradera en nuestras relaciones y en cómo interactuamos con el mundo de nuestro alrededor.(…) Hay “períodos sensibles” o “períodos críticos” en los que el cerebro es especialmente sensible a determinado tipo de input por parte del entorno. (…) Konrad Lorenz demostró que los gansos a las 24 horas de nacer siguen a su madre o a cualquiera que ocupe su lugar. Denominó a este fenómeno la “impronta filial”. 
 
  Es importante que se tenga en cuenta que no hay una diferenciación clara entre lo fisiológico y lo mental. Los cambios psíquicos permanentes como consecuencia de la interactuación con el entorno también tienen consecuencias fisiológicas en el mismo cerebro.

Los neurocientíficos llaman “plasticidad” a la capacidad del cerebro para responder a las infinitas contingencias concretas del entorno. Eso permite que se formen y refuercen conexiones neuronales o sinapsis para que nos podamos adaptar y reaccionar. La experiencia esculpe la detallada estructura de la personalidad, los deseos, los valores, el conocimiento y los recuerdos que nos hacen individualmente únicos. (…)En los escáneres del cerebro de bailarines, jugadores de golf y de baloncesto, y de personas que aprenden idiomas o a tocar instrumentos musicales, se ven cambios estructurales y funcionales.

El temperamento de los bebés predice diferencias en la estructura de los cerebros a los dieciocho años. Quienes habían sido altamente reactivos tenían un tejido cerebral significativamente más grueso en la corteza prefrontal ventromedial derecha, una región de la que se sabe que desempeña un importante papel en la regulación de las regiones del cerebro que intervienen en el miedo y la evitación.

   A estos efectos de la predisposición genética a pautas de comportamiento más el efecto creado por el entorno, se añade un tercer factor: la modificación de la información genética por la epigenética:

La epigenética estudia los cambios de la expresión génica que no se deben a la variación de la propia secuencia de ADN. (…) Algunos de los efectos epigenéticos conllevan modificaciones químicas de los cromosomas –que serían como interruptores “de intensidad” que se pegan a nuestros cromosomas o se eliminan de ellos-. Estos efectos epigenéticos hacen más o menos difícil que los factores de transcripción activen o silencien los genes. 

Hace décadas que se desentrañó el código genético, pero el código epigenético sólo se está empezando a descifrar. (…) Queda demostrado que los hermanos gemelos a veces son muy diferentes por la epigenética.

El epigenoma es un código paralelo con el que el entorno puede activar y desactivar los genes. (…) La crianza actúa en parte modificando la química de los cromosomas compuestos por las largas cadenas de genes.

   Así pues, la personalidad “normal” de los individuos es el resultado de la suma de todas estas variantes (herencia genética, entorno y modificaciones epigenéticas). Pero la peculiaridad del desarrollo humano también se debe a que esta riqueza de cambios ha sido la que sigue dando lugar a los cambios culturales.

Estudios sobre culturas en todo el mundo demuestran que los países difieren en sus perfiles de personalidad.

La selección natural es fundamentalmente una competición por maximizar la transmisión de la configuración genética de un individuo a las generaciones siguientes. 

Los genes que estimulan el altruismo dirigido a los parientes se podrían conservar en una población si contrarrestan el coste de quienes se han sacrificado por ellos y no han podido tener hijos propios. 

El hecho de que los circuitos de recompensa se activen cuando miramos a personas atractivas no significa necesariamente que sean reacciones innatas: sigue siendo posible que el cerebro haya estado condicionado culturalmente para considerar gratificantes determinadas características. 

   El inconveniente de tal riqueza en la adaptabilidad psicológica de la especie es que resulta inevitable que se den casos de inadaptación y sufrimiento en los individuos, que es lo que la psiquiatría intenta paliar. De modo que tal vez el sufrimiento psíquico de algunos desafortunados se trate de una servidumbre que la humanidad ha de pagar a cambio de su capacidad para transformarse y mejorar.

La variación genética que se oculta en el temperamento y la personalidad parece que explica gran parte del componente genético de trastornos comunes, entre ellos la depresión y la ansiedad. La sombra de la biología de lo normal alcanza a la biología del trastorno. 

El Manual Diagnóstico y Estadístico de trastornos mentales (DSM) determinó en 1980 por primera vez unos criterios explícitos para diagnosticar los trastornos. Desde la primera publicación del Manual DSM en 1952 a la última de 1994, el número de trastornos ha pasado de poco más de 100 a más de 350. El DSM es el libro de psiquiatría más influyente.

