sábado, 5 de marzo de 2016

“Solo bebés”, 2013. Paul Bloom

  El psicólogo Paul Bloom es uno de los muchos especialistas que se preocupan por el comportamiento moral desde el punto de vista científico. En este libro aborda la cuestión del innatismo de la moralidad.

Estoy muy interesado en explorar la moralidad al examinar sus orígenes en los bebés y niños pequeños

  Siendo tan pequeños, lo poco o mucho que podamos detectar en ellos muy probablemente será de origen innato, no aprendido del entorno. También podemos averiguar acerca de cuáles son los mecanismos por los que se pasaría de ese supuesto nivel innato del comportamiento moral al propio del individuo integrado en un medio social gracias al aprendizaje…

  Pero primero hemos de tener claro qué es el comportamiento moral. Partimos de que la moralidad es lo que nos permite calificar (racional y/o emocionalmente) a una conducta humana como “buena” o “mala” (loable, no reprobable o reprobable) de acuerdo con los criterios de una cultura determinada.  Aunque la cosa se complica muchísimo a partir de los comportamientos que derivan de tales juicios y emociones.

La moralidad implica mucho más que una capacidad para hacer algunas distinciones. Implica ciertos sentimientos y motivaciones, tales como un deseo de ayudar a otros en la necesidad, compasión para aquellos que sufren, enfado hacia los crueles, y culpa y honor hacia nuestras propias acciones vergonzosas o amables.

  Los bebés no pueden manifestar emociones morales de forma racional, pues todavía no están en edad de ello. Pero parece seguro que ya cuentan con una moralidad innata. El elemento clave es que los bebés actúan con respecto a otros seres (“agentes”) de acuerdo con una evaluación instintiva de la intencionalidad ajena. Para intentar comprobarlo se han llevado a cabo experimentos.

Creamos [en experimentos] animaciones en las cuales figuras geométricas se ayudaban o estorbaban unas a otras. Por ejemplo, una pelota roja se mostraba intentando subir una cuesta. En algunas ocasiones, un cuadrado amarillo iba detrás de la pelota y amablemente la aupaba en la cuesta (ayudar); en otras, un triángulo verde se ponía delante y lo empujaba hacia abajo (estorbar) (…)Hallamos que niños entre nueve y doce meses miraban más cuando la pelota se aproximaba al personaje que lo estorbaba, no al que lo ayudaba. Este efecto se robustecía cuando los caracteres animados tenían ojos, dándoles más aspecto de personas (…) Esta comprensión parece emerger en algún momento entre los seis y nueves meses

Las respuestas del bebé [ante el comportamiento intencional] tienen cierta marca de propiedades propias de los juicios morales adultos. Son juicios desinteresados que conciernen a comportamientos que no afectan a los bebés en sí mismos.

  Una reacción emocional al reconocer en los agentes el comportamiento intencional (dañino o altruista) parece ser el núcleo de todo comportamiento moral. Y aparecería ya en los bebés. No hace falta que se les enseñe.

Ciertos fundamentos morales no son adquiridos por el aprendizaje. No vienen de estar en las faldas de la madre, o en la escuela o en la iglesia. En lugar de eso son productos de la evolución biológica

Los niños de tres años era más verosímil que ayudaran a alguien que había previamente ayudado a algún otro y menos a otro que había sido cruel con otra persona

  Uno se siente esperanzado al considerar que existe ese tipo de instintos.

Nuestros dones dados por la naturaleza incluyen: 
-un sentido moral, una capacidad para distinguir entre acciones amables y crueles
 -empatía y compasión, sufrimiento ante el dolor de aquellos que están en torno a nosotros y el deseo de hacer que desaparezca este dolor
 -un rudimentario sentido del juego limpio, una tendencia a favorecer una igualitaria división de los recursos
 -un rudimentario sentido de la justicia, un deseo de ver que las buenas acciones son recompensadas y las malas castigadas

  Pero, naturalmente, hay obstáculos terribles que dificultan que estas actitudes benéficas nos garanticen una cooperación humana plena. Esos obstáculos también podemos encontrarlos en los niños, en los bebés…

[Los niños] prefieren no recibir nada que tolerar que otro niño, un desconocido, obtenga más que ellos (…) Preferirían contar con una ventaja relativa, incluso a un coste para ellos mismos

