viernes, 13 de febrero de 2015

“La hipótesis de la felicidad”, 2006. Jonathan Haidt

  La felicidad es algo que se define muy vagamente. En general, viene a significar el cese de las quejas y lamentaciones, y por tanto, la solución al problema humano en la medida en que se manifiesta en un individuo dado y en un momento dado. El psicólogo social Jonathan Haidt nos informa de que

ayudar a la gente a encontrar la felicidad y el significado es precisamente la meta del nuevo campo de la psicología positiva

  Es decir, se trata de la misma tarea de los antiguos filósofos y maestros de la sabiduría, y está bien que así sea porque

los antiguos pueden haber sabido poco de biología, química y física, pero muchos de ellos eran buenos psicólogos

  ¿Qué novedades nos aportan las opiniones de Haidt, basadas en las numerosas experiencias extraídas de leer mucho, hablar mucho y obtener sorprendentes resultados en los laboratorios de la ciencia del comportamiento?

La versión final de la hipótesis de la felicidad es que la felicidad viene de entre varias cosas. La felicidad no es algo que puedes encontrar, adquirir o conseguir directamente. Tienes que conseguir las condiciones correctas y entonces esperar (…) Vale la pena esforzarse en lograr las condiciones correctas entre uno mismo y los demás, entre uno mismo y su trabajo, y entre uno mismo y algo más grande que uno mismo. Si consigues mantener estas relaciones correctamente emergerá un sentido de finalidad y significado.

  También da datos más concretos.

La felicidad es uno de los aspectos de la personalidad más heredables. Los estudios de gemelos [comportamientos y experiencias de personas con la misma dotación genética criados en ambientes distintos] muestran generalmente que del 50 al 80 % de la variabilidad entre la gente en sus porcentajes de niveles de felicidad pueden ser explicados por diferencias en sus genes más que por las circunstancias en la vida.

Los optimistas son, en su mayor parte, gente que ha ganado la lotería cortical [en la estructura de sus cerebros]. Tienen un alto nivel de felicidad.

Un buen matrimonio es uno de los factores de la vida más fuertemente y consistentemente asociados con la felicidad. Parte de este aparente beneficio llega de la correlación reversible: la felicidad causa el matrimonio: la gente feliz se casa antes y permanece más tiempo casada que la gente con una situación de menor felicidad porque ambos son más atractivos en el flirteo y porque es más fácil vivir con ellos como esposos.

  Las intuiciones emotivas (de donde se alimenta nuestra percepción de la felicidad) son la clave del comportamiento humano, según Haidt.

[Hay] seis emociones “básicas” conocidas por componer expresiones faciales distintivas: alegría, tristeza, miedo, furia, asco y sorpresa.

   Para explicarnos la relación entre tales intuiciones emotivas y nuestra naturaleza racional recurre a una conocida metáfora acerca de un jinete, que representa la racionalidad, intentando guiar a un elefante, que es el conjunto de intuiciones emocionales. Los procesos cognitivos racionales están bajo nuestro control (el jinete), pero los procesos emocionales (el impacto que en nuestra conciencia hacen las sensaciones de alegría, tristeza, miedo, furia, asco y sorpresa), en tanto que son intuitivos, funcionan automática y casi incontrolablemente (el elefante).

El sistema automático fue modelado mediante selección natural para desencadenar respuestas fiables y rápidas (…) El sistema controlado, en contraste, es visto mejor como un consejero. Es un jinete situada en la espalda del elefante para ayudar al elefante a hacer mejores elecciones

  En la vida social, dejarnos llevar por las intuiciones puede hacernos desgraciados, ya que éstas, a su vez, están en función de actitudes sociales heredadas genéticamente de nuestros antepasados cazadores-recolectores cuyas metas en la vida tenían más que ver con la supervivencia y la reproducción de la especie en un medio muy diferente al nuestro que con una idea de felicidad propia de la cultura actual.

El elefante se cuida más del prestigio que de la felicidad, y mira eternamente a los otros para calcular qué es el prestigio. El elefante perseguirá sus metas evolutivas incluso cuando la mayor felicidad pueda ser hallada en otra parte.

