lunes, 21 de abril de 2014

"Cómo detectar mentiras", 2005. Paul Ekman.

  El psicólogo Paul Ekman ha llegado a hacerse célebre por su pormenorizado estudio de las reacciones emocionales humanas, sobre todo en el ámbito del lenguaje no verbal (expresiones faciales, ademanes, rubor, sudoración...). Una de las aplicaciones más llamativas de este conocimiento es que podría utilizarse para detectar mentiras. A este respecto, Ekman admite que el polígrafo, el famoso “detector de mentiras” mecánico, puede ser útil, y también admite que el estudio profundo del lenguaje no verbal solo puede tener éxito hasta cierto punto en lo que se refiere a la detección de mentiras. De modo que el conocimiento desarrollado por él y sus colaboradores no ha supuesto, de momento, una revolución en los viejos intentos, desde hace tiempo, de hacer frente a los casos específicos de las mentiras y los mentirosos...

   Ahora bien, estudiando las reacciones emocionales observables de los seres humanos aprendemos algo más que a detectar mentiras con mayor o menor acierto. Podemos aprender mucho, asimismo, sobre la naturaleza de las relaciones humanas y de la asignación de sentido a la vida social.

Sospecho que en el entorno de nuestros antepasados no había muchas oportunidades de mentir y salir bien librado y que las consecuencias de ser pillado mintiendo debían ser bastante graves. Si esta sospecha es correcta, la selección no habría favorecido a las personas que tuvieran unas aptitudes extraordinarias para detectar mentiras o para mentir. (…) En una sociedad donde la supervivencia de un individuo dependía de la cooperación con el resto del poblado, la mala reputación resultante de ser pillado en una mentira importante podría llegar a ser mortal. Es posible que nadie cooperara con alguien conocido por haber mentido sobre algo importante. A estas personas no les sería fácil cambiar de pareja, de trabajo o de poblado.

En las sociedades industriales modernas la situación es prácticamente la contraria a las de la sociedad primitiva. Las oportunidades para mentir abundan (…) Ahora vivimos en unas circunstancias que en lugar de desalentar la mentira la fomentan

  Sin embargo, es un hecho que, aparte de alguna situación excepcional (como la del médico que miente al paciente con una enfermedad terminal para ahorrarle un sufrimiento inútil), todos estamos de acuerdo en que las mentiras son un obstáculo para la convivencia, ya que impiden las relaciones de extrema confianza, que son las más beneficiosas para la plena cooperación (con todo, el avance de la mentira en una sociedad compleja no parece haber impedido el progreso humano… ¿o es que tal vez el uso antisocial de la mentira ha servido como alternativa menos mala al uso de la violencia bruta con los mismos fines?).

  Para Ekman, la mentira incluye también la ocultación deliberada, y podemos observar que, en sus diversas versiones, el ocultamiento deliberado de las emociones propias varía según las diversas culturas como consecuencia de la educación recibida en la infancia.

Ya en los primeros años de vida los niños aprenden a controlar alguna de sus expresiones faciales, ocultando así sus verdaderos sentimientos y fingiendo otros falsos. Los padres se lo enseñan con el ejemplo y, más directamente, con frases del tipo de: «No pongas esa cara de enfadado»; «¿No sonríes a tu tía que te ha traído un regalo?»; «¿Qué te pasa que tienes esa cara de aburrimiento?». A medida que crecen, las personas aprenden tan bien las reglas de exhibición que éstas se convierten en hábitos muy arraigados. Después de un tiempo, muchas de esas reglas destinadas al control de la expresión emocional llegan a operar de manera automática, modulando las expresiones sin necesidad de elegirlas o incluso sin percatarse de ellas. Aunque un individuo sea consciente de sus reglas de exhibición, no siempre le es posible —y por cierto nunca le es fácil— detener su funcionamiento. Una vez que se implanta un hábito, y opera automáticamente sin necesidad de tomar conciencia de él, es muy difícil anularlo.(...) El control de las emociones equivale a las reglas de exhibición.

