viernes, 15 de septiembre de 2017

“La maldición de la autoconsciencia”, 2004. Mark R. Leary

El “yo” se refiere al aparato mental que permite a la gente (y a unas pocas especies de animales) pensar conscientemente sobre sí mismos

  Pensamos, luego existimos. Nada es más importante que nuestra propia existencia, y sin embargo, el origen de la existencia del “yo“ autoconsciente en el Homo Sapiens se encontraría en resolver algunos problemas prácticos de la vida cotidiana de nuestros lejanos antepasados cazadores-recolectores y no tanto en realzar el valor de nuestra propia existencia.

Un animal con un “yo” puede crear representaciones mentales de sí mismo, lo que le permite pensar sobre sus propias características y comportamientos

Es posible que la principal función del “yo” sea proporcionar una forma de que la gente supere sus inclinaciones automáticas

  Si nuestra existencia consciente es la que da valor a nuestras vidas (porque nosotros mismos somos los que la valoramos), ¿cómo se puede llegar a decir que la autoconsciencia es una “maldición”? ¿No equivale eso a decir que es una maldición el haber nacido? Pero el psicólogo y neurocientífico Mark R Leary se refiere a otra cosa…

Comparados con las metas a corto plazo de nuestros antepasados prehistóricos, muchos de los resultados por los cuales luchamos hoy están situados muy lejos en el futuro (…) Debido a que las condiciones bajo las cuales vive la gente hoy son muy diferentes de aquellas bajo las cuales evolucionó la autoconsciencia, el beneficio que ésta proporciona se encuentra ahora acompañado por numerosos inconvenientes. (…) El “yo” es como los sistemas corporales que controlan la alimentación humana. La inclinación natural por el azúcar y las grasas que facilitaron la supervivencia de los humanos prehistóricos se ha convertido en un detrimento de la salud de las personas que viven en una sociedad que puede fácilmente obtener grandes cantidades de dulces y grasas en el supermercado o en un restaurante barato (…) Este libro es sobre el lado negativo –la maldición- de tener un “yo” autoconsciente en la vida moderna

Los humanos prehistóricos que vivían en un entorno limitado y conocido estaban probablemente menos perturbados por la autorreflexión que la gente de hoy. Con poca razón para mirar más allá de un par de días por delante, nuestros antepasados prehistóricos no se preocupaban mucho por su futuro. (…) Quizá los “yo” autoconscientes de la gente de la prehistoria eran más una bendición y menos una maldición de lo que lo son los de la gente de hoy.

Comprender cómo el “yo” crea muchos de nuestros problemas puede proporcionarnos importantes perspectivas acerca de la naturaleza de la condición humana y ofrecernos soluciones acerca de cómo podemos contraactuar muchos de los efectos negativos de la condición autoconsciente

    Uno de los peores efectos sería el de la “charla interior” cuando alcanza el estado de “rumiación”, cuando gira de forma insistente acerca de hechos lamentables pasados e irremediables… Para algunas personas, esto supone una tortura.

La mayor parte de la charla interior de la gente no le ayuda a anticipar problemas, afrontar dificultades o mejorar la cualidad de sus vidas. Ciertamente, la charla trata sobre todo con problemas del pasado y futuro, pero raramente esta clase de rumiación realmente ayuda a la gente a mejorar sus vidas

  La presencia constante de esta voz interna que nos retrotrae al pasado y especula, a veces muy fantasiosamente, acerca de nuestro futuro, es un fenómeno tan característico de nuestra existencia autoconsciente que cierto estudioso ha presentado una atrevida especulación al respecto:

Según [Julian] Jaynes, la gente de antes de 1000 ac [Era Axial] estaba de hecho “hablándose a sí misma” en sus mentes de la misma forma que se hace hoy; pero simplemente no lo sabían. No teniendo la capacidad de darse cuenta de que eran la fuente de las voces que oían en sus cabezas, llegaron a la conclusión razonable de que las instrucciones, ideas y avisos que recibían llegaban de fuentes externas

  De esa forma se explicaría en parte las creencias en seres sobrenaturales y su acción en la vida de los individuos, y cómo una percepción diferente habría llevado a innovadoras concepciones introspectivas de la religión (ya no se trataría de aplacar a las voces extrañas en nuestra propia cabeza, sino de comprendernos a nosotros mismos, que es algo muy diferente).