  Es decir, que los angelitos instintivamente prefieren perjudicar a otro que beneficiarse ellos, si eso implica que van a mantener una ventaja mayor o evitar que el otro tome ventaja. En los experimentos psicológicos, si al primer niño se le ofrece un juguete con la condición de que  acepte que otro niño reciba dos, entonces el primer niño prefiere quedarse sin nada antes que tolerar que el otro reciba el doble. Así es. Y lo que sigue…

La mayor parte de la charla de los niños sobre el comportamiento de sus iguales toma la forma de descripciones de violaciones de la norma que los demás han hecho. Es raro que los niños hablen a sus maestros sobre algo bueno que algún otro ha hecho 

Los niños pequeños son altamente agresivos (…) Un niño de dos años con las capacidades físicas de un adulto sería aterrador 

  Esto no contradice en nada lo que se ha expuesto antes acerca de que los niños aprueban e incluso gratifican el comportamiento altruista en otros. El niño aprueba y alienta que otros sean altruistas porque instintivamente “sabe” que eso puede ser conveniente para sí mismo, pero él no tiene por qué comportarse de esa forma en la misma medida. Así es.

  Sencillamente, no les resulta fácil confiar en nadie ni interesarse mucho por nadie. Eso va por fases.

Los niños comienzan espontáneamente a compartir en la segunda mitad de su primer año de vida, y el grado de actos de compartir aumenta en el año que sigue. Comparten con familia y amigos, difícilmente con extraños (…) Antes de alrededor de los cuatro años de edad, los niños muestran poca amabilidad espontánea hacia adultos extraños

  Lleva tiempo que las capacidades innatas para la empatía se desarrollen. Y ahí sí interviene el aprendizaje.

[Las inducciones] ocurren cuando un niño ha hecho daño o está a punto de dañar a alguien, y los padres urgen al niño a tomar la perspectiva de la víctima (…) Los niños de entre dos y diez años reciben aproximadamente cuatro mil inducciones al año. Podemos ver éstas como toques de atención empáticos

Las historias enseñan a los niños a empatizar e identificarse con gente cuyas perspectivas e identidades pueden ser muy diferentes de las suyas

  Si los niños pueden desarrollar estas capacidades es porque también están predispuestos instintivamente a ello… a partir de la edad en que tiene lugar el desarrollo cognitivo correspondiente. Es entonces que la educación que se les da condiciona en gran medida sus reacciones morales. ¿Y quién condiciona a los educadores? Pues en buena medida la tradición cultural. Y aquí ya podemos saltar al mundo de los adultos.

Damos por sentado que la gente en todas partes siente una desaprobación natural hacia acciones como mentir, romper una promesa y el asesinato. Herodoto no habla sobre la gente que no se preocupa por qué hacer con los cadáveres, [El psicólogo social] Shweder no describe pueblos en que la gente sea indiferente hacia el incesto. Esos pueblos no existen

  Así sucedía entre los hombres primitivos, en los pueblos de la Antigüedad… todos ellos estaban condicionados con respecto a lo que parecen ciertos principios universales de moralidad comunitaria (reglas sobre el incesto, castigo de la antisocialidad, cuidado de los cadáveres…). El efecto de estos condicionamientos va bastante más allá de las tendencias innatas de moralidad, y en el mundo globalizado de hoy todavía podemos percibir diferencias (aunque ciertas evaluaciones del autor nos puedan parecer discutibles o chocantes)…

Cuando los tramposos de países como Suiza, Estados Unidos y Australia son castigados, ellos cambian y se hacen más cooperativos. Pero en algunas otras sociedades, como Grecia y Arabia Saudí, la gente que ha sido castigada por tramposa no se avergüenza, se enfadan e intentan tomar la revancha 

     Mientras no desarrollemos al máximo la capacidad para la empatía y el altruismo, la cooperación humana seguirá encontrando dificultades porque el contenido que se le asigna a la moralidad innata en las diversas sociedades varía enormemente de unas a otras. Es difícil construir una moralidad plenamente altruista. Tan difícil como es el desarrollo de otras habilidades cognitivas.

Los humanos y otras criaturas están cableados con alguna comprensión de las matemáticas. Pero nuestros fundamentos iniciales están incompletos: [por ejemplo,] no hay sistema cerebral dedicado al razonamiento sobre el número cero. Ha sido un descubrimiento relativamente reciente que el cero es un número, y los niños encuentran esta idea difícil de aprehender. [De forma similar] ver a los extraños [es decir, los que no forman parte del propio grupo] como parte de la comunidad humana es para el Homo Sapiens un logro equivalente al de llegar a apreciar que el cero es un número

Mientras que la fuerza que impulsa la evolución de la moralidad hacia los parientes está envuelta en la genética, y la fuerza que impulsa la moralidad hacia el intragrupo [tribu, poblado, nación] es la lógica del mutuo beneficio, la fuerza que lleva a la moralidad hacia los extraños es… nada. Somos capaces de juzgar las acciones de los extraños como buenas y malas, pero no tenemos un altruismo natural hacia ellos, ningún deseo innato para ser amables con ellos

Los hombres llegan al mundo con sus afecciones benevolentes muy inferiores en poder si se las compara con el de sus afecciones egoístas, y la función de la moral es invertir este orden… En un momento dado las afecciones benevolentes abarcan meramente la familia, pronto el ciclo se expande incluyendo primero una clase, después una nación, después una coalición de naciones, después toda la humanidad y, finalmente, su influencia es sentida en las relaciones del hombre con el mundo animal

Nadie sabe si una ética del todo universalista es humanamente posible, si podemos en realidad llegar a ser indiferentes a las ataduras de cultura, país o sangre.

  Los mejores especialistas en antropología y psicología social tratan hoy de describir cuáles son las posibilidades de desarrollo de la cooperación.

[Según Shweder existe] una trinidad de fundamentos morales. Hay una ética de autonomía, que pone su atención en los derechos y libertades individuales (…)[y que] es el tipo de moralidad que hace que pienses acerca de los [dilemas éticos, por el estilo de tener que perjudicar a uno para ayudar a tres…]. Pero hay también una ética de comunidad, que pone su atención en nociones que incluyen respeto, deber, jerarquía y patriotismo, y una ética de divinidad, la cual parte de ideas de contaminación y pureza, santidad y orden sagrado

  Detengámonos en los “dilemas éticos”. El dilema ético clásico es “el del tranvía”: un tren va a atropellar a cinco personas que están en una vía y yo tengo la posibilidad de desviar ese tren y salvarlos, pero al hacerlo envío el tren hacia otra vía donde hay otro hombre inocente que va a morir por mi culpa. Una vida por cinco: normalmente uno lo acepta. Pero ¿qué sucede si variamos un poco la situación? Ahora la única forma de detener el tren y salvar cinco vidas es que yo empuje a otra persona inocente para que su cuerpo sirva de obstáculo. Sería la misma situación desde el punto de vista racional (un computador no dudaría) pero aquí la mayoría de las personas se niegan a actuar (significa matar a alguien… con nuestras propias manos). La ética de la autonomía tiene sus límites.

  En cambio, la ética de la divinidad, que se basa en principios de contaminación y pureza no tiene esa limitación. El asco es una emoción relacionada con los objetos contaminantes o venenosos que desde la primera infancia se va desarrollando para prevenir el daño propio (los bebés, por cierto, tardan en desarrollarlo y por eso no reaccionan con repulsión ante sus propios excrementos), pero lo interesante desde el punto de vista moral es que esa emoción se traslada también al ámbito social (un fenómeno de exaptación). Así sucede que nos repugnan los excrementos de forma parecida a como nos repugna el sexo incestuoso, la blasfemia o cierto tipo de abusos. Igual que nos repugna matar a una persona inocente con nuestras propias manos (aunque se nos quiera convencer de que eso salvará más vidas).

  Lo que hace la religión (ética de la divinidad) es extender estas emociones de rechazo (y también de afinidad y simpatía) a un ámbito social mucho más extenso. La religión educa las emociones, las maneja, las organiza…

  Paul Bloom, sin embargo, no simpatiza con esta forma de expandir el comportamiento altruista…

Las intuiciones asociadas con el asco son, en el mejor de los casos, innecesarias (después de todo, hay otras razones para argumentar contra la violación y el asesinato [aparte de que nos asqueen]), y, en el peor, son dañinas porque motivan actuaciones irracionales y comportamiento brutal

La empatía hace más probable que uno cuide de otros: dispara la compasión y el altruismo. El asco tiene el efecto opuesto: nos hace indiferentes al sufrimiento de otros y tiene el poder de incitar la crueldad y la deshumanización

    Paul Bloom no menciona que el asco también tiene su opuesto, que puede ser consecuencia de la empatía (los perros domésticos, que son el resultado de una cuidadosa selección por parte de los seres humanos, nos dan ejemplos de total devoción para con sus amos… que es lo que nos los hace en ocasiones tan dignos de aprecio… son “máquinas de amar”). En cualquier caso, Bloom parece más partidario de expandir el uso racional de nuestro juicio moral…

La visión cada vez más popular es la de que somos esclavos de las pasiones, que nuestros juicios morales y acciones  son el producto de mecanismos neurológicos de los que no tenemos consciencia y sobre los que no tenemos control consciente. Si esta visión de nuestra naturaleza moral fuera cierta, necesitaríamos hacernos a la idea y aprender a vivir con ello. Pero no es cierto: es desmentido por la experiencia diaria, por la historia y por la ciencia de la psicología de desarrollo

  La posibilidad que Paul Bloom no considera es que el comportamiento emocional de rechazo o simpatía instigado por la religión (que se califica aquí como “ética de la divinidad”) tiene la ventaja de impedir la manipulación racional y las insuficiencias de la racionalidad. Lo que ignora es que podemos llegar a diseñar racionalmente las religiones igual que diseñamos racionalmente los programas de psicoterapia mediante los cuales los individuos (al permitir que un especialista tome decisiones sobre su vida privada) superan sus aversiones instintivas problemáticas. Una combinación hábil de racionalidad y condicionamiento planificado de nuestras emociones morales podría ser la clave para extender el comportamiento prosocial  (ética del todo universalista )

No le reprochamos a la gente que elija dejar que los extraños mueran en el mundo real al no hacer suficientes donativos a la caridad, de modo que sería extraño si les reprochamos que permitan que los extraños mueran en el problema del tranvía al elegir no matar a alguien [para salvar a cinco]

  La ideología comunista es un buen ejemplo del choque entre lo racional y lo emocional a nivel de moralidad. Los marxistas se atenían al principio elemental de que “el fin justifica los medios”, de modo que toda atrocidad era aceptable a partir del principio racional altruista de que crear un mundo comunista implicaría salvar miles de millones de vidas en el futuro, cantidad inmensa –criterio utilitarista- ante la cual se empequeñece el valor de unos cuantos cientos de miles de fusilados calificados de “enemigos del pueblo”. Matar a uno para salvar a cinco. Matar a un millón para salvar a cinco millones y a toda la raza humana futura… Un comportamiento altruista más emocional y menos racional hubiera impedido tales atrocidades.

  Finalmente, una consideración acerca del comportamiento altruista y los elementos irracionales que deberíamos comprender haciendo uso de nuestra razón:

Los norteamericanos religiosos dan más a caridad (incluida la caridad no religiosa) que los ateos. Esto es así incluso cuando uno controla las pautas demográficas (los americanos religiosos es más probable que sean más viejos, mujeres, del sur y afroamericanos)

  Aunque todavía se discuten datos de este tipo, cada vez parece más cierto que la presión psicológica de una determinada cultura religiosa “compasiva” (obviamente, no todas las religiones implican los mismos mandatos morales) implica actos altruistas más efectivos que los que se dan en una cultura laica, con mandatos de tipo “cívico” ("cumple la ley y paga tus impuestos", "vive y deja vivir"). Esto no niega lo que muchos ateos plantean, de que las naciones más ateas (del tipo Suecia o Dinamarca) son las más humanitarias. Pero lo que sucede es que estas naciones no son más humanitarias por ser ateas, sino porque tienen un nivel cultural mucho más alto (del cual el ateísmo suele ser consecuencia). ¿Y el ateísmo implica siempre un mayor nivel cultural? Tampoco necesariamente, porque el ateísmo puede tener orígenes muy diversos, y el nivel cultural solo es uno de ellos: en el mundo del hampa hay poca fe religiosa –supersticiones sí puede haber muchas-, y en las naciones de ideología oficial atea (soviéticos o China comunista) el nivel cultural tampoco era o es tan alto, y no destacan desde luego por ser muy humanitarios.

    ¿Cómo llegaron a existir esas sociedades más cultas, más humanitarias y a la vez más ateas? Parece que fueron fruto de una evolución religiosa en el pasado (diversas variedades de la religiosidad protestante) que, con la evolución cultural y social subsiguiente, acabó llevando al laicismo y al humanitarismo.

  A la larga, es imposible oponer el racionalismo humanitario al irracionalismo de los instintos antisociales si el racionalismo no abarca la propia aceptación de nuestra naturaleza emocional y la necesidad de regularla haciendo uso de recursos más complejos que el mero didactismo. A nivel moral, no basta con los meros conocimientos, tenemos que educar las emociones.

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