Los japoneses, al serles proyectadas películas cinematográficas que les despertaban diversas emociones, no las expresaban de manera distinta a los norteamericanos si estaban a solas; en cambio, si había otra persona presente mientras veían la película (y en particular si era una persona dotada de autoridad), se atenían, en medida mucho mayor que los norteamericanos, a reglas de exhibición que los llevaban a enmascarar toda expresión de emociones negativas con una sonrisa diplomática

   No somos conscientes de ello, pero la educación del lenguaje emocional como parte de los condicionamientos propios de una cultura determinada nos deja en un igualmente determinado cauce para sacar adelante nuestras vivencias. Si existiera un entorno de extrema confianza planetario (equivalente al del concepto universal de "“familia"”) no necesitaríamos para nada condicionarnos para la ocultación y el fingimiento.

Las encuestas de opinión pública demuestran una y otra vez que la sinceridad se encuentra entre las cinco características principales que la gente desea encontrar en un líder, un amigo o un amante. 

  En contra de lo que muchos creen, las consecuencias de vivir sin mentiras, sin “"reglas de exhibición"”, serían extremadamente enriquecedoras…... aunque compondrían una realidad cultural muy diferente a la de nuestro mundo actual. Debemos tener en cuenta que, debido al control público de exhibición de las emociones, la capacidad expresiva queda tan restringida como lo estaba hace unos siglos la capacidad de expresar emociones mediante ideas e introspecciones psicológicas en la literatura. En nuestra forma de vida actual podemos engañar o evitar ser engañados, podemos ocultar emociones comprometedoras encubriéndolas con emociones convencionales…, pero no podemos salirnos de estas mecánicas prefijadas, ya que el objetivo a lograr siempre es la supervivencia en una sociedad competitiva que discrimina al diferente: seguir el juego prefijado de las “"reglas de exhibición"” (que incluye la mentira y el ocultamiento) no es , por tanto, muy distinto de lo que sucedía en los siglos pasados en el ámbito de la expresión literaria, cuando se seguían clichés dramáticos prefijados hasta que llegaron las etapas siguientes de desarrollo (por ejemplo: la aparición de la novela psicológica).

   Y si un mundo de ocultación y fingimiento es un mundo emocionalmente restringido, de acuerdo con unas reglas culturales prefijadas, ¿nos perjudica eso a la hora de buscar las posibilidades de la extrema confianza y la extrema cooperación? Parece claro que el aumento de la expresión emocional a través de la literatura e incluso a través de la ética religiosa (que funciona como una especie de psicoterapia de masas) está correlacionado con el proceso civilizatorio, ya que supone un desarrollo de la empatía y, en consecuencia, un desarrollo de los comportamientos que favorecen la confianza.

Tenemos pruebas de que hay más expresiones faciales diferentes que las palabras que existen en la lengua para nombrar una emoción cualquiera.  El rostro ofrece un mapa de señales sutiles y de matices que el lenguaje no ha podido trazar en palabras únicas. 

 Por lo tanto, mientras que el mundo de las "reglas de exhibición" sociales es el resultado de condicionamientos contingentes propios de una cultura determinada (los ejemplos que se han dado de educar desde la infancia para reprimir ciertas emociones), siempre buscando evitar las situaciones inesperadas, un mundo de expresividad emocional no restringido dependería de esa capacidad innata que nos es en buena parte desconocida, hasta el punto de que no hemos sido capaces de poner nombre a todas sus posibilidades. Un mundo sin mentirosos no sería, por tanto, un mundo sin poesía, ni creatividad, ni complejidad, sino que, muy al contrario, al dar rienda suelta a la espontaneidad del lenguaje emocional no restringido poblaría la vida social de experiencias más profundas.

Hay un sector del cerebro especializado en el reconocimiento de los rostros

El rostro (…) está directamente conectado con zonas del cerebro vinculadas a las emociones, en tanto que no sucede lo propio con las palabras. Cuando se suscita una emoción, hay músculos del rostro que se activan involuntariamente; sólo mediante el hábito o por propia decisión consciente aprende la gente a detener tales expresiones y a ocultarlas, con éxito variable.

