viernes, 15 de enero de 2016

“La mente moral”, 2006. Marc Hauser

  La capacidad humana para formular juicios morales y actuar en consecuencia es lo que nos permite llegar a logros en la vida social inalcanzables para otros animales.

Si bien los animales la emprenden a golpes con alguno que viola una regla en el contexto de la defensa de los recursos comunes, no hay evidencia de que ataquen a aquellos que engañan en el curso de una empresa cooperativa. Hay dos posibles explicaciones para esto. Los animales, o bien no logran detectar a los tramposos dentro del contexto de cooperación, o no aplican la lógica de agresión en la defensa de recursos en el contexto de la cooperación

  La moralidad consiste, en esencia, en actuar intencionadamente contra o a favor de los individuos según estos se comporten con respecto a los intereses comunes del grupo social. La venganza es moral, el pudor es moral, el altruismo es moral. Se trata de actitudes evolutivamente seleccionadas por su trascendencia para el bien común dentro del grupo y que llevan a comportamientos psicológicamente complejos.

[Existe] un conjunto de rasgos [relativos a la vida social] que parecen ser únicamente humanos: algunos aspectos de la teoría de la mente, las emociones morales, el control inhibitorio y el castigo a los tramposos

  Estos rasgos psicológicos son los que permiten interactuar con los semejantes de la manera que es más propia de los humanos: la “teoría de la mente” implica la interpretación de los comportamientos ajenos como causados por una estructura cognitiva unificada y subjetiva equiparable a la nuestra (tiene mucho que ver con la empatía) y permite imaginar con más fiabilidad cómo los demás actúan; las emociones morales son las que nos impulsan a corregir o alabar a quienes obran contra o a favor del bien común; el control inhibitorio nos permite autorreprimirnos, no dejarnos llevar por impulsos egoístas que nos pondrían en conflicto con los demás: y el castigo a los tramposos (incluida la venganza) nos ofrece una herramienta para favorecer que los demás se comporten de acuerdo con los intereses comunes… en la medida de lo posible.

  Si bien es muy probable que la diferencia entre animales y seres humanos en cuanto a sus cualidades de comportamiento sea solo cuantitativa, el caso es que, gracias a estas estrategias, controlamos la acción de nuestros congéneres en el contexto de las actividades cooperativas, lo cual es difícil (y usualmente imposible, sobre todo en su medio natural) que suceda entre los animales. El biólogo evolutivo Marc Hauser se fija especialmente en el fenómeno de la “reciprocidad indirecta”, algo que muy raramente se ha observado en no humanos.

La reciprocidad indirecta implica reputación y estatus, y tiene como resultado que todo el mundo dentro de un grupo social se vea afirmado y reafirmado por los interactuantes partiendo de la base de sus interacciones con los demás

  Es decir, en los grupos humanos (que originariamente eran bandas de cazadores-recolectores de un máximo de alrededor de ciento cincuenta individuos) existe un complejo sistema de control de unos individuos por otros: todo el mundo está pendiente de la capacidad de todo el mundo para la cooperación social. Todo el mundo vigila, chismorrea y castiga o premia a los que contribuyen al bien común, y como resultado de esta atención constante se asigna prestigio, reputación y estatus a cada individuo. Eso permite maximizar las posibilidades de obrar en común porque cada uno se siente condicionado para tratar de hacerlo lo mejor posible  a ojos de los demás y así ganarse su confianza…

  Mucho más simple es la “reciprocidad directa” (o mutualismo), que es el “yo te doy una banana si tú me das una manzana”, lo cual se halla limitado a unas situaciones muy concretas. La “reciprocidad indirecta” (asignar una reputación a los miembros del grupo cuya conducta conocemos) nos permite, en cambio, mantener relaciones de confianza mucho más flexibles y ambiciosas: “yo te ayudo porque sé, por tu reputación, que cuando llegue el momento también tú me ayudarás a mí”.

