lunes, 21 de julio de 2014

“Superficiales”, 2010. Nicholas Carr

  Nicholas Carr en su libro “Superficiales” aborda la cuestión de si el uso de Internet perjudica el desarrollo del intelecto humano.

Cuando nos conectamos a la Red, entramos en un entorno que fomenta una lectura somera, un pensamiento apresurado y distraído, un pensamiento superficial. 

La división de la atención que exige lo multimedia sobrecarga aún más nuestras capacidades cognitivas, lo cual disminuye nuestro aprendizaje y debilita nuestro entendimiento. 

Los usuarios multitarea habituales se dejan distraer mucho más fácilmente por «estímulos irrelevantes del entorno», tienen un control significativamente menor sobre el contenido de su memoria de trabajo y, en general, son mucho menos capaces de mantener su concentración en una tarea concreta. 

Nunca antes existió un medio como la Red, programado para dispersar nuestra atención de modo tan exhaustivo como insistente.

  Todo esto suena un poco catastrofista y el mismo autor acepta que en el pasado ya se dieron actitudes tan negativas con respecto a otras innovaciones en los sistemas de transmisión del conocimiento, como fue el caso de Sócrates pronunciándose contra el mismo lenguaje escrito

“Sólo un simple”, le dice Sócrates a Fedro, pensaría que un relato escrito “es mejor en absoluto que el conocimiento y recuerdo de las mismas cuestiones”.

 Y en su momento, también surgiría la oposición a la imprenta, a los periódicos y, por supuesto, al cine, radio y televisión. En todos los casos, sin embargo, los nuevos medios multiplicaron tanto la cantidad del conocimiento a disposición de la persona como la riqueza de perspectivas para su asimilación.

Los términos de la discusión han sido prácticamente iguales para cada medio informativo nuevo, retrotrayéndose al menos hasta los libros salidos de la imprenta de Gutenberg. Los entusiastas, con motivo, alaban el torrente de contenido nuevo que libera la tecnología, y lo ven como una señal de «democratización» de la cultura. Los escépticos, con motivos igualmente válidos, condenan la pobreza del contenido, observándolo como una señal de "decadencia» de la cultura"

  Pero en lo que se refiere a Internet, hemos de admitir que impresionan algunos datos que Nicholas Carr nos aporta en su libro:

Las calificaciones en los exámenes PSAT, a los que se someten los estudiantes de secundaria en Estados Unidos, no aumentaron en absoluto entre los años 1999 y 2008, una época en que el uso de la Red en hogares y escuelas se estaba expandiendo exponencialmente. De hecho, mientras que el promedio de calificaciones en matemáticas se mantuvo bastante estable durante ese periodo —cayendo casi medio punto, de 49,2 a 48,8—, las puntuaciones en las partes verbales de la prueba se redujeron de manera significativa. El puntaje promedio de lectura crítica cayó un 3,3 por ciento, de 48,3 a 46,7; y el de aptitudes para la escritura se redujo un 6,9 por ciento: de 49,2 a 45,8. Los resultados obtenidos en las secciones verbales de exámenes SAT para estudiantes universitarios también han ido disminuyendo. Un informe de 2007 del Departamento de Educación estadounidense mostró que las puntuaciones de alumnos de duodécimo grado en pruebas de tres tipos diferentes de lectura (para realizar una tarea, para recopilar información y para adquirir experiencia literaria) se redujeron entre 1992 y 2005. La aptitud para la lectura literaria sufrió el mayor descenso, con una bajada de doce puntos porcentuales

   Tal vez haya que esperar a que se confirmen estas noticias alarmantes. Podría ocurrir (por ejemplo) que los descensos no fueran significativos y que se trate solo de algo por el estilo de que ha aumentado el universo de alumnos sobre los que se llevan a cabo las evaluaciones (es lógico que si hay muchos más estudiantes, y si entre estos hay más de ciencias que de humanidades, la “lectura crítica” o la “aptitud para la escritura” disminuyan moderadamente…)

  La advertencia queda ahí, y más adelante se desmentirá o no la gravedad de la situación, y se hallará o no remedio a sus aspectos más negativos. No dejemos de tener en cuenta que todo lo que se refiere a las nuevas tecnologías de la información está cambiando constantemente y que este libro puede quedar anticuado muy pronto.

