lunes, 3 de marzo de 2014

“Perros de paja”, 2002. John Gray

  El filósofo John Gray ha compuesto un texto atractivo acerca de los que considera errores no ya de nuestra cultura actual, sino de toda la civilización surgida a partir del pensamiento cristiano y pre-cristiano.

Sócrates fundó el pensamiento europeo sobre la creencia de que la verdad nos hace libres. Nunca dudó de que el saber y la vida buena pudiesen ir juntos. Él contagió esa fe a Platón y, luego, consiguientemente, al cristianismo. El resultado es el humanismo moderno. Sócrates creía que la mejor vida era la vida examinada porque pensaba que la verdad y el bien eran una misma cosa (…) El legado de Sócrates consistió en vincular la búsqueda de la verdad a un ideal místico del bien. 

Una cosa es el conocimiento humano y otra el bienestar humano. No existe ningún tipo de armonía predeterminada entre ambos. La vida examinada puede no valer la pena. 

El error esencial del cristianismo: la creencia según la cual los seres humanos son radicalmente distintos al resto de animales.

  El título de la obra “Perros de paja” está tomado de un aforismo taoísta: “El cielo y la tierra son implacables. Los seres de la creación son para ellos meros perros de paja”, ya que el taoísmo resulta ser el pensamiento religioso al que John Gray se siente más próximo:

Para los taoístas, la vida buena no era más que la vida natural hábilmente vivida. Se trata de una vida que no tiene ningún propósito particular. No tiene nada que ver con la voluntad y no consiste en la realización de ningún ideal concreto. Todo lo que hacemos puede hacerse mejor o peor, pero si actuamos bien, no es debido a que traduzcamos nuestras intenciones en hechos. Se debe a que hacemos lo que sea necesario hacer con habilidad. La vida ética significa vivir de acuerdo con nuestras naturalezas y circunstancias. 

  Y esto es de lo que trata este libro ciertamente entretenido y sorprendente. John Gray no es solo un docto filósofo, sino que también es una persona consciente del tiempo en el que vive, al tanto de los últimos descubrimientos científicos relacionados con la naturaleza humana y de los últimos cambios sociales, en los que intervienen las nuevas tecnologías.

  Y parece ser un activo simpatizante de lo que se llama la “hipótesis de Gaia”, que consiste en

la teoría según la cual la Tierra es un sistema autorregulador cuyo comportamiento se asemeja en cierto modo al de un organismo (…) La teoría Gaia restablece el vínculo entre los seres humanos y el resto de la naturaleza que ya afirmaba la religión primordial de la humanidad: el animismo. 

   De acuerdo con esta teoría, los seres humanos seríamos una infección en tal organismo o sistema autorregulador. No siendo más que unos animales iguales que los otros, estamos generando terribles fuerzas destructivas.

A lo largo de toda la historia y la prehistoria, el progreso humano ha coincidido con la devastación ecológica.

   Esta visión de la humanidad, como meros animales sin ningún propósito en particular (aparte de alimentarnos, fornicar, evitar el dolor y buscar el placer), rechaza, en suma, el “humanismo”, el “progreso” y la “ciencia”.”

El tiempo confronta las ilusiones del humanismo con la propia realidad; una humanidad precaria, desquiciada, todavía por liberar.

El progreso y el asesinato masivo caminan de la mano. 

Como el cristianismo en épocas pasadas, el moderno culto a la ciencia sobrevive alimentado por la esperanza de milagros. Pero creer que la ciencia puede transformar el destino humano es creer en la magia.

  Claro que de inmediato surge la pregunta de que si la vida “correcta” es la vida animal, buscar el placer, evitar el dolor y desdeñar cualquier ideal… ¿entonces qué puede importarnos Gaia, la armonía de la naturaleza o su destrucción? No parece fácil encontrar una justificación para obrar en uno u otro sentido. La búsqueda del placer podemos hacerla de acuerdo con los cauces naturales si nuestro condicionamiento individual así nos lo ofrece, pero como ya hemos nacido en este colectivo degenerado de animales desquiciados, ¿por qué tenemos que esforzarnos en buscar el placer natural?, ¿por el ideal de Gaia?, pero ¿no hemos quedado en que no hay ideales?

