viernes, 25 de septiembre de 2015

“Psícología evolutiva”, 2008. David Buss.

Comprender los mecanismos del cerebro y la mente humana desde la perspectiva de la evolución es la meta de una nueva disciplina científica llamada psicología evolutiva

  David Buss es uno de los más célebres psicólogos evolutivos y en este libro actualiza muchos de sus hallazgos previos, a la vez que recoge los trabajos de otros especialistas.

La psicología evolutiva sugiere que la humanidad posee mecanismos evolucionados a fin de tratar con los problemas de vivir en grupo (…) La psicología evolutiva proporciona las herramientas conceptuales para emerger del estado fragmentado de la actual ciencia psicológica y enlazar la psicología con el resto de las ciencias de la vida en una mayor integración científica.

  La psicología evolutiva es la vía de conocimiento más fiable y asequible con la que contamos hoy para llegar a una información cierta acerca de la “naturaleza humana”. Somos el resultado de la evolución dentro de un proceso de desarrollo biológico que en el caso humano implica, para empezar, una extraordinaria complejidad social en comparación con los demás seres vivos.

Vivir en grupos sociales complejos impone riesgos de “robo, canibalismo, infanticidio, extorsión y otras traiciones” (…) Es plausible que todas estas fuerzas relacionadas –las complejidades impuestas por la vida intensa dentro de los grupos, el bipedalismo que liberó la mano humana para la invención de herramientas y su uso, la caza y la guerra- llevaran a desarrollar los altos niveles de inteligencia que muestran los humanos de hoy

   Siendo prácticos, lo primero que nos interesa del conjunto de datos que la psicología evolutiva nos proporciona es lo referente a lo que parece ser el principal problema humano: la agresión y la antisocialidad.

La evidencia paleontológica –antiguos huesos y piedras- revela una historia de homicidios que va hasta decenas de miles de años atrás

  ¿Por qué la evolución nos ha hecho agresivos, siendo esto un obstáculo tan grave a la cooperación? Lo que parece es que, mientras que para el ser humano actual es evidente que la cooperación sin violencia nos proporcionaría enormes beneficios, esto no era algo tan claro para el hombre del Paleolítico.

Uno de los motivos clave del homicidio de varón a varón es la defensa del estatus, la reputación y el honor dentro del grupo local de iguales. (…) Si alguna vez ha habido un candidato razonable para una motivación humana general, la lucha por el estatus estaría cerca de lo más alto de la lista

   La obtención de estatus (que ahorraba la constante disputa, sustituyéndola por la constante amenaza implícita, culturalmente aceptada) era vital a fin de asegurarse el acceso a unos recursos escasos. La abundancia potencial de recursos económicos con la que hoy contamos, gracias a la tecnología, no era accesible al hombre del paleolítico. Los recursos eran para él tan escasos como para cualquier otro animal que luchaba duramente dentro de su mismo medio, siempre al límite de sus posibilidades.

Los hombres han heredado de sus antepasados mecanismos psicológicos que son sensibles a contextos en los cuales la agresión probabilísticamente lleva a una solución exitosa de un problema adaptativo particular

  Aparte de la mera supervivencia individual, la selección genética opera para favorecer la adquisición de los “recursos reproductivos”: el varón de alto estatus cuenta con más oportunidades de tener descendencia. Supervivencia individual y éxito sexual suponen el camino seguro para la reproducción de los más aptos.

   Por supuesto, en un medio de recursos siempre escasos primero hay que sobrevivir a fin de asegurar la reproducción, pero, de entre los supervivientes, no todos los animales tendrán el mismo éxito reproductivo. Es aquí donde entra la cuestión de la “selección sexual”, que tiene peculiaridades más allá del éxito social.

[Darwin] observó extrañas estructuras que parecían no tener nada que ver con la supervivencia; el brillante plumaje del pavo real era un ejemplo primario (…) La respuesta de Darwin a este aparente estorbo a la teoría de la selección natural fue diseñar lo que él pensaba que sería una segunda teoría evolutiva: la teoría de la selección sexual.(…) Si los miembros de un sexo tienen algún consenso sobre las cualidades que son deseadas en los miembros del sexo opuesto, entonces los individuos del sexo opuesto que poseen estas cualidades serán elegidos preferentemente como pareja. 