  Por todo ello, no ha de sorprendernos que la filosofía oriental haya tratado, por encima de todo, de acallar esta angustiosa inquietud…

Los sabios taoístas y budistas se dieron cuenta de que mucho del sufrimiento humano podía estar originado directamente en el “yo” autoconsciente

Las principales religiones orientales –hinduísmo, budismo  y taoísmo- así como muchas religiones indígenas, adoptan un punto de vista diferente [al de las religiones occidentales] para resolver el problema del “yo” autoconsciente. Más que intentar cambiar o controlar el “yo” como hacen las religiones occidentales, estas visiones del mundo intentan reducir los problemas creados por el “yo” al aquietarlo o incluso anularlo.

  No vendría mal considerar, en lo que se refiere a estas disciplinas en cierto modo de autoaniquilación, el que también

el masoquismo es, en el fondo, una forma de escapar del “yo” autoconsciente

  Sin embargo, la civilización que ha incrementado la capacidad del ser humano para controlar su entorno no ha ido por ese camino. Más bien parece que nos hemos adentrado cada vez más en la introspección: hemos desarrollado la literatura narrativa (novela), la psicología y el humanismo en general. Ciertamente, los males de la autoconsciencia, del “yo”, parecen evidentes –el estado de “flujo”, que tanta satisfacción proporciona, ¿no es una evasión de la autoconsciencia?- pero, al mismo tiempo, renunciar a la existencia autoconsciente nos resulta poco deseable… porque es precisamente lo que nos hace existir.

Si no podemos volver a una época anterior al “yo”, la única salida es hacia delante, a un estado de la mente en el cual usaremos nuestro “yo” cuando lo necesitemos, pero que no nos hará esclavos de cada capricho egocéntrico y egoísta. Podemos ser capaces de ir hacia un estado no egocéntrico al combinar con éxito (…) aquietar el “yo”, promover el ego-escepticismo, reducir el egoísmo y la actitud egodefensiva, y desarrollar un autocontrol óptimo.

Los cambios en cómo la gente intenta tratar el uno al otro [para mejor] reflejan la habilidad del ”yo” para juzgarse a sí mismo, imaginar un futuro mejor y controlar los impulsos más básicos de la gente. Irónicamente, el “yo” puede ser una de nuestras mejores armas contra el “yo”

  Entre los problemas que genera el “yo” autoconsciente y que el mismo “yo” autoconsciente podría ayudarnos a resolver tenemos unos cuantos que vale la pena enumerar:

La capacidad para autorreflexionar distorsiona nuestras percepciones del mundo, nos lleva a extraer conclusiones inexactas sobre nosotros mismos y otras personas, y así nos hace tomar malas decisiones basadas en información defectuosa

  La solución podría estar en intercambiar perspectivas con otros observadores en un marco de confianza… (Al fin y al cabo, existe también la teoría de que la autoconsciencia surge para lidiar con los problemas entre individuos dentro de una comunidad: aprender a tomar la perspectiva de los otros).

La ansiedad anticipatoria ante la muerte parece ser una característica únicamente humana

  Aquí una sugerencia va en el sentido de tratar este problema desde un punto de vista meramente práctico, como una fobia muy generalizada…

Uno debería reconocer lo absurdo de alimentar la propia infelicidad al reflexionar sobre el hecho de que uno no desea estar en un lugar determinado o que estar en otra parte sería mucho mejor

   La insatisfacción, al fin y al cabo, es el incentivo que nos permite superar los problemas y el conformismo no es tampoco lo solución. ¿Debemos conformarnos con hallar “el justo medio”? Quizá la solución sería buscar compensaciones a la infelicidad, de entre la gran riqueza de recursos en una sociedad bien organizada.