  Podemos pensar que la capacidad para detectar mentiras es una gran suerte, y sin embargo, suele suceder que los desconfiados lo son como consecuencia de las desgracias experimentadas.

Los niños que han sido objeto de malos tratos y que viven en un entorno institucional detectan las mentiras a partir de la actitud mejor que otros niños.

  Igualmente, la incapacidad para detectar mentiras, y el autoengaño, que nos parecen inconvenientes graves, en la realidad, son síntomas de una mejor adaptación social.

Por regla general preferimos no pillar a los mentirosos porque, a pesar de los posibles costes, una actitud de confianza enriquece más la vida que una actitud suspicaz. Dudar permanentemente, hacer falsas acusaciones, no sólo es desagradable para quien duda sino que también reduce mucho las oportunidades de tener intimidad con la pareja, con los amigos, con los compañeros de trabajo. ()Si colaboramos con la mentira casi siempre salimos mejor parados a corto plazo aunque las consecuencias a largo plazo puedan ser mucho peores.

  Así pues, una educación para la desconfianza puede sernos muy útil… para sobrevivir en un mundo basado en el permanente conflicto, pero es del todo contraproducente si nuestro objetivo de vida en comunidad tiene que ver con la extensión, hasta el mayor grado posible, de las relaciones de confianza y cooperación.

  Supongamos ahora que aspiramos a una meta opuesta a la desconfianza por las razones ya dichas de fomentar la cooperación (que se vincula a la confianza), ¿es posible aprender a revelar las emociones en lugar de a ocultarlas?, ¿es posible aprender a confiar en lugar de a desconfiar?

  Hay ciertas enseñanzas al respecto que resultan de lo más curiosas.

La técnica de Stanislavski vuelve a los actores diestros en el recuerdo y reaviva las emociones, técnica que los actores practican a fin de utilizar sus recuerdos sensoriales cuando les toca representar un papel en particular. (…)La técnica de la actuación de Stanislavski le enseña al actor a mostrar una emoción precisa aprendiendo a recordarla y darle vida

   La capacidad de llevar a cabo actuaciones nos permitiría explotar nuestras emociones inhibidas a partir de una elección racional, rechazando las emociones socialmente prefijadas, siempre con el fin prosocial de hacer florecer emociones positivas (las que promueven la confianza) que nos hayan podido parecer hasta entonces inaccesibles o impracticables, ya que las consecuencias de la actuación pueden ser cambios permanentes para las pautas de comportamiento del que actúa:

Un mentiroso puede llegar a creer en su propia mentira con el correr del tiempo; en tal caso, dejaría de ser un mentiroso

  Es decir, que incluso nuestro comportamiento espontáneo podría mejorar mediante la interiorización de determinadas actuaciones de entre el riquísimo repertorio que nos ofrece nuestra capacidad innata. De la misma forma que el mentiroso se cree sus propias mentiras, el creyente en un ideal ético –de conducta también puede acabar por interiorizarlo. Igualmente, si no inhibimos nuestras conductas instintivas antisociales (porque la agresividad, por ejemplo, es innata, en algunos individuos es más viva que en otros) al revelarse éstas al entorno próximo, podemos contar con que será más fácilmente corregida que si las mantenemos ocultas. Todo esto nos debería sonar un poco, porque forma parte de las estrategias psicológicas de muchas religiones… y también de las de muchos manuales de psicoterapia. Tampoco es muy diferente de otras técnicas de conducta prosocial, como el consumo de la literatura de ficción (tan relacionada, parece ser, con la extensión de una cultura humanista e ilustrada).

     Éste no es, claro está, el contenido central del libro del profesor Ekman (una entretenida relación de experiencias con respecto a la detección de la mentira) pero sí es  la conclusión que se deriva de sus observaciones del comportamiento humano.

La mayor parte de los sujetos no son capaces de mover de forma voluntaria los músculos específicos necesarios para simular con realismo una falsa congoja o un falso temor. El enojo y la repulsión no vivenciados pueden desplegarse con algo más de facilidad, aunque se cometen frecuentes equivocaciones. Si la mentira exige falsear una emoción negativa en lugar de una sonrisa, el mentiroso puede verse en aprietos.

   Lo que faltaría sería el desarrollo de este tipo de técnicas no tanto para detectar mentiras por parte de policías o abogados, sino para profundizar en las relaciones humanas de confianza (las relaciones prosociales) mediante el enriquecimiento de la expresividad emocional de la misma manera que se hizo en otros tiempos al desarrollar reglas de urbanidad y etiqueta, como forma de apaciguamiento en las relaciones de proximidad (prevención de la agresividad).

  Por ejemplo:

El denominador común de la mayoría de las sonrisas es el cambio que produce en el semblante el músculo cigomático mayor, que une los malares con las comisuras de los labios, cruzando cada lado del rostro. Al contraerse, el cigomático mayor tira de la comisura hacia arriba en dirección al malar, formando un ángulo.  (…)La acción conjunta de algunos otros músculos y del cigomático mayor da lugar a los diferentes miembros de la familia de las sonrisas; (…)la sonrisa auténtica expresa todas las experiencias emocionales positivas (…) en la sonrisa auténtica no participa ningún otro músculo de la parte inferior del rostro

En una expresión facial asimétrica se ven las mismas acciones en ambos lados de la cara, pero son más intensas o marcadas en un lado que en el otro. No debe confundírsela con una expresión facial unilateral, que sólo aparece en un lado; las expresiones faciales unilaterales no son signos de emoción, salvo las expresiones de desdén en las que se alza el labio superior o se aprieta la comisura del labio en un solo extremo. Las expresiones unilaterales se emplean en emblemas tales como el guiño o la elevación de una sola ceja como muestra de escepticismo. Las expresiones asimétricas son más sutiles, mucho más frecuentes e interesantes que las unilaterales.

   Este tipo de contenidos no se refiere a pequeñeces. Como ya hemos visto, se trata de capacidades comunicativas innatas controladas por zonas específicas del cerebro humano. Las expresiones faciales son universales, las mismas en cualquier cultura, se trata de un lenguaje universal y, en consecuencia, la gran mayoría sabemos reconocerlas instintivamente...… pero no sabemos ponerles nombre, clasificarlas, y en consecuencia evaluarlas ética y socialmente. Detectamos un gesto hostil o una expresión dolida, pero al carecer de una formación humanista al respecto dudamos en su identificación,infravaloramos su trascendencia y con ello restringimos nuestra reacción.

   Una educación en la comunicación no-verbal podría tener parecida trascendencia a la que tuvo la educación de "urbanidad" en siglos pasados, o la que tuvo la profundización psicológica propia de la literatura moderna. Sin duda que los sentimientos compasivos que despertaban los personajes de Dickens en el siglo XIX no eran desconocidos en el siglo VII, pero llevó siglos el que fuesen reconocidos, evaluados y clasificados a fin de que se los promoviera como modelos de conducta prosocial.

  No sería tan importante el aprender a detectar mentiras como el aprender a vivir sin necesidad de ellas mediante la interiorización de pautas de conducta social, verbales y no verbales de acuerdo con principios éticos que faciliten la extrema confianza. El desarrollo de la expresividad emocional conllevaría, inevitablemente, la capacitación para el reconocimiento de todo ese complejísimo mundo innato de la vida emocional comunicable... lo que tal vez incluiría también el detectar a los mentirosos de inmediato, pero ya no como secuela de haber sido educados en un entorno de desconfianza (probablemente podríamos anticipar la misma disposición individual a mentir, o los mismos estados emocionales que nos pondrían en la situación que llevase a mentir).

   En un mundo así, la detección del mentiroso ya no tendría las consecuencias simples que tiene ahora, ya que al mentiroso se le vería menos como infractor de unas reglas convencionales y más como víctima de un desequilibrio antisocial que le dificulta vivir en relaciones de plena confianza. En un mundo sin mentiras, por el hecho de hacerse imposible el ocultamiento también sería difícil el que se diesen situaciones angustiosas que empujasen a mentir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario