lunes, 14 de julio de 2014

“El hombre en busca de sentido”, 1962. Viktor Frankl

  Viktor Frankl fue un caso excepcional de psicoterapeuta. Supervivente del Holocausto, utilizó los hallazgos de su experiencia en los campos de concentración para elaborar una terapia extensa y compleja que puede ser comprendida al mismo tiempo como lo que habitualmente llamamos “una filosofía”

Algunas de las personas que en la actualidad visitan al psiquiatra hubieran acudido en tiempos pasados a un pastor, un sacerdote o un rabino, pero hoy, por lo general, se resisten a ponerse en manos de un eclesiástico, de forma que el médico tiene que hacer frente a cuestiones filosóficas más que a conflictos emocionales.

  Que se resistieran a ponerse en manos de un eclesiástico es explicable, puesto que en la segunda mitad del siglo XX la humanidad ya vivía en un mundo regido por la ciencia, donde el método científico ya era el que gozaba del merecido prestigio de la honestidad y la certeza.

  La propuesta de Viktor Frankl se llamó “logoterapia” y en el libro “El hombre en busca de sentido”, y a solicitud del editor, ésta se expone junto con el dramático testimonio del superviviente de la barbarie nazi; de esa forma se muestra cómo, incluso en las circunstancias más terribles, el ser humano dispone de recursos psicológicos para no ceder a la desesperanza. Lo que tendría que hacer el terapeuta sería guiar a la persona que sufre a la superación de su situación angustiosa afrontando una realidad que no puede evadirse y que por tanto requiere ser interpretada.

La logoterapia considera que es su cometido ayudar al paciente a encontrar el sentido de su vida.

La función del logoterapeuta consiste en ampliar y ensanchar el campo visual del paciente de forma que sea consciente y visible para él todo el espectro de las significaciones y los principios. 

Lo que importa no es el sentido de la vida en términos generales, sino el significado concreto de la vida de cada individuo en un momento dado. (…) No deberíamos buscar un sentido abstracto a la vida, pues cada uno tiene en ella su propia misión que cumplir; cada uno debe llevar a cabo un cometido concreto. (…) La logoterapia considera que la esencia íntima de la existencia humana está en su capacidad de ser responsable.

   La actuación del logoterapeuta viene a ser algo así:

En el psicoanálisis, el paciente se tiende en un diván y le dice a usted cosas que, a veces, son muy desagradables de decir. (…) Pues bien, en la logoterapia, el paciente permanece sentado, bien derecho, pero tiene que oír cosas que, a veces, son muy desagradables de escuchar. (…) Comparada con el psicoanálisis, la logoterapia es un método menos retrospectivo y menos introspectivo. La logoterapia mira más bien al futuro, es decir, a los cometidos y sentidos que el paciente tiene que realizar en el futuro.

Podemos descubrir este sentido de la vida de tres modos distintos: (1) realizando una acción; (2) teniendo algún principio; y (3) por el sufrimiento. En el primer caso el medio para el logro o cumplimiento es obvio. El segundo y tercer medio precisan ser explicados.

  Así que, como ya hemos visto, se nos presenta al terapeuta a modo de filósofo o predicador laico (de ahí que parezca ocupar para muchos el lugar del eclesiástico) que nos anima a que hallemos un objetivo en nuestra vida. ¿Cualquier cosa que pueda atraer nuestra atención? Frankl hace algunas importantes salvedades:

El verdadero sentido de la vida debe encontrarse en el mundo y no dentro del ser humano o de su propia psique, como si se tratara de un sistema cerrado.

A veces la frustración de la voluntad de sentido se compensa mediante una voluntad de poder, en la que cabe su expresión más primitiva: la voluntad de tener dinero. 

  Por lo tanto, encontrar un sentido a nuestra existencia excluye aquellos intereses que no inciden en lo propiamente humano, en lo que favorece una existencia social plena. Por eso se plantea como una filosofía y no como un mero truco para seguir adelante de cualquier manera.

La logoterapia considera en términos espirituales temas asimismo espirituales, como pueden ser la aspiración humana por una existencia significativa y la frustración de este anhelo. 

La logoterapia ha acuñado el término "neurosis noógena", en contraste con la neurosis en sentido estricto; es decir, la neurosis psicógena. Las neurosis noógenas tienen su origen no en lo psicológico, sino más bien en la dimensión noológica (del griego noos, que significa mente), de la existencia humana. (…) Las neurosis noógenas no nacen de los conflictos entre impulsos e instintos, sino más bien de los conflictos entre principios morales distintos

  Esto entra en el ámbito de la “psicología humanista”, y alcanza las antiguas y polémicas ideas de “libre albedrío”, libertad de elección y responsabilidad.

Si yo digo que el hombre se ve arrastrado por los principios morales, lo que implícitamente se infiere es el hecho de que la voluntad interviene siempre: la libertad del hombre para elegir entre aceptar o rechazar una oferta; es decir, para cumplir un sentido potencial o bien para perderlo.

Existe un riesgo inherente al enseñar la teoría de la "nada" del hombre, es decir, la teoría de que el hombre no es sino el resultado de sus condiciones biológicas, sociológicas y psicológicas o el producto de la herencia y el medio ambiente. Esta concepción del hombre hace de él un robot, no un ser humano. 

El hombre puede conservar un vestigio de la libertad espiritual, de independencia mental, incluso en las terribles circunstancias de tensión psíquica y física.(…) Es esta libertad espiritual, que no se nos puede arrebatar, lo que hace que la vida tenga sentido y propósito.

  Es inevitable que surja la discusión con el existencialismo. Una corriente de pensamiento contemporánea de la logoterapia de Viktor Frankl… pero que no generó escuela de terapia alguna.

Los pensadores existencialistas no ven en los ideales humanos otra cosa que invenciones. Según J.P. Sartre, el hombre se inventa a sí mismo, concibe su propia "esencia", es decir, lo que él es esencialmente, incluso lo que debería o tendría que ser. Pero yo no considero que nosotros inventemos el sentido de nuestra existencia, sino que lo descubrimos.

Lo que se le pide al hombre no es, como predican muchos filósofos existenciales, que soporte la insensatez de la vida, sino más bien que asuma racionalmente su propia capacidad para aprehender toda la sensatez incondicional de esa vida. Logos (sentido) es más profundo que lógica.

  Frankl parece que propone creer en algo en particular, y no solo en cualquier cosa a la que podamos asignarle un sentido (inventado o descubierto): para Frankl, el amor es algo muy concreto.

La verdad es que el amor es la meta última y más alta a que puede aspirar el hombre

El amor constituye la única manera de aprehender a otro ser humano en lo más profundo de su personalidad. 

Cuando el hombre se encuentra en una situación de total desolación, sin poder expresarse por medio de una acción positiva, cuando su único objetivo es limitarse a soportar los sufrimientos correctamente —con dignidad— ese hombre puede, en fin, realizarse en la amorosa contemplación de la imagen del ser querido

El hombre que se hace consciente de su responsabilidad ante el ser humano que le espera con todo su afecto o ante una obra inconclusa no podrá nunca tirar su vida por la borda.

  Claro que el amor aparece como una excepción en un mundo donde la mayor parte del sufrimiento humano lo genera la mala convivencia entre semejantes. Contemporizar con la civilización que crea la neurosis es la gran contradicción del terapeuta que aspira, muy justificadamente, por lo demás, a ser filósofo…

  El amor que podría compensar el sufrimiento, aunque fuese siquiera como objeto de contemplación, podría muy bien escasear. ¿Cómo afrontar la desdicha entonces?, ¿cómo puede ayudar el terapeuta en este aspecto?

Cuando un hombre descubre que su destino es sufrir, ha de aceptar dicho sufrimiento, pues ésa es su sola y única tarea. (…) Su única oportunidad reside en la actitud que adopte al soportar su carga.

El sufrimiento es un aspecto de la vida que no puede erradicarse, como no pueden apartarse el destino o la muerte. Sin todos ellos la vida no es completa.

  Cabe preguntarse si es adecuado que Frankl extrapole su atroz experiencia como superviviente en los campos de concentración con la del ciudadano burgués que tiene que vérselas con las neurosis de la vida cotidiana. Podríamos pensar que cualquier “sentido” que hallemos sirve para distraer al sufriente de la horrible realidad que vive en un entorno como el del campo de concentración, pero que esa circunstancia cuenta con pocos equivalentes en tiempos de paz. Al fin y al cabo, en el campo de concentración no había muchas opciones y las elecciones eran inequívocas.

No había ninguna necesidad de avergonzarse de las lágrimas, pues ellas testificaban que el hombre era verdaderamente valiente; que tenía el valor de sufrir. 

Conseguí distanciarme de la situación, pasar por encima de los sufrimientos del momento y observarlos como si ya hubieran transcurrido

Sólo unos pocos son capaces de alcanzar cimas espirituales elevadas. Pero esos pocos tuvieron una oportunidad de llegar a la grandeza humana aun cuando fuera a través de su aparente fracaso y de su muerte, hazaña que en circunstancias ordinarias nunca hubieran alcanzado.

El hombre elige constantemente de entre la gran masa de las posibilidades presentes, ¿a cuál de ellas hay que condenar a no ser y cuál de ellas debe realizarse? ¿Qué elección será una realización imperecedera, una "huella inmortal en la arena del tiempo"? En todo momento el hombre debe decidir, para bien o para mal, cuál será el monumento de su existencia.

¿Qué dice Spinoza en su Ética? La emoción, que constituye sufrimiento, deja de serlo tan pronto como nos formamos una idea clara y precisa del mismo.

  En alguna ocasión, los ejemplos que pone Frankl de su práctica como terapeuta nos hacen desconfiar, al presentarse como meros ardides que ayudan al individuo a superar momentáneamente un punto crítico.

