miércoles, 6 de marzo de 2013

“La conquista social de la Tierra”, 2012, Edward O. Wilson

  Edward O Wilson es considerado mundialmente el fundador de la “sociobiología” o “psicología evolutiva”, una rama de la ciencia biológica que trata de demostrar y especificar el origen necesario de cada uno de los instintos animales en el ser humano de acuerdo con las exigencias de la supervivencia de la especie. Esto no parece ninguna novedad puesto que es la base del evolucionismo darwiniano, lo que sí supone una novedad es la pauta sistemática de estudio de estos fenómenos biológicos, al unir la genética, la psicología, la antropología y la ecología.

  La psicología evolutiva implica una serie de deducciones que a veces parecen caprichosas y abusivas al tratar de demostrar en cada caso cómo determinadas características del comportamiento humano están justificadas por la herencia genética en mayor o menor grado, pero esto supone también la valiosa aportación de permitirnos observar el contraste del comportamiento animal con el comportamiento cultural, es decir, la constatación de cómo la cultura busca reprimir tendencias instintuales “naturales” del ser humano, tales como la agresividad o la sexualidad. Aquí, los sociobiólogos como Wilson, inevitablemente admirados del orden natural que estudian, se ven en una situación un tanto apurada, pues han de reconocer que el mundo humano en el que vivimos se ha construido en buena parte a base de negar lo que hasta entonces había sido la naturaleza. 

  En este libro reciente, compendio (y leve corrección) de las teorías sostenidas por Wilson a lo largo de su carrera, se comienza por explicar el concepto de “eusocialidad”.

La selección natural al nivel individual, con estrategias que evolucionan para producir el número máximo de descendientes maduros, ha dominado a lo largo de la historia de la vida. Modula peculiarmente la fisiología y el comportamiento de los organismos para favorecer una existencia solitaria, o todo lo más la pertenencia a grupos organizados de manera laxa. 

El origen de la eusocialidad, en la que los organismos se comportan de manera opuesta, ha sido raro en la historia de la vida debido a que la selección de grupo ha de ser excepcionalmente potente para relajar el agarre de la selección individual

Homo Sapiens es lo que los biólogos denominan “eusocial”, es decir, que está constituido por miembros de grupos que contienen múltiples generaciones y que están dispuestos a realizar actos altruistas como partes de su división del trabajo. Son comparables a hormigas, termes y otros insectos eusociales. 

   Y del concepto de “eusocialidad”, que abarca los comportamientos no sólo de los humanos, sino también de los insectos, pasamos a la especificidad humana.

La diferencia más fundamental con respecto a los insectos es que los humanos son capaces de reproducirse y la mayoría compiten entre sí para hacerlo. Asímismo, los grupos humanos están formados por alianzas muy flexibles. Los lazos se basan en la cooperación entre individuos o grupos que se conocen unos a otros y que son capaces de distribuir propiedad y nivel social sobre una base personal. (…) La ruta hacia la eusocialidad se trazó mediante un combate entre la selección basada en el éxito relativo de los individuos dentro de los grupos y del éxito relativo entre grupos. (…) Tenían que sentir empatía hacia otros, para medir las emociones tanto de los amigos como de los enemigos, para juzgar las intenciones de todos ellos, y para planear una estrategia para las interacciones personales. (…) Así nació la condición humana, egoísta en su momento, altruista en otros, con los dos impulsos a menudo en conflicto.

   Esta conflictividad entre el instinto altruista (por el beneficio del grupo) y el instinto egoísta (por el beneficio del individuo) sería la base del desarrollo cultural.

Nuestros instintos siguen sin estar preparados para la civilización.

Nuestros instintos siguen al mando y siguen confundidos, pero solo unos pocos, si los obedecemos sabiamente, pueden salvarnos. Por ejemplo, sentimos empatía, nos contenemos.  

“Empatía coercitiva” significa que, a menos que las personas sean psicópatas, sienten automáticamente el dolor de los demás.

   Y nadie puede dudar de que el desarrollo cultural ha dado lugar a situaciones muy cambiantes  en cuanto a resolver este dilema.

El honor, la virtud y el deber son productos de la selección de grupo entre humanos, y el egoísmo, la cobardía y la hipocresía son productos de la selección individual. (…) El contenido de las artes creativas ha surgido del choque inevitable entre la selección individual y la selección de grupo

La selección individual frente a la selección de grupo produce una mezcla de altruismo y egoísmo, de virtud y pecado, entre los miembros de una sociedad. 

