sábado, 24 de febrero de 2018

“Por qué cooperamos”, 2009. Michael Tomasello

  Michael Tomasello ha estudiado, entre otras cosas, a los llamados, "grandes simios", nuestros primos los chimpancés, gorilas y bonobos. Hay quien dice que no existe ninguna cualidad específica del Homo sapiens que no se de también en la mente y comportamiento de nuestros primos, y que toda diferencia entre nosotros y ellos se limita a ser cuantitativa: ellos son inteligentes, pero nosotros lo somos más; ellos construyen herramientas, pero las nuestras son mejores; ellos también se comunican entre sí, pero nosotros utilizamos el lenguaje hablado…

  Tomasello, tras investigar el comportamiento de los grandes simios y también el de los niños muy pequeños -cuyo comportamiento no puede estar aún influido por la educación y el entorno- concluye sin embargo que sí que existen diferencias cualitativas entre nuestro comportamiento y el de estos otros sujetos actuantes. Y que la diferencia más notable, la clave de nuestra especificidad, es nuestra aptitud para la cultura cooperativa dentro de una rica vida social.

Hay dos características de la cultura humana claramente observables que la marcan como cualitativamente única. La primera es lo que ha sido llamado la evolución cultural acumulativa. Los artefactos humanos y las prácticas de conducta con frecuencia se hacen cada vez más complejos a lo largo del tiempo.  (…) El segundo rasgo de la cultura humana claramente observable que lo marca como única es la creación de instituciones sociales. Las instituciones sociales son conjuntos de prácticas de conducta gobernadas por varias clases de normas mutuamente reconocidas.

Hemos elegido aproximarnos a estos problemas [el origen y base de la cooperación humana] mediante estudios comparativos de niños humanos y de sus parientes primates más próximos, especialmente los chimpancés (…) Nuestra investigación empírica sobre la cooperación en niños y chimpancés se centran en dos fenómenos básicos: a) Altruismo: un individuo que se sacrifica de alguna manera por otro, y b) Colaboración: múltiples individuos trabajan juntos para el beneficio mutuo

  Tomasello considera que los humanos conocemos un tipo especial de cooperación social que ni los chimpancés ni ningún otro tipo de animal social (ciervos, lobos u hormigas) puede conocer: la intencionalidad compartida

La intencionalidad compartida implica (…) la capacidad para crear con otros intenciones conjuntas y compromisos conjuntos en empeños cooperativos. Estas intenciones y compromisos conjuntos se estructuran en procesos de atención y mutuo conocimiento conjunto.

  Esto lo cambia todo. Y nacemos así.

La intencionalidad compartida [equivale a la] relación triádica del “yo” tanto con un socio como con los objetos de acciones dirigidas a una meta (…) Los niños pueden construir el triángulo de la intencionalidad compartida al final del primer año, al equiparse con el poder del lenguaje natural

  La intencionalidad compartida tendría un origen meramente práctico a la hora de obtener mayor fruto de la cooperación, pero sus consecuencias psicológicas habrían sido mucho mayores.

Los humanos, desde este punto de vista, están impulsados de forma natural a cooperar el uno con el otro y a compartir información, tareas y fines. De esta capacidad surgen todos los otros logros distintivos nuestros, del uso de herramientas a las matemáticas y los símbolos

  La intencionalidad compartida está relacionada con algunas otras características propias del ser humano. Aunque éstas sí son diferenciadas cuantitativamente y no cualitativamente. Los humanos somos altruistas, y los grandes simios también lo son (pero menos). Los humanos son inteligentes, y los grandes simios también lo son (pero menos).

Los chimpancés [sí] se implican en el mismo comportamiento [de ayuda que los niños muy pequeños en experimentos, pero] en los varios paradigmas de ayuda [en los que sí se ayuda a otros], los chimpancés no están en posición de conseguir comida para ellos, de modo que sus propias necesidades y estrategias competitivas no predominan

  Es decir, que el chimpancé no puede prestar atención a otros en caso de que él se halle en “modo de búsqueda de su propia necesidad”. Esto no quiere decir meramente que primero busque satisfacer su propia necesidad (lo que sucede, por lo general, con todo ser vivo), sino que, aunque la haya satisfecho, carece de iniciativa para extender su deseo de propia satisfacción al caso de un extraño. Es como si el impulso de satisfacer la propia necesidad desconectara durante un periodo prolongado su limitada capacidad de ayuda. Así se ha observado en experimentos.

