lunes, 31 de marzo de 2014

“Contra nuestra voluntad”, 1975. Susan Brownmiller.

  En 1975, el feminismo en las naciones más desarrolladas había alcanzado su madurez como movimiento social reivindicativo. La injusticia de la desigualdad sufrida por las mujeres en el pasado ahora se combatía con la ley, pero a nivel cultural perduraban las secuelas del machismo omnipresente durante todo el desarrollo histórico anterior, y a nivel científico perduraba la sospecha de que en la opresión sufrida por la mujer podrían estar involucrados factores innatos del comportamiento humano.

  De entre todos los abusos sufridos por las mujeres, sin duda uno de los más atroces es la violación.

Para una mujer, la definición de violación es bastante sencilla. Una invasión sexual del cuerpo mediante la fuerza, una intrusión dentro del espacio interior, privado y personal, sin consentimiento, constituye una violación de la integridad emocional, física y racional, y es un acto de violencia hostil y degradante.

  ¿Por qué violan los hombres a las mujeres? Para la escritora feminista Susan Brownmiller, no es por mero deseo sexual.

La violación es un proceso consciente de intimidación, mediante el cual todos los hombres mantienen a todas las mujeres en situación de miedo.

Un mundo sin violadores sería un mundo en el cual las mujeres se moverían libremente, sin temor a los hombres. El hecho de que algunos hombres violen, significa una amenaza suficiente como para mantener a las mujeres en un permanente estado de intimidación (…) Los violadores han realizado bien su tarea, tan bien que la verdadera significación de su acto ha pasado inadvertida durante mucho tiempo.

La atracción sexual, tal como la conocemos, tiene poco que ver con la violación. Una multitud recurre a la violación como expresión de poder y dominación. Las mujeres son usadas casi como objetos inanimados para aclarar posiciones entre hombres.

  Esta teoría no es hoy generalmente aceptada, y las implicaciones al respecto son de la mayor importancia. No hay duda alguna de que el miedo a la violación trastorna por completo la vida de la mujer, pero tampoco parece que las violaciones se produzcan solo porque los hombres quieren expresar públicamente su poder y su dominación (“aclarar posiciones entre hombres”). Muchas violaciones tienen lugar en secreto, con independencia de que el agresor íntimamente se sienta reconfortado por su capacidad de dominar a la víctima.

   Además, sobre la naturaleza de la violación, Susan Brownmiller se equivoca en cuestiones importantes:

Ningún zoólogo ha observado jamás que los animales violen en su ámbito natural.

El mono macho no puede de hecho aparearse con la hembra sin su consentimiento y cooperación. En la sociedad de los monos no existen cosas tales como la violación, la prostitución o siquiera el consentimiento pasivo.

   Investigando el comportamiento de nuestros primos los grandes simios (chimpancés y orangutanes), los primatólogos sí que han observado la práctica de la violación (y también del asesinato, y del canibalismo, e incluso de la prostitución: sexo por alimentos), algo que quizá no era conocido en 1975. Se sospecha incluso que la violación puede tener carácter adaptativo en estos animales, es decir, que la conducta de agresión sexual favorecería la expansión de la estirpe de aquellos individuos cuyas pautas de actuación mostraran más a menudo esa tendencia. Eso no niega, por supuesto, que haya mucho de cierto en lo que señala la autora del libro sobre que la intimidación generalizada a las mujeres se ha utilizado para facilitar su opresión social.

Las consideraciones legales modernas con respecto a la violación siguen enraizadas aún en antiguos conceptos masculinos de propiedad.

  Lo cual también es cierto: hasta hacía poco, puesto que la mujer pertenecía primero al padre y después al marido, la agresión del violador se consideraba como daño a la propiedad de estos. Por esa causa, se juzgaba propiamente como violación solo la de tipo vaginal, la agresión que podía llevar a una descendencia ilegítima (apropiación ilegítima del útero asignado a otra estirpe), y no se valoraba por encima de todo el sufrimiento de la víctima.

  Pero el problema cultural grave lo tenemos en que la conducta del violador tenga como fin la agresión misma. Se sospecha que buena parte de los hombres no solo desean a las mujeres para gozar del placer sexual, y no solo desean sentirse superiores sobre ellas y mantenerlas oprimidas, sino que también desean causarles sufrimiento. No hay ninguna duda de que la agresión sexual resulta atractiva para muchos hombres como espectáculo.

El poder de atracción que tiene Jack el Destripador sobre la imaginación masculina guarda tan poca proporción con el caso del desconocido que en el otoño de 1888, acechó, mutiló y asesinó a cinco prostitutas del East End de Londres, que debemos preguntarnos exactamente dónde reside su atracción.

En su encuesta sobre la razón por la cual la escena de violación se ha transformado en una fea tendencia en el cine, Aljean Harmetz encontró a un productor que le dijo llanamente: “le damos al público lo que quiere”. (…) Los productores cinematográficos, que son machos, le dan al público su propio concepto de lo que es el mundo, y en esta función perpetúan, modelan e influencian nuestras actitudes populares. (…) Podemos pasar alarmantemente de los hechos a la ficción y otra vez a los hechos, porque los hombres han creado la mitología y son ellos quienes continúan actuándola. 

  Hay en el deseo sexual masculino una vertiente sádica, tanto como se da en la psicología masculina una tendencia agresiva en general.

Sin duda no es accidente que el sadomasoquismo haya sido siempre definido en términos masculinos y femeninos. Ha sido codificado por aquellos que ven en el sadismo una concepción retorcida de su masculinidad y ha sido aceptado por aquellos que ven en el masoquismo el abuso y el dolor que son sinónimos de mujer. Solo por esa razón el sadomasoquismo será siempre una antítesis reaccionaria para la causa de la liberación de la mujer.

  ¿Una “concepción retorcida”?, ¿o quizá una característica biológica que solo con dificultad puede ser corregida y controlada en aquellos temperamentos en los que se muestra más pronunciada? El problema para muchos autores como Susan Brownmiller, y no solo a la hora de abordar la cuestión de la violación, es que parten de la idea de que todo el comportamiento humano depende de unas pautas sociales impuestas por el grupo opresor de turno, y que bastaría con cambiar estas pautas, estas leyes, para que apareciese una humanidad igualitaria y armoniosa. Esto es el viejo mito de “la tabla rasa”.

Al no tener elección real, las mujeres han sucumbido a la idea masculina de fantasía sexual femenina o se han descubierto incapaces de fantasear en absoluto. Las mujeres que han aceptado las fantasías masculinas, están con frecuencia muy incómodas con ellas, y por una buena razón. Sus contenidos (…) son indudablemente masoquistas.

  ¿Es la fantasía femenina masoquista una mera imposición de la fantasía sexual masculina de dominación a la que las mujeres “han sucumbido”? Es una lástima que en su libro Susan Brownmiller no comente lo que unos pocos años antes escribió la también feminista de extrema izquierda (y después Premio Nobel de Literatura) Doris Lessing en “El Cuaderno Dorado”: "sólo hay un orgasmo femenino de verdad, y es el que se produce cuando un hombre, movido por lo más profundo de su necesidad y deseo, toma a una mujer y exige que le corresponda. Lo demás es un sustituto y resulta falso: toda mujer, incluso la menos experimentada, lo siente así por instinto.” Susan Brownmiller sí tiene la oportunidad de rechazar la opinión similar de la psicoanalista Helene Deutsch.

  Investigaciones modernas parecen confirmar que algo de todo esto es cierto: las fantasías femeninas acerca de ser violadas o, al menos, “ser tomadas y que se les exija que correspondan a la necesidad y deseo masculino” parecen darse con cierta frecuencia (aunque siempre será muy difícil averiguar el porcentaje de casos, debido a los previsibles obstáculos políticos para una investigación seria de este asunto a gran escala) y, lo que es peor, muchas mujeres manifiestan vergüenza después de admitir este hecho.

   El feminismo no ha llegado aún a reconocer esta más que probable realidad (recordemos que Brownmiller ignora el papel de la violación -o "coerción sexual"- entre los animales) de la misma forma que los varones sí reconocen que existe una agresividad masculina que se busca controlar. Y si la mujer no reconoce el problema como el varón sí lo está reconociendo, entonces nunca podrá resolverlo. Decir que esto se debe a la imposición masculina no nos informa de nada útil, porque de todo lo que se refiere a la conducta femenina se puede decir lo mismo.

  Finalmente, en este asunto de la probable conducta sexual innata, no ha de olvidarse que la mujer, en cierto sentido, ha sido tan domesticada por el varón en la Antigüedad casi como el perro o el caballo lo han sido: el varón del neolítico, en una sociedad patriarcal jerarquizada y con complejas relaciones de poder, ha seleccionado como esposas o concubinas, mediante la violencia, a las mujeres de temperamento más conveniente a su deseo, de manera que el comportamiento sexual de la mujer moderna no tendría por qué corresponder al que pudiera haber sido el comportamiento genuino de la mujer en la sociedad prehistórica de cazadores-recolectores. Ése podría ser el origen de ciertas conductas instintivas femeninas de aceptación del sometimiento.

A través de la leyenda y la tradición, la historia ha mitificado no a la mujer fuerte que se defiende con éxito ante el asalto físico, sino a la mujer hermosa que muere de muerte violenta mientras procura hacerlo. (…) Elevar a una mujer a la calidad de heroína, porque ha sufrido una muerte violenta con implicaciones sexuales, es un concepto cristiano, desconocido para el judaísmo del Viejo Testamento.

  Para Susan Brownmiller, la mujer es un ser psicológicamente igual al hombre (pero veremos que se contradice en esto en alguna ocasión) que se ha visto oprimido por la superioridad física masculina y más tarde ideológicamente condicionada por tradiciones perversas que contribuirían a perpetuar la dominación (como se ha hecho con los esclavos), pero los hechos parecen demostrar que las mujeres, intelectualmente iguales al hombre, no son temperamentalmente iguales al hombre: son mucho menos agresivas, más cooperativas y más empáticas, y el concepto cristiano de la mujer mártir sería una adaptación a la generalizada concepción piadosa del cristianismo: la mujer, como víctima ejemplar de una agresión injusta, y no como una Eva que incita al pecado. ¿No es revelador que una religión basada en la piedad exalte a la mujer maternal y dé lugar también al fenómeno moderno del amor romántico?

  La misma Susan Brownmiller admite, por su parte, curiosidades significativas como el comportamiento de las mujeres en el ámbito carcelario (donde el hombre no está presente).

Según los que la han estudiado, la jerarquía  dentro de una prisión femenina se expresa mediante una superestructura emocional intrincada que remeda la de una vida familiar extensa, antes que mediante la dominación bruta mediante el poder físico. Las mujeres que se encuentran en prisión durante mucho tiempo tienden a formar familias que consisten en un esposo, una mujer y tías, tíos, hermanos, hermanas y niños. El proceso de aculturación de la mujer, tan diferente del del macho, apunta a una preferencia por la construcción del nido por encima de la simple tiranía del fuerte sobre el débil.

   También el libro que nos ocupa recoge algunas estadísticas sobre violencia de los que es posible deducir ciertas pautas de comportamiento diferenciado innato; si bien resulta un poco raro que se diga que las mujeres asesinan casi a tantos hombres como hombres asesinan a mujeres, la desigualdad de las cifras de asesinato entre personas del mismo sexo es enorme (poquísimas mujeres asesinan a otras mujeres), y no se incluye la cuestión de la desigualdad económica, que muestra que mientras que los hombres pobres cometen más actos violentos que los más acomodados, las mujeres, siendo todavía más pobres que los hombres, cometen muchos menos actos violentos, como si la presión psicológica de la precariedad les afectase menos a la hora de despertar impulsos agresivos.