  En ocasiones, podremos hallar la felicidad cuando razón y emoción se encuentren. Pero hemos de desconfiar de tales excepciones.

Las epifanías pueden cambiar la vida, pero la mayor parte de ellas se disuelven en días o semanas. El jinete no puede simplemente cambiar y entonces mandar al elefante que siga con el programa. El cambio duradero puede llegar solo volviendo a entrenar al elefante, y esto es difícil de hacer. Cuando la psicología de autoayuda tiene éxito en ayudar a la gente, esto no se debe al momento inicial de revelación sino porque encuentran maneras de cambiar el comportamiento de la gente durante los meses siguientes. Mantienen a la gente implicada con el programa el tiempo suficiente para reentrenar al elefante.

  Este control de las emociones es lo que siempre han buscado los antiguos maestros de la sabiduría. Haidt marca tres posibles métodos actuales para alcanzar la felicidad -la armonía entre razón y emoción- y una de ellas es la meditación, una técnica para relajar la mente descubierta en la Antigüedad que a algunas personas parece dar grandes resultados.

Como dijo Buda: “cuando un hombre conoce la soledad del silencio y siente la alegría de la quietud, está entonces libre del temor y del pecado”

   Pero no todas las personas dominan estas técnicas y tampoco parece que todos los que las dominan vivan tan satisfactoriamente. El segundo de los métodos que señala Haidt es nada menos que el “Prozac” u otros productos farmacológicos de efectos estimulantes parecidos. Tampoco dan resultado a todo el mundo y, además, suelen tener efectos secundarios poco recomendables.

  De modo que nos queda el tercero, el más importante de todos para un psicólogo:

Una gran parte de la terapia cognitiva consiste en entrenar a los clientes en atrapar sus pensamientos, escribirlos, nombrar las distorsiones y entonces hallar formas alternativas y más precisas de pensamiento. (…) El cliente aprende a usar un conjunto de herramientas: éstas incluyen desafiar los pensamientos automáticos y comprometerse en tareas simples, tales como salir a comprar el periódico en lugar de quedarse en la cama todo el día rumiando. Estas tareas son asignadas como deberes a hacer cada día. (…) Con cada reencuadre y con cada simple tarea cumplida, el cliente recibe una pequeña recompensa, un pequeño impacto de alivio o placer. Y cada instante de placer es como un cacahuete dado al elefante para reforzar el nuevo comportamiento (…) Muchos terapeutas combinan la terapia cognitiva con técnicas prestadas directamente del conductismo para crear lo que ahora se llama “terapia cognitivo-conductual”

    (La referencia a "quedarse todo el día rumiando"  tiene que ver con un habitual síntoma de infelicidad: los pensamientos negativos y obsesivos de los que el individuo no puede desprenderse, a los que da vueltas y vueltas constantemente y que limitan su acción y bloquean sus gratificaciones; es como el gusto por lamentarse y no hacer nada)

   Ya hemos visto que, de acuerdo con lo que sabemos de la naturaleza humana, el individuo cuenta con una predisposición para ser feliz y por tanto, también cuenta con una predisposición para el control de los instintos que puede ser mayor o menor. Dentro del control de los instintos destaca el fenómeno de "posponer la gratificación", como es el caso de los niños que se abstienen de comer golosinas a la espera de darse una opípara merienda mucho más gratificante un ratito después.

Los niños que eran capaces de superar el control del estímulo y posponer la gratificación durante unos pocos minutos extra eran mejores para resistir la tentación como adolescentes, concentrarse en sus estudios y controlarse a sí mismos cuando las cosas no iban como ellos querían. ¿Cuál era su secreto? Gran parte de ello era estrategia –las maneras en que los niños usaban su limitado control mental para derivar su atención (…) Los niños que tenían éxito eran aquellos que miraban más allá de la tentación o eran capaces de pensar en otras actividades agradables. Estas habilidades mentales son un aspecto de la inteligencia emocional –una habilidad para comprender y regular los propios sentimientos y deseos. Una persona emocionalmente inteligente tiene un jinete habilidoso que sabe cómo distraer y manejar al elefante sin tener que comprometerse en un conflicto directo de voluntades.

