miércoles, 23 de diciembre de 2015

“La posibilidad del altruismo”, 1970. Thomas Nagel

    El filósofo Thomas Nagel abordó la cuestión del altruismo desde el punto de vista de la racionalidad. No tanto que el ser altruista supusiera una decisión necesaria desde el punto de vista racional, sino que el no serlo de una forma sistemática es irracional.

Debe enfatizarse que por altruismo no se quiere decir solo la variedad de nobles autosacrificios frecuentemente asociados con ese epíteto, sino que hemos de considerar como altruista a cualquier comportamiento motivado meramente por la creencia de que alguien más se beneficiará o que se le evitará daño por ello.( …) Una voluntariedad de actuar en consideración de los intereses de otras personas, sin la necesidad de motivos ulteriores.

El altruismo que desde mi punto vista subyace a la ética no debe ser confundido con una afección generalizada por la raza humana

Mi argumento pretende demostrar que el altruismo (o su principio matriz) depende de un completo reconocimiento de la realidad de otras personas. (…) El reconocimiento de la realidad de otros depende de una concepción de uno mismo, de la misma forma que el reconocimiento de la realidad del futuro depende de una concepción del presente

La ética es una lucha contra una cierta forma de discurso egocéntrico, tanto como el razonamiento de la prudencia es una lucha contra la dominación por el presente.

  Si careciéramos de la capacidad para distinguir entre un individuo y otro (como sucede con algunas especies de animales) esto implicaría que tampoco nos reconoceríamos a nosotros mismos. Así pues, el altruismo, que puede o no darse, ya presupone una mayor complejidad psicológica del que lo experimenta (si no una mayor racionalidad).

Este libro defiende una concepción de la ética, y una consecuente concepción de la naturaleza humana, según la cual ciertos importantes principios morales establecen condiciones racionales acerca del deseo y la acción que derivan de un requerimiento básico de altruismo.

Concibo la ética como una rama de la psicología

La psicología, específicamente la teoría de la motivación, debe ser el campo apropiado en el cual hacer progresos en la teoría ética

  ¿Y psicológicamente podemos concebir que se es más racional cuando se es más altruista? Porque la impresión que tenemos es que la motivación más racional es el egoísmo. Al fin y al cabo somos seres vivos, sujetos, individuos, vivimos y sentimos en soledad, nos morimos en soledad y solo uno mismo puede sentir la propia realidad de cada uno. ¿Por qué perjudicarnos por el bien de otros?

El reconocimiento de la realidad de la otra persona y la posibilidad de ponerte a ti mismo en su lugar, es esencial [para el altruismo]

El principio de altruismo está conectado con la concepción de uno mismo como meramente una persona entre otros. Surge de la capacidad de verse a uno mismo simultáneamente como “yo” y como “alguien” –un individuo especificable impersonalmente.

  Nuestra naturaleza nos ha hecho altruistas en alguna medida, incluso aunque sea como secuela de la capacidad para percibirnos a nosotros mismos al evaluarnos como “individuos especificables”, pero la evolución (que Nagel no menciona) ha marcado también una tendencia para hacernos altruistas porque, aparentemente, el altruismo favorece la cooperación y por lo tanto beneficia a la especie. Nuestra tendencia al altruismo es la que nos permite superar las condiciones –muy egoístas- de la reciprocidad directa (yo te doy una manzana si tú me das un plátano): la reciprocidad directa permite una cierta cooperación, pero solo cuando se dan las circunstancias muy especiales de que dispongamos de la manzana y el plátano en el momento y lugar adecuados; el altruismo, en cambio, permite que las manzanas y los plátanos cambien de manos en ciertas ocasiones en que las garantías de reciprocidad no están disponibles, pues hace psicológicamente viable que nos agrade el beneficio ajeno (tanto como puede resultarle también agradable a los otros).

  Podemos, pues, no ser conscientes de ello, pero los impulsos altruistas benefician a la especie. Sin embargo, es un hecho que no podemos percibir semejante “utilidad” porque cuando obramos de forma altruista lo hacemos obedeciendo a nuestros impulsos y no teniendo en cuenta el futuro de la especie. A Thomas Nagel lo que le interesa es descifrar cómo operan dentro de la subjetividad de cada individuo tales impulsos, deseos y acciones, algo que tendría que estar en contradicción con nuestros propios intereses inmediatos de obtener beneficios materiales para uno mismo. Es decir, ¿qué mecanismos lógicos ha utilizado la naturaleza –por el bien de la especie- a fin de convertirnos en altruistas precisamente a nosotros, los mamíferos más individualistas del reino animal?

   Sin entrar, pues, en la argumentación de la conveniencia del altruismo, Thomas Nagel considera que algo así como un instinto altruista y un instinto de “culpa” o “vergüenza” deben de existir de forma innata, posibilitando ciertas obligaciones morales.

Decir que el altruismo y la moralidad son posibles en virtud de algo básico en la naturaleza humana no es decir que los hombres son básicamente buenos. Los hombres son básicamente complicados, y cómo de buenos son depende de si ciertas concepciones y formas de pensar han adquirido predominio, un predominio que es precario en cualquier caso. 

  Es a partir de ese  “algo básico en la naturaleza humana” como pueden construirse conceptos objetivos de moralidad que para Nagel serían el elemento primordial.

Es mediante el reconocimiento de razones objetivas que uno puede llegar a una preocupación justificada por los intereses de otros, independientemente de la relación que uno tenga con él

  Lo objetivo es aquello en lo que el interés privado resulta intrascendente, como el hecho de que el que a mí me interese que el día pase pronto no influye para nada en la rotación de la tierra. De la misma forma sucede que el que a mí me caiga mal una persona no implica que pueda asesinarla despreocupadamente: los criterios objetivos limitan nuestras intenciones egoístas (consideramos al otro como “una persona”, no como un animal o un objeto cualquiera que podemos consumir, utilizar o ignorar), pero al mismo tiempo nos benefician indirectamente al hacer posible el altruismo práctico y sus consecuencias cooperativas (aunque de esto no tenemos por qué ser conscientes).

El principio detrás del altruismo es que los valores deben ser objetivos, y que cualquiera que aparezca como subjetivo debe ser asociado con otros que no lo son.
  
Hay un punto de vista que puede quizá ser rechazado: la visión de que el comportamiento en consideración a los otros está motivado por evitar los sentimientos de culpa que podrían resultar del comportamiento egoísta. La culpa no puede proporcionar la razón básica, porque la culpa es precisamente el reconocimiento doloroso de que uno está actuando o ha actuado en contra de una razón determinada por las afirmaciones, derechos o intereses de otros – una razón que por tanto debe haber sido reconocida previamente

  Esto tiene una implicación de largo alcance: la posibilidad del altruismo surge de que tenemos que presuponer la objetividad de los intereses de los demás, y por tanto, que las reglas de convivencia se han de basar en este reconocimiento. En teoría, mientras más implicada esté nuestra razón en el reconocimiento de la subjetividad ajena (que consideremos un valor objetivo la subjetividad de los otros), más perfectas serían las reglas de convivencia.

El requerimiento de objetividad exige que se dé todo el peso a la distinción entre personas y a la irreductible significación de las vidas humanas individuales cuando los intereses de diferentes individuos deben ser ponderados los unos con respecto a los otros en un cálculo de razones objetivas. Esto es cierto aunque no podamos especificar el sistema de sopesamiento que encarna tal respeto por los individuos

La posibilidad del altruismo simple depende del reconocimiento de un especial tipo de razón subjetiva, y su sumisión al procedimiento de objetivación.

  El “sistema de sopesamiento” sería entonces la gran cuestión abierta. Aunque el mismo Nagel se muestre pesimista, su evaluación, que parece tan simple (requerimos de la objetivación de las realidades subjetivas ajenas), parece señalar una dirección al desarrollo de la convivencia cooperativa entre los humanos, esos mamíferos que serían portadores de complejos instintos para experimentar emociones altruistas, culpa y empatía.

  No podemos ignorar nuestra innata percepción de los sujetos ajenos como objetos merecedores de valoración. Queda por determinar qué tipo de valoración vamos a aplicar en concreto, pero racional y psicológicamente está claro que el altruismo es posible e incluso en alguna medida necesario. También parece conveniente, y mucho.

martes, 15 de diciembre de 2015

“¡Ja!”, 2014. Scott Weems

  Un estudio acerca del humor puede despertar curiosidad, pero el hecho es que todo lo que caracteriza la mente del ser humano por fuerza ha de poseer un significado profundo para nosotros.

Los niños de menos de seis años no distinguen entre una mentira y un chiste (…) Tampoco comprenden la ironía y el sarcasmo.

