lunes, 15 de agosto de 2016

“Manual de Psicología Moral”, 2010. John M. Doris (Editor)

   John M . Doris encabeza un equipo de hasta veintidós estudiosos más (entre ellos Joshua Greene) denominado "Grupo de Investigación de Psicología Moral". En el volumen que Doris edita se recopilan algunos de los trabajos más innovadores en este apartado de las ciencias sociales.
 
La disciplina de la psicología moral es, como el nombre hace pensar, una investigación híbrida, informada tanto por la teoría ética como por el hecho psicológico

Las cuestiones centrales en el campo [de la psicología moral son:] ¿cuál es la naturaleza del juicio moral?, ¿por qué la gente se comporta bien o mal?

Los comportamientos prosociales son adaptativos porque ayudan a los individuos a cosechar los beneficios de las interacciones cooperativas para evitar sanciones y para promover la prosocialidad entre los socios


   Un punto de vista bastante asumido es que las relaciones sociales de moralidad son un hecho diferencial propio de la especie humana con respecto a todos los demás seres vivos.

Siguiendo los pasos de Darwin, numerosos filósofos, psicólogos, antropólogos y biólogos (…) coinciden en la provocativa afirmación de que la moralidad es una parte evolucionada de la naturaleza humana, como la tendencia a tejer redes es una parte evolucionada de la naturaleza de las arañas

La evidencia sugiere que la gente está dotada con una capacidad de raciocinio que es específica al ámbito de las normas. Mientras que las personas razonan pobremente acerca de asuntos no normativos, están predispuestas al razonamiento sobre asuntos normativos (…) La existencia de un sistema cognitivo que parece dedicado específicamente a producir buen razonamiento sobre normas desde una edad temprana proporciona alguna evidencia sugestiva de que la cognición normativa es una adaptación
 
  Esto se considera probado cuando se llevan a cabo algunos experimentos psicológicos. En estos, a la hora de resolver problemas lógicos (del tipo de la "Tarea de selección de Wason") determinadas estructuras de pensamiento nos resultan difíciles en comparación a lo fácil que son afrontadas por los computadores, y sin embargo, cuando las mismas estructuras lógicas aparecen en problemas de tipo moral o de normas sociales, las dificultades disminuyen asombrosamente.

  Así pues, somos “animales morales”. Eso significa que tenemos una tendencia inconsciente a juzgar los actos de nuestros semejantes en cuanto a que sean o no beneficiosos para el bien común, y a posicionarnos públicamente con respecto a ello (asignando reputaciones a los individuos en base a su comportamiento). No nos bastamos con seguir nuestros intereses en la medida en que no choquen con los intereses ajenos, sino que nos vemos afectados emocionalmente ante cualquier actitud (propia y ajena) que vaya en contra de las normas. Nos interesa informarnos con respecto a la reputación de los demás así como crearnos una reputación con respecto a si somos o no cumplidores de las normas que garantizan los intereses comunes. 

  Lógicamente, el comportamiento altruista, el del individuo que es capaz de obrar, en ocasiones, no en provecho propio, sino en el provecho ajeno, es el que goza de mejor reputación y el que genera una mayor confianza en las relaciones sociales. La forma más sencilla de altruismo es el altruismo recíproco, en el que yo obro en tu beneficio a cambio de que tú, en un momento y situación dados, obres también en el mío.

El altruismo recíproco puede explicar la selección del comportamiento altruista solo si nuestros antepasados eran capaces de discriminar entre aquellos individuos que no actuaban de forma recíproca (los que engañaban) y aquellos que sí actuaban de forma recíproca. Esto es, solo si eran capaces de recordar quién hizo qué.

  Esta capacidad de discriminar entre los que obran justamente (recíprocamente) solo puede ser consecuencia de un gran desarrollo de la memoria e inteligencia. No es fácil detectar los engaños y ser exactos a la hora de asignar una reputación. Al fin y al cabo, los que engañan también son inteligentes y racionales, y en tanto que individuos es explicable que quieran beneficiarse del bien común al menor costo posible (egoísmo) por lo cual también tratarán de engañar de la forma más eficaz posible. Además, en su origen, los seres humanos vivían en grupos pequeños, donde todo el mundo conocía a todo el mundo y se veían unos a otros casi todos los días, mientras que hoy, en nuestras grandes concentraciones de población, identificar al que merece la peor o la mejor reputación es mucho más difícil. 

  Por eso determinar la reputación no es hoy un proceso meramente racional. Sería prácticamente imposible encontrar criterios precisos de buen o mal comportamiento cívico.

Los datos que hemos estado revisando sugieren fuertemente que las emociones están activas con regularidad y con seguridad durante los episodios de cognición moral

  Toda psicología moral se basa tanto en factores emocionales como racionales. Un aparcamiento incorrecto y una estafa son infracciones contrarias al bien común, pero generan reacciones emocionales totalmente diferentes. 

  La expresión más convencional de los juicios morales toma la forma cognitiva de la heurística

La heurística incluye cualquier atajo mental (…) que generalmente funciona bien en circunstancias comunes pero que también puede llevar a errores sistemáticos en situaciones inusuales. Esta definición incluye reglas tales como (…) “cree lo que los científicos te cuentan sobre el mundo natural más que a los sacerdotes” (…) En lugar de investigar directamente si el objeto tiene el atributo buscado, el creyente usa información sobre un atributo diferente, el atributo heurístico, el cual es más fácil de detectar (…) La heurística normalmente opera inconscientemente (…) La clave de la heurística es que sea lo suficientemente rápida y concisa para que sea útil en la vida real

  Los criterios de moralidad suelen agruparse en dos visiones teóricas principales, el utilitarismo y la deontología. El utilitarismo es esencialmente práctico, y determina los criterios morales en base a sus consecuencias probables a fin de conseguir el mayor bien para el mayor número.

Lo que un utilitario ve como una heurística moral (¡no mentir nunca!) puede ser considerado como un principio moral autónomo por un deontologista

  El sueño de la deontología es hallar principios morales universales que puedan aplicarse a todo entorno y situación. Para eso sería preciso hallar principios lógicos respaldados emocionalmente en función del interés moral (conducta individual adaptada al interés común). Esto, de momento, no parece posible, como demuestra la evolución de las culturas que determina diferentes criterios morales en una sociedad a lo largo del tiempo.

La variación que se observa entre diversas culturas en los juegos económicos [tipo "dictador" o "ultimátum"] sugiere que la cultura puede contribuir a cómo la gente construye su concepción de la justicia 

  Se menciona el ejemplo de pueblos que están adaptados a una forma estricta de reciprocidad y que han interiorizado este mecanismo lógico inconscientemente. Por ejemplo, el caso de la cultura en la que tú no puedes hacer un regalo a alguien sin esperar que te sea devuelto equitativamente; en una cultura así se puede considerar ofensivo tanto que no te devuelvan el regalo como que tú hagas un regalo a otro sabiendo que el receptor no está en condiciones de devolvértelo… 

Las reglas morales son un factor crucial en los procesos psicológicos que llevan a los juicios morales (…) Las reglas morales pueden jugar un papel causal importante en las inferencias sin que este proceso sea accesible conscientemente   

  Uno de los pocos principios morales que podrían ser considerados universales sería el de la intención del que actúa moral o inmoralmente… Sin embargo, incluso el Código Penal considera de forma muy diferente los actos según las consecuencias, con relativa indiferencia en cuanto a la intención. Y esto se basa en principios emocionales:

La gente le atribuye casi tanta culpa a las malas intenciones como a las malas acciones, pero casi nunca se alaba las buenas intenciones en comparación con las buenas acciones 

La gente está dispuesta a decir que un agente es responsable por un daño severo incluso cuando el comportamiento de ese agente es solo muy ligeramente negligente, mientras que se niegan a decir que el agente es responsable de daños ligeros a menos que el agente sea muy negligente


  La explicación puede estar en la conveniencia de que se exija más atención a la hora de efectuar actos con consecuencias graves para el bien ajeno, por mucho que se tenga buena intención. En nuestra cultura actual, un acto mal intencionado que daña levemente a uno no puede valorarse peor que una negligencia que mata a cien por el motivo práctico de la utilidad preventiva del reproche.

  Otra cuestión es el situacionismo: el factor emocional causado por el entorno que interfiere en el juicio moral

Se ha descubierto que los sujetos que acaban de encontrar una moneda son veintidós veces más propensos a ayudar a una mujer a la que se le han caído unos papeles que los sujetos que no han encontrado la moneda (…) Es cinco veces más probable que se ayude a un hombre aparentemente minusválido al que se le han caído unos libros cuando el ruido ambiente está a niveles normales que cuando hay cerca una ruidosa segadora de césped.

   La conclusión positiva que podemos alcanzar a este respecto es que, conociendo los factores que influyen en el comportamiento moral, podemos influir en ellos. 

Existe un importante papel a jugar por la razón práctica. Por ejemplo, la formulación proactiva de metas y actitudes personales que apunta explícitamente a factores situacionales pre-identificados como problemáticos podría en ocasiones disminuir la influencia de las tendencias automáticas indeseables

     Tal como muestran los experimentos en psicología social, podemos ejercer algún control sobre los factores situacionales ya que no ser inmunes a ellos. Si sabemos que ponernos de buen humor por haber encontrado una moneda nos predispone a ayudar a otros, entonces sería una buena idea –práctica- el tratar de darnos los unos a los otros momentos agradables que favorecerían en general una actitud positiva y altruista. No se trataría tanto de tirar monedas al suelo, sino de intencionadamente ejecutar comportamientos amables y otros detalles que estimulen actitudes positivas en los demás.

Hay todavía un importante papel para la aplicación estratégica de los poderes individuales de deliberación, automonitorización y autocontrol, [pero] debe ser suplementado con atención sistemática a la manera en que los procesos cognitivos internos interactúan con factores del entorno tales como las relaciones interpersonales, marcos sociales y organización, y estructuras institucionales

  Este comentario se hace en este libro, precisamente, con razón de los terribles experimentos de psicología social del tipo “Milgram" (dañar a otros por obediencia). Si queda demostrado que los factores del entorno pueden llegar a ser decisivos –por ejemplo, que estemos habituados a obedecer las jerarquías y las exigencias que son manifestadas en actitud autoritaria-, una buena prevención será siempre eludir ese tipo de relaciones personales en la vida cotidiana, incluso aunque nos parezcan necesarias, y buscarles alternativas.

  Creer sobre todo en la fuerza de la voluntad y en el carácter inamovible de las convicciones morales (deontología) podría ser un grave error a la hora de enfrentarnos a situaciones inesperadas del mundo real. La alternativa informada por las ciencias sociales tiene que ver con que participemos en el control del propio entorno y en que predispongamos a los individuos (sobre todo a nosotros mismos) a actuar en su propia mejora moral conociendo los obstáculos a los que han de enfrentarse. Este conjunto de acciones sociales con efectos generales a favor del comportamiento moral (emocionalmente interiorizado) es lo que llamamos “moralización”.
 
La moralización, que crucialmente implica elementos emocionales, ha tenido efectos en la promulgación del vegetarianismo y en el descenso de la aceptabilidad de fumar. 
 
  El proceso de moralización es el fenómeno esencial del desarrollo civilizatorio y se refiere, desde luego, a cuestiones mucho más graves que el vegetarianismo o dejar de fumar, tales como los derechos humanos o la justicia social. Hoy por hoy el proceso de moralización no es objeto de una acción social específica, sino que se desarrolla de forma evolutiva a partir de múltiples acciones sociales inconexas (religión, educación, reformas legales, cambios económicos…). Queda para el futuro una organización coherente y racional del proceso de moralización, que sería a su vez la primera elaboración intencionada racional y a gran escala del proceso de civilización.

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