lunes, 5 de diciembre de 2016

“Fuerza de voluntad”, 2011. Baumeister y Tierney

  El divulgador científico John Tierney y el muy afamado psicólogo social Roy Baumeister escribieron este libro un poco para reivindicar la que, según ellos, es hoy considerada por muchos una cualidad humana “anticuada”, que es la “fuerza de voluntad” (“Willpower”, es el título original del libro), en el sentido de “autocontrol”.

La noción Victoriana de “fuerza de voluntad” (…) algunos psicólogos y filósofos del siglo veinte llegaron a dudar de que siquiera haya existido alguna vez.

  Sin embargo, hemos vuelto a esta concepción a partir del estudio del autocontrol de los impulsos, porque la capacidad para el autocontrol resulta ser más o menos lo mismo que la “fuerza de voluntad”

Cuando los psicólogos aislan las cualidades personales que predicen “resultados positivos” en la vida, hallan consistentemente dos rasgos: inteligencia y autocontrol. De momento, los investigadores no han averiguado cómo incrementar la inteligencia de forma permanente. Pero han descubierto, o al menos redescubierto, cómo mejorar el autocontrol (…) Pensamos que la investigación en el poder de la voluntad y el autocontrol es la mejor esperanza de la psicología para contribuir al bienestar humano

    La idea no va en el sentido clásico, "voluntarista", del término “fuerza de voluntad”, según el cual todo depende de una capacidad meritoria del individuo que, haciendo uso de su virtud, de su libre albedrío, puede redirigir el comportamiento erróneo.

La regulación de las emociones no descansa en el “poder de la voluntad” (…) El control emocional típicamente depende de varios trucos sutiles, como cambiar cómo uno piensa acerca del problema que se trata, o distraerse [de otros problemas para concentrarse en el más importante]. 

  El ejemplo clásico de esto es el “test de la golosina”, descubierto por el psicólogo Walter Mischel hace ya unas cuantas décadas. En este famoso experimento, se decía a unos niños que podían comerse una golosina al momento o bien esperar quince minutos para comer dos. Parece una simple tontería, sobre todo tratándose de unos niños y una golosina, pero…

Los niños que habían logrado controlar [el impulso] durante los quince minutos [en el experimento de autocontrol] consiguieron [años más tarde] 210 puntos más de promedio en el examen de ingreso universitario que los que habían cedido tras el primer medio minuto. Los niños con poder de voluntad se habían hecho más populares con sus pares y sus maestros. Ganaron salarios más altos. Tuvieron un índice de masa corporal más bajo (…) Fue menos probable que tuviesen problemas con drogas.

  Resulta que tan sencillo test de autocontrol ha acabado siendo un marcador de los más significativos en cuanto a calcular las expectativas de éxito social.  En Nueva Zelanda se llegaría a hacer el seguimiento de hasta mil individuos que pasaron el test siendo niños, a lo largo de 32 años. Y resultó el indicador más certero de entre muchos otros, entre los que se incluía el entorno social o el cociente de inteligencia

Los niños con alto autocontrol se convirtieron en adultos que tenían mejor salud física, incluida menor obesidad, menos enfermedades sexualmente transmitidas e incluso dientes más sanos

  Pero recordemos: no se trata de nada que tenga que ver con los eslóganes “voluntaristas” por el estilo de “just say no”. Se trata de aprender técnicas y estrategias a la hora de afrontar problemas a medio y largo plazo. El niño que se queda mirando la golosina e intenta reprimir sus impulsos suele fracasar. El que lo consigue es porque mira hacia otra parte o utiliza algún recurso de su imaginación para distraerse…

Los pasos básicos del autocontrol: ponerse metas claras y alcanzables, proporcionar compensaciones instantáneas y ofrecer bastante aliento para la gente que se mantenga practicando y mejorando

     Para Roy Baumeister, en el autocontrol está el secreto del éxito de la vida social en todos los sentidos. Incluso en la prosocialidad

La generosidad y la caridad han sido vinculadas con el autocontrol, en parte porque el autocontrol se necesita para superar nuestro egoísmo animal natural y en parte porque pensar en los otros puede incrementar nuestra propia autodisciplina

  Tiene sentido que sea así porque la característica fundamental de los Homo sapiens es que somos homínidos con grandes cerebros que nos permiten hacer planes a largo plazo, prever el futuro y acceder a la memoria del pasado. Por lo tanto, debemos desconfiar de las reacciones reflejas e inmediatas.

