miércoles, 5 de julio de 2017

“La responsabilidad y los sentimientos morales”, 1996. R Jay Wallace

Éste es un libro sobre la responsabilidad moral. Básicamente, pretende proporcionar una visión coherente de la clase de agencia en virtud de la cual la gente es moralmente responsable por las cosas que hace (…) Ser un agente moral responsable, creo, no es realmente un asunto de tener libre voluntad [para elegir el bien o el mal]. Más bien implica primariamente una forma de competencia normativa: la capacidad de asir y aplicar razones morales y de gobernar el propio comportamiento a la luz de tales razones

  Pero ser un agente moralmente responsable, tal como nos explica en su libro el filósofo R Jay Wallace, no es algo que se articule de una forma estrictamente racional, esa “competencia normativa” solo puede hacerse evidente a partir de una reactividad emocional.

Postulo una próxima conexión entre hacer a alguien responsable y una clase central de sentimientos morales, los de resentimiento, indignación y culpa. Hacer a alguien responsable, argumento, es esencialmente estar sujeto a emociones de esa clase al tratar con la persona.

Las emociones reactivas de resentimiento, indignación y culpa se distinguen por su conexión con las expectativas (construidas como prohibiciones o requerimientos) de modo que mantener a alguien ante tal expectativa es ser susceptible a las emociones reactivas en el caso de que se quiebre esta expectativa, o creer que las emociones reactivas serían apropiadas en ese caso. Hacer a una persona moralmente responsable (…) es mantener esa persona a la altura de las expectativas morales que uno acepta

    Esto es importante, porque solemos considerar la moralidad desde el punto vista del juicio, incluso del juicio institucionalizado de los tribunales. Vemos la moralidad  –como la justicia- a modo de un silogismo acerca de lo que es correcto o incorrecto de acuerdo con los intereses de la comunidad. Pero es que nada de esto pudiera darse si no tuviéramos reacciones emotivas. Y lo emocional, supuestamente, es opuesto a lo racional.

Propongo que el reproche implica una susceptibilidad a las emociones reactivas, y que las respuestas de sanción moral sirven para expresar estas emociones. Debido a la conexión de las emociones reactivas con las expectativas, esta concepción parte del mirar hacia atrás propio del reproche y la sanción moral, que son esencialmente reacciones a un error moral. La conexión con las expectativas también sirve para situar la responsabilidad moral en relación con la noción de la obligación moral, y nos ayuda a ver que la actitud de hacer a la gente responsable implica un compromiso para las justificaciones morales, lo que apoya las obligaciones que esperamos que la gente cumpla

  El peligro es caer en el relativismo y en el exceso. Si solo merece el reproche lo que nos indigna emocionalmente, a lo mejor es justo el rechazo a la homosexualidad, a la usura o a la blasfemia si en un medio social dado tales comportamientos despiertan una reacción moral aversiva.  Sin embargo, esa no es la idea de moralidad que tenemos hoy: recordemos que la moralidad tiene que ver con la capacidad de asir y aplicar razones morales y de gobernar el propio comportamiento a la luz de tales razones

La agencia moral requiere (…) la capacidad de retroceder con respecto a los propios deseos y afirmar los fines que nos inclinamos a perseguir a la luz de los principios morales

  Por lo tanto, se impone una reactividad emocional que a la vez sea acorde con la racionalidad de los principios morales.

  Por otro lado, se impone el contraste entre el determinismo y el “compatibilismo”: estos dos puntos de vista opuestos se refieren a si la acción antisocial puede o no ser evitada por el sujeto, porque  si obramos siempre por presión de las circunstancias y no podemos elegir, ¿qué sentido tiene entonces el reproche?

Desde que se da por sentado que la responsabilidad requiere la oportunidad de ejercer nuestros poderes racionales generales, parece muy difícil resistir la conclusión de que el determinismo sería al menos una amenaza a la responsabilidad.

    El punto de vista de la reactividad en cierto modo nos permite evitar este obstáculo. Porque el caso es que la reactividad moral –el sentido de culpa u otras emociones como la vergüenza- muchas veces es indiferente a que seamos o no responsables

Si el único interés fuese la preocupación de influir nuestro propio comportamiento con vistas al comportamiento futuro, parece inverosímil que uno tenga éxito en despertar los motivos o emociones que son característicos del punto de vista reflexivo

