martes, 14 de octubre de 2014

"El primer sexo", 1999. Helen Fisher

  En 1949, la filósofa Simone de Beauvoir escribió su célebre ensayo “El segundo sexo”. La psicóloga Helen Fisher escribió el suyo medio siglo más tarde, no tanto para refutarlo, sino para intentar entroncar sus propias teorías sobre el papel de la mujer en el siglo XXI que estaba a punto de empezar con las tendencias feministas de mediados del siglo XX.

  Para empezar, ¿cómo ve Helen Fisher la obra de la señora Beauvoir?

En su opinión, la mujer es exclusivamente producto de fuerzas económicas y sociales. Como ella dijera, «no naces, sino que más bien te haces, mujer».   Los tiempos han cambiado desde que Beauvoir escribió estas palabras.

  Simone de Beauvoir era una mujer intelectual de su época: marxista y freudiana. Helen Fisher ha vivido en una época posterior y por eso no puede repetir errores demasiado evidentes. En contra de cierto feminismo residual que aún subsiste, tiene que admitir que los hombres y las mujeres no nacen iguales a nivel psicológico.

Un gran número de personas, especialmente los intelectuales y la academia, están convencidos de que ambos sexos son prácticamente iguales. Prefieren ignorar la creciente bibliografía que demuestra científicamente la existencia de diferencias genéricas heredadas y mantienen en su lugar que hombres y mujeres nacen como hojas en blanco

Los sexos no son iguales. Cada uno tiene ciertas dotes naturales.

  ¿El título de “El primer sexo” se refiere a que la autora considera que la mujer ya ocupa o ha de ocupar muy pronto el puesto predominante en una sociedad de desigualdad? No es eso.

Los científicos se refieren con frecuencia a la mujer como el «plan por defecto». Yo entiendo estos datos de otra manera. La «mujer» es el sexo primario: el primer sexo. Hay que añadir sustancias químicas para que se forme un hombre.

  Biológicamente es así. El feto que en el principio todos somos aparece primero como el embrión de una mujer. Por lo tanto, en ese sentido se puede decir que es “el primer sexo”, y esto no tiene que molestar a nadie.

  Pero, además, la señora Fisher estima que las mujeres van a contar, en el siglo XXI, con un papel social mucho más relevante que el ya de por sí destacado que estaban cumpliendo en las sociedades avanzadas de finales del siglo XX, cuando escribe su libro.

Las actuales tendencias en los negocios, comunicaciones, educación, derecho, medicina, gobierno y el sector sin ánimo de lucro, lo que se llama la sociedad civil, indican que el mundo del mañana va a necesitar del espíritu femenino.

El estilo femenino de gestión se basa en compartir el poder, en incluir, consultar, consensuar y colaborar. Las mujeres trabajan de forma interactiva e intercambian información más espontáneamente que los hombres. Las directoras de empresa alientan a sus empleados escuchándoles, apoyándoles y animándoles. Las mujeres ofrecen más elogios y éstos tienen más valor para ellas.

  Muy pronto nos damos cuenta de que las cualidades que valora la muy norteamericana señora Fisher tienen que ver con la gestión de empresas de economía no productiva.

Llevaron a cabo una investigación sobre los valores y las prácticas profesionales de los ejecutivos masculinos y femeninos de Estados Unidos. Los hombres (…) tienden a analizar las cuestiones por partes diferenciadas, como pueden ser hechos, puntos, tareas, unidades y otros segmentos concretos. A menudo ven la empresa como un conjunto de tareas, máquinas, pagos y puestos de trabajo; una serie de elementos dispares. Las ejecutivas ven la empresa como un todo más integrado con aspectos múltiples.  

  ¿Es la actividad ejecutiva en las grandes corporaciones la actividad social inteligente por antonomasia? Esto parece que nos limitaría un poco la visión del futuro, tanto de la mujer como de la sociedad humana en su conjunto.

  Y resulta bastante contradictorio, porque Fisher determina que el rol de la mujer se habría visto relegado a la subordinación debido al cambio de modelo productivo. En esto sí sigue a Simone de Beauvoir.