  Si se admiten estas diferenciaciones en el comportamiento de cada sexo, también deberíamos estar abiertos a otras y no atribuirlo todo a los moldes culturales impuestos:

A las niñas se les enseña a desdeñar el combate físico y la competencia deportiva sana, porque esas actividades amenazan seriamente la convención de lo que es apropiado, señorial y femenino. (…) La competencia deportiva puede impartir lecciones importantes, entre ellas que ganar es el resultado de un entrenamiento duro y permanente, de una estrategia fría e inteligente que incluye el uso de trucos y trampas y de un estado mental positivo que pone todo el sistema de reflejos en movimiento. Este conocimiento y la posibilidad de ponerlo en práctica es precisamente lo que se ha condicionado a rechazar a las mujeres.

  La idea de que se promueva que las mujeres participen en deportes competitivos como una forma de ayuda para que logren desenvolverse con mayor éxito en un tipo de civilización creada por los hombres parece sospechosa, porque los deportes competitivos de equipo son un sustitutivo de la tendencia del varón a practicar la guerra, y con independencia de que este tipo de prácticas de grupo puedan resultar atractivas para algunas mujeres (y con independencia de que sean saludables y divertidas), no hace pensar que el rechazo de todo lo que tradicionalmente ha sido “femenino” suponga un acierto.

  El humanitarismo ha venido marcado por un lento reconocimiento por parte de la sociedad masculina (la única sociedad humana que ha existido hasta hace poco) de una serie de valores de conducta que son originariamente femeninos, como la piedad, la empatía, el altruismo y la sensualidad no violenta. “Lo que en verdad quieren las mujeres” es algo que todavía no podemos saber porque la liberación de las mujeres es extraordinariamente reciente si la comparamos con los diez mil años de civilización neolítica e histórica durante los cuales las mujeres han sido poco más que esclavas o animales domésticos. Dado que el principal obstáculo para la convivencia humana es la agresión, y dado que, por las causas biológicas que sea, las mujeres son mucho menos agresivas, explorar las posibilidades futuras del comportamiento femenino en una sociedad libre resulta mucho más interesante y prometedor que favorecer la igualdad de comportamiento del hombre y la mujer dentro de una civilización cuyas pautas culturales han sido previamente creadas por el varón.

  Está muy bien que las mujeres aprendan kárate para defenderse de los eventuales agresores (lo cual no es tradicional), pero estaría bien asimismo, por ejemplo, que dejara de educarse a las jóvenes en la idea de que su felicidad consiste en encontrar al hombre ideal con el que formarán pareja, cuando existen otras alternativas sanas en lo sexual y en lo familiar (lo cual tampoco sería tradicional).

  Finalmente, señalar dos polémicas opiniones de la autora acerca de la pornografía y la prostitución:

Estar contra la pornografía y la tolerancia de la prostitución es fundamental en la lucha contra la violación. 

  Veamos…

Mi horror ante la idea de la prostitución legalizada no proviene del hecho de que no funcione como freno de la violación, sino que institucionaliza el concepto de que es derecho monetario del hombre conseguir acceso al cuerpo de la mujer, y que el sexo es un servicio femenino que no debe negársele al macho civilizado. La perpetuación del concepto de que el “poderoso impulso masculino” debe ser satisfecho de inmediato por una cooperante clase de mujeres, apartadas y autorizadas a hacerlo, es parte de la psicología de masas de la violación.

   Una cosa es cierta: hoy por hoy la prostitución es una práctica de dudosa legalidad asociada casi por completo a entornos de marginalidad social y psíquica. El problema es que quizá no sea tan fácil sacar conclusiones de esta realidad, porque la causa del daño psíquico que sufren las prostitutas e incluso sus clientes, podría encontrarse no tanto en el hecho de que se dé un intercambio de prestaciones sexuales por dinero, sino en el efecto de la estigmatización social que se sufre, sobre todo por parte de la mujer que se prostituye… y entonces nos encontramos con que esta estigmatización corre a cargo no solo de la hipócrita sociedad tradicional que persigue y a la vez tolera la prostitución, sino también a cargo del mismo movimiento feminista.