  Y…

Cuando las madres [chimpancés] sí transfieren comida a sus hijos más activamente era siempre -100% de las ocasiones- la parte menos sabrosa del alimento que ellas comían. Esto es, las peladuras, las cáscaras. Eso es más de lo que harían por otros adultos o por hijos que no sean suyos, de modo que hay claramente algunos instintos maternales activos aquí. 

  Esto en cuanto a la limitación del altruismo (bondad) en los chimpancés. En lo que a la inteligencia se refiere, los humanos han podido desarrollar normas de control social, moralidad, algo que permite el alcanzar el bien común con más facilidad de lo que sucede con los grandes simios, limitados por el instinto.

Mediante procesos que no comprendemos muy bien, aumentaron las expectativas mutuas y quizá los individuos intentaron inducir a otros a comportarse de forma diferente (…) Si el equilibrio [en comportamiento prosocial] es gobernado por expectativas mutuamente reconocidas de comportamiento que todos los individuos tratan de hacer cumplir, podemos comenzar a hablar de normas o reglas sociales

    Inducir a otros a comportarse de forma diferente es costoso. Implica que cada miembro del grupo tiene que poner inteligencia y esfuerzo en controlar el comportamiento de los demás. y, además, eso exige cierta imaginación, cierta capacidad para predecir el futuro (expectativas).

  En resumen

Para ir de las actividades de grupo simias a la colaboración humana, necesitamos tres conjuntos básicos de procesos. El primero y más importante es que los primeros humanos habían de evolucionar algunas serias habilidades y motivaciones socio-cognitivas para coordinarse y comunicarse con otros en formas complejas que implicasen metas comunes y una coordinada división del trabajo entre varios roles –lo que yo llamaré habilidades y motivaciones para la intencionalidad compartida-. Segundo, para incluso comenzar con estas actividades colaborativas complejas, los primeros humanos habían primero de hacerse más tolerantes y confiados los unos en los otros que los simios modernos, quizá especialmente en el contexto de la comida. Y tercero, estos humanos más tolerantes y colaboradores habían de desarrollar algunas prácticas institucionales a nivel de grupo implicando normas sociales públicas y la asignación de un estatus deóntico a los roles institucionales

  Una reflexión que puede surgir de estas consideraciones sobre el origen y mecanismos de la cooperación humana es que el mero planteamiento del beneficio común (mutualismo) resulta insuficiente.

Los chimpancés son capaces de colaborar efectivamente en tareas conjuntas, pero los mismos chimpancés muestran poca preocupación por el bienestar de otros. Así que el mutualismo no necesariamente te hace bondadoso

  En teoría, no hace falta la bondad para desarrollar el beneficio común. Pensemos ya no solo en el liberalismo económico (donde “la mano invisible” del mercado hace que la búsqueda del beneficio egoísta de cada uno acabe beneficiando a todos) sino también en la teoría marxista, su puro “materialismo histórico” que para nada apelaba a los buenos sentimientos “burgueses”; la motivación para cooperar en el establecimiento de un sistema marxista podía ser asumida por un psicópata: yo voy a la huelga contra el patrono explotador o a la guerra contra los mercenarios de la burguesía por mi propio interés de no seguir siendo explotado; mientras que un sacerdote cristiano que predique la bondad es indiferente a que se cambie el sistema económico de explotación porque la práctica de la bondad por sí misma ya lo solucionaría todo.

  Sin embargo, el planteamiento del marxista está más próximo al comportamiento del chimpancé y el planteamiento del sacerdote cristiano es más propiamente humano… desde el punto de vista del materialismo de la psicología. Y esto es así porque el interés del individuo no puede ponerse en beneficios inciertos a muy largo plazo.