  La hembra del pavo real elige al macho de la más brillante (e inútil) cola porque se ha codificado genéticamente en ella la capacidad para evaluar que el portador de tal cola solo puede ser un individuo especialmente sano y vigoroso. Así funciona (aunque algunos actualmente lo discuten).

La selección natural y la selección sexual (…) parten del mismo proceso fundamental: éxito reproductivo por virtud de diferencias heredables en diseño.

  Y la evolución puede demostrarnos que es aún más compleja:

La selección natural y la selección sexual no son las únicas causas del cambio evolutivo. Algunos cambios, por ejemplo, pueden ocurrir por un proceso llamado “deriva genética”, la cual se define como cambios al azar en el componente genético de una población. Los cambios al azar pueden llegar a través de varios procesos, incluida la mutación (un cambio casual en el ADN), efectos de “fundación” [que se da cuando una nueva colonia es fundada por un pequeño grupo con una peculiar dotación genética, condicionando así a todos los descendientes] y efectos de “cuello de botella” [cuando una gran población se ve reducida espectacularmente por alguna catástrofe, dando lugar a que una escasa descendencia se reproduzca entre sí, propagando sus rasgos heredables particulares]

   Recapitulando: los seres humanos somos unos animales de una gran complejidad social y una extraordinaria capacidad tecnológica y cooperativa, pero seguimos en buena parte “atrapados” por los condicionamientos de la selección natural del hombre de la Edad de Piedra. Por eso no podemos aún desarrollar todo nuestro potencial para la plena cooperación: porque los instintos propios de la larguísima época de escasez económica aún predominan en nosotros.

William James definió los instintos como “la facultad de actuar de determinada manera para producir ciertos fines, sin prever los fines y sin preparación previa para la ejecución”

  Esto, desde luego, nos limita mucho a la hora de actuar. La idea de David Buss y los psicológos evolutivos es que, ciertamente, para alcanzar una vida “mejor” en el sentido que indica nuestra cultura actual (más cooperación y menos agresión) tenemos que reprimir muchos de nuestros instintos. Este control de los instintos se desarrolla mediante un aprendizaje (normalmente inconsciente) que tiene lugar en las concretas circunstancias de la cultura del momento en que vivimos. Pero hemos de tener en cuenta también que nuestra misma capacidad para el aprendizaje es instintiva…

Tenemos que identificar la naturaleza de los mecanismos de aprendizaje subyacentes que capacitan a los humanos para cambiar su comportamiento.(…) Hay evidencia clara de que cada forma de aprendizaje se explica mejor por diferentes mecanismos evolutivos de aprendizaje (…) El aprendizaje requiere mecanismos psicológicos evolucionados específicos para llegar a tener lugar.

  Entre los mecanismos psicológicos evolucionados podría encontrarse uno que nos facilita un poco la vida en sociedad, que sería la capacidad para desarrollar comportamientos de altruismo recíproco. No se trataría de una creación cultural y su existencia en el individuo tampoco es cuestión de aprendizaje. Pero el aprendizaje de reglas de prosocialidad -comportamiento altruista que genere confianza y que, por tanto, facilite la cooperación- depende de cómo opere el entorno sobre tal capacidad innata para tal reciprocidad.

El razonamiento de intercambio social podría ser un componente especializado y separado dentro de la maquinaria cognitiva humana

  Este mecanismo hereditario de aprendizaje social habría surgido también en la época de los cazadores-recolectores y nuestra cultura lucharía por adaptarlo a fin de producir resultados mejores en el mundo de hoy. Para comprender el funcionamiento de tal mecanismo de cooperación debemos tener en cuenta, ante todo, que el altruismo recíproco solo puede darse a partir de la confianza mutua. Eso exige no solo la predisposición a ayudar y la inteligencia de planearlo y ejecutarlo de forma efectiva, sino también la capacidad para detectar en lo posible que no nos engañen…