Somos el único animal que coopera a gran escala con individuos no genéticamente relacionados, y que consistentemente muestra una reciprocidad estable

La reciprocidad requiere una maquinaria psicológica sustancial que incluye la capacidad para cuantificar costes y beneficios, almacenar estos en la memoria, recordar interacciones previas, programar los favores devueltos, detectar y castigar a los tramposos, y reconocer las contingencias entre dar y recibir

El castigo es una forma de controlar el engaño. Es una forma de control externo. Pero castigar a otro requiere al menos dos capacidades. La primera es el juicio sobre la cantidad de comportamientos posibles o tolerables en un contexto dado; esto es necesario porque las acciones punibles son aquellas que se desvían en alguna forma significativa de un conjunto de comportamientos o emociones normativos en la población  (…) La segunda capacidad es una habilidad para distinguir entre una violación intencional o voluntaria, y una violación involuntaria o accidental

  Es aquí donde entra en juego la teoría sobre la “gramática moral universal” que defiende Marc Hauser, porque estas capacidades para detectar los desarrollos complejos de acciones sociales y para detectar la intencionalidad de los individuos parecen demasiado especializadas como para darse por mera transmisión cultural. Hauser compara esta base cognitiva con la "gramática universal" de Chomsky, relativa a la construcción del lenguaje.

Chomsky (…) se refiere a los principios inconscientes que subyacen al uso del lenguaje y la comprensión. Se refiere también a los principios inconscientes que subyacen a ciertos aspectos de matemáticas, música, percepción de los objetos y, sugiero, a la moralidad.

La facultad moral consiste en un conjunto de principios que guían nuestros juicios morales pero no determinan estrictamente cómo actuamos. Los principios constituyen la gramática moral universal, un rasgo característico de la especie. (…) Nuestra facultad moral está equipada con (...) una caja de herramientas para construir sistemas morales específicos.

De la misma forma en que todos los humanos comparten una gramática universal pero podrían hablar chino, inglés o francés, parece que todos los humanos comparten un sentido universal de distribución del juego limpio [comportamiento equitativo y cortés en sociedad], con diferencias a través de las culturas que van asociadas a matices de intercambio, justicia, poder y regulación de recursos

Hemos evolucionado un instinto moral, una capacidad que naturalmente crece dentro de cada niño, diseñado para generar juicios rápidos acerca de lo que es moralmente correcto o equivocado, basado en una gramática inconsciente de acción. Parte de esta maquinaria fue diseñada por la mano ciega de la selección darwiniana millones de años antes de que nuestra especie evolucionara; otras partes fueron añadidas o aumentadas a lo largo de nuestra historia evolutiva, y son únicas tanto para los humanos como para nuestra psicología moral.

  Hauser hace una descripción aproximativa de cinco principios innatos de las capacidades cognitivas humanas (intuición sobre la acción) que permitirían el desarrollo de la moralidad.

Primer principio: si un objeto se mueve por su cuenta, o es un animal o parte de uno

Segundo principio: si un objeto se mueve en una particular dirección hacia otro objeto o posición en el espacio, el objetivo representa la meta del objeto

Tercer principio: si un objeto se mueve flexiblemente, cambiando de dirección en respuesta a objetos o sucesos relevantes en el entorno, entonces es racional

Cuarto principio: si la acción de un objeto es seguida inmediatamente por la acción de un segundo objeto, la acción del segundo objeto es percibida como una respuesta socialmente contingente (…) El comportamiento contingente dispara un sentido de lo social, un sentimiento de que hay una mente detrás de un objeto, el cual pretende comunicarse.

Quinto principio: si un objeto se mueve por sí mismo, con un objetivo determinado y respondiendo flexiblemente a los condicionamientos del entorno, entonces el objeto tiene el potencial de causar daño o confort a otros objetos de mentes parecidas.

Estos principios primitivos de acción ponen al niño en un camino adecuado a las relaciones sociales de desarrollo normal

  Puede parecernos a primera vista que estas percepciones instintivas tienen poco que ver con la moralidad, sin embargo, la base de ésta es el intercambio de acciones productivas en el contexto de un grupo estrechamente unido, y el nacer con una capacidad innata para atribuir intenciones, causas, vínculos y contingencias a unos individuos equivalentes a uno mismo da lugar a un complejo desencadenamiento de principios añadidos (éstos, culturalmente transmitidos), y ahí es donde se encuentra la moralidad: la asignación de reputación por la observación interesada de cada uno de nuestros semejantes, por parte de cada uno .

Los cinco principios de acción que he indicado guían la comprensión del mundo de los niños, proporcionando algunos de los bloques de construcción para nuestra facultad moral [y] entran en juego antes del fin del primer año de vida. Su temprana aparición representa la manifestación de un sistema innato.(…) Los niños están equipados con la capacidad de descomponer los sucesos en frases de acción discretas, y de interpretar las acciones de un objeto en términos de cinco principios nucleares. Aunque ninguna de estas habilidades es específicamente una facultad moral, proporcionan a los niños la capacidad esencial para generar expectativas acerca de objetos clasificados como agentes, para atribuir intenciones y metas a tales agentes y para predecir patrones de afiliación basados en acciones asociadas con emociones positivas o negativas. (…) Pero incluso con estas capacidades en juego, otras son necesarias: clasificar los objetos como agentes es una cosa, clasificarse a unos mismos y a otros como agentes morales –individuos con responsabilidad, una comprensión de propiedad, un sentido de imparcialidad y la capacidad de empatizar- es otra.

A medida que se aproximan a su quinto cumpleaños, los niños aprecian no solo que los otros tienen creencias, deseos e intenciones, sino que estos estados mentales juegan un papel en el juzgar si alguien es bueno o malo

  A partir de esta base se elabora el contenido específico de cada sistema moral, socialmente desarrollado y culturalmente transmitido. La moralidad innata se limita a programar la mente del niño para juzgar y asignar comportamientos de base emocional. Pero qué juicios y qué comportamientos, eso ya no depende de la capacidad innata.

La variación cultural emerge debido a que las culturas enseñan particulares variantes morales que, mediante la educación y otros factores, se vinculan con emociones. Una vez vinculadas, las respuestas a las transgresiones morales son rápidas e irreflexivas, impulsadas por emociones inconscientes.

Adquirir el sistema moral nativo es rápido y no requiere esfuerzo, exige de poca a ninguna instrucción. La experiencia con la moralidad nativa pone en marcha una serie de parámetros, da lugar a un sistema moral específico.

   Hauser pone un ejemplo clásico:

Para clarificar la relación entre la variación cultural y la universalidad, considérese el acto del infanticidio

  Hoy nos parece un crimen atroz, pero la civilización grecolatina aceptaba el infanticidio como un método más de control de natalidad… de la misma forma que en muchas culturas primitivas lo sigue siendo hoy. Y de forma parecida a cómo el aborto es aceptado hoy en muchas sociedades (y en otras no).

  Este ejemplo también nos sirve para estimar la importancia del factor emocional, porque sin la valoración emocional (repugnancia, indignación, admiración…) la moral no podría llegar a existir. La intuición permite asignar valoraciones de las que la cultura nos informa, pero es la emoción la que nos urge a actuar en consecuencia…

Es posible que el asco guarde una posición única en guiar nuestras intuiciones morales. Tanto si el asco tiene este papel único como si no (…) [los datos experimentales] plantean la interesante posibilidad de que las normas adquieren su robustez cuando están vinculadas a fuertes emociones

La infusión de emoción causará un cambio desde una violación convencional a una violación moral [no es lo mismo violar una norma de etiqueta que cometer un crimen…]

  Aunque estamos más o menos acostumbrados al formalismo de las leyes razonadas para el bien común, encontramos que el factor esencial de la moralidad se halla en las emociones irracionales a partir de principios innatos culturalmente condicionados.

El razonamiento moral consciente frecuentemente no juega ningún papel en nuestros juicios morales, y en muchos casos refleja una justificación post-hoc, justificación o racionalización de inclinaciones o creencias previamente mantenidas

   Las leyes contra el infanticidio (o contra el aborto) se convierten en una demanda social solo después de que se haya generado una reacción emocional colectiva al respecto, más o menos mayoritaria.

El asco incluye dos rasgos que lo hacen particularmente efectivo como emoción social: disfruta de cierto nivel de inmunidad de la reflexión consciente, y es contagioso, como bostezar y reír, infectando lo que otros piensan con gran rapidez

  Entonces, se nos ocurre una idea muy sencilla, ¿no sería magnífico que la injusticia social nos generara asco tal como lo hacen (hoy, pero no siempre ha sido así) el infanticidio, el homicidio o las violaciones? ¿Cuál es el mecanismo por el cual las acciones se convierten en morales o inmorales?