Los ordenadores no saben contar chistes. No son pensadores desordenados. Buscan soluciones de manera lineal, en lugar de dejar que su mente discuta y vaya a la deriva hasta que alguna solución surja de la nada. 

 El neurocientífico Scott Weems pretende aunar lo empírico con lo cotidiano y lo social en su visión del humor. Por supuesto, él considera que el humor es algo saludable y relacionado con la inteligencia.

El humor es como el ejercicio del cerebro, y al igual que el ejercicio físico refuerza el cuerpo, ver las cosas desde una perspectiva divertida es la manera más saludable de mantener nuestra agudeza cognitiva. 

El humor y su síntoma más corriente —la risa— son productos derivados de poseer un cerebro que se basa en el conflicto. Al manejar constantemente la confusión o la ambigüedad, nuestra mente se adelanta a los acontecimientos, comete errores y, generalmente, se atasca en su propia complejidad. Pero eso no es malo. Por el contrario, nos proporciona adaptabilidad y un motivo constante de risa.

¿Por qué debería importarnos lo que es el humor, y cómo influye en nuestro bienestar físico, psicológico y social? Los estudios demuestran que el humor beneficia a nuestra salud, nos ayuda a llevarnos mejor con los demás, e incluso nos hace más inteligentes. 

    La descripción psicológica es aproximadamente simple:

El humor (…) consiste en la elaboración social o psicológica de ideas que nuestra mente consciente no puede manejar con facilidad.

La sorpresa es importante para el humor del mismo modo que es importante para la intuición: desechar suposiciones falsas nos produce placer. 

Reímos, lloramos y tenemos personalidades maleables porque nuestro cerebro se ha desarrollado a lo largo de generaciones para ser adaptable. Sin la capacidad de reír, no podríamos reaccionar ante gran parte de lo que nos ocurre. Sin sentido del humor para disfrutar de la incongruencia o el absurdo, quizá nos pasaríamos toda la vida en un estado perpetuo de confusión, en lugar de transformar ocasionalmente estos sentimientos en diversión. En este sentido, el humor es un rasgo evolutivo tan importante como la inteligencia, porque sin él no podríamos hacer frente al mundo complejo que hemos creado. 

  Sin embargo, en este libro se puede echar en falta que no se incida lo suficiente en el lado más oscuro del humor: cuando se utiliza como forma de agresividad. No nos queda claro que éste no pueda ser su origen evolutivo, como sostienen algunos autores…

Los estudios muestran (…) que la gente que ve a los afroamericanos representados como estereotipos negativos en las comedias satíricas no tarda en adoptar actitudes negativas hacia ese grupo en la vida real. 

[En un experimento psicológico se observaba que,] en comparación con los sujetos poco sexistas, los sujetos muy sexistas se comprometían a entregar mucho menos dinero al Consejo Nacional de Mujeres, pero solo después de leer los chistes sexistas

Las tribus dyak de Borneo [están] acostumbradas a combatir entre ellas, y también a cortar cabezas. Cada vez que estas tribus iban a la guerra, comentaban sus escaramuzas acercándose unos a otros e insultándose de la manera más obscena. Los insultos eran groseros, y abundaban las promesas de cortar las extremidades del otro y metérselas en sus lugares más íntimos. También había comentarios personales y ofensivos sobre las proezas sexuales.(…) Para las tribus dyak de Borneo ese propósito era demorar la violencia, al menos durante un rato.

  ¿Demoran la violencia o, al igual que sucede con los chistes racistas o sexistas, se ayudan a alcanzar el climax necesario para su ejecución? No sería entonces muy diferente a lo que sucede con ciertas prácticas culturales violentas (como los deportes) a los que se atribuye valor de catarsis, pero que en general contribuyen más bien a activar los mecanismos psicológicos de la agresión.

La gente que utiliza el humor agresivo intenta reforzar su personalidad a expensas de los demás, y no es de sorprender que dé una alta puntuación en los test de hostilidad o agresividad. Y luego está el humor autodespreciativo. (…) En lugar de denigrar a los demás, los humoristas autodespreciativos la toman consigo mismos, a menudo como mecanismo de defensa por su baja autoestima. (…) Estos dos estilos podrían tener efectos adversos a largo plazo en la longevidad (…) El humor puede mejorar nuestra salud o perjudicarla, según como lo utilicemos.