  Lo más importante de “Superficiales”, sin embargo, es lo que aprendemos acerca de cómo influyen en el desarrollo humano los diversos medios de transmisión del conocimiento.

A largo plazo, el contenido de un medio importa menos que el medio en sí mismo a la hora de influir en nuestros actos y pensamientos. (…)Los medios proyectan su magia, o su mal, en el propio sistema nervioso. 

McLuhan (…) era un maestro en el arte de acuñar frases, y una de ellas (…) pervive en forma de refrán popular: «El medio es el mensaje».

Parece no haber duda de que la invención de la escritura fue un felicísimo hallazgo, a pesar de las objeciones que se le pusieron en la Antigüedad, pero la escritura fue solo una innovación entre varias.

El mapa es un medio que no sólo almacena y transmite información, sino que también incorpora un modo particular de ver y pensar. (…)Lo que hizo el mapa con el espacio —traducir un fenómeno natural a una concepción artificial e intelectual de dicho fenómeno— lo hizo otra tecnología, el reloj mecánico, con el tiempo. (…) El mapa y el reloj pertenecen a la categoría que podríamos llamar «tecnologías intelectuales».

  Las invenciones relacionadas con la organización de la acción y percepción humana en la vida social tendrían una capacidad propia para alterar el comportamiento. Es decir, que lo que aparecen como herramientas al servicio del ser humano acaban poniendo el cerebro humano a su propio servicio, a condicionarlo. Esto es lo que se llama “determinismo tecnológico”, y no tiene solo que ver con la organización de la vida intelectual. Puede aplicarse también a los cambios en la economía, desde el descubrimiento de la agricultura al “taylorismo” o uso industrial de la capacidad de trabajo humano (“trabajo en cadena” sometido a cronometraje).

El progreso tecnológico, que se veía como fuerza autónoma externa al control del hombre, ha sido el principal factor que determina el curso de la historia humana.

Las herramientas que el hombre ha utilizado para apoyar o ampliar su sistema nervioso han conformado la estructura física y el funcionamiento de la mente humana. Su uso ha fortalecido algunos circuitos neuronales y debilitado otros, ha reforzado ciertos rasgos mentales, dejando que otros se desvanezcan

  Donde el uso de la tecnología se hace más peligroso es en la sistematización del trabajo intelectual. Así llegamos a un impresionante descubrimiento que, en el fondo, no hace más que confirmar algunas intuiciones de la práctica social: hoy le llamamos la “plasticidad neurológica”

Una actividad puramente mental puede alterar nuestros circuitos neuronales, a veces de forma profunda. A finales de la década de 1990, un grupo de investigadores británicos escaneó los cerebros de dieciséis taxistas de Londres que tenían entre dos y cuarenta y dos años de experiencia detrás del volante. Cuando compararon sus escáneres con los de un grupo de control, encontraron que la parte posterior del hipocampo de los taxistas, una parte del cerebro que desempeña un papel clave en el almacenamiento y la manipulación de representaciones espaciales en el entorno de una persona, era mucho más grande de lo normal.

La plasticidad del cerebro (…) es universal. Prácticamente todos nuestros circuitos neuronales, ya se ocupen de sentir, ver, oír, moverse, pensar, aprender, percibir o recordar, están sometidos a cambios. (…)Esta plasticidad de nuestras sinapsis armoniza dos filosofías de la mente que hace siglos estaban en conflicto: el empirismo y el racionalismo. Según los empiristas, como John Locke, la mente con la que nacemos es una pizarra en blanco, una tábula rasa.(…) Según los racionalistas, como Immanuel Kant, nacemos con una «plantilla» mental incorporada que determina la forma en que percibimos e interpretamos el mundo. Todas nuestras experiencias se filtran a través de estas plantillas innatas. 

  Está claro que, de todas las alteraciones de origen cultural a las que pueden someterse los cerebros humanos a la hora de afrontar la realidad de su entorno, la favorita para la mayoría es la “lectura profunda

A medida que el cerebro se vuelve más hábil para descifrar el texto, convirtiendo lo que había sido un exigente ejercicio de resolución de problemas en un proceso que es esencialmente automático, puede dedicar más recursos a la interpretación del significado. Lo que hoy llamamos lectura profunda se hace así posible (…)Leer un libro largo en silencio requiere una capacidad de concentrarse intensamente durante un largo periodo de tiempo, «perderse» en las páginas de un libro, como decimos ahora. Desarrollar esta disciplina mental no fue fácil (…)Leer un libro significaba practicar un proceso antinatural de pensamiento que exigía atención sostenida, ininterrumpida, a un solo objeto estático. 

  La capacidad para la “lectura profunda” se relaciona con el desarrollo intelectual y con la capacidad prosocial para la empatía.

La lectura de una secuencia de páginas impresas era valiosa no sólo por el conocimiento que los lectores adquirían a través de las palabras del autor, sino por la forma en que esas palabras activaban vibraciones intelectuales dentro de sus propias mentes. 

El desarrollo del conocimiento se convirtió en un acto cada vez más privado, con la creación por cada lector, en su propia mente, de una síntesis personal de las ideas y la información que recibía a través de los escritos de otros pensadores. El sentido de individualismo se reforzaba. 

Las regiones del cerebro que se activan a menudo son similares a las que se activan cuando la gente realiza, imagina u observa actividades similares en el mundo real. La lectura profunda (…) no es un ejercicio pasivo. El lector se hace libro.

   En este caso, el “determinismo tecnológico” habría resultado en un gran avance para las cualidades más propiamente humanas.

Se había puesto en marcha un círculo virtuoso: la creciente disponibilidad de libros disparó el deseo de alfabetización, y la expansión de la alfabetización estimuló aún más la demanda de libros. 

  Retomemos a partir de esto la cuestión del peligro de las nuevas tecnologías de la información y recordemos:

La mente lineal está siendo desplazada por una nueva clase de mente que quiere y necesita recibir y diseminar información en estallidos cortos, descoordinados, frecuentemente solapados —cuanto más rápido, mejor—.

Cuando un libro impreso se transfiere a un dispositivo electrónico conectado a Internet, se convierte en algo muy parecido a una página web. Su texto queda preso de todas las distracciones que ofrece un ordenador conectado a Internet. (…) La linealidad del libro impreso se quiebra en pedazos; y con ella, la calmada atención que induce en el lector.

  Los temores de Nicholas Carr a que la dispersión de atención que conlleva el uso de Internet pudiera causar efectos irreversibles en el desarrollo intelectual pueden parecer exagerados si se comparan con el beneficio de la enormidad de recursos que quedan ahora a disposición inmediata de casi todo el mundo, y tampoco hemos de olvidar que los perjuicios podrían repararse tomando buenos hábitos compensatorios, como en el caso del ejercicio físico que se hace para contrarrestar la vida sedentaria propia de la actividad económica urbana. En cualquier caso, toda precaución es poca, y si queremos desarrollar hábitos compensatorios de los efectos secundarios perniciosos, primero tenemos que admitir la existencia del problema y estudiarlo a fondo.

   Una actitud despreocupada ante un problema real nos pondría en grave riesgo. Eso justifica la crítica al punto de vista “instrumentalista”:

Los instrumentalistas minimizan el poder de la tecnología, en la creencia de que las herramientas son artefactos neutrales, totalmente subordinados a los deseos conscientes de sus usuarios. (…) El instrumentalismo es la opinión más extendida sobre la tecnología, entre otras cosas porque es la opinión que preferiríamos ver confirmada

  Según Nicholas Carr, Internet supondría un peligro mayor que cualquier otra innovación de la era industrial que hayamos conocido.

La radio, el cine, el fonógrafo, la televisión (…) se vieron siempre limitadas por su incapacidad para transmitir la palabra escrita. Podían desplazar, pero no reemplazar, el libro

Con la excepción de los alfabetos y los sistemas numéricos, la Red muy bien podría ser la más potente tecnología de alteración de la mente humana que jamás se haya usado de forma generalizada. 

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