El hombre es como los demás animales: quiere comida y éxito y mujeres, no verdad. Sólo cuando la mente, torturada por alguna tensión interior, ha perdido toda esperanza de felicidad, odia su jaula de vida y busca más allá.

  Así que da la impresión de que ser consecuentes con la teoría de Gaia implica que nos tenga sin cuidado tal teoría porque no deja de ser también una teoría que señala un ideal…

El taoísmo coincide con la visión científica del mundo justo en aquellos puntos en los que esta última más incomoda a los occidentales anclados en la tradición cristiana: la insignificancia del hombre en la enormidad del universo

  Enormidad e insignificancia. Luego necesitamos del ser humano para atribuir semejantes cualidades al universo… que hasta hace poco se lo ha pasado muy bien sin nosotros. Si vamos a ser como los animales, tendríamos que hacer como ellos, que no atribuyen significado a nada y que son indiferentes a categorías como la “enormidad”.

  Y, en efecto:

De creer a los humanistas, la Tierra, con su amplísima variedad de ecosistemas y formas de vida, no tuvo valor alguno hasta que los seres humanos aparecieron en escena.

  ¿Quién, si no, asigna el valor? Esa “amplísima variedad de ecosistemas y formas de vida” ¿qué tiene de especial para los que son incapaces de dividir los objetos en categorías, sistemas y proporciones abstractas?, ¿no son estas diferenciaciones las que marcan las preferencias y, en consecuencia, los ideales?

  Volviendo a su rechazo al daño al orden natural, y dada la “rapacidad” desarrollada en el medio ambiente por el Homo Sapiens, Gray rebautiza la especie como “Homo rapiens

El Homo rapiens es sólo una de entre una multitud de especies y no es obvio que valga especialmente la pena preservarla. Tarde o temprano, se extinguirá. Cuando se haya ido, la Tierra se recuperará.

  Y cuando el ser humano se haya ido, ¿a quién podrá importarle que la Tierra se recupere o no?, ¿quién quedará para emitir ése o cualquier otro juicio?

  Pero con esta refutación no hemos resuelto en absoluto las cuestiones que nos presenta John Gray en su libro, pues sus críticas radicales surgen de constatar las contradicciones de la concepción actual del humanismo, y aunque puedan estar erradas sus propias conclusiones, no parecen estarlo tanto muchas de sus agudas observaciones con independencia de sus particulares ideales contrarios a todos los ideales.

En el fondo, el conflicto entre la teoría Gaia y la ortodoxia actual no es una controversia científica. Es un choque de mitos: uno formado por el cristianismo y el otro, por un credo mucho más antiguo. 

  Vamos a ver cuál es el origen del mito cristiano:

Para los cristianos, la religión es una cuestión de creencia verdadera. (…)El cristianismo golpeó directamente la raíz de la tolerancia pagana de la ilusión.(…)  El efecto retardado de la fe cristiana fue una idolatría de la verdad

Para Platón, al igual que para los cristianos que lo siguieron, la realidad y el Bien era una única cosa. Pero el Bien es una disposición provisional de la esperanza y del deseo, no la verdad de las cosas. 

  Aparentemente, John Gray no ve diferencia esencial entre el pensamiento platónico y el cristiano, ambos son “humanistas”, y hoy en día…

El humanismo moderno es un credo que propugna que, a través de la ciencia, la humanidad puede conocer la verdad y, así, ser libre.

  Lo cual sería un error, porque…

Creer la ciencia el epítome del estudio de la verdad es, en sí, precientífico: supone separar la ciencia de las necesidades humanas y hacer de ella algo que no es natural, sino trascendental. Concebir la ciencia como la búsqueda de lo verdadero supone renovar la creencia mística (la misma de Platón y san Agustín) de que la verdad gobierna el mundo (o, lo que es lo mismo, que la verdad es divina).