   Cuando hablamos de humanismo, nos estamos sin duda refiriendo a las cualidades más valiosas de lo propiamente humano en comparación con el comportamiento de otros animales. Juzgamos como valioso, por encima de todo, nuestra capacidad de cooperar inteligentemente para el mutuo beneficio.

   En esto, las capacidades del ser humano nos parecen casi infinitas y las enfermedades psíquicas suponen sólo un obstáculo menor al pleno desarrollo de tales capacidades, porque Jordan Smoller, en su libro, entiende bien que, aunque se han clasificado médicamente un gran número de alteraciones del comportamiento que aparecen en el DSM, los principales obstáculos al pleno desarrollo de las capacidades humanas no parecen de gran interés para la psiquiatría.

Un ámbito fundamental de la mente que ha sido casi invisible para la clasificación que la psiquiatría hace de la disfunción mental: el enfado y la agresividad. (…) La psiquiatría reconoce múltiples trastornos de ansiedad y de humor, pero no existe la categoría de trastornos de enfado o agresividad. 

   Podemos aprender mucho, a fin de corregir estos “trastornos no reconocidos”, si nos fijamos en los descubrimientos para los trastornos ya conocidos que tienen que ver con la conducta antisocial. Así, aprendemos que hay un origen biológico para los comportamientos cooperativos más desarrollados en cierto tipo de animales:

La naturaleza trata de resolver el problema adaptativo de cómo vincular a los mamíferos a sus crías y parejas que necesitan de más cuidados que las crías de otro tipo de animales como los reptiles. Se utiliza el doble recurso de tomar un neuropéptido que probablemente evolucionó para facilitar el parto y la lactancia de la hembra (la oxitocina) y otro que estimuló el instinto de custodia de las crías y la pareja del macho (la vasopresina), y vincular ambos a los sistemas de recompensa dependientes de la dopamina del cerebro.

La selección natural ha ayudado a los animales a desarrollar un sistema conductual de apego para garantizar la seguridad y la supervivencia del niño.

   La oxitocina es una hormona fascinante por sus efectos en el comportamiento humano cooperativo en general, más allá de lo que parece su origen biológico, que es la maternidad

La oxitocina hace que consideremos a los demás más dignos de confianza y nos convierte en personas más colaboradoras y hasta más cariñosas. (…) Se trata de vincularse afectivamente con los demás. (…) Ayuda también a sintonizar con los pensamientos, mejorando para ello la lectura de la mente y la empatía. 

   Con independencia de ciertos proyectos poco desarrollados acerca de utilizar esta hormona directamente para mejorar la sociabilidad, lo que nos queda claro es que hay un origen biológico para el comportamiento pro-social, tanto como existen referencias biológicas al comportamiento agresivo o antisocial.

El trastorno de personalidad límite define cierto tipo de patrón duradero de sentimientos y relaciones inestables que pueden causar estragos. (…) A quienes lo padecen les es difícil regular sus sentimientos y tienen una tendencia a malinterpretar las intenciones y los sentimientos de los demás. 

Los rasgos psicopáticos están relacionados con problemas para el reconocimiento del miedo y para reaccionar con empatía a los signos de miedo y angustia de otras personas.

La predisposición a ser impulsivo y agresivo está relacionada con unos circuitos de la recompensa hipersensibles. 

El tipo que nada en testosterona puede ser agresivo e infiel. (…)Menos rasgos masculinos indican que el hombre en cuestión es más cooperativo 

   Algo interesante que leemos en este libro es la aparición de algunas expresiones que nos definen a una “persona de desarrollo típico” (es decir, una persona normal) o a una “persona pro-social” (es decir, una buena persona) o a una persona de tendencia sexual “normofílica” (es decir, con gustos convencionales).

  En diversos textos de divulgación científica encontramos también otros términos igualmente interesantes y bastante modernos, como “antiagresividad” (conducta que desactiva los impulsos agresivos) y “superempatía” (lo más opuesto a la famosa psicopatía). Este nuevo vocabulario podría llegar a ser un recurso futuro para cuando las nuevas precisiones científicas sirvan a fines sociales más ambiciosos.

   Y es que la normalidad es el presupuesto primero si queremos llegar a aprender algo en cuanto a ser mejores. Si comprendemos que la enfermedad psíquica es sólo un trastorno de lo normal, también podremos llegar a hallar un camino para alcanzar también una salud mejorada más allá de “lo normal”, a modo de, digamos, un “trastorno humanista". Ser mejor que "normales".

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