Visto desde la perspectiva de la teoría de la identidad social, mucho del prejuicio, discriminación y conflicto está basado en procesos por los cuales las personas piensan de ellas mismas como entidades sociales. A medida que la gente desarrolla su concepto de quiénes son, parte de su autodefinición incluye el grupo social y las categorías a las cuales ellos pertenecen. (…) Lo que la gente no llega a apreciar es el grado en el cual las categorías que acostumbran a usar para distinguirse ellos mismos de otras personas son en general irrelevantes y arbitrarias (…) El “yo” autoconsciente convierte diferencias objetivamente triviales en gigantescos abismos de separación

  El sesgo endogrupal es, junto con la agresividad y el miedo a la muerte, uno de los grandes problemas de la existencia humana. Pero en cierto modo es una renuncia al “yo”, pues éste debería ser individual y no grupal.

La gente trata a los otros a los que incorporan como parte de sí mismos de forma diferente a aquellos que no ven como parte de su propio “yo”

  Lo mismo se puede decir de esta cuestión: desplazar el propio “yo” a la existencia de extraños, vivir "por delegación" en otros, implica, en cierto modo, desdibujar el bien definido “yo” individual…

Las relaciones de la gente se ven afectadas por la preocupación de evaluarse a sí mismos favorablemente. Nuestra elección de amigos y parejas, y cómo reaccionamos al éxito de estos amigos y parejas, se ven afectados por nuestro propio deseo de sentirnos bien con nosotros mismos

  Y todo esto forma parte de otro grave problema, muy relacionado con el “yo”, pero no necesariamente con lo esencial de la autoconsciencia, que es el amor propio, y que Leary no aborda en su libro directamente, aunque sí que hace referencia al ego de las personas con “alta autoestima”.

La gente con alta –no baja- autoestima es más probable que se muestre violenta cuando su ego se siente amenazado (…) La agresión es una reacción a una discrepancia entre la autoimagen más favorable de uno y la visión aparente de uno mismo por parte de otros

    Hay algo original e incluso políticamente incorrecto en destacar que los egos violentos proceden de quienes tienen alta autoestima. Quizá no estuvieran entonces tan equivocados los mandatos cristianos acerca de la humildad. ¿Obra el humilde en contra de su existencia como “yo” autoconsciente? Pero el santo cristiano, a diferencia del santo budista o taoísta, no utiliza la humildad para evadirse de su autoconsciencia. Muy al contrario, el santo cristiano, al ser humilde, se centra en la propia percepción de una virtud autosuficiente que se construye a partir de la propia aceptación de su conciencia individual que busca ser objetiva, sin ocultar sus defectos y debilidades. Lo que combate la humildad no es el propio “yo”, sino la autoimagen más favorable de uno y la visión aparente de uno mismo por parte de otros, es decir, uno de los efectos negativos de la autoconsciencia. Quizá una conclusión que se podría sacar de esto es que el error de la autoconsciencia se encuentra en tratar de exportarla al mundo social. Propiamente, la existencia autoconsciente es un asunto privado, el más privado de todos, y la autoconsciencia solo debería compartirse en un entorno extraordinariamente limitado y controlado que fuese propio de la extrema confianza. Por ejemplo, el entorno que propone el “amor cristiano”… que es accesible solo a los humildes (para los cuales el ego no es socialmente conflictivo). Este tipo de entorno es una propuesta especialmente innovadora para la existencia humana, sobre todo si tenemos en cuenta que el hombre primitivo –el “hombre en estado de naturaleza”- apenas conoce la privacidad, mientras que para el humilde que cultiva su propia virtud prosocial la privacidad lo es todo: en el cristianismo, incluso el esclavo es el único dueño de su propia alma que solo responde ante Dios (una abstracción de la virtud suprema).          

  Por otra parte, en tanto que nos desarrollamos como individuos en sociedad, nuestra existencia se correlaciona con un rol que se atiene a reglas funcionales dentro de un grupo. Ahí no habría cabida para la autoconsciencia. Es solo en el plano íntimo en el que, desarrollando una idea de virtud simbólicamente expresada, el individuo puede y debe cultivar su existencia autoconsciente y, bajo especiales condiciones culturalmente construidas, darle gradualmente forma dentro de un entorno comunitario que permita la más alta cooperación a todos los niveles. Un ejemplo de ello actual serían las relaciones familiares vinculadas por fuertes lazos afectivos. Quizá el futuro nos permita descubrir formas más extensas y adaptables a la vida social. Conocer los efectos contraproducentes de una autoconsciencia mal expresada puede ayudarnos a ello.  

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