  Yendo a la huelga contra el patrono, las cosas pueden salirme mal y me quedo sin trabajo y en la miseria. Yendo a la guerra contra los mercenarios de la burguesía pueden matarme, y eso supone perderlo todo. Es más productivo arriesgarse menos. Las motivaciones del cambio social, por tanto, no pueden ser del tipo “mutualista” (yo doy a cambio de que me den), sino de tipo psicológico, emocional: en realidad, el militante marxista lo que busca obtener no es más beneficio material para sí mismo sino “dignidad”, un sentimiento del tipo del “amor propio” o “honor”; no quiere sentirse “humillado” aceptando ser objeto de una injusticia (y aunque ese tema no tiene que ver directamente con la cuestión del origen de la cooperación, está claro que tales motivaciones ni altruistas ni mutualistas tienen derivaciones en psicología social que explican la inusitada violencia y el fracaso social del marxismo, porque el amor propio, la dignidad y el honor suelen llevar a efectos conflictivos no deseados en la relación con otros semejantes en general; no solo con “los enemigos de clase”). En suma, que el mutualismo resulta poco práctico y no se adapta bien a la concepción de la vida humana, con su subjetivismo emocional y su visión del tiempo a largo plazo; por no hablar del mero inconveniente material de que si yo te doy una manzana a cambio de que tú me des una banana… ¿qué hacemos si tú no tienes ahora la banana disponible?, ¿o si tú ya has comido y no te interesa mi manzana?.

  Por lo tanto, es el altruismo el que resulta imprescindible para la cooperación humana efectiva. Puesto que el mutualismo es de corto recorrido, son los impulsos bondadosos, que permiten satisfacer la necesidad ajena en cualquier momento, sin condición alguna, los que resultan mucho más prácticos. Y nuestra inteligencia debería ponerse al servicio de su utilización y mejora. Cuando menos, parece que, en el Homo sapiens, tales impulsos altruistas son innatos…

En el estudio [con niños pequeños, estos] ayudaban a los adultos a resolver cuatro diferentes clases de problemas: traer objetos fuera de alcance, quitar obstáculos, corregir un error del adulto y elegir los medios de conducta correctos para una tarea

  Lo ideal para impulsar la cooperación sería un altruismo extremado, pero de momento aquello con lo que contamos es “un cierto altruismo” que puede conjuntarse con la racionalidad práctica de la cooperación por el beneficio mutuo.

  La solución para mejorar la cooperación sería entonces sacar el mejor partido del altruismo que tenemos mediante el proceso de socialización

El desarrollo de las tendencias altruistas en los niños pequeños es claramente moldeada por la socialización. Llegan al proceso con una predisposición para la ayuda y la cooperación. Pero después aprenden a ser selectivos sobre a quién ayudar, informar y con quién compartir, y también aprenden a gestionar la impresión que hacen en los otros –su reputación pública y para sí mismos- como una forma de influir las acciones de los demás hacia sí mismos

  Y aquí Tomasello nos da informaciones valiosas y muy prácticas. Por ejemplo, el interés en la exposición de la necesidad de otros (promover el altruismo activando la empatía).

El comportamiento de ayuda de los niños pequeños se ve mediado por la preocupación empática (…) Los niños que mostraron mayores miradas de preocupación hacia una víctima [de, por ejemplo, un acto de vandalismo] tuvieron una mayor tendencia a ayudarla

  Y la importancia de los comportamientos de imitación y emulación a la hora de mejorar el uso del altruismo.

Muchas investigaciones han mostrado que la así llamada “educación parental inductiva” – en la cual los adultos se comunican con los niños acerca de los efectos de sus acciones en los demás y sobre la racionalidad de la acción social cooperativa- es el estilo de educación parental más efectivo para alentar la interiorización de las normas y valores sociales. Tal educación parental inductiva funciona mejor debido a que correctamente asume que un niño ya está dispuesto a hacer una elección en sentido cooperativo.

  En conjunto, en este como en otros muchos buenos libros acerca de la “naturaleza humana”, se nos dan indicaciones que permiten cierto optimismo: el altruismo existe y puede ser desarrollado. Nuestra cooperación propiamente humana es así como ha llegado a existir. Y es así como puede llegar a mejorarse hasta límites que nos son aún desconocidos.

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