  Detengámonos aquí en el hecho de que tanto la predisposición genética como la predisposición por origen traumático chocan con el ideal actual de libertad y autonomía a la hora de regir nuestras propias conductas. El psicoanálisis es célebre por haber propagado la idea de que

cualquier cosa que te afecte está causada por sucesos de tu infancia (…) Sin embargo, Aaron Beck encontró poca evidencia de esto en la literatura científica o en la propia práctica clínica que funcionaba de acuerdo con este punto de vista

   Contando con el conocimiento de nuestra propia predisposición para la felicidad, y con el conocimiento de nuestra propia predisposición para buscar la felicidad mediante el autocontrol de los instintos (todo lo cual forma parte de nuestro “estilo cognitivo”), llegamos después a experimentar que la principal fuente de felicidad procede de la interactuación social.

El primer paso a dar es hacer lo que puedas, antes de que golpee la adversidad, para cambiar tu estilo cognitivo. Si eres un pesimista, considera la meditación, la terapia cognitiva o incluso el Prozac. Las tres cosas pueden hacer que estés menos sujeto a la rumiación negativa, más capaz de guiar tus pensamientos en una dirección positiva, y en consecuencia más capaz de resistir la adversidad futura, encontrar significado en ello y crecer a partir de ello. El segundo paso es cuidar y construir tu red de apoyo social.

La felicidad no llega desde dentro, como Buda y Epicteto suponían, o siquiera de una combinación de factores externos e internos. La correcta versión de la hipótesis de la felicidad (…) es que la felicidad viene de entre las dos cosas.

  Como psicólogo social y experimentador, Haidt también hace observaciones desapasionadas acerca de quiénes obtienen las más altas cuotas de felicidad. Ya hemos visto que hay personas predispuestas a la felicidad por su temperamento. Pero también vemos que

la gente religiosa es más feliz, de promedio, que la no religiosa. Este efecto viene de los lazos sociales que son consecuencia de participar en la comunidad religiosa, tanto como de sentirse conectados con algo más allá del propio yo.

  Algunos se esperanzan en que no solo la vida religiosa puede hacer feliz a la gente, sino también el compromiso social y el altruismo no religiosos, pero de nuevo se presenta aquí

el problema de la correlación revertida [que supone que] la gente congénitamente feliz es más simpática desde el comienzo, así que su trabajo altruista voluntario puede ser una consecuencia de su felicidad, no la causa

  Así como que

los ricos son en general más felices que la clase trabajadora, pero solo por poco, y parte de esta relación es correlación revertida: la gente feliz se hace más rica porque, como en el mercado matrimonial, son más atractivos a los demás.

  Dadas estas dificultades para determinar la causa y el efecto se agradecen algunas aportaciones descriptivas acerca de la felicidad. Muy interesante es la descripción del “estado de flujo”.

Csikzentmilhalyi descubrió que hay un estado que muchas personas valoran más que la comida y el sexo. Es el estado de total inmersión en una tarea que supone un desafío aunque entra dentro de nuestras habilidades (…) Lo llamó el “flujo” porque se siente frecuentemente como un movimiento sin esfuerzo: el flujo sucede y tú vas con él. Sucede con frecuencia durante el movimiento físico –esquiar, conducir rápido en un circuito o jugar deportes de equipo (…) Puede suceder también durante actividades creativas solitarias como pintar, escribir o hacer fotos. Las claves para el flujo: tienes que contar con las habilidades para cumplir el desafío y recibes inmediato feedback sobre cómo lo estás haciendo a cada paso (principio de progreso). Logras impresiones de sentimiento positivo con cada nota correctamente cantada o con cada pincelada en el lugar correcto.(…) Las gratificaciones son actividades que te comprometen enteramente, te vigorizan y te permiten perder autoconsciencia. Las gratificaciones pueden llevar al flujo.

  Una de las observaciones más originales de Haidt es la que se refiere al “sentimiento de elevación”

La gente responde emocionalmente a los actos de belleza moral, y estas reacciones emocionales implican calor o sentimientos agradables en el pecho y deseos conscientes de ayudar a otros o convertirse ellos mismos en mejores personas (…) La elevación moral parece ser diferente de la admiración por la excelencia no moral. (…) Ser testigos de acciones extraordinariamente hábiles da a la gente el impulso y la energía de intentar copiar esas acciones. La elevación, en contraste, es un sentimiento más calmo, no asociado con signos de activación fisiológica. Esta distinción podría explicar un enigma sobre la elevación: aunque la gente dice que quiere hacer buenas obras, en dos estudios donde les dimos la oportunidad (…) no encontramos que la elevación hiciera a la gente comportarse de forma muy diferente.

  Esta diferenciación entre el placer que se encuentra en la admiración por la belleza moral y la activación de sentimientos morales (que no se produce en consecuencia) parece tener que ver con que el sentimiento de elevación produce un efecto tan relajante que desmotiva la actuación cuando se percibe. Se ha detectado el influjo de la hormona oxitocina en el sentimiento de elevación.

La oxitocina causa vinculación, no acción. La elevación puede llenar a la gente con sentimientos de amor, confianza y apertura, haciéndolas más receptivas a nuevas relaciones; sin embargo, dado su sentimiento de relajación y pasividad, podría ser menos viable para comprometer a las personas en el altruismo hacia los extraños.

Para los adultos, el mayor flujo de oxitocina –aparte del del parto y maternidad- llega del sexo. La actividad sexual, especialmente si incluye caricias, tocamientos extensos y orgasmos, se vuelca en los mismos circuitos que se usan para vincular a padres e hijos.

  Es decir, la oxitocina es una hormona que circula por el organismo humano en determinadas situaciones, que se encuentra en principio relacionada con la maternidad y la lactancia, pero que actúa tanto en mujeres como en hombres cuando tienen lugar episodios emocionales relacionados con la afectividad (lo que incluye el amor sexual) y la vinculación altruista.

   Si el “sentimiento de elevación” promoviera la acción altruista y no solo el vínculo afectivo derivado de ésta, en tal caso la humanidad habría aprendido a ser plenamente feliz hace milenios, pues los sentimientos de elevación, al producirse, desencadenarían acciones altruistas que a su vez despertarían más sentimientos de elevación, creándose un bucle de feedback automático. Pero como no es así, entonces lo que la humanidad necesita es construir mecanismos culturales que estimulen acciones emocionalmente gratificantes de carácter altruista. La búsqueda de ese tipo de mecanismos está probablemente relacionada con la historia de las religiones.

La influencia de la vastedad y belleza de la naturaleza hace que el yo se sienta pequeño e insignificante, y cualquier cosa que reduzca el yo crea una oportunidad para la experiencia espiritual

El amor cristiano se focaliza en dos palabras clave: cáritas y ágape. Cáritas es una especie de intensa benevolencia y buena voluntad; ágape es una palabra griega que se refiere a una especie de amor espiritual, altruista sin sexualidad, sin vincularse a una persona en particular (…) Como en Platón, el amor cristiano es amor despojado de su particularidad esencial, de su foco en una persona específica

  El amor sexual, así como el amor de la maternidad (el primero que conoce todo individuo), son modelos de vinculación altruista placentera que la cultura ha manipulado, en el arte y la religión, de forma que tomen formas diversas aplicables a muchas más situaciones. En sus manifestaciones más instintivas, la maternidad y el amor sexual solo pueden abarcar una pequeña extensión de la experiencia vital de las personas, de ahí que los antiguos maestros de la sabiduría tratasen de hallar nuevos caminos derivados. Además, el amor sexual suele confundirse con las pasiones sexuales.

Hay varias razones por las que el amor humano puede hacer sentir incómodos a los filósofos. Primero, porque el amor apasionado es notorio por hacer a la gente ilógica e irracional, y los filósofos occidentales han considerado desde siempre que la moralidad se basa en la racionalidad. (…) Una segunda motivación es el miedo a la muerte (…) Las culturas humanas van hasta muy lejos para construir sistemas de significado que dignifiquen la vida y convenzan a la gente de que sus vidas tienen más significado que la de los animales que mueren alrededor de ellos

[En Platón] la naturaleza esencial del amor como un vínculo entre dos personas es rechazado; el amor solo puede ser dignificado cuando se convierte en una apreciación de la belleza en general

  Haidt mismo identifica la pasión sexual con el amor en general, cuando muchos podemos opinar que no hay una relación tan clara entre el amor sexual y el amor de la maternidad al que toma inconscientemente como modelo. Los antiguos tardaron mucho en reconocer la forma de amor no pasional (probablemente por causa de que una cultura masculina ancestral rechaza la feminización que implica el amor de estilo maternal como inconveniente para enfrentarse a la agresividad de la guerra constante entre grupos) y Haidt es uno de los que rechazan también la idea clásica de que el origen del amor se produce en la era cristiana (una era “feminizadora”), ya que denomina “amor” a ciertos mitos pasionales de la Antigüedad

El amor es muy celebrado por los poetas desde Homero en adelante. El amor lanza el drama de la Iliada, y la Odisea acaba con el retorno de Odiseo a Penélope

  Lo de Helena es más bien un arrebato pasional cuyas trágicas consecuencias aleccionan a la humanidad en adelante, mientras que Penélope es un ejemplo de fidelidad conyugal y un símbolo del retorno al hogar: en ninguno de estos casos se dan las características de embelesamiento romántico (idealización del otro, altruismo, pacificación… evocaciones de la maternidad) que caracterizarán el amor caballeresco medieval de origen cristiano que parte de las concepciones ya mencionadas de cáritas y ágape (ambas, a su vez, vinculadas al amor de la maternidad originario)

El mito moderno del verdadero amor implica las siguientes creencias: el verdadero amor es un amor apasionado que nunca se debilita; si estás verdaderamente enamorado, deberías casarte con esa persona; si el amor acaba, debes dejar a esta persona porque ya no es verdadero amor; y si puedes hallar la persona correcta, tendrás amor verdadero para siempre.

  Mientras que la biología nos muestra que las experiencias amorosas son episodios concretos vinculados a diversas funciones reproductivas (sexo por mutua voluntad y cuidado en común de las crías), la idealización del amor pretende extender la experiencia a la práctica totalidad de la vida. El verdadero amor no se extingue y se transforma en una prolongada expresión de camaradería.

Se define el amor de camaradería como “la afección que sentimos por aquellos con quienes nuestras vidas están estrechamente entrelazadas”. El amor de camaradería crece lentamente a lo largo de los años a medida que los amantes aplican sus vínculos y sistemas de cuidado mutuo y a medida que comienzan a confiar el uno en el otro, cuidando y confiándose mutuamente.

  Éste sería ciertamente el amor cristiano, donde la elevación lleva también a la acción (porque la “elevación” es mediatizada por mecanismos culturales que promueven el verdadero amor) y que no se confunde con los estallidos pasionales de naturaleza exclusivamente sexual… pero Haidt no cree que tal cosa exista

El amor apasionado no se convierte en amor de camaradería. El amor apasionado y el amor de camaradería son dos procesos separados y tienen diferentes recorridos temporales.

  En lo que se refiere a los modelos afectivos entramos ya en el universo de las preferencias culturales. Jonathan Haidt no puede menos que hacer sus propias elecciones al respecto

Aunque me gustaría vivir en un mundo en el cual todo el mundo irradie benevolencia hacia los demás, preferiría vivir en un mundo en el cual hubiera al menos una persona que me amase específicamente y a quien yo amase en respuesta

  Podemos extraer del libro de Haidt, pues, entre otras, la conclusión de que los sentimientos de vinculación afectiva relacionados con la hormona oxitocina son los más viables socialmente, pues implican placer derivado del bien ajeno, en lugar de placeres egoístas que implican privación o incluso sufrimiento para los demás, pero que, por desgracia, la experimentación de ese tipo de placeres no conduce necesariamente a la acción altruista, y por ello la “hipótesis de la felicidad” nos lleva a dar por sentado que los bienes afectivos serían un bien más de los que se obtendrían en la interacción social y nunca consistir en la base de una forma de vida, de una cultura. Varias afirmaciones más del autor van en este sentido:

La investigación en la evolución del altruismo y la cooperación ha descansado en gran parte en estudios en los cuales se escenifican juegos entre diversas personas (o personas simuladas en un computador). En cada ronda del juego una persona interactúa con otro jugador y puede elegir entre ser cooperativo (y en consecuencia se hace más grande el pastel que comparten) o egoísta (cada uno toma para sí tanto como sea posible del pastel tal como está) (…) A largo plazo y a lo largo de una gran variedad de entornos compensa cooperar mientras se permanezca vigilante del peligro de ser engañado.

  Es decir, la obtención de felicidad en sociedad se obtiene mediante un juego constante de intercambio de gratificaciones y bienes donde la desconfianza y la mutua vigilancia se convierten en factores capitales. Esto, como hemos visto, se aplica también al amor.

La gente con sabiduría es capaz de hallar un equilibrio entre sus propias necesidades, las de los otros y las necesidades de personas o cosas más allá de su interacción inmediata (instituciones, el entorno, o la gente que puede ser afectada adversamente más tarde). 

Darwin propuso que los grupos compiten, como los individuos, y que en consecuencia los rasgos psicológicos que hacen  exitosos a los grupos –tales como patriotismo, valor y altruismo hacia los otros miembros del grupo- deberían expandirse como cualquier otro rasgo. Pero una vez que los teóricos evolutivos comenzaron a probar sus predicciones rigurosamente, usando computadores para modelar las interacciones de los individuos que usaban diversas estrategias (tales como puro egoísmo frente a la reciprocidad), entonces llegaron a apreciar la seriedad del problema de los tramposos. (…) Quienquiera que acumule los mayores recursos en una generación va a producir más hijos en la siguiente, así que el egoísmo es adaptativo y el altruismo no. (…) La única solución al problema de los tramposos es (…) el altruismo de parentesco (portarse bien con aquellos que comparten tus genes) y el altruismo recíproco (portarse bien con aquellos que te corresponderán en el futuro)

Al hacer a la gente desde hace tiempo sentir y actuar como si fueran parte de un solo cuerpo, la religión reduce la influencia de la selección del individuo (la cual nos modela para ser egoístas) y nos hace que actúe en nosotros la selección de grupo (la cual modela a los individuos para trabajar por el bien común)

  De todo esto, Haidt obtiene una conclusión conservadora acerca de cómo opera el altruismo desde el punto de vista de la selección de grupo y su atención a los intereses particulares

La selección de grupo crea adaptaciones genéticas y culturales interrelacionadas que promueven la paz, armonía y cooperación dentro del grupo con el propósito expreso de incrementar la capacidad del grupo para competir con otros grupos

El amor y el trabajo son cruciales para la felicidad humana porque, cuando se desenvuelven correctamente, nos sacan de nosotros mismos y nos conectan con la gente y los proyectos más allá de nosotros mismos. La felicidad viene de hacer estas conexiones de forma óptima.

   El progreso social que lleva a la felicidad individual surge, pues, del perfeccionamiento de un mercado de acciones recíprocas que reprime las prácticas abusivas y de engaño (lo que a su vez se evidencia en el éxito del grupo social perfeccionado frente a otros grupos sociales menos evolucionados). En una sociedad donde se penaliza a los que engañan, los individuos podrán comportarse de forma que busquen su propia felicidad al tiempo que faciliten a otros el obtener la suya (reciprocidad). Esta “hipótesis de la felicidad” se opondría a lo que Haidt llama la “hipótesis de la virtud” basada en la “ética del carácter”, esencialmente cristiana.

Cuando la moralidad se reduce a lo opuesto al propio interés, la hipótesis de la virtud se hace paradójica: en términos modernos, la hipótesis de la virtud dice que actuar contra el propio interés es actuar en el propio interés

Sería ingenuo pensar que hacer lo correcto siempre hace sentir bien. La prueba real de la hipótesis de la virtud es ver si es cierta incluso en nuestra restringida comprensión moderna de la moralidad como altruismo

   En realidad, la “hipótesis de la virtud” (obrar por el interés ajeno) no tendría por qué ser paradójica: se trata de crear dos mercados de acciones recíprocas en lugar de uno solo. Para Haidt y su “hipótesis de la felicidad”, la moralidad consiste en intercambiar tanto bienes materiales como afectivos de acuerdo con una serie de reglas que aportarían seguridad (evitar el engaño); mientras que para la “hipótesis de la virtud”, la moralidad consiste en intercambiar bienes afectivos (el placer derivado del amor) con independencia del intercambio de bienes materiales (donde el propio interés quedaría en segundo término). Por supuesto, el objeto de hacer el bien es también “egoísta”: se trata de recibir la mayor cantidad posible de bienes afectivos (no materiales)… pero ambos “mercados” son independientes y funcionan en base a reglas diferentes: “A” puede obrar altruistamente con “B”, al proporcionarle bienes materiales (en un mercado) y a cambio recibir bienes afectivos de “C” (en el otro mercado). “B” podría decir que “A” obra sin recibir recompensa a cambio, pero en realidad la recompensa (no material) la recibe de un tercero, “C” (en las religiones teístas, “C” puede ser “Dios”, un ser imaginario que se complace con el altruismo… de la capacidad de autosugestión de “A” dependerá en este caso que el obrar por el amor de Dios le resulte o no gratificante).

  Haidt equipara ambos tipos de bienes y los pone en el mismo mercado. La ventaja del sistema de la “hipótesis de la virtud” (o “ética del carácter”) es que en el mercado de la virtud los bienes afectivos carecen de coste material (esencialmente, se trata de manifestaciones conductuales convincentes: gestos, palabras, representaciones de actos… no muy diferentes de las experiencias que proceden del mundo del arte) por lo que, en una cultura regida por este tipo de principios éticos la abundancia de bienes gratificantes no materiales podría llegar a ser casi infinita y difícilmente mensurable más allá de la propia satisfacción personal. Los bienes materiales son mucho más costosos y al ser más fácilmente cuantificables también presentan muchas dificultades para que se obtenga la reciprocidad buscada. De hecho, la obsesión por la reciprocidad en bienes materiales es fácil que alcance proporciones neuróticas (considérese la preocupación a nivel político por la igualdad en cuanto a distribución de bienes de consumo, o considérense los fenómenos tipo potlatch observados por los antropólogos en las culturas primitivas en las que personas o grupos se enzarzan en interminables ofrecimientos recíprocos de bienes materiales a fin de afirmar su prestigio).

  En suma: darse amor mutuamente es barato, mientras que los bienes materiales pueden llegar a ser muy costosos. Añádase la precisión de que, más allá del sencillo umbral de los bienes imprescindibles para la supervivencia, la acumulación de bienes materiales está relacionada sobre todo con el prestigio y el estatus social, lo que supone que la demanda de bienes materiales puede resultar ilimitada de acuerdo con las pautas culturales del momento, sobre todo si se basan en actitudes de reciprocidad e igualdad (igualdad que implica una constante medición para verificar si se da o no tal equiparación en cantidades).

   El modelo social que resulta del rechazo a la “hipótesis de la virtud” desconfía de las fórmulas cristianas altruistas (el que la caridad y el ágape puedan extenderse a todos los ámbitos de la vida, y el que el amor apasionado se transforme en amor de camaradería), y en lugar de ello la felicidad habría de transcurrir dentro de las pautas marcadas en una sociedad fiscalizada por estructuras que garanticen el juego limpio y la reciprocidad (la felicidad viene de entre varias cosas). Por eso Haidt también defiende el conservadurismo político (principios de autoridad y lealtad que impongan un orden al que el ciudadano pueda atenerse con firmeza, librándose de la desorientación).

Una sociedad sin conservadores perdería muchas de sus estructuras y constricciones sociales que Durkheim mostraba que eran tan valiosas. 

  Y sin embargo, su estudio de la naturaleza de la felicidad y el más preciado componente de éste (las compensaciones afectivas del amor) nos muestra unas grandes posibilidades que, desgraciadamente, un marco conservador inamovible nos impide desarrollar.

  La obtención de bienes afectivos, de acuerdo con lo que sabemos de la experimentación del “sentimiento de elevación”, exige no la producción de bienes materiales, sino el perfeccionamiento moral en el sentido de la manifestación pública y convincente del mutuo altruismo. Tales bienes afectivos los experimentaríamos como resultado de la puesta en juego de estrategias psicológicas asentadas culturalmente (la vieja tarea de los “maestros de sabiduría” de la Antigüedad). Personas con la erudición, la capacidad deductiva y la experiencia de Jonathan Haidt serían de mucha ayuda a la hora de determinar cómo tales estrategias (las antiguas y las nuevas que surjan) pueden hacerse más efectivas.

8 comentarios:

  1. Gracias. Aquí,la felicidad en el mundo... https://es.wikipedia.org/wiki/%C3%8Dndice_del_Planeta_Feliz

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  2. Buenas!
    Me ha sido muy útil tu resumen, acabo de escuchar el libro en inglés en el audible y tenía las ideas un poco difusas, de hecho, voy a imitar tu ejemplo, y hacer un resumen del libro...
    El autor nombra un libro que veo que no tienes en tu lista y que me pareció muy interesante, The moral animal de Robert Whrigt. también tiene un curso en coursera sobre psicología moderna y budismo que reflexiona sobre el tema de la moralidad desde la perspectiva de la psicología evolutiva y desde la perspectiva de la religión que resulta más coherente desde mi punto de vista que la de este libro.
    Aunque debo decir que fue a través de este curso que tomé mi primer contacto con estas temáticas y me marcó...
    Seguiré explorando tu biblioteca, hay muchos de estos libros que están en mi lista de pendientes.

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  3. Muchas gracias, Juliana, por tu apoyo. Y por tu sugerencia del libro de Wright (nunca vienen mal ese tipo de sugerencias). Yo siempre recomiendo que se confeccionen espacios parecidos a este blog mío. Algunos me han señalado que mis reseñas son demasiado extensas, pero es que trato de utilizarlas como resúmenes críticos de mis lecturas, a modo de fichas, de manera que releerlas y repasarlas me ayuda a afianzar lo asimilado. Si más lectores asiduos a este tipo de temas colgaran en Internet "blogs" por el estilo de éste tendríamos a nuestra disposición mucha buena información con el añadido de que contarían con el punto de vista de lectores concretos. Más las posibilidades del intecambio de comentarios.

    A un nivel más elevado que mi modesto blog de aficionado tienes también en esta página (epígrafe "Otras webs") el "Blog evolución y neurociencia" del cual yo también he sacado muchas sugerencias de lectura (incluido J Haidt).

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  4. Gracias por la sugerencia, tiene pinta de muy interesante el blog. Estoy pensando que los de audible siempre me ofrecen mandar los libros que leo gratuitamente a una persona,como no conozco a nadie que tenga suficiente nivel de inglés y con interés en la psicología, no lo puede aprovechar nadie. Si te interesa, sólo necesito una cuenta de correo...

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  5. Ah, pues muchas gracias. Mi cuenta de correo está ahí mismo visible -"franmarmala@gmail.com". Todo lo que sean posibilidades de encontrar libros nuevos, de temática lo más variada posible y lo más recientes posible me interesa mucho. De hecho, casi todo lo que aparece en mi blog lo he sacado online.

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  6. Hola! No había visto tu respuesta. Te acabo de mandar, the wisdom of joseph Campbell. Sólo es un libro por persona, lástima, pero a caballo regalado...

    Feliz verano!

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