No podía sobreponerse a la pérdida de su esposa, que había muerto hacía dos años y a quien él había amado por encima de todas las cosas. ¿De qué forma podía ayudarle? ¿Qué decirle? Pues bien, me abstuve de decirle nada y en vez de ello le espeté la siguiente pregunta: "¿Qué hubiera sucedido si usted hubiera muerto primero y su esposa le hubiera sobrevivido?" "¡Oh!", dijo, "¡para ella hubiera sido terrible, habría sufrido muchísimo!" A lo que le repliqué: "Lo ve, usted le ha ahorrado a ella todo ese sufrimiento; pero ahora tiene que pagar por ello sobreviviendo y llorando su muerte."

Les aseguré que en las horas difíciles siempre había alguien que nos observaba —un amigo, una esposa, alguien que estuviera vivo o muerto, o un Dios— y que sin duda no querría que le decepcionáramos

  Quizá Frankl acierte más que otros al reconocer no solo que está asumiendo el papel de “confortador de almas” de un clérigo o predicador, sino también que

La influencia inmediata de una determinada forma de conducta es siempre más efectiva que las palabras. Pero, a veces, una palabra también resulta efectiva cuando la receptividad mental se intensifica con motivo de las circunstancias externas.

  Y que

la salud se basa en un cierto grado de tensión, la tensión existente entre lo que ya se ha logrado y lo que todavía no se ha conseguido (…) Considero un concepto falso y peligroso para la higiene mental dar por supuesto que lo que el hombre necesita ante todo es equilibrio

  Esta última observación es importante, porque al menos sirve para predisponernos contra una especie de curanderismo psicoterapéutico. Aceptar que no tenemos por qué curarnos del sufrimiento, sino aceptarlo, implica alejarnos de una idea despreocupada de que “todo tiene arreglo” y al mismo tiempo nos permite insertar al individuo en un compromiso realista. Así, el paciente no acude al terapeuta para que le resuelvan su problema, sino para, supuestamente, comprometerse en una determinada forma de ver la vida.

  Con todo, el reconocimiento de que el individuo acude a la terapia buscando un apoyo moral que rompa su soledad nos avanza que lo que se necesita por encima de todo es un entorno que nos respalde emocionalmente. Si no podemos contar con "la influencia inmediata de una determinada forma de conducta" y ni siquiera con el apoyo familiar, o con la creencia en Dios aunque sea, todo lo que queda es que nos inventemos un punto de vista objetivo que nos permita probarnos a nosotros mismos: el sentido de la vida sería, como hemos visto, afrontar con dignidad nuestro sufrimiento ante un observador imaginario (o inalcanzable). Se parece mucho, entonces, a lo que predicaban los literatos existencialistas por mucho que se diga que no nos inventamos el sentido, sino que lo descubrimos… Queda, pues, la duda de si puede hacerse o no esa distinción.

  El psicoterapeuta no puede ser solo un filósofo, como Sartre. Desde luego, no puede decirle al neurótico “que se invente el sentido de su existencia” porque eso equivale a confirmar su soledad y su desorientación, ni tampoco “que lo halle por sí mismo”, pues tampoco es tarea fácil, así que es el psicoterapeuta humanista el que asume parte de la responsabilidad de determinar cuál es ese sentido de la existencia (por eso se convierte también en un predicador moral).

   Pero el terapeuta no puede ofrecer un modelo cultural acorde con el valor supremo del amor que predica. Recordemos que "la influencia inmediata de una determinada forma de conducta es siempre más efectiva que las palabras"… y que el terapeuta se halla precisamente en la situación del que no puede ofrecer más que palabras, su apoyo moral y su erudición (si la tiene).

  Una Iglesia puede ofrecer más, ya que dispone de predicador a todas horas (es una predicación continua, y no solo excepcional, como en el caso del terapeuta), ofrece un entorno (Dios y/o la ideología) donde al comportamiento se le asigna explícitamente ese sentido buscado, y, además, cuenta (si se trata de una de las llamadas "religiones compasivas") con una versión concreta y universal del preciado amor (figura efectiva del consuelo emocional por parte de la comunidad de creyentes) que Frankl reconoce que, en el fondo, sería el sentido más propio para todos y cada uno de los seres humanos.

   Pero no hay Iglesias basadas exclusivamente en la función propia de las religiones. La solución teórica sería sin duda una iglesia de terapeutas-predicadores que, como en toda religión, diese un sentido explícito a la vida humana con una determinada forma de conducta (…) siempre más efectiva que las palabras; ese sentido explícito sería la vida construida en torno al amor mutuo como realidad racional que colmase las necesidades emocionales.

La verdad es que el amor es la meta última y más alta a que puede aspirar el hombre

  Como cosa semejante no existe y puede que nunca llegue a existir, cualquier terapia cuidadosa puede servir de paliativo a los problemas reales que en cada caso hayan de afrontarse. Y los resultados inmediatos serían la única justificación de tal terapia.

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