lunes, 24 de febrero de 2014

“La evolución de la cultura”, 2007. Luigi Cavalli-Sforza

  De todas las cuestiones que Cavalli-Sforza trata en su libro acerca de la cultura, y de la forma en que evoluciona y se transmite, quizá la que más podríamos relacionar con nuestras expectativas de futuro sería la de que

Los grandes cambios, especialmente los sociales, han tenido su origen en alguna fe fortísima y contagiosa.

  Fijémonos bien en qué significan los cambios culturales de tipo social: aunque todos los cambios culturales siempre tienen que ver con la sociedad, hay fenómenos humanos, como el arte o las relaciones familiares, que, hasta cierto punto, son más “privados” que lo referente a las relaciones sociales públicas, la forma en que la sociedad disciplina las voluntades de todos y cada uno para alcanzar el bien común.

El concepto general de cultura consiste en “la acumulación global de conocimientos y de innovaciones derivados de la suma de las contribuciones individuales transmitidas de generación en generación y difundidas en nuestro grupo social, que influye y cambia continuamente nuestra vida.”

  Cambio, innovación, creación, evolución… El ser humano es un gran inconformista que desde hace unos cuantos milenios cuenta con el testimonio de la historia para constatar que los cambios son posibles. A diferencia de nuestros primos irracionales, los grandes simios, no nos limitamos a seguir el instinto.

La historia de la cultura es la historia de las innovaciones: de cuáles han sido propuestas, cuáles han tenido suerte y por qué. La motivación que lleva a crear o a aceptar una innovación es más o menos siempre la misma: se observa una necesidad y se intenta satisfacerla. (…)La historia de la cultura tiene como objeto la identificación de las innovaciones más importantes de cada época, lugar y situación en que han aparecido, las motivaciones que han impulsado su propuesta y su aceptación o imposición y la satisfacción que han proporcionado. (…) El proceso cultural es un proceso antes que nada social, es decir, de intercambio de informaciones entre individuos.

  La transmisión de información cultural se hace evidente de manera especial en lo que se refiere a la vida económica de los pueblos primitivos, los cazadores-recolectores, que durante miles de generaciones conservaron una misma forma de vida y que sin embargo no podían depender tampoco enteramente del instinto.

  Prácticamente todas las destrezas cuyo conocimiento es necesario para la vida en la selva son adquiridas antes del final de la pubertad y por enseñanza directa de los padres: sólo uno de los dos cuando se trata de actividades limitadas a uno de los sexos, como la caza para los hombres, y la recogida de vegetales y de algunos pequeños animales para las mujeres. Otras actividades son aprendidas con frecuencia de otros miembros del grupo en las diversas ocasiones de vida social, incluido el canto y la danza. El paso a la agricultura, que es un hecho relativamente reciente, ha comportado grandes cambios en costumbres, hábitos y técnicas de supervivencia, y la vida de caza y recolección está hoy limitada a poquísimas poblaciones que viven en medios cuyas condiciones climáticas son extremas, como la selva tropical y las zonas árticas. 

  “Evolución” es un concepto que acertadamente relacionamos con la biología, con Darwin. Darwin postuló –y, en términos generales, los estudiosos posteriores lo confirmaron- que las innovaciones biológicas suceden a partir de la selección natural de mutaciones innatas (los individuos que, por puro azar, cuentan con las mutaciones más convenientes tienen más opciones de sobrevivir y dejar descendencia que transmita sus características propias que los que han nacido sin ellas). El casi contemporáneo de Darwin, Lamarck, se equivocó, por tanto, al pensar que los progenitores pasaban a sus descendientes las características innovadoras que habían desarrollado a lo largo de sus vidas. Por eso es muy interesante esta observación de Luigi Cavalli-Sforza:

La evolución cultural es de tipo lamarckiano, a diferencia de la biológica, y de hecho Lamarck no hacía distinciones cuando hablaba de «herencia de los caracteres adquiridos». En biología, los caracteres adquiridos durante la vida de un individuo no son heredados por sus hijos. 

   Veamos ahora cómo tiene lugar esta "evolución lamarckiana”:

Existen dos tipos fundamentales de transmisión cultural: la transmisión vertical; cuyo modelo más simple es el de la transmisión de padres a hijos; y la transmisión horizontal, en la que la relación de parentesco o de edad tiene una importancia limitada o nula. 

La transmisión horizontal inversa es la de muchos a uno, cuando los transmisores comunican o apoyan esencialmente el mismo mensaje. Éste es, sin lugar a dudas, el mecanismo por el que somos, o nos hacemos, conformistas, es decir, el mecanismo que nos lleva a comportarnos como todo el mundo. 

Cuando se nos propone una idea y nosotros la aceptamos o la rechazamos, ya ha tenido lugar una transmisión cultural.

  El constatar la transmisión de invenciones de nuevas capacidades humanas mediante la cultura nos lleva a reflexionar acerca de que, si bien quizás ya no es prudente hablar de “progreso”, sí que parece que tiene lugar una acumulación de invenciones beneficiosas para la vida humana.

En la tentativa de reconstruir la historia de la cultura es importante también considerar las motivaciones que empujan de cuando en cuando a aceptar o a rechazar una invención. 

Bastantes invenciones son de naturaleza tecnológica, pero muchas, quizás en mayor número, son de naturaleza socioeconómica. 

La historia de la cultura tiene como objeto, en consecuencia, la identificación de las innovaciones más importantes de cada época, lugar y situación en que han aparecido, las motivaciones que han impulsado su propuesta y su aceptación o imposición, y la satisfacción que han proporcionado. 

  Y puesto que, de entre todas las invenciones, las más valiosas son las que se refieren a la misma organización de la vida humana en sociedad, volvemos así a la cuestión de aquellos grandes cambios sociales cuyo origen podría estar en una “fe fortísima” y que han de darse en el ámbito de la psicología más privada.

No siempre es fácil diferenciar las pulsiones de las emociones, con las que pueden ser identificadas en parte o completamente, de otros estados psicológicos duraderos, como envidia, celos, odio, admiración, afecto, amor, etcétera.

   El autor menciona ejemplos de herencia cultural, que resiste durante siglos, a veces hasta milenios, y los contrasta con los cambios culturales rápidos. El caso es que la conducta de nuestros antepasados cazadores-recolectores fue productiva para su forma de vida durante cientos de miles de años, de modo que es preciso explicar qué mecanismo permite forzar con tan aparente facilidad el comportamiento humano a fin de que la sociedad acepte nuevas pautas.

Una parte de la explicación tiene que buscarse en las «organizaciones e instituciones culturales», algunas de las cuales constituyen auténticos «refugios» que, creados para resolver problemas sociales, políticos, económicos y de vida física, son en esencia entidades que se autorreproducen y han adquirido una existencia casi independiente.

A algunos les gusta diferenciar las instituciones de las organizaciones, pero, en ausencia de una definición precisa, renunciamos aquí a dicha distinción y nos limitamos a dar algunos ejemplos: los gobiernos, las empresas industriales, las corporaciones y los sindicatos, los bancos y las cajas de ahorro, las leyes, los tribunales y la policía, las escuelas de todos los grados y tipos, los ejércitos, los clubes, los gimnasios, los estadios, las asociaciones y las competiciones deportivas, los cines, los teatros y las salas de baile, los cafés y los bares, las asociaciones de distinta naturaleza, las empresas agrícolas de distinta condición, las religiones.

  Pero estas instituciones y organizaciones, si bien son influyentes y poderosas, son también conservadoras, y, en general, tienden a bloquear nuevos cambios

Además de lo que aprendemos en familia, hay una parte de nuestro aprendizaje que está unido a la sociedad en que vivimos y que, por regla general, tiene una herencia muy fuerte. 

La evolución cultural puede ser muy rápida pero también muy lenta (…) y puede darse con todos los grados intermedios de velocidad, desde la máxima persistencia hasta la máxima rapidez de cambio.

   De ahí que hayamos comenzado esta reseña haciendo referencia a la experiencia de los grandes cambios (cambios rápidos) que requieren condiciones especiales. La religión proporciona muchas de éstas, lo que la convierte en uno de los instrumentos de cambio cultural más eficaces. Una de las características que en este libro se considera propia de las religiones es el establecimiento de un ritual.

El término “ritual” hace referencia a un vasto conjunto de conductas que incluye los fenómenos de iniciación, todos los preceptos comunes a todas las religiones, cualquier rito y ceremonia de naturaleza sagrada o profana, y también los pequeños gestos repetidos que se convienen en obligatorios incluso para un único individuo. Fue Émile Durkheim quien identificó en el ritual la función de reforzar el sentido de pertenencia a un grupo social.

  El ritual funciona, pues, como una imposición a la conducta previa. Hay otras realidades sociales que imponen también pautas de conductas a los individuos con el fin de ayudar a alcanzar el bien común. Las religiones pueden hacerse mucho más complejas, al añadir al ritual y a la simbología emocional, la historia mítica,  el adoctrinamiento y otras estrategias psicológicas. Cambios sutiles pueden producir en poco tiempo alteraciones grandes  en las pautas culturales.

Existen fenómenos importantes de la cultura que esconden mecanismos de funcionamiento de nuestro cerebro que todavía son poco conocidos, pero que la neurofisiología moderna podrá explicarnos mejor en un futuro. Las modas son fenómenos culturales muy notables, aunque a veces sean francamente irritantes porque alcanzan con frecuencia extremos de extravagancia o incluso de estupidez. Aquí entran en juego de forma muy clara muchas pulsiones, incluidas las que actúan en las ritualizaciones, en el sentimiento de identidad, pero también otros valores e intereses económicos y psicológicos muy fuertes.

  Sin embargo, el autor de este libro no nos da una explicación global de los cambios culturales rápidos, y es que realizar semejante hallazgo acerca del mecanismo exacto de la transformación cultural es algo que concierne quizás a los tiempos futuros. Pensándolo bien, si conociéramos cómo se producen estos cambios, entonces podríamos promoverlos a voluntad, de modo que haríamos posible el vivir en un mundo mejor.

 Según parece, todos sabemos distinguir entre una mejor o peor calidad de vida, pero no somos capaces de dar lugar a los cambios sociales que lo harían posible. Bástenos con saber que los cambios rápidos culturales existen a pesar de que las pautas culturales siempre tiendan a hacerse estables y permanecer; y que, por lo que también parece, tal capacidad de la sociedad humana tiene que ver con fenómenos emotivos como la “fe fortísima”, relacionada con "las pulsiones de las emociones y otros estados psicológicos duraderos.

  Al menos, una cosa sí podríamos decir sin equivocarnos mucho:

Tal vez la conquista más importante del hombre es la medicina.

  Ya que si la justificación de los seres vivos es prolongar su propia existencia y asegurar la reproducción de la especie, la tecnología médica ha supuesto un gran éxito cuyas posibilidades futuras parecen infinitas.

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