Independientemente de su número, los individuos que rompen con la conformidad pueden acabar [a corto, medio o largo plazo] con tradiciones duraderas, como ilustran docenas de experimentos de psicología social, y como reveló la fácil eliminación de la tradición milenaria del vendaje de los pies de las mujeres en China. Las leyes pueden tener un efecto similar al hacer explícitos los puntos de vista que sostiene una mayoría

  Desgraciadamente, este libro no nos ofrece una solución práctica acerca de cómo utilizar este fenomenal mecanismo de cambio para alcanzar los mayores bienes sociales que ambicionamos hoy. Ni siquiera aborda directamente el problema de cómo acabar con “tradiciones duraderas” que razonadamente podríamos ver como antisociales (por ejemplo, “tradiciones” como la crueldad, la competitividad, el afán del lucro, la indiferencia ante el sufrimiento ajeno…). Solo se constata el origen emocional de los juicios morales a partir de una capacidad innata para asignar (conscientemente o no) valoraciones a los comportamientos. Y se subraya que esta capacidad innata no nos garantiza por sí misma grandes avances sociales, porque si existe una moralidad universal, ésta es de poco recorrido para los parámetros actuales, mucho más exigentes.

En todas las culturas, torturar bebés como diversión o deporte está prohibido

  Pero no, desde luego, el torturar adultos (o animales…)

Aunque todas las culturas tienen alguna noción del juego limpio, como se revela por el trabajo [antropológico] sobre los juegos de regateo [experimentos psicológicos donde se puede evidenciar que se es más o menos generoso, o más o menos temperamental, en las relaciones económicas, según la cultura de la que uno procede], las culturas difieren en los términos de dónde ponen los diferentes parámetros. No se sabe nada acerca del desarrollo de estos marcadores culturales (…) ¿Una vez que un niño ha adquirido el marcador de regateo de su cultura nativa, estableciendo los parámetros relevantes, puede adquirir las peculiaridades de una segunda cultura como aprendiendo un segundo lenguaje, algo que no solo lleva tiempo y esfuerzo considerable sino que implica algo que es completamente diferente de adquirir los primeros parámetros del regateo?

  Podemos acudir a numerosos ejemplos de cambios morales. Por ejemplo, el rechazo a las minorías raciales, o a los homosexuales, las burlas a los discapacitados, el uso de la propiedad privada, los hábitos de urbanidad, las reglas de parentesco…

  Pero lo que a veces resulta irritante, es que

los principios [que constituyen la facultad moral] son inaccesibles a la consciencia

  ¿Nos sirve de algo el conocimiento acerca de los mecanismos que dan lugar a nuestra facultad moral?

Tener acceso consciente a algunos de los principios que subyacen a nuestra percepción moral puede tener tan poco impacto en nuestro comportamiento moral como conocer los principios del lenguaje tiene para nuestra habla

  Cabe objetar a esto último que, al fin y al cabo, numerosas prácticas de psicoterapia (y también educativas en general) se basan en esclarecer el origen profundo de nuestros actos. Lo que sí es cierto es que para que estos esclarecimientos tengan impacto en nuestro comportamiento moral debemos lograr asignarles una dimensión emocional. No basta con saber lo que es bueno y es malo (que era un poco lo que pretendía la ética de Kant), sino que debemos sentir una emoción efectiva contraria al mal y a favor del bien. Nos consta que esos cambios se pueden producir culturalmente a veces a corto plazo (ya hemos puesto ejemplos, como los cambios de la actitud del público con respecto a las minorías) pero ¿cómo dirigirlos hacia lo que razonadamente sabemos que es bueno?

A veces nuestras intuiciones morales convergerán con aquello que nuestra cultura nos desentraña, y a veces divergirán

La psicología que sostiene una norma social en particular puede resistir el cambio incluso cuando el disparador o catalizador original ha desaparecido mucho tiempo atrás. Los sureños de Estados Unidos ya no necesitan defender sus rebaños, pero su psicología [de la cultura del honor, que exige la reparación pública de las afrentas] es inmune al cambiante entorno. En el caso de las culturas del honor, la posibilidad de que un antisocial sea tentado para llevarse los recursos de un competidor generaría una respuesta refleja de amenaza que toma la forma de violencia.

  El extenso libro de Marc Hauser nos ofrece alguna pista al informarnos de que los temperamentos individuales muestran diversas capacidades para la moralidad.

El genoma de un niño generalmente crea un estilo de comprometerse con el mundo que puede consistir o bien en acciones internalizadas o bien en acciones externalizadas. Los niños que presentan el rasgo internalista desarrollan mayor consciencia de su personalidad al enfrentarse con los sucesos. Si alguien les da helado, piensan “fui bueno, merezco el helado”. Si un amigo deja de jugar con él, piensan “yo no debo de estar jugando de la forma adecuada”. La peculiaridad del externalista es exactamente la contraria. Cuando alguien les ofrece helado, es porque quien lo ofrece es simpático. Cuando un amigo deja de jugar, es porque el amigo está cansado.(…) Los internalistas esperan [también] más tiempo para la mayor y más deseable recompensa [en las pruebas psicológicas de demora de la gratificación]

La capacidad para la demora de la gratificación coincide con el comportamiento moral

La empatía influencia el altruismo

Los sentimientos nos comprometen a actuar, proporcionando la fuerza motivadora. Sería fácil dejar un restaurante sin dejar propina. Pero hacer eso nos llevaría a experimentar sentimientos de culpa, vergüenza y turbación

  Estos ejemplos de "rasgos internalistas o externalistas” y “externalismo”, de empatía, de sentimientos de culpa y vergüenza, y de la propensión a la demora de la gratificación pueden servirnos como indicativos de cómo diversos temperamentos son más proclives al comportamiento moral. Podemos especular acerca de que la evolución cultural en el sentido de alcanzar una moral más prosocial se desarrolla mediante un proceso de selección de los individuos más proclives a este tipo de conductas (demora de la gratificación, “internalismo”,  altruismo, sentido de culpa). Estos individuos desarrollan, por su propio temperamento (si las circunstancias que les rodean se lo permiten, y especialmente si tienen la oportunidad de interactuar con otros semejantes a ellos en lo que a estas predisposiciones psicológicas concierne), pautas de conducta social más cooperativas como consecuencia de generar más confianza, con lo que se acaba obteniendo mejores resultados económicos. A medida que la sociedad reconozca el valor práctico de estas conductas se facilitaría su expansión por procesos de contagio o imitación, y las nuevas pautas sociales se transmitirían culturalmente.

  Podemos seguir especulando acerca de cómo se produce este fenómeno y cómo, de hecho, probablemente ya se ha ido produciendo de forma notable a lo largo del "proceso civilizatorio": en general, se estima que la violencia sistémica de las primeras civilizaciones permitió que una élite de privilegiados contara con recursos económicos suficientes para desarrollar este tipo de conductas de la misma forma que desarrollaban formas más complejas de arte, religión o pensamiento (es decir, se pudieron permitir el lujo de experimentar conductualmente). Debido a la supremacía de esta élite, tales cambios en el comportamiento pudieron comenzar a expandirse a las clases inferiores (ésta es, más o menos, la teoría de Norbert Elias, en "El proceso de civilización"). Otro posible método de expansión de la prosocialidad sería el desarrollo de fórmulas monásticas (las primeras aparecen con el budismo, una religión muy exigente con el comportamiento moral) en las cuales se aísla deliberadamente a individuos seleccionados de acuerdo con su temperamento (también en base a su proclividad moral: demora de la gratificación, altruismo, empatía, "internalismo", sentido de culpa…) y se les ofrece un entorno especialmente condicionado para que desarrollen pautas de conducta cooperativa cada vez más complejas y ambiciosas.

  Marc Hauser no dedica espacio a desarrollar un examen pormenorizado de estos mecanismos –deliberados o espontáneos- de expansión de la prosocialidad a partir del sentido moral. Esperemos que otros autores lo hagan en el futuro, pues desentrañar los elementos esenciales de tales procesos podría sernos muy útil.

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