El progreso es un hecho. Ahora bien, la fe en el progreso es una superstición.

¿Hay algo más deprimente que la perfección de la humanidad? La idea del progreso no es más que el ansia de inmortalidad con un toque tecno-futurista. No es aquí donde se puede encontrar la cordura.

  Y ahora que ya sabemos cual es el “enemigo” de la teoría Gaia y del taoísmo bien entendido de John Gray, veamos cuál es el “credo mucho más antiguo” al que se opone el erróneo humanismo:

Los cazadores-recolectores tenían a sus presas por iguales a ellos (cuando no por superiores) y los animales eran adorados en muchas culturas tradicionales. La sensación humanista de abismo entre nosotros y los demás animales es una aberración. (…)Por muy debilitada que pueda estar hoy, la conciencia de participar del mismo destino común que el resto de criaturas vivientes está arraigada en la psique humana.

La mente humana está al servicio del éxito evolutivo y no de la verdad. 

Ningún pagano está dispuesto a sacrificar el placer de la vida por la mera verdad.

Ni en el antiguo mundo pagano ni en ninguna otra cultura se ha concebido nunca la historia humana como portadora de una significación global. En Grecia y en Roma consistía en una Serie de ciclos naturales de crecimiento y declive. En la India, era un sueño colectivo repetido un sinfín de veces. La idea de que la historia deba tener sentido no es más que un prejuicio cristiano.

  John Gray asegura que él tampoco es un nihilista

El nihilismo es la idea según la cual la vida humana ha de ser redimida del sinsentido general. Antes de la llegada del cristianismo, no había nihilistas.

  Por lo que parece que lo que Gray promueve es la aceptación de tal sinsentido.

  Hay que decir que se encuentra bastante lucidez en esta paradoja idealismo/paganismo. Y  también al dictaminar que, como herederos de la carga genética de los cazadores-recolectores (todos paganos), lo natural sería que nos atuviéramos a la concepción del mundo que ellos tenían, puesto que, en realidad, eso es lo que biológicamente seguimos siendo: cazadores-recolectores que nos hemos visto inmersos en una extraña forma de vida social al cabo de una no menos extraña evolución cultural.

    Veamos las consecuencias prácticas que se extrae de ello para el mundo de hoy

Ser espontáneo dista mucho de actuar simplemente por impulso. (…)En el taoísmo significa actuar desapasionadamente, sobre la base de una visión objetiva de la situación concreta. (…) Ver con claridad significa no proyectar nuestras metas en el mundo; actuar espontáneamente significa actuar según las necesidades de la situación. Los moralistas occidentales siempre se preguntarán por el propósito de tal acción, pero, para los taoístas, la vida buena no tiene ninguna finalidad.(…) No tiene que tomar decisiones basándose en los criterios del bien y el mal porque, partiendo de la única base de que la sabiduría es mejor que la ignorancia, resulta evidente que, de todas las inclinaciones espontáneas, la que más destaque por su claridad mental será, si no intervienen otros factores, la mejor, la más acorde con el camino.

  El objetivo debe ser vivir con espontaneidad, sin ninguna finalidad, que no es lo mismo que “actuar simplemente por impulso”. Parece un poco contradictorio que se rechace la búsqueda de la verdad del idealismo y al mismo tiempo se propugne la “claridad mental”, “la visión objetiva” (¿no es ésta la pretensión de la ciencia?) y el que “la sabiduría es mejor que la ignorancia” (¿por qué motivo, si la ignorancia –como las ilusiones del paganismo, por ejemplo- también puede satisfacernos?). Además, si actuamos de acuerdo con “las necesidades de la situación” y la búsqueda del placer, y dado que esta “situación” nos viene impuesta por el entorno, resulta difícil que se nos pueda convencer de seguir el ideal de la teoría Gaia y que tengamos que sacrificarnos por él. El placer nos vendrá dado en la forma y ocasión que nos ofrezca esa situación dentro de la cual surgimos, exactamente igual que acontecía con los cazadores-recolectores, que vivían insertos en otra situación.