Ser capaz de resistir las tentaciones a corto plazo, a favor de las compensaciones a largo plazo, es el secreto no solo de la riqueza sino de la misma civilización

El inconsciente exige a la mente consciente que haga un plan. La mente inconsciente aparentemente no puede hacerlo por su propia cuenta, así que importuna a la mente consciente para que haga un plan con especificaciones como tiempo, lugar y oportunidad. Una vez el plan está formado, el inconsciente puede dejar de importunar a la mente consciente con los llamados de atención 

  Lo que este libro ofrece sobre todo es una serie de recetas razonables para facilitar la toma de decisiones. Entre las recomendaciones tenemos las de organizar planes de autocontrol, situando metas viables y con verificaciones constantes (la aparente obsesión que esto implica no sería tan peligrosa como se cree), que no nos falte glucosa en el organismo (porque el uso de la voluntad consume mucha energía), tomar rutinas que nos habitúen al autocontrol (como hacer tareas domésticas y cuidar nuestro aspecto) y desdeñar la demasiado difundida recomendación de promover la “auto-estima”, porque parece que esto supone más un estorbo que una ayuda.

  Pero en el libro aparecen también aportaciones que podrían ser de una relevancia superior a la de mejorar el autocontrol en nuestra vida cotidiana. A los autores no se les escapa la importancia de la religión en la conducta social: se trata de un hecho que ahora está científicamente demostrado.

Una persona religiosamente activa es un 25% más probable que siga con vida que una persona no religiosa (…) La gente religiosa es menos probable que desarrolle hábitos insanos, como emborracharse, darse a prácticas sexuales arriesgadas, tomar drogas ilícitas o fumar. Es más probable que se ponga el cinturón de seguridad, visite el dentista y tome vitaminas. Tiene mejor soporte social y su fe le ayuda a sobrellevar psicológicamente las desgracias. Y tiene mejor autocontrol (…) La religión reduce los conflictos internos de la gente [a la hora de elegir] entre diferentes metas y valores. (…) Las metas en conflicto impiden la autorregulación, de modo que parece que la religión reduce tales problemas al proporcionar a los creyentes unas prioridades más claras

Incluso cuando los científicos sociales no pueden aceptar las creencias sobrenaturales, reconocen que la religión es un fenómeno profundamente influyente que ha estado haciendo evolucionar de forma efectiva los mecanismos de autocontrol durante miles de años. 

  Confirmado el fenómeno (para fastidio de algunos ateos poco perspicaces), toca sacar conclusiones. Por supuesto, las creencias en seres sobrenaturales están en directa contradicción con una sociedad ilustrada, pero…

¿Realmente un poder más alto nos da más control sobre nosotros mismos? ¿O se trata de otra cosa -algo en lo que incluso los no creyentes podrían creer?

El autocontrol de los creyentes no viene meramente del temor a la ira de Dios, sino del sistema de valores que han absorbido, que da un aura de sacralidad a sus metas personales.

  Los científicos sociales realizan observaciones sobre este fenómeno al estudiar el desarrollo de las culturas y las civilizaciones. Quizá aún no se estudia el fenómeno religioso en la conducta con la suficiente seriedad (parece ser que nadie ha investigado todavía, por ejemplo, el fenómeno asombroso de las conversiones religiosas de los delincuentes en prisión, que “renacen” en muy poco tiempo como ciudadanos prosociales), pero se comienza a atar cabos…