[Hay] cinco capacidades cognitivas [para desarrollar el altruismo recíproco y detectar a los que engañan]: (…) la habilidad de reconocer diferentes rostros humanos (…) la habilidad para recordar las historias de las interacciones con diferentes individuos (…) la habilidad para comunicar los valores [lo que pensamos que es correcto que debe hacerse] de unos a otros (…) la habilidad para comprender los valores de otros (…) la habilidad de representar costes y beneficios con independencia del tipo de bienes intercambiados            

  A esto se le llama la “Teoría del contrato social”. Tiene precedentes en el comportamiento animal no humano y sus reglas lógicas se han puesto a prueba en programas informáticos. En el desarrollo del "dilema del prisionero" (especie de juego lógico acerca de alternativas de cooperación y engaño) se han señalado muchas de las contingencias que pueden darse en estrategias de reciprocidad:

La reciprocidad contingente (…) identifica tres rasgos (…) que representan las claves del éxito: 1) nunca seas el primero en traicionar, siempre empieza cooperando y continúa cooperando mientras el otro haga lo mismo, 2) aplica represalias solo después de que el otro haya traicionado, y traiciona solo después del primer momento de no reciprocidad, 3) perdona si un jugador que ha traicionado comienza a cooperar y entonces actúa recíprocamente y comienza un ciclo benéfico mutuo

  Básicamente, de lo que se trata es de hacerse una “reputación” al interactuar con otros individuos, demostrando así que uno es fiable a la hora de devolver favores tanto como lo es a la hora de detectar tramposos. En las sociedades humanas complejas la elaboración de reputaciones toma diversas formas, se manifiesta mediante mecanismos emocionales de evaluación (moralidad) y se ve contrarrestada por las inevitables estrategias de engaño en respuesta.

Los humanos han alcanzado a elaborar mediante la evolución emociones morales que dan lugar a rápidas evaluaciones automáticas

  Así, la psicología evolutiva nos da un marco general y una visión realista de las dificultades para alcanzar la plena cooperación. Tenemos instintos, y entre ellos también se hallan los instintos de aprendizaje, que pueden aplicarse a desarrollar capacidades cognitivas que promuevan las relaciones cooperativas eficientes (que son igualmente instintos propensos al desarrollo). Los mecanismos de aprendizaje de la vida social, en concreto, se rigen por algunas pautas descifrables.

    Otra cuestión de la psicología evolutiva por la que David Buss se ha hecho conocido es la que se refiere a las estrategias de emparejamiento entre humanos. Para entender estas estrategias, primero hemos de contar con algunos principios fundamentales que compartimos con todos los seres vivos, como es el caso de la “inversión parental”.

El sexo que invierte mayores recursos en su descendencia (frecuentemente, pero no siempre, la hembra) evolucionará para ser más selectivo o discriminativo en seleccionar su pareja

  En el caso de las hembras humanas, el embarazo es largo y la crianza del hijo exige mucha atención, hasta por lo menos los cuatro o cinco años de edad, que es cuando, entre las familias extendidas propias de los cazadores-recolectores, la protección, mantenimiento y enseñanza del niño se hace más fácil y ya no depende exclusivamente de la madre (aloparentalidad). Esto es lo que hace que se requiera una fuerte “inversión parental”.

Debido a que las mujeres en nuestro pasado evolutivo arriesgaban enormemente su inversión como consecuencia de tener sexo, la evolución favoreció a las mujeres que eran altamente selectivas para elegir pareja. Las mujeres ancestrales sufrieron costes severos si no discriminaban: experimentaban un menor éxito reproductivo [puesto que] pocos de sus hijos sobrevivían para llegar a la edad reproductiva

  De ahí habrían surgido los fuertes vínculos emocionales –afectivos- hombre-mujer que favorecen que la pareja permanezca unida, al menos, durante el periodo de tiempo en el que la crianza del niño es más exigente.