  De modo que el discurso de John Gray tiene que moderarse un poco también, de acuerdo con esa misma “situación” del momento.

No podemos alcanzar el desinterés amoral de los animales salvajes ni el automatismo sin elección de las máquinas. Quizá podamos aprender a vivir con mayor ligereza, con menor carga moral. Pero no podemos retornar a una existencia puramente espontánea.

  De todas formas, nos queda una nueva dicotomía: "verdad"/”visión objetiva”.

La verdad no cuenta con ninguna ventaja evolutiva sistemática sobre el error. Muy al contrario, la evolución favorece selectivamente cierto grado de autoengaño que mantenga inconscientes algunos hechos y motivos de modo que no se desvele, a través de las señales sutiles del conocimiento de uno mismo, el engaño.

La propia investigación científica lleva a la conclusión de que los seres humanos sólo pueden ser irracionales. (…)No niegan que la historia sea un catálogo de sinrazones, pero su remedio es simple: la humanidad debe ser (y será) razonable. Sin esa fe absurda, la Ilustración es un evangelio de desesperación

Seguiremos siendo buscadores de la verdad (más aún que en el pasado), pero renunciaremos a la esperanza de una vida sin espejismos. ¿De qué falsedades podemos llegar a librarnos y cuáles son aquellas sin las que no podemos vivir? Ésa es la pregunta; ése es el experimento.

  Pero tanto el “buscador de la verdad” como el “partidario de la visión objetiva” están de acuerdo en aceptar las conclusiones de la ciencia, y a estas alturas ningún psicólogo o antropólogo va a negar un hecho tan evidente como que los seres humanos vivimos en base a los instintos irracionales (innatos, como todos los instintos) pero que precisamente la “cultura” o “civilización” consiste en controlar racionalmente estos instintos mediante diversos recursos psicológicos con el fin de alcanzar mayor capacidad cooperativa. Y la historia no muestra este proceso como sinrazón: la prueba de ello es la progresiva disminución de la violencia social a lo largo del tiempo. Muchos instintos son contradictorios (agresividad y altruismo, por ejemplo) y son esas contradicciones las que la cultura, mediante “prueba y error,” ha ido explotando (reprimiendo la agresividad y estimulando el altruismo, por ejemplo) para construir la civilización, una comunidad planetaria de Homo Sapiens cuya meta (a largo y corto plazo) es alcanzar cada vez una mayor capacidad cooperativa.

  La inquietud de John Gray, como la de cualquier persona ilustrada y consciente, tiene que ver con las posibilidades de vivir en un mundo mejor. Y aquí encontramos un sorprendente pesimismo.

El progreso moral no ha sabido mantenerse al nivel del conocimiento científico: si fuésemos más inteligentes o más morales, podríamos utilizar la tecnología con fines exclusivamente benignos

Existe un progreso del conocimiento, pero no de la ética. Tal es el veredicto tanto de la ciencia como de la historia, y el punto de vista de todas y cada una de las religiones del mundo.

A medida que la cifra de víctimas mortales por el hambre y las epidemias ha ido decreciendo, han ido aumentando las muertes provocadas por la violencia.

  Esto no parece acertado. Si el mal, desde el punto de vista social, podemos juzgarlo según los obstáculos observables a la cooperación efectiva entre individuos (el mayor de los cuales es la agresión), todo parece indicar que en los últimos siglos ha aumentado la productividad, han disminuido las guerras, las agresiones y la precariedad, luego también ha habido progreso ético unido al progreso tecnológico.

Los pogroms son tan antiguos como la cristiandad, pero sin los ferrocarriles, el telégrafo y el gas venenoso no se podría haber producido ningún Holocausto. Siempre ha habido tiranías, pero sin los modernos medios de transporte y de comunicación, Stalin y Mao no podrían haber construido sus gulags. Los peores crímenes de la humanidad fueron posibles por culpa exclusivamente de la tecnología moderna.