  El “punto de vista reflexivo” implica la reacción emocional del individuo ante lo que ya no tiene remedio. Podemos decir “lo hecho, hecho está”, pero no es así como –afortunadamente- suceden las cosas. Sentimos remordimiento, fastidio, culpa, vergüenza… Esa es la dimensión emocional de la moralidad, sin la cual la moralidad misma no podría existir. Y tanto daría entonces el “determinismo”:  si reaccionamos emocionalmente a la acción antisocial aquí tenemos ya la respuesta moral, con independencia de que el actor pudiera o no elegir. El “compatibilista” (el que rechaza el determinismo) se apoya entonces en algo más que la capacidad para elegir del individuo

El auténtico reproche moral (…) es una forma de profunda aserción, que refleja una actitud hacia el agente que ha actuado de forma errónea y que encuentra su expresión natural en el comportamiento de sanción (evitación, denuncia, censura). Se necesitan las emociones reactivas para explicar este aspecto actitudinal del auténtico reproche moral (…) Uno puede mantener a una persona como reprobable sin realmente estar sujeto a un episodio de emoción reactiva, pero (…) la reprobabilidad sí requiere la creencia de que alguna emoción reactiva puede ser apropiada

Hay algo que bordea lo indecente en la sugerencia de que deberíamos refrenarnos de la indignación y el reproche; necesitamos las emociones reactivas si vamos a tomarnos en serio las obligaciones morales que aceptamos como base para nuestra vida social común

  Así, en el libro de R Jay Wallace se subraya que los grandes líderes pacifistas King y Gandhi, que no creían en el castigo penal, aseguraban no experimentar emoción reactiva… pero sí podían clasificar los actos inmorales como dignos de ella. Es decir, aunque no se indignaban, ni despreciaban, ni condenaban, sí que eran conscientes de cuándo la acción inmoral era indignante, despreciable o condenable.

He buscado explicar la responsabilidad moral en términos de las emociones reactivas. (…) Parto de la sugerencia de que hacer a la gente responsable es una forma de (…) aserción que va más allá de la mera descripción de lo que ha hecho un agente, en tanto que implica (…) respuestas a la culpa y la sanción moral. Más adelante he sugerido que la forma en que estas respuestas van más allá de la mera descripción no pueden ser comprendidas conductualmente, ya que las respuestas tienen una dimensión actitudinal. El papel que juegan las emociones reactivas en esta visión es capturar la dimensión actitudinal. 

  En suma, la originalidad del punto de vista de Wallace consiste en que

requerimos algún tipo de conexión entre un agente y un acto por el cual el agente sea tenido por responsable. Además, parece también correcto suponer que esta conexión debe contarnos algo sobre el estado mental del agente, al menos en la época en que la acción se llevaba a cabo.

  Al final descubrimos que lo que califica al individuo como responsable moralmente es su personalidad. De lo que se trata es de definir el estado mental del infractor que da lugar al acto antisocial.  Y cómo se llegue a ese estado mental no solo es indiferente de que sea “culpa” del agente -que haya elegido hacer el mal en base a su supuesto libre albedrío-, sino que en la medida en que genera el reproche (las emociones reactivas) ya está señalado como transgresor.

  Y ya que se ha mencionado a Gandhi y King, encontramos en esta actitud una adaptación apropiada para la moralidad pacifista: una sociedad que desconociera el castigo penal no se quedaría sin moralidad. Por una parte, las “emociones reactivas” subsistirían (como subsistirían la agresividad, la crueldad, la rapacidad sexual y todo tipo de instintos antisociales… controlables pero no erradicables) y nos servirían de indicador del reproche moral. Por otra parte, la cuestión del “determinismo” y el “compatibilismo” quedaría solventada: lo importante no es que el individuo sea o no culpable (que tenga libertad para elegir el bien o el mal), sino que quede evaluada su peligrosidad y la necesidad de una corrección efectiva por el bien común.

 ¿Y en qué lugar quedaría “la capacidad de asir y aplicar razones morales y de gobernar el propio comportamiento a la luz de tales razones”? Quedaría en el entorno. Porque la capacidad del agente para hacer uso de la razón dependerá siempre de la cultura en que se desarrolle, la información con la que cuente y el adiestramiento cognitivo que reciba. Esta capacidad sería uno de los elementos que facilitaría la corrección de la conducta antisocial. El castigo es una expresión cultural de la “reactividad emocional”, pero que cumpla o no una función social por el bien común dependerá siempre de la cultura en que nos hallemos. No es tan insensato ni tan hipócrita el cambio de paradigma del que trata al delincuente como un “descarriado” en lugar de un “criminal”. En realidad, puede ser ambas cosas, solo que lo segundo quedaría sin consecuencias, apenas como indicador emocional del acto antisocial. Lo importante es que tomemos medidas para reparar el daño y evitar, en lo posible, que se repita.

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