  Buss quiere relacionar esto con hábitos muy marcados de mujeres que todavía hoy seleccionan como pareja a los hombres de alto estatus y que cuentan con buenos recursos económicos. Sin embargo, no aclara la duda de si de lo que se trata más bien es de que los hombres de alto estatus seleccionan a las mujeres que serán buenas madres tanto como seleccionan de entre los demás recursos disponibles aquellos más ambicionados gracias a su situación privilegiada. La selección natural podría haber hecho que los varones que se sienten atraídos por las buenas madres propaguen su estirpe por el mero hecho de que los hijos cuidados por buenas madres, lógicamente, tienen más probabilidades de prosperar (los hijos de los hombres a los que no les atraigan las mujeres maternales no sobrevivirían en tan gran medida como lo harían los hijos que sí se sienten atraídos por las buenas madres: estas características de la personalidad son en buena parte heredables y se propagan sensiblemente al cabo de unas cuantas generaciones).

   La puntualización sobre “quién elige a quién” se hace necesaria porque el hecho es que los antropólogos no han encontrado mucha libertad para elegir en las mujeres de las sociedades de cazadores-recolectores, que siempre se encuentran en situación de inferioridad con respecto a los hombres (muchas veces son violadas y secuestradas en el curso de las constantes guerras). El planteamiento de la “inversión parental” (a las mujeres les convienen hombres que las ayuden puesto que invierten casi todos sus recursos en la cría de los hijos) tiene sentido, pero eso no quiere decir necesariamente que sean las mujeres las que elijen.

Los hombres agresivos que desean dominar a las mujeres físicamente y burlar las elecciones sexuales de las mujeres podrían haber ejercido una importante presión selectiva sobre el sexo opuesto en los tiempos ancestrales

  Es decir, podría haberse dado el caso de que la fórmula exitosa fuese la de mujeres manipulables por hombres agresivos y sexualmente muy activos. De ese modo los hombres de alto estatus habrían podido extender su prole entre muchas mujeres que fuesen sumisas, fieles y buenas madres, prestándoles el apoyo imprescindible para permitir que sus hijos se hicieran mayores, prosperasen y a la vez se reprodujesen transmitiendo las características heredadas.

  De hecho, David Buss recoge el juicio de Roy Baumeister acerca de la “plasticidad erótica femenina”, que supone que las mujeres contarían, en comparación con el varón, con una mayor adaptabilidad (psicológica, emocional) para desenvolverse en diversas fórmulas sexuales y familiares, sea la monogamia estable, los matrimonios sucesivos, la poligamia, la castidad, la promiscuidad o incluso el lesbianismo…

El lesbianismo y la homosexualidad masculina, por ejemplo, parecen ser bastante diferentes: la orientación sexual masculina tiende a aparecer pronto en el desarrollo, mientras que la sexualidad femenina parece ser mucho más flexible a lo largo de la vida 

  Buss, en cambio, no considera el punto de vista de quienes sugieren que, igual que los hombres del neolítico habían domesticado el ganado mediante la selección, también, dentro de la sociedad agraria patriarcal, podría haberse domesticado a las mujeres de la misma forma durante los últimos milenios (la domesticación humana no se habría limitado tampoco a las mujeres: los hombres de clase inferior, los siervos, hubieran sido asimismo seleccionados... pero a la larga ellos habrían dejado poca descendencia, dada la ventaja de los numerosos hijos de los varones poderosos). El resultado habría sido hombres dominantes y económicamente responsables de su prole, y mujeres sumisas, buenas madres y eróticamente “plásticas”. La plasticidad erótica de la mujer permitiría, como se ha dicho, adaptar su comportamiento a diferentes fórmulas familiares y proporcionaría así más garantías de fidelidad sexual (la fidelidad sexual es importantísima para preservar la herencia genética del varón).