  Ciertamente, los avances en la tecnología, por desgracia, no siempre han sido utilizados exclusivamente con fines benignos (consecuencia del proceso de “prueba y error”, el “dos pasos hacia delante y uno hacia atrás”) pero, si se cree en la evolución, entonces no puede esperarse más de todo esto que en cualquier otro caso de tendencia observable (en la evolución biológica también se dan muchas regresiones y callejones sin salida). Y el Holocausto no ha sido el peor crimen de la Humanidad. En realidad, lo que hizo Hitler con los judíos (en secreto) era lo mismo que hacían los pueblos de la Antigüedad con sus enemigos (y lo proclamaban públicamente, para ganar reputación de feroces), solo que con la diferencia de que cuando exterminaban a un pueblo vencido solían preservar a las mujeres para usarlas de concubinas (aunque sin duda también se darían excepciones en esto). El Holocausto es un hecho aberrante en la historia del siglo XX que nunca hubiera podido darse fuera de muy especiales circunstancias (una guerra prolongada) y que fue objeto –una vez llegó a saberse- de una condena social sin parangón. Todavía hoy los apologistas de los nazis niegan su existencia, en lugar de alardear de ello, como hacían al respecto de hechos similares los aztecas, los asirios o los griegos que arrasaron Troya.

   Y estas diferencias están sin duda relacionadas con cambios éticos en las costumbres (derechos humanos, libertades, expansión y prestigio de las conductas compasivas). Y el autor no lo niega, ¿entonces..?

Las mejoras en el gobierno y en la sociedad son  reales, aunque no son irreversibles, sino temporales. No sólo pueden perderse: se perderán con toda seguridad.

  El autoproclamado don de la profecía no es hoy en día, sin embargo, una de las cualidades más admiradas por los lectores.

  Con todo, en el libro hay observaciones realmente valiosas:

La moral es una enfermedad específica de los humanos, la vida buena es un refinamiento de las virtudes de los animales. 

Los seres humanos con una conciencia muy desarrollada no pueden evitar convertirse en actores.

Tendríamos que reconocer aquello que todos negamos: que ser bueno es cuestión de buena suerte.

  Parece correcto: vivir entre nuestros semejantes habría de convertirse cada vez más en una actuación, consciente, calculada y culturalmente organizada ("actuar" no es "mentir"), y no dejarlo todo como consecuencia de arrebatos e impulsos condicionados por el medio. Y, desde luego, la bondad no es algo fácil que pueda uno construir a capricho, se trata de un instinto animal más que debe ser objeto, en efecto, de un proceso de “refinamiento”. La propensión a la bondad –altruismo, antiagresividad o conductas prosociales- depende de muchas circunstancias externas cuya influencia en nosotros hoy por hoy es meramente casual (ya que la bondad no supone hoy por hoy una prioridad de nuestras pautas culturales).

  Y, por cierto, el “hombre natural”, el “pagano”, no creía en la suerte: el azar es una creación reciente de la civilización porque contradice la psicología instintiva del cazador-recolector que es, de por sí, supersticioso (de hecho, hasta puede demostrarse que los animales son supersticiosos, al aceptar fácilmente falsas pautas de causa y efecto).

  De ahí que…

El ateísmo es una flor tardía de la pasión cristiana por la verdad. (…) El cristianismo golpeó directamente la raíz de la tolerancia pagana de la ilusión.

  Muy bien visto: el descubrimiento del azar, como el del ateísmo, es fruto del idealismo contrario a la ilusión pagana. Ciertamente, las ilusiones pueden gratificarnos con placer, pero la civilización consiste en posponer las recompensas y satisfacernos durante el tiempo de espera mediante compensaciones psicológicas socialmente elaboradas que no tienen por qué corresponder a las ilusiones.

Si Nietzsche todavía tiene la capacidad de impactarnos, es porque mostró que algunas de las virtudes que más admiramos son sublimaciones de motivos que condenamos con la mayor de las energías, como la crueldad o el resentimiento. (…) No sólo tiene muy poco que ver la vida buena con la «moral», sino que, además, surge y crece gracias exclusivamente a la «inmoralidad». Los filósofos morales han eludido siempre esta verdad.

