miércoles, 23 de diciembre de 2015

“La posibilidad del altruismo”, 1970. Thomas Nagel

    El filósofo Thomas Nagel abordó la cuestión del altruismo desde el punto de vista de la racionalidad. No tanto que el ser altruista supusiera una decisión necesaria desde el punto de vista racional, sino que el no serlo de una forma sistemática es irracional.

Debe enfatizarse que por altruismo no se quiere decir solo la variedad de nobles autosacrificios frecuentemente asociados con ese epíteto, sino que hemos de considerar como altruista a cualquier comportamiento motivado meramente por la creencia de que alguien más se beneficiará o que se le evitará daño por ello.( …) Una voluntariedad de actuar en consideración de los intereses de otras personas, sin la necesidad de motivos ulteriores.

El altruismo que desde mi punto vista subyace a la ética no debe ser confundido con una afección generalizada por la raza humana

Mi argumento pretende demostrar que el altruismo (o su principio matriz) depende de un completo reconocimiento de la realidad de otras personas. (…) El reconocimiento de la realidad de otros depende de una concepción de uno mismo, de la misma forma que el reconocimiento de la realidad del futuro depende de una concepción del presente

La ética es una lucha contra una cierta forma de discurso egocéntrico, tanto como el razonamiento de la prudencia es una lucha contra la dominación por el presente.

  Si careciéramos de la capacidad para distinguir entre un individuo y otro (como sucede con algunas especies de animales) esto implicaría que tampoco nos reconoceríamos a nosotros mismos. Así pues, el altruismo, que puede o no darse, ya presupone una mayor complejidad psicológica del que lo experimenta (si no una mayor racionalidad).

Este libro defiende una concepción de la ética, y una consecuente concepción de la naturaleza humana, según la cual ciertos importantes principios morales establecen condiciones racionales acerca del deseo y la acción que derivan de un requerimiento básico de altruismo.

Concibo la ética como una rama de la psicología

La psicología, específicamente la teoría de la motivación, debe ser el campo apropiado en el cual hacer progresos en la teoría ética

  ¿Y psicológicamente podemos concebir que se es más racional cuando se es más altruista? Porque la impresión que tenemos es que la motivación más racional es el egoísmo. Al fin y al cabo somos seres vivos, sujetos, individuos, vivimos y sentimos en soledad, nos morimos en soledad y solo uno mismo puede sentir la propia realidad de cada uno. ¿Por qué perjudicarnos por el bien de otros?

El reconocimiento de la realidad de la otra persona y la posibilidad de ponerte a ti mismo en su lugar, es esencial [para el altruismo]

El principio de altruismo está conectado con la concepción de uno mismo como meramente una persona entre otros. Surge de la capacidad de verse a uno mismo simultáneamente como “yo” y como “alguien” –un individuo especificable impersonalmente.

  Nuestra naturaleza nos ha hecho altruistas en alguna medida, incluso aunque sea como secuela de la capacidad para percibirnos a nosotros mismos al evaluarnos como “individuos especificables”, pero la evolución (que Nagel no menciona) ha marcado también una tendencia para hacernos altruistas porque, aparentemente, el altruismo favorece la cooperación y por lo tanto beneficia a la especie. Nuestra tendencia al altruismo es la que nos permite superar las condiciones –muy egoístas- de la reciprocidad directa (yo te doy una manzana si tú me das un plátano): la reciprocidad directa permite una cierta cooperación, pero solo cuando se dan las circunstancias muy especiales de que dispongamos de la manzana y el plátano en el momento y lugar adecuados; el altruismo, en cambio, permite que las manzanas y los plátanos cambien de manos en ciertas ocasiones en que las garantías de reciprocidad no están disponibles, pues hace psicológicamente viable que nos agrade el beneficio ajeno (tanto como puede resultarle también agradable a los otros).

  Podemos, pues, no ser conscientes de ello, pero los impulsos altruistas benefician a la especie. Sin embargo, es un hecho que no podemos percibir semejante “utilidad” porque cuando obramos de forma altruista lo hacemos obedeciendo a nuestros impulsos y no teniendo en cuenta el futuro de la especie. A Thomas Nagel lo que le interesa es descifrar cómo operan dentro de la subjetividad de cada individuo tales impulsos, deseos y acciones, algo que tendría que estar en contradicción con nuestros propios intereses inmediatos de obtener beneficios materiales para uno mismo. Es decir, ¿qué mecanismos lógicos ha utilizado la naturaleza –por el bien de la especie- a fin de convertirnos en altruistas precisamente a nosotros, los mamíferos más individualistas del reino animal?

   Sin entrar, pues, en la argumentación de la conveniencia del altruismo, Thomas Nagel considera que algo así como un instinto altruista y un instinto de “culpa” o “vergüenza” deben de existir de forma innata, posibilitando ciertas obligaciones morales.

Decir que el altruismo y la moralidad son posibles en virtud de algo básico en la naturaleza humana no es decir que los hombres son básicamente buenos. Los hombres son básicamente complicados, y cómo de buenos son depende de si ciertas concepciones y formas de pensar han adquirido predominio, un predominio que es precario en cualquier caso. 

  Es a partir de ese  “algo básico en la naturaleza humana” como pueden construirse conceptos objetivos de moralidad que para Nagel serían el elemento primordial.

Es mediante el reconocimiento de razones objetivas que uno puede llegar a una preocupación justificada por los intereses de otros, independientemente de la relación que uno tenga con él

  Lo objetivo es aquello en lo que el interés privado resulta intrascendente, como el hecho de que el que a mí me interese que el día pase pronto no influye para nada en la rotación de la tierra. De la misma forma sucede que el que a mí me caiga mal una persona no implica que pueda asesinarla despreocupadamente: los criterios objetivos limitan nuestras intenciones egoístas (consideramos al otro como “una persona”, no como un animal o un objeto cualquiera que podemos consumir, utilizar o ignorar), pero al mismo tiempo nos benefician indirectamente al hacer posible el altruismo práctico y sus consecuencias cooperativas (aunque de esto no tenemos por qué ser conscientes).

El principio detrás del altruismo es que los valores deben ser objetivos, y que cualquiera que aparezca como subjetivo debe ser asociado con otros que no lo son.
  
Hay un punto de vista que puede quizá ser rechazado: la visión de que el comportamiento en consideración a los otros está motivado por evitar los sentimientos de culpa que podrían resultar del comportamiento egoísta. La culpa no puede proporcionar la razón básica, porque la culpa es precisamente el reconocimiento doloroso de que uno está actuando o ha actuado en contra de una razón determinada por las afirmaciones, derechos o intereses de otros – una razón que por tanto debe haber sido reconocida previamente

  Esto tiene una implicación de largo alcance: la posibilidad del altruismo surge de que tenemos que presuponer la objetividad de los intereses de los demás, y por tanto, que las reglas de convivencia se han de basar en este reconocimiento. En teoría, mientras más implicada esté nuestra razón en el reconocimiento de la subjetividad ajena (que consideremos un valor objetivo la subjetividad de los otros), más perfectas serían las reglas de convivencia.

El requerimiento de objetividad exige que se dé todo el peso a la distinción entre personas y a la irreductible significación de las vidas humanas individuales cuando los intereses de diferentes individuos deben ser ponderados los unos con respecto a los otros en un cálculo de razones objetivas. Esto es cierto aunque no podamos especificar el sistema de sopesamiento que encarna tal respeto por los individuos

La posibilidad del altruismo simple depende del reconocimiento de un especial tipo de razón subjetiva, y su sumisión al procedimiento de objetivación.

  El “sistema de sopesamiento” sería entonces la gran cuestión abierta. Aunque el mismo Nagel se muestre pesimista, su evaluación, que parece tan simple (requerimos de la objetivación de las realidades subjetivas ajenas), parece señalar una dirección al desarrollo de la convivencia cooperativa entre los humanos, esos mamíferos que serían portadores de complejos instintos para experimentar emociones altruistas, culpa y empatía.

  No podemos ignorar nuestra innata percepción de los sujetos ajenos como objetos merecedores de valoración. Queda por determinar qué tipo de valoración vamos a aplicar en concreto, pero racional y psicológicamente está claro que el altruismo es posible e incluso en alguna medida necesario. También parece conveniente, y mucho.

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