   En apariencia, nada es más atractivo que la virtud. Un mundo poblado por individuos altruistas sería mucho más cómodo para todos ya que garantizaría una cooperación eficiente de lo más productiva, pero semejante situación no parece darse en la naturaleza, ni siquiera en las especies eusociales. Sobre todo, porque nos encontramos, en el caso humano, con un problema añadido: la “selección de grupo” implica no sólo la cooperación dentro del grupo humano, sino también el enfrentamiento entre los grupos humanos.

En los mamíferos, el dominio de la selección de grupo sobre la selección individual ha sido raro y nunca completo. (…) Entre grupos humanos tiene lugar una competición intensa entre grupos.

El comportamiento grupista es el impulso elemental para formar grupo y obtener gran placer por la pertenencia a éste, y se traduce fácilmente a un nivel superior en tribalismo.  

   Es muy interesante que Wilson nombre estos conceptos de “grupismo” y “tribalismo”, denominaciones que pueden proporcionarnos una gran utilidad: religiones, nacionalismo, intereses gremiales, cualquier forma de asociacionismo diferenciador puede quedar englobado en estos conceptos.

    ¿Es inevitable la conflictividad entre grupos? Aunque Wilson (al que se le nota el conservadurismo) no aborda la cuestión directamente, deja entrever una esperanza

Cuando la tasa de aumento de la multiplicación del grupo con miembros altruistas excede a la tasa de aumento de individuos egoístas en el seno de los grupos, el altruismo de base genética puede expandirse a través de la población de los grupos.

La selección entre seres humanos promueve normalmente el altruismo entre los miembros de la colonia. Los tramposos pueden ganar transitoriamente, pero a nivel de grupo, las colonias con tramposos siempre pierden.  

   Es decir, los grupos compiten entre sí, pero para ser eficientes en la competición les conviene desarrollar el altruismo dentro del grupo. Esto querría decir que, a la larga –¿al cabo de la evolución cultural, a lo largo de todo el periodo histórico?- , quedará un solo grupo donde predominen los miembros altruistas. Y esto tiene su explicación: si un grupo está lleno de individuos altruistas, esto les hará desarrollar una cooperación más eficiente, de modo que podemos especular que estos grupos que practican el altruismo acabarán imponiéndose a todos los demás. ¿Cuál sería el resultado?, ¿un único grupo universal que practique un altruismo extremo? En tal caso, este grupo dejará de tener grupos rivales por eliminación…

  Llegados a este punto, necesitamos conocer más de cómo opera el comportamiento humano en los dos ámbitos: el de selección individual y el de selección de grupo.

La especie “Homo sapiens” presenta características sorprendentes del tipo que los taxónomos denominan “diagnósticas”, entre otros: ocultación anatómica de los genitales femeninos y abandono del reclamo de la ovulación, ambas cosas combinadas con la actividad sexual continua. Esto último promueve los vínculos hembra-macho y el cuidado biparental, que son necesarios durante el largo periodo de desamparo en la primera infancia

La elaboración de la cultura depende de la memoria a largo plazo, y en esta capacidad los humanos se sitúan muy por encima de todos los animales. (…) Situados en versiones alternativas, nuestros relatos internos nos permiten superar deseos inmediatos en favor del placer demorado. Mediante la planificación a largo plazo vencemos, al menos durante algún tiempo, la urgencia de nuestras emociones.(…) El gran don del cerebro humano consciente es la capacidad (y con ella el impulso innato irresistible) de construir situaciones hipotéticas. Para cada relato a su vez, la mente consciente evoca sólo una minúscula fracción de la memoria a largo plazo acumulada en el cerebro. La manera en que esto se hace sigue siendo controvertida. 

La diferencia principal y crucial entre la cognición humana y la de otras especies animales, incluidos los chimpancés, es la capacidad de colaborar con el propósito de conseguir objetivos e intenciones compartidos. La especialidad humana es la intencionalidad, moldeada a partir de una memoria funcional enorme que es el objeto de estudio de la llamada “teoría de la mente”: es decir, el reconocimiento de que los propios estados mentales serían compartidos por otros.

   Todo esto parece ofrecernos fantásticas posibilidades para el futuro, tan fantásticas como le parecerían a Aristóteles los logros de la civilización tecnológica y liberal-democrática de hoy. Sin embargo, Wilson permite que se levanten objeciones, ya que tal vez el altruismo no sea tan productivo después de todo:

El comportamiento egoísta quizá incluye la selección de grupo que genera nepotismo, y este mismo comportamiento egoísta puede promover de algún modo los intereses del grupo a través de la invención y el carácter emprendedor. (…) A su vez, la selección de grupo promovió los intereses genéticos de los individuos con privilegios y estatus social como recompensa por acciones notables en beneficio de la tribu. 