Con la excepción de la religión organizada, Alcohólicos Anónimos es probable que represente el mayor programa jamás organizado para mejorar el autocontrol (…) Muchos terapeutas profesionales envían rutinariamente a sus clientes a las reuniones de AA. Sin embargo, los científicos sociales todavía no están exactamente seguros de lo que consigue esta organización (…) [En cualquier caso,] AA parece cuando menos tan efectiva como los tratamientos profesionales para el alcoholismo
 
   Alcohólicos Anónimos no es el único ejemplo de asociacionismo secular capaz de obtener resultados de cambio de comportamiento parecidos a los de las religiones tradicionales (muchas organizaciones políticas también obtienen resultados), pero se trata de una organización filantrópica centrada en un solo cambio de comportamiento en particular, sin implicaciones políticas o sobrenaturales, lo que le da una especial significación. Una “religión pura” sería concebible que funcionase en base a la misma estructura de AA: una asociación de individuos para alcanzar un cambio de conducta deliberadamente buscado, solo que en el caso de una “religión pura” (sin elementos políticos, ni irracionalidades, ni sujeción a tradiciones), el objetivo no sería solo dejar de beber alcohol, sino alcanzar un modelo determinado de perfecto comportamiento prosocial (algo así como una “santidad” racional).

    Diseccionar psicológicamente una religión tradicional a fin de ver “cómo funciona” puede servirnos para averiguar si podríamos adaptar muchas de sus estrategias dentro de un enfoque racional de los problemas humanos. Pensemos que ya se han adaptado otras creaciones culturales que provienen de la religión: la autoridad civil en sustitución de la autoridad religiosa, las proclamaciones solemnes de mandatos éticos seculares en lugar de mandamientos de la divinidad, grandes edificios públicos y ya no catedrales, personajes históricos de gran estatura moral en lugar de santos y dioses…

  Comencemos por la observación de que el entorno social creado en las asociaciones voluntarias cuyas finalidades implican un cambio de comportamiento cuenta muchísimo a la hora de lograr que el individuo se vea afectado. Todos los creyentes religiosos se vinculan unos a otros a través de sus iglesias, y mientras más se extiende el ámbito de las actividades de los creyentes mayores efectos se logran (cuando se va más allá, por ejemplo, de compartir el culto y las ceremonias: también “vida religiosa” en el trabajo y la vida familiar). El principio de emulación e influencia social es simple y directo, y lo vivimos cada día.

Los fumadores que viven sobre todo entre no fumadores tienden a obtener tasas más altas de éxito en dejar el tabaco (…). Estudios sobre la obesidad han detectado patrones similares de influencia social

     Pero entrar en un entorno social con hábitos particulares es solo parte del “efecto religioso” sobre el comportamiento (y particularmente en lo que se refiere a desarrollar el autocontrol)

Las oraciones regulares u otras prácticas religiosas (…) presumiblemente construyen la fuerza de voluntad de la misma manera que otros ejercicios que han sido estudiados [en este libro], como forzarte a ti mismo a sentarte derecho o a hablar con más precisión (…) La religión también mejora la monitorización del comportamiento, otro de los pasos centrales del autocontrol. Las personas religiosas tienden a sentir que alguien importante está vigilándolas.(…) Sin considerar si la gente religiosa cree en una deidad omnisciente, ellos son generalmente bastante conscientes de que están siendo monitorizados por ojos humanos: los de los otros miembros de su comunidad religiosa

  Se nos da una pista de por qué el compromiso religioso tiene efectos en el comportamiento moral muy superiores a los del mero compromiso cívico en lo referente a la predisposición psicológica al autocontrol…