  De esa forma, las características de conducta social y sexual del varón de hoy estarían mucho más próximas a las del paleolítico que en el caso de las mujeres, dado que el comportamiento femenino habría cambiado más debido a la selección sufrida durante el largo periodo de las primeras sociedades agrarias (cuando tiene lugar la domesticación del ganado). Ciertos datos antropológicos parecen avalar esto:

Las mujeres conocidas por ser promiscuas sufren daño reputacional incluso en culturas relativamente promiscuas

   No tendría sentido que los varones invirtieran recursos en la cría de niños sin contar con cierta seguridad de que tales niños llevan su herencia genética: si fuesen sistemáticamente engañados su rastro genético desaparecería en unas cuantas generaciones, de ahí el control constante sobre la fidelidad conyugal y la preponderancia de los hombres de alto estatus a la hora de difundir su simiente. Las mujeres promiscuas siempre habrían sido perseguidas y sin embargo llegan a existir por presiones culturales, posiblemente porque esto es facilitado por esa "plasticidad" impuesta por la selección.

  Conviene aquí hacer la puntualización de que muchos autores critican la facilidad con la que los psicólogos evolutivos formulan sucesivas hipótesis sobre el comportamiento humano y sus causas evolutivas. Sobre el papel, multitud de ellas pueden funcionar tanto como contradecirse unas a otras (¿eligen las mujeres a los mejores padres o eligen los hombres a las mejores madres?). Además, muchos rasgos pueden no obedecer a ninguna necesidad indicada por la evolución.

No todas las diferencias individuales deben ser adaptativas. Alguna variación podría ser por azar genético [deriva genética], sin conexión con variables de adaptación.

  La mejor solución es, cuando sea posible, comprobar cada una de estas hipótesis mediante experimentación psicológica y observación antropológica. Y, desde luego, siempre se ha de desconfiar de la tendenciosidad ideológica de los autores. Parece extraño, por ejemplo, que Buss ponga tanto énfasis en la capacidad de la mujer primitiva para elegir, cuando sabemos que la guerra y la violencia contra las mujeres es una constante entre los pueblos cazadores-recolectores. También sabemos que en el pasado lejano de las primeras civilizaciones agrícolas los matrimonios o emparejamientos solían ser concertados, y que el elegir esposa o concubinas era privilegio de los hombres de alto estatus. Todo esto hace sospechoso el esquema de la libre elección femenina. Lo cual no niega que algunos planteamientos tengan sentido, que es lo que suele suceder cuando, como ya se observó, comenzamos a postular teorías de comportamiento evolutivo una tras otra…

Excepto en copulación forzada, el deseo del hombre para el sexo a corto plazo podría no haber evolucionado sin la presencia de algunas mujeres bien dispuestas

  Pero si al mismo tiempo, como hemos visto, se juzga que las mujeres promiscuas –las “bien dispuestas”- no gozan de buena reputación, es poco probable que estas mujeres promiscuas tuviesen, a la larga, muchas probabilidades de propagar sus características. En cambio, hemos visto que la guerra –que suele implicar para la mujer copulación forzosa- es una constante del comportamiento del hombre primitivo.

El acceso sexual a las mujeres es un importante recurso reproductivo que se gana mediante la agresión en coalición

  Dado lo que sabemos sobre la variabilidad de los temperamentos humanos (“rasgos de personalidad") y de la evolución de las culturas, no sería extraño que nuestra herencia permita la aparición constante de formas diversas de comportamiento masculino y femenino como resultado tanto de la heredabilidad genética como del control social. Así, siempre habríamos tenido mujeres promiscuas, que gustan del sexo a corto plazo, mujeres fácilmente adaptables a muy diversas formas culturales de emparejamiento y familia, o incluso mujeres “andrófilas”, que buscan la fidelidad solo con respecto a un ideal masculino en concreto (como la búsqueda de la mejor cola del pavo real macho).

  Los resultados de la psicología experimental muestran indicios de todo tipo: mujeres promiscuas, mujeres bisexuales, mujeres castas, mujeres monógamas y celosas, mujeres interesadas en varones con grandes recursos económicos… Tanto si esta variación en la mujer se debe a la diversidad de temperamentos como si tiene mucho que ver en ello la “plasticidad erótica femenina”, lo que sí parece claro es que en el varón siempre predomina el deseo de “sexo a corto plazo” y la agresividad propia de la lucha por el estatus. Quizá por eso la mayor parte de las doctrinas e ideologías tendentes a reprimir el comportamiento antisocial se centran en fomentar el autocontrol de los instintos masculinos.

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