Beauvoir creía que hubo un tiempo ancestral en el que hombres y mujeres poseían un estatus semejante, que esta paridad económica y social se disolvió con la aparición de la agricultura, hace unos diez mil años, y que llegaría el día en que las fuerzas económicas permitirían a las mujeres librarse de su condición de «segundo sexo». Esto está sucediendo: la mujer en las sociedades industrializadas de hoy en día está reivindicando el poder económico y el prestigio social de los que gozaba hace un millón de años.

  Así pues, volveríamos a una situación parecida (supuestamente) a la anterior a un formidable cambio económico (aparición de la agricultura). ¿Eso quiere decir que el cambio que se está experimentando actualmente en la economía de las sociedades industrializadas es comparable al de pasar de cazador-recolector a agricultor sedentario? Parece algo muy exagerado…

  De hecho, aquello de lo que Helen Fisher nos informa acerca de la diferencia en la gestión económica masculina y femenina tiene que ver con ciertos detalles de organización.

Existen a mi juicio sutiles diferencias en la manera en que hombres y mujeres, por término medio, organizan su pensamiento, variaciones éstas que parecen surgir de diferencias en la estructura cerebral. (…) Las mujeres piensan de forma contextual, holística. Muestran también mayor flexibilidad mental, aplican juicios más intuitivos y más imaginativos y tienen una tendencia más marcada a hacer planes a largo plazo, aspectos todos ellos de esta perspectiva contextual.

Integran más detalles del mundo que les rodea, detalles que van desde los matices de la postura corporal hasta la posición de los objetos de una habitación (…) Cuando toman decisiones, calibran más variables, consideran más opciones y resultados, recuerdan más puntos de vista y ven mayor número de formas de proceder. Así, integran, generalizan y sintetizan. Y las mujeres, en general, toleran la ambigüedad mejor que los hombres, —probablemente porque pueden visualizar más factores en relación a cualquier asunto. (…) Las mujeres tienden a pensar en redes de factores interrelacionados, no en línea recta. He denominado este modo de pensar femenino «pensamiento en red».

  Pero, de una manera u otra, lo que hacen estas mujeres de hoy es igualmente gestionar un determinado tipo de economía, no crean un sistema diferente. Aquí hay una contradicción, porque la agricultura también la podían haber gestionado las mujeres de forma supuestamente alternativa.

  Las contradicciones de Helen Fisher son mucho peores que eso. Por un lado:

El sociólogo Martin King Whyte investigó 93 culturas de todo tipo —de cazadores-recolectores, de pastores y agrarias— y descubrió que en todas ellas los hombres detentaban la inmensa mayoría de las posiciones de autoridad. (…)No existen pruebas consistentes de que haya existido un matriarcado y, sin embargo, sí las hay en sentido contrario. (…)No existe evidencia alguna de que en ninguna cultura sobre la tierra haya habido en algún momento de la historia un predominio de las mujeres en los puestos de gobierno y de poder. El matriarcado —que la antropología define como aquella situación en la que la mujer como clase prevalece sobre el hombre como clase— es un mito.

  Lo que desmiente la intuición de Simone de Beauvoir (aunque ella tiene la disculpa de no haber tenido a mano tantos datos en su época como la señora Fisher en la suya). Sin embargo, en este libro también se dice:

Antes de que la humanidad adoptara una forma de vida sedentaria y agrícola, las mujeres eran económica y socialmente poderosas. (…) Los antropólogos creen que las mujeres eran consideradas en términos generales como iguales del hombre.

   Esto resulta difícil de creer porque la señora Fisher admite que la guerra no es la actividad más característica de la mujer, así que si los cazadores-recolectores estaban habituados a la guerra, es casi imposible que en su forma de vida las mujeres gozaran de igualdad.

Los hombres cometen el 87 por ciento de los delitos violentos que se cometen en Estados Unidos

En ninguna parte del mundo son las mujeres tan agresivas físicamente como los hombres. 