  Y queda la otra cuestión: la de si el que la mujer sea instrumentalizada como objeto sexual del varón es debido o no a que este necesita ver satisfecho el “poderoso impulso masculino”. Susan Brownmiller considera que tal impulso puede ser controlado o satisfecho sin necesidad de este recurso, que no se trataría de una necesidad biológica, sino que se trata de un condicionamiento social más.

   San Pablo, que defendía la castidad, admitía el matrimonio porque “mejor es casarse que abrasarse”, con lo que se ponía del lado de quienes consideran que ese “poderoso impulso” sí que existe y que es ineludible. Pero, evidentemente, el feminismo no puede sostener que la sociedad ha de proporcionar esposas, romances o flirteos ocasionales (prestaciones gratuitas) a quienes lo necesiten. La única solución posible para la teoría, entonces, es negar tal necesidad. No existiría el “poderoso impulso” y la castidad es, por tanto, viable.

  Muchos varones pueden sentirse maltratados por este planteamiento porque las costumbres sociales contemporáneas en occidente muestran una situación de desigualdad de hecho entre hombres y mujeres: casi ninguna mujer está imposibilitada de conseguir prestaciones sexuales gratuitas, mientas que muchos hombres sí que lo están (“ellas siempre pueden, ellos siempre quieren”).

  Y…

El desagrado profundo que sentimos la mayoría de las mujeres cuando vemos pornografía, desagrado que, increíblemente, ya no está de moda admitir, proviene, creo, del conocimiento profundo de que nosotras y nuestros cuerpos están siendo desnudados, expuestos y distorsionados para halagar esa “estima masculina” que obtiene su chispa y sentimiento de poder considerando a las mujeres como juguetes anónimos y jadeantes, juguetes de adultos, objetos deshumanizados para ser usados, abusados, rotos y descartados. Por supuesto, ésta es también la filosofía de la violación. (…) La pornografía, como la violación, es una invención masculina destinada a deshumanizar a las mujeres. (…) La pornografía es la esencia de la propaganda antifemenina. 

   No cabe ninguna duda de que hay muchas funciones interpersonales que sitúan a un individuo como objeto anónimo del otro. En el trabajo, por ejemplo, somos todos herramientas de los otros, o mercancías en el comercio: todos somos “deshumanizados”. Lo que sí es cierto es que en la pornografía (dirigida casi exclusivamente a hombres, incluyendo a los homosexuales) se muestran roles femeninos de sumisión y brutalización que no contribuyen en nada a fomentar un cambio cultural de respeto a la mujer. Pero ¿es esto inherente a la pornografía en sí, o es más bien reflejo del machismo que subsiste?

  Lo peor del caso es que la distinción entre “pornografía” y “erotismo” parece limitarse a la exhibición de los órganos genitales. ¿Es la genitalidad el factor que agrava la “deshumanización”?, ¿o se trata de un prejuicio?, ¿no debería también extenderse la prohibición a todos los espectáculos que muestren a la mujer como juguetes anónimos u objetos deshumanizados, mostrando o no los genitales (la publicidad comercial, por ejemplo)?

  En realidad, no sería impensable que una cultura más humanista, incluso feminista, encontrase fórmulas no opresivas para la satisfacción sexual masculina (que incluyeran prostitución y pornografía) que en nada favorecieran los roles de dominación violenta del hombre sobre la mujer.

 Pero esto, al igual que un acercamiento serio del feminismo a los casos genuinos de deseo sexual de ciertas mujeres por las actitudes dominadoras del varón, son cosas que tendrán que esperar a una evolución cultural futura. Queda mucho futuro por delante y la libertad de la mujer es, por desgracia, un fenómeno aún demasiado reciente.  

4 comentarios:

  1. Muy mala crítica, y no porque considere que el contenido del libro no pueda debatirse; Tus argumentos inician con cosas como "investigaciones recientes", etc... ¿que investigaciones son esas? ¿puedes nombrarlas para en tal caso cuestionar también su veracidad? No porque algo se le nombre investigación, tiene validez. Y no me iré como tu, enunciando todos los párrafos en los que hay errores, pero si te diré que hay algunos que me han resultado hasta graciosos. por ejemplo " primatólogos sí que han observado la práctica de la violación".. la violación se define por el consentimiento, ¿como le preguntaron estos primatólogos el consentimiento a las "victimas"? que tampoco quiero profundizar en un catálogo de estudio sobre conducta de primates, no es lo relevante aquí, sino el cuestionar lo que leemos y creemos;
    Por otra parte, lo que dice Helene Deutsch puede ser incluso un gusto propio, pero nada que pueda definir el orgasmo de la gente en general, la sexualidad es muy diversa para encajonarla.
    Y dejo esto ultimo por parecerme lo mas grave de lo que has escrito "Investigaciones modernas parecen confirmar que algo de todo esto es cierto: las fantasías femeninas acerca de ser violadas .. son frecuentes.. etc etc"... para no desgastarme, te recomiendo, sobre esto de las "fantasías masoquistas" el argumento que muy ampliamente desarrolla Virginie Despentes (Teoría King Kong) sobre el origen de estas fantasías, te lo recomiendo mucho. En fin, me pareció imperante comentar porque si lees esto, te servirá para próximas aportaciones y no es con afán de ofender, pero si destacar lo que considero debe ser tomado mas en serio.

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  2. Cuando se escribe cualquier cosa sobre diferencias entre hombres y mujeres, y particularmente si se aborda la cuestión sexual, es inevitable que se produzcan algunas reacciones en tono agresivo como la de "Unknown". Según parece, actualmente no hay psicólogos sociales varones que se atrevan a escribir sobre el tema (o, si acaso, toman la precaución de poner como co-autora de su trabajo a una mujer -si quieres te pongo referencia de donde he leído esto). Se comprende.

    Gracias por la corrección de estilo (en efecto: he puesto dos veces la poco elegante expresión "investigaciones modernas"), pero en lo referente al contenido no estaría de más qué señalaras cuáles son "los argumentos" que según tú se inician de esa forma y luego no pongo la necesaria referencia (tú lo has escrito de tal forma que se deduce que nada menos que TODOS).

    El único que mencionas es el de los primatólogos, y haces la asombrosa afirmación de que "la violación se define por el consentimiento, ¿como le preguntaron estos primatólogos el consentimiento a las "victimas"? " Aquí tienes todo un artículo sobre coerción sexual en animales https://en.wikipedia.org/wiki/Sexual_coercion

    Hay cosas de las que no pongo referencias porque son tan de conocimiento general que no vale la pena. No creo que se encuentre ningún biólogo actual que niegue la existencia de este tipo de fenómenos. Desde luego están en contradicción con ciertas "leyendas urbanas" (muy propias de la época en la que la señora Brownmiller escribió su libro) acerca de que los animales no asesisan a los de su propia especie, no roban, no engañan y por supuesto no "violan". En realidad, todas esas conductas han sido registradas por los etólogos (y para eso no necesitan "preguntar" a los animales, les basta con observar su comportamiento).

    En cuanto a "lo más grave" según Unknown, lo de las "fantasías femeninas sobre sufrir violencia sexual", me tropecé con ese asunto leyendo este libro http://unpocodesabiduria21.blogspot.com.es/2014/02/el-lado-oscuro-del-hombre-1999-michael.html y más tarde he leído más cosas. Parece que tampoco es controvertido (https://www.psychologytoday.com/blog/all-about-sex/201508/why-do-women-have-rape-fantasies) y, con independencia de si llego a leer el libro de la señora Despentes (no parece un libro de ciencia, sino de opinión), parece que, en todo caso, ella no niega el fenómeno, y por lo tanto no contradice lo que he escrito. Brownmiller afirma que esas fantasías tienen origen en la imposición masculina. Lo que yo escribo es que eso podría decirse de cualquier conducta femenina, ya que las mujeres siempre han vivido sometidas a los hombres. No nos aclara entonces nada de esta grave circunstancia. Y decir que esta conducta problemática se solucionará cuando los hombres dejen de imponer su cultura a las mujeres estorba a que se tomen medidas al respecto mientras tanto...

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