  Entre las muchas anécdotas que aparecen en este libro, se mencionan casos concretos de famosos humoristas norteamericanos (en Estados Unidos, el “comedian” es toda una celebridad en el mundo del espectáculo), pero no se mencionan los numerosos casos de rasgos psicóticos que suelen darse en ese tipo de artistas. Weems parece más interesado en resaltar el lado positivo del humor.

El humor cumple una importante función social, pues nos ayuda a afrontar el dolor y resolver opiniones encontradas acerca de figuras prominentes. 

Los estudios muestran que tenemos más tendencia a compartir la risa que ninguna otra respuesta emocional

Los estudios indican que el uso del humor en entornos cotidianos —por ejemplo, cuando contestamos a los correos electrónicos utilizamos imágenes descriptivas— está estrechamente emparentado con la inteligencia

Sabemos que la risa beneficia al cuerpo porque es un ejercicio aeróbico. Mediciones enormemente controladas han demostrado que la risa gasta entre 40 y 170 kilocalorías por hora. Muchas investigaciones la habían equiparado a otras formas de ejercicio, y la más común afirmaba que cien risas equivalían más o menos a la entre diez y quince minutos en una bicicleta estática


  Al menos, se incluyen algunas paradojas en cuanto a las consecuencias…

La gente con sentido del humor [vive] menos que todos los demás (…) Podría tener que ver con la posibilidad de que la gente con humor no cuide más su cuerpo.

El humor no es tanto una cura mágica como una forma de prevención

  En este caso, el de la “prevención”, Weems utiliza un experimento en psicología que demuestra que el ejercicio del humor ayuda a afrontar circunstancias desagradables… pero que no tiene efecto reparador cuando las circunstancias desagradables se producen antes de la experiencia de humor… En el experimento se les hizo ver a los sujetos una película que

mostraba muertes horrendas escena tras escena

   Este visionado se pretendía complementar con películas de humor

Algunos sujetos comenzaron viendo dieciséis minutos de actuaciones cómicas antes de pasarles las escenas de muertes. La intención del humor era proporcionarles protección, una especie de inoculación para las terribles escenas que seguirían. Otros vieron la comedia después.

  Y el resultado fue que

los sujetos que habían visto actuaciones cómicas afrontaban mejor la película estresante; en concreto, les ayudaba a disminuir la tensión percibida. Sin embargo, estos beneficios se limitaban a un grupo en particular: el de los que habían visto la comedia antes. De hecho, el estudio prácticamente no mostró ningún beneficio a los que habían visto la comedia después, pues por entonces ya era demasiado tarde. El único beneficio aparecía en sujetos que habían estado de buen humor cuando había comenzado el experimento

  La experimentación psicológica y los datos estadísticos también reflejan la consideración social del humor y su valoración como atractivo sexual

El sentido del humor era el segundo rasgo más deseado, solo detrás de la inteligencia. Las mujeres lo valoraban el primero. Para los hombres ocupaba el tercer lugar, tras la inteligencia y la belleza. No obstante, esta afinidad para el humor no siempre ha sido tan poderosa. En un estudio similar realizado en 1958, el humor ocupaba un puesto mucho más bajo entre los rasgos preferidos por las mujeres para su pareja, después de características como «pulcro», «ambicioso» y «que tome decisiones sensatas con el dinero». En 1984 aparecía detrás de la inteligencia y la sensibilidad. En 1990 el número dos, de nuevo detrás de la sensibilidad. Una de las razones posibles de este cambio de prioridad es que las mujeres, al ver ampliado su campo laboral, comenzaron a desear cosas distintas de los hombres. 

  Otro dato que nos hace reflexionar…

Hay mucha gente religiosa que tiene poco sentido del humor. Puede que esto parezca una generalización injusta, pero al menos tiene una base científica. 

  Si tenemos en cuenta que han sido los cambios religiosos (o ideológicos) los que principalmente han promovido las mejoras sociales, la falta de sentido del humor puede también tener un sentido positivo, de la misma forma que la actitud de las mujeres, en tiempos de mayor inseguridad, daba menos importancia a algo que parece menos urgente.

  En conjunto, la impresión que deja este interesante aunque un tanto incompleto trabajo es que el sentido del humor es ambiguo. Como burla y forma de violencia es una referencia universal, y puede que incluso su origen evolutivo, pero como elaboración de la mente parece un