  Luego llegamos a esto…

Se podría decir incluso que las mujeres son parcialmente responsables de la naturaleza beligerante de los hombres. Durante millones y millones de años de nuestra historia más remota, las hembras elegían a los machos más agresivos como padres de sus crías, favoreciendo así la selección del hombre guerrero. (…) Los hombres yanomamo que salen victoriosos del combate atraen a más mujeres y amantes clandestinas.(…) Durante millones de años, las mujeres han elegido a los hombres que podían protegerlas y atender a sus necesidades.

  Más contradicción: por un lado, se admite un pasado guerrero de la humanidad ancestral (poco dado, por tanto, a que predomine el estilo de vida femenino) y luego se argumenta, de forma poco convincente, que si el hombre era guerrero era porque la preferencia de la mujer lo seleccionaba así. Pero ¿tiene sentido que la mujer, físicamente frágil y psicológicamente poco dotada para la lucha, tuviera el poder de seleccionar al guerrero? ¿No tiene mucho más sentido que el guerrero vencedor elegía y tomaba a la mujer que le apetecía sin que la preferencia de ésta contase gran cosa (a lo más, la mujer se vería psicológicamente coaccionada a acomodarse a la preferencia social por el más fuerte)?

   Es más: el hombre elegiría, de entre las mujeres atractivas (las mejores madres, por selección natural), a la mujer más sumisa, la más fácil de controlar (ése es el interés y la prerrogativa del que elige), de modo que eso explicaría en parte por qué las mujeres son menos violentas que los hombres: el varón elegía la opción más cómoda, y la mujer no tenía muchas opciones de rechazar esta elección. De forma que cada vez más las mujeres sumisas eran seleccionadas y transmitían sus características hereditarias de tipo psicológico a sus hijas. Algún psicólogo evolutivo ha señalado que si los hombres violentos hubieran elegido también a mujeres violentas la civilización no hubiera avanzado mucho….

Los hombres son mucho más fuertes en «competitividad exterior», su disposición a quitar de en medio a los demás para lograr ventaja

    Helen Fisher, al tener la lucidez de reconocer las diferencias innatas de comportamiento entre hombres y mujeres, también habría debido reconocer que estas diferencias tuvieron su origen en la selección natural durante la prehistoria, y este asunto tiene implicaciones que van más allá de los roles sexuales.

El pensamiento a largo plazo habría sido un efecto de adaptación de las mujeres durante millones de años de historia profunda. La caza exigía al hombre que pensara en las costumbres de animales y aves, en los ciclos de la luna, en la posición de las estrellas, en las pautas de los vientos y las lluvias, en los lugares recorridos por las criaturas el año anterior y en dónde podrían dirigirse pasado un mes o un año. Incuestionablemente, los hombres tenían que pensar en hechos que iban a ocurrir dentro de meses o incluso años. Pero criar y educar niños exigía a la mujer prepararse para las necesidades que pudieran surgir pasados decenios enteros. 

  Una vez más, admitir esta diferencia de roles entre hombres y mujeres en la prehistoria no apoya mucho la teoría de que entonces existía igualdad entre los géneros.

  Más todavía:

La mayor capacidad de la mujer para percibir la tristeza y otras emociones faciales podría venir en parte de muchos siglos ser tratadas como seres inferiores por el hombre.

  Si las mujeres han sido tratadas como seres inferiores por el hombre el tiempo suficiente como para que ello haya quedado inserto en su herencia genética (capacidad para percibir la tristeza y otras emociones faciales) eso también parece una demostración más de que la mujer prehistórica no elegía a los varones guerreros, sino que era elegida por ellos… como parece mucho más lógico.

  Volviendo al mundo actual -en 1999-, en las sociedades más avanzadas, cuando Helen Fisher escribe su libro, la igualdad sí había llegado a consolidarse (fuese el que fuese el azaroso camino que llevara hasta allí). Sabemos que la selección natural hizo a hombres y mujeres diferentes, y sabemos que el desarrollo social asignó a la mujer un rol subordinado hasta épocas muy próximas a nuestro tiempo. ¿Qué papel puede cumplir la mujer en la sociedad del futuro?

El impulso biológico del hombre hacia la jerarquía le ha ayudado a llegar a la cima de las empresas jerárquicas tradicionales, mientras que el deseo femenino de relacionarse —particularmente con sus pequeños— ha inhibido su ascenso a los niveles más altos.

La mujer, por término medio, está más interesada en la cooperación, la armonía y la conexión: en una red de apoyo; se entiende a sí misma dentro de una red de amistades; hace contactos laterales con los demás, y forma camarillas. Después se esfuerza para mantener intactos estos lazos. La mujer puede ser resuelta y astuta a la hora de trepar la escala social o corporativa, pero cuando alcanza posiciones altas es más frecuente que reste importancia a su autoridad. Pocas mujeres están interesadas en el poder por el poder en sí.

  Dentro de una visión social centrada en la gestión competitiva de corporaciones, la visión de Helen Fisher resulta contradictoria una vez más. Primero tenemos que la mujer no está interesada ni en la autoridad ni en la jerarquía, por lo que resulta poco creíble que se interese por la competitividad (sobre todo si se subraya su preferencia por la cooperación, la armonía y la conexión), pero es que luego tenemos, en este libro, un comentario muy ingenioso acerca de las mujeres menopáusicas…

Con la menopausia, descienden los niveles de estrógeno, dejando al descubierto los niveles naturales de andrógenos y otras hormonas sexuales masculinas del organismo femenino. Los andrógenos son potentes sustancias químicas generalmente asociadas con la autoridad y el rango en muchas especies de mamíferos, entre ellas la humana. A medida que la marea de mujeres de la generación del baby boom llegue a la madurez, se encontrarán equipadas —no sólo económica y mentalmente sino también hormonalmente— para efectuar cambios sustanciales en el mundo.   «Semejante masa crítica de mujeres maduras con una tradición de rebeldía e independencia y medios propios para ganarse la vida no ha existido nunca antes en la historia»

  Lo que nos está diciendo con esto la señora Fisher es que las mujeres están más capacitadas para integrarse “en el mundo” a medida que haya más mujeres que, por alcanzar mayor edad (vejez), pierdan ciertos condicionamientos biológicos de la conducta… que son los que las hacen precisamente más femeninas… (También los varones pierden con los años, debido a cambios biológicos, algunas de sus cualidades más propiamente masculinas… pero eso no los beneficia en nada el escalar a puestos de poder…)

  Es decir,… el mundo será para la mujer… cuando por envejecimiento pierda biológicamente una parte sustancial de su propia condición de mujer. O sea: mientras menos mujer sea la mujer, mejor para la mujer….

Está emergiendo una edad de «superintendencia», porque las corporaciones están dejando de ser estructuras jerárquicas donde mandan los jefes desde la altura para convertirse en redes conectadas lateralmente donde los directivos fomentan la acción en equipo, las relaciones igualitarias, el consenso y la flexibilidad. Aunque tanto hombres como mujeres poseen sin duda todas estas características, esta manera de pensar y comportarse es más propia de la mujer.

  Esto estaría bien… siempre y cuando las mujeres conserven sus características de comportamiento propio (lo que siempre se daría en menor grado en las menopáusicas). Y esto estaría bien porque supondría una forma radicalmente diferente de gestionar los asuntos económicos (y los demás asuntos propios de la vida en sociedad). La competitividad y la codicia no parecen muy vinculadas a la acción en equipo, las relaciones igualitarias, el consenso y la flexibilidad. Si las mujeres deben “trepar”, y las mujeres deben aprovechar para ello la pérdida sensible de su propia feminidad que implica la menopausia, esto no casa mucho tampoco con fomentar la igualdad, el consenso y la flexibilidad.

  Las contradicciones de Helen Fisher se hacen inevitables porque se trata de una autora muy vinculada a las costumbres de su medio social y por ello su punto de vista es un tanto convencional. Está bien que la mujer presuma de ser diferente pero no tiene mucho sentido que su especificidad se limite a matizar apenas el modelo social masculino. Tendría más sentido que Helen Fisher reconociera que el ascenso de las menopáusicas es un síntoma de que la sociedad jerárquica masculina solo acepta excepcionalmente las pautas de comportamiento propiamente femeninas.

  También sería más coherente considerar que las características propias de la feminidad (que son básicamente las de la maternidad) tendrían que dar lugar a nuevas formas sociales alternativas donde la competitividad, la jerarquía y el autoritarismo irían desapareciendo gradualmente. Éste es un viejo sueño que hasta ahora se ha pretendido basar en cambios de estructuras sociales (políticos) cuando debería haberse basado en cambios culturales (no políticos, es decir, no relacionados con el poder coercitivo) a partir de cambios de comportamiento. Las distinciones entre comportamiento masculino y femenino podrían darnos una pista a ese respecto.

Muchas mujeres actuales parecen resueltas a negar que la mujer sea emocionalmente expresiva y afectiva, que la ternura de la mujer surja de la naturaleza o que la mujer esté predispuesta a aplicar su empatía a sus congéneres en general. Estas escépticas parecen creer que si reconocen estos atributos femeninos estarán caracterizando a las mujeres como seres emocionalmente frágiles, no lo bastante duras para trabajos difíciles. (…) Expresar interés y compasión (...) estas dotes son naturales en la mayoría de las mujeres

  Y ojalá que esas características sean también las más naturales en una sociedad futura. Aunque difícilmente iba entonces a parecerse mucho a la de hoy, ni mucho menos a la de 1999. Y el mundo de los ejecutivos (cualesquiera que sea su estilo de gestión) no tendría mucho que ver con ese futuro mejor.

  Amor y sexualidad también tienen su lugar en este libro, y un análisis inteligente y bien informado lleva asimismo a plantear alternativas rupturistas.

  En un principio, el planteamiento de este libro parece, de nuevo, bastante convencional:

Creo que la tendencia a establecer un fuerte vínculo con un compañero o compañera —una inclinación que está generalmente institucionalizada en el matrimonio— es una apetencia biológica profundamente alojada en el cerebro de ambos sexos.

La atracción erótica es un simple antojo, el amor romántico es una locura eufórica. La relación amorosa basada en la fuerza del cariño es una elaborada unión con otro ser humano.

   Pero, independientemente de si el registro histórico y la antropología justifican el juicio de que algo por el estilo del matrimonio sea una apetencia biológica profundamente alojada en el cerebro de ambos sexos, cuando Helen Fisher tiene que recurrir a los descubrimientos de la psicología social y experimental en materia de sexualidad, no le queda más remedio que admitir unas cuantas cosas no muy compatibles con la unión amorosa convencional.

Unos dos tercios de mujeres heterosexuales se sienten sexualmente atraídas por otras mujeres

Las lesbianas buscan con más frecuencia relaciones estables basadas en la fidelidad

   Todo esto parece muy relacionado con la “plasticidad erótica femenina” (o “flexibilidad”, como lo llama Fisher en otra parte de su libro) y no tanto con el amor convencional de la sociedad convencional. La mención a relaciones estables basadas en la fidelidad queda relacionada de forma contradictoria con la elaborada unión con otro ser humano en referencia al matrimonio convencional, puesto que se dice que las lesbianas serían más propensas a la fidelidad y la estabilidad que las personas heterosexuales. Tiene mucho sentido que se aspire a uniones estables, pero no parece muy probable que el escenario de tensiones propias de la relación entre individuos tan diferentes como hombres y mujeres sea el modelo más idóneo para ese tipo de uniones. Sobre todo si se considera que

la sexualidad femenina es más flexible que la masculina. Y, por consiguiente, las mujeres son más proclives a la bisexualidad.

  Aunque, puesto que nadie puede negar que muchas mujeres sienten un interés sexual genuino por el varón (¿no lo sienten también los varones homosexuales?), es preciso averiguar todo lo posible acerca de esta tendencia

Las mujeres fantasean más regularmente con la idea de someterse a su pareja.(…) Los psicólogos nos dicen que las mujeres adoptan estas fantasías de sumisión y desamparo para no sentirse culpables de su deseo sexual o para quitarse de la responsabilidad de iniciar el coito. Pero estas ensoñaciones de rendición y entrega podrían originarse en ciertas partes primitivas del cerebro femenino, porque la rendición sexual femenina es extremadamente común en el reino animal.