  Resulta difícil de creer que los filósofos morales de hoy sean tan cortos de vista. Las virtudes, las pautas de conducta que favorecen la mutua confianza y la plena cooperación universales, tienen un origen tan animal como toda la conducta humana y es precisamente el mérito del progreso social el haber construido elaboradamente los mecanismos psicológicos que subliman los impulsos más antisociales en otros prosociales. Esta construcción, como se ha dicho, ha tenido lugar mediante procesos de “prueba y error” que han incluido muchos fracasos.

  Veamos mejor la crítica a la ciencia, y el relevante papel que tiene en la sociedad laica de nuestra época.

Aunque haga disminuir la pobreza y paliar la enfermedad, la ciencia seguirá siendo utilizada para sostener la tiranía y perfeccionar el arte de la guerra.

  Pero esto es, de nuevo, algo que parece más bien una profecía y que no parece tampoco justificado por la historia: hoy hay más avances tecnológicos y también hay menos tiranías y menos guerras. Eso no debe llevarnos a la complacencia, puesto que deberíamos haber avanzado mucho más, pero negar la realidad no parece el camino correcto.

  Finalmente, parece haber un error de bulto desde el mismo principio de que “somos animales como los demás”:

Lo distintivamente humano no es la capacidad del lenguaje. Es la cristalización de ese lenguaje en forma de escritura.

  No. Lo distintivamente humano es el lenguaje simbólico (no cualquier tipo de lenguaje), la capacidad de representar ideas mediante abstracciones (escritas, habladas o incluso expresadas mediante lenguaje no verbal). Eso no lo tiene animal alguno (aunque, con esfuerzo, pueda inculcarse en algunos chimpancés), y eso es lo que lo cambia todo y explica la importancia de los ideales en la construcción de pautas culturales, y John Gray, a pesar de estar, aparentemente, bien informado acerca de los descubrimientos científicos, pasa por alto la cuestión.

  Como en el caso de muchos otros enemigos del cristianismo (Schopenhauer y Nietzsche, los más famosos) la ideología de John Gray hace pensar más bien en una protesta ante las decepciones que ha conllevado el lento desarrollo del humanismo del que se esperaba más para estas fechas. La protesta está justificada.

2 comentarios:

  1. La fascinación que producen ciertos autores no debe ocultar que están en contra de un principio elemental: "La verdad nos hará libres", fundamento del pensamiento científico. Si suena a axioma religioso es porque fue un pensamiento humano generado en un medio cultural religioso.
    Argumentación nulla ab initio en cuanto utiliza los mismos recursos epistemológicos que pretende descalificar.
    De todas formas poco se puede añadir al autor de este blog, que tan bien ha sabido detallar lo que merece la pena rescatar.

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  2. Al principio a mí todo esto me pareció un disparate: lo de ir contra la verdad, la ciencia y el progreso, pero después le he visto cierto sentido, porque se refiere a actitudes psicológicas. Recordemos que el origen de la superstición (que se ha estudiado que puede darse también en animales) está en la necesidad de buscar explicaciones a todo, y que el "azar" es uno de los grandes descubrimientos humanos. Por tanto, podemos sospechar con motivo, como hace John Gray, que la búsqueda de la verdad tiene orígenes irracionales, y conviene reflexionar acerca de en qué sentido debemos aplicar el esfuerzo humano.

    Mi idea personal es que tenemos que "buscar una verdad" que tenga tanto que ver con el desarrollo humano en sociedad como en las motivaciones individuales. En sociedad, nos guiamos por convenciones, mientras que en lo privado dependemos más de lo instintivo (que es necesario, y no convencional). John Gray dice que la vida humana es un sinsentido (y, además, contrario al orden natural), yo pienso que tiene sentido el desarrollo de las capacidades cooperativas y eso además coincide con la satisfacción de los deseos individuales (por las gratificaciones emocionales que puede proporcionar la vida cooperativa).

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