¿Cómo puede la gente seguir siendo moral sin las restricciones tradicionales de la religión? (…) [Existe en este sentido] un principio adecuado de autocontrol:  centrarse en pensamientos elevados. Los efectos de esta estrategia han sido recientemente probados [en experimentos psicológicos] (…) Usaron una serie de métodos para mover los procesos mentales de la gente a niveles o bien altos o bien bajos. Altos niveles eran definidos por el nivel de abstracción y las metas a largo plazo. Los bajos niveles eran los opuestos. Por ejemplo: a la gente se le pedía que reflexionara acerca de por qué hacían algo o cómo hacían algo. Las preguntas de “por qué” llevaban la mente a niveles más altos de pensamiento y la centraban en el futuro. Las preguntas de “cómo” bajaban la mente a niveles bajos, centrándola en el presente. Otro procedimiento que producía resultados similares era mover a la gente arriba y abajo acerca de un concepto dado, como la palabra “cantante”. Para inducir a un marco de alto nivel, se le pregunta a la gente, “¿de qué es ejemplo un cantante?”. Por el contrario, para inducir a la mente a un bajo nivel, se les preguntaba, “¿puedes dar el nombre de un cantante?”  Así la respuesta les llevaba a pensar o bien más globalmente o más específicamente. Estas manipulaciones de los estados mentales no tienen relación inherente con el autocontrol. Sin embargo, el autocontrol mejoraba entre las personas que eran empujadas a pensar en términos de alto nivel, e iba peor en aquellos que pensaban en términos de bajo nivel. Se usaban diferentes medidas en experimentos variados, pero los resultados eran consistentes. (…) Los resultados mostraban que centrarse de una forma estrecha, concreta, en el aquí y ahora trabaja en contra del autocontrol, mientras que centrarse en términos amplios, a largo plazo, abstractos, lo sostiene. Ésa es una razón por la cual la gente religiosa puntúa relativamente alto en las medidas de autocontrol y por qué la gente no religiosa (…) puede beneficiarse de otra clase de pensamientos trascendentales e ideales consistentes.

  El “pensamiento de alto nivel” puede hacerse efectivo no solo si pensamos en un Dios sobrenatural, sino también si pensamos, por ejemplo, en el ideal trascendente del Marxismo-Leninismo para traer la salvación de la Humanidad. En cambio, planteamientos cívicos del tipo de “si no pago los impuestos, no habrá recursos para el gasto social” son de un nivel muy diferente (¿bajo nivel del proceso mental?), y ello podría explicar por qué no tienen el mismo efecto en la conducta. También abre la posibilidad de que psicológicamente se construya, de alguna forma, “pensamiento de alto nivel” con fines humanistas pero sin los inconvenientes de irracionalidad y/o violencia de las religiones teístas o las doctrinas políticas.

  No se trata solo de que la estadística demuestre que las personas religiosas lo hacen mejor en sus relaciones sociales que los no religiosos, también hay que añadir que muchas personas -¿determinados temperamentos en especial?- encuentran placer en articular sus comportamientos en torno a tales “pensamientos trascendentales e ideales consistentes” cuyo simbolismo cuenta con un atractivo muy parecido al de la contemplación estética. No solo tenemos, a este respecto, el ejemplo del asociacionismo voluntario de “Alcohólicos Anónimos”, sino también contamos con los efectos de las ideologías políticas que, como el comunismo, han sido capaces de crear comunidades asociativas de individuos alrededor de determinados pensamientos elevados. Lo erróneo de los pensamientos o creencias políticas marxistas como fórmulas de mejora social no afecta al hecho de que, estructuralmente, funcionaron como religiones, despertaron -al menos durante algún tiempo, y a algunas personas- fe, devoción, compromiso y las correspondientes acciones prosociales por parte de los creyentes. Esas estructuras están disponibles también para formulaciones mejores.  ¿Podría surgir, pues, alguna vez la "religión pura" (o “religión del comportamiento”), cuya ideología se limitase a la mejora del comportamiento en un sentido altruista y prosocial?

  Estas posibilidades, respaldadas por la ciencia social, merecen explorarse, porque si bien es cierto que el mundo secular hoy ha alcanzado altas cotas de éxito social, no hay que olvidar que esto se ha logrado partiendo de sociedades que histórica y culturalmente han sido marcadas por determinada cultura religiosa (el cristianismo reformado, propiamente). Quizá una adaptación secular de las estrategias religiosas podría permitirnos ir más allá en la mejora de la prosocialidad. Llevar la prosocialidad “hasta sus últimas consecuencias” tal vez pudiese funcionar si lo formulamos como un “pensamiento” lo suficientemente “elevado”…

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