  El amor romántico de pareja, el matrimonio convencional podría no ser más que una forma pasajera de que la mujer, el sexo más cooperativo y menos conflictivo, exprese su deseo amoroso, siempre dependiendo de la variación del deseo masculino a lo largo del desarrollo cultural (la aparición del amor, más allá del mero deseo, del hombre por la mujer no parece tener mucho más de dos mil años). Solo hace muy poco que las mujeres han sido libres  y en consecuencia nos encontramos en una situación sin precedentes. (Recuérdese, de paso, que las mujeres no han conquistado su libertad, sino que ésta les ha sido concedida por la gradual propagación de una cultura masculina más benévola).

  Es sintomático que Helen Fisher, para intentar justificar el matrimonio convencional incluso en una sociedad de mujeres libres, minimice los desastrosos porcentajes de divorcios en las sociedades actuales (del 70 % ya) al mostrarlos no tanto como un fracaso sino como una innovación: “la monogamia consecutiva”

Al desaparecer las limitaciones que imponía la sociedad agraria, ambos sexos están recuperando un antiguo modo de vida: la monogamia consecutiva, con todas sus penas y sus promesas

Llegué a la conclusión de que la propensión humana a abandonar al cónyuge en torno al cuarto año de matrimonio tiene su origen en nuestros primeros ancestros.(…) Empezaron a formar vínculos que duraban lo que el periodo de lactancia de una única criatura, unos cuatro años. Una vez que el joven vástago había sido destetado y era capaz de unirse a otros niños, sus hermanos mayores, tías, abuelas y otros miembros de la banda se hacían cargo de parte de su cuidado. De modo que si una pareja no engendraba un segundo hijo, sus miembros eran libres de separarse, encontrar nuevas parejas y volver a reproducirse, creando así una saludable variedad genética en sus linajes.(…) La llamada «crisis de los cuatro años» podría no ser sino un vestigio de una ancestral estación de la cría humana.

  Sin embargo, el “amor” parece algo bastante más importante que una limitada vinculación conyugal. El amor es un sentimiento constructivo de confianza y afecto, y es lógico que los seres humanos (y particularmente las mujeres) aspiren a vinculaciones afectivas duraderas y fiables. El matrimonio que acaba en divorcio siempre será un desastre puesto que parte de presupuestos tan elevados. ¿Quién va a ilusionarse con contraer el primero de su serie de “matrimonios consecutivos”?

   Por eso, es mucho más interesante lo que se escribe a propósito de la familia:

En Estados Unidos, las madres, hijas, hermanas y abuelas establecen y mantienen los lazos sociales y afectivos entre los parientes. Pero no olvidemos un dato clave: estas mujeres favorecen a los parientes maternos. (…) A medida que envejecen, las mujeres intensifican su relación con su familia materna. (…) Incluso la independiente mujer contemporánea fomenta estos lazos con su familia materna.

Las mujeres están creando nuevos tipos de familia (…)  «parientes psicológicos» y «familias intencionales». Estas son familias de elección. Ya sean vecinos, colegas o amigos, los parientes psicológicos celebran juntos las fiestas más destacadas, se llevan comida unos a otros cuando están enfermos, se encargan los unos de los animales de los otros cuando se van de viaje o de vacaciones y recogen a los niños del colegio. También se reúnen regularmente para comer o en los cumpleaños y bodas.

Está apareciendo actualmente otra antigua forma familiar: los hogares con una mujer al frente. Durante siglos, la familia patriarcal con un hombre a la cabeza dominó en todas las sociedades agrarias. Pero con la creciente presencia de la mujer en la población activa, las altas tasas de divorcio y una miríada de otras fuerzas sociales están surgiendo más y más hogares con una mujer a la cabeza de la familia.

  Familias de madres sin marido, apoyadas por sus hermanas, madres, abuelas o primas, integradas además en familias intencionales… y cierta plasticidad erótica dentro de una sociedad menos competitiva, violenta y jerárquica… Esto sí parece imaginativo, incluso prometedor… pero no muy convencional.

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