  Estas opiniones pareces discutibles. ¿El comportamiento egoísta es el que permite la invención y el carácter emprendedor? Eso es tanto como decir, por ejemplo, que son necesarias las guerras para el avance industrial y tecnológico porque durante ellas se producen muchas innovaciones de ese tipo. También puede discutirse el que la selección de grupo se sustente en los beneficios para los particulares que son recompensados por sus contribuciones en beneficio de la tribu. Que esto en determinadas circunstancias suceda así no implica que sea el único mecanismo por el cual un grupo prospera más allá del beneficio egoísta de cada uno de sus miembros.

  Son interesantes estas observaciones de Wilson acerca de la supuesta diferencia entre la selección de grupo entre los humanos y la selección de grupo entre los insectos eusociales:

Si tuviera que dominar la selección individual, las sociedades se disolverían. Si acabara dominando la selección de grupo, los grupos humanos acabarían pareciendo colonias de hormigas. 

  Habría sido muy valioso que Wilson explicara un poco más en qué se parecería a las colonias de hormigas una humanidad donde dominase la selección de grupo a la selección individual. Supuestamente, se trataría del reino de la virtud. ¿Insinua Wilson que en el reino de la virtud no habría innovaciones tecnológicas, como no las hay en las colonias de hormigas?

Un Shakespeare en el mundo de las hormigas, no molestado por ninguna de estas guerras entre el honor y la traición, y encadenado por las rígidas órdenes del instinto a un minúsculo repertorio de sentimientos, sólo podría escribir un drama triunfal y otro trágico.  

  Esto sí podría ser acertado: si no hay contradicciones éticas bien es posible que acabasen las circunstancias dramáticas dignas de ser narradas a modo de reflexión pública. El paraíso no daría mucha literatura de sí, de la misma forma que “todas las familias felices se parecen”. Sin embargo, la profundización en el “minúsculo repertorio de sentimientos” podría ser enormemente productiva a nivel psicológico en un sentido no literario. Una sola gran historia de amor puede ser más interesante que una estremecedora continuidad de dramas pasionales.
  
  Wilson nos exhorta al optimismo de la siguiente manera

Los grandes problemas exigen grandes soluciones, a las que se llega racionalmente mediante cooperación entre cualesquiera facciones que nos dividan. (…) Mediante una ética de simple decencia de los unos para con los otros, de aplicación inflexible de la razón, y de aceptación de lo que realmente somos, nuestros sueños al fin se harán realidad.  

   Podría pensarse que una “ética de simple decencia” no es suficiente para que predomine en nuestra cultura la “aplicación inflexible de la razón”, porque de ser así hace mucho que nuestros sueños se habrían hecho realidad, luego la ética que necesitamos no puede ser tan evidente como la “simple decencia”. En lo que sí hay que estar de acuerdo es en que los grandes problemas exigen grandes soluciones, si bien la “ética de simple decencia” no parece una gran solución, aunque sí es una propuesta honrada.

  Finalmente, una observación, que nos hace ver, cómo, en pleno siglo XXI, seguimos ignorando mucho acerca del comportamiento humano:

Debe descartarse la creencia general de que en el futuro inmediato la inteligencia robótica alcanzará, y potencialmente desplazará, a la inteligencia humana. Quizá se escriban algoritmos que simulen respuestas emocionales y procesos de toma de decisiones parecidos a los humanos. Pero, incluso en los casos más extremos y efectivos, estas creaciones seguirán siendo robots.  Nuestra especie es extraordinariamente idiosincrásica tanto en las emociones como en el pensamiento. La mente consiste no sólo en este mundo interior de sensaciones, pensamiento y elección, sino también en los mensajes que fluyen hacia ella procedentes de todas las partes del cuerpo. Avanzar desde el robot hasta el humano sería una tarea de dificultad tecnológica inmensa. Incluso después de que nuestras máquinas superen con mucho nuestras capacidades mentales externas, no tendrán nada que se parezca a la mente humana.  

   Que se de una dificultad tecnológica inmensa para que la inteligencia robótica alcance y desplace la inteligencia humana no quiere decir que esas dificultades no puedan ser superadas. Nuestra tecnología actual también supone dificultades inmensas para los cazadores-recolectores más inteligentes, y eso no las hace imposibles. Los “mensajes que fluyen” hacia la mente humana pueden ser objeto también de estudio e imitación por parte de una tecnología más desarrollada. Si el ser humano es material, todo lo que tenga que ver con éste queda al alcance de la transformación de la materia que es el objeto de la tecnología. Cuándo esto pueda darse y con qué consecuencias, queda para el futuro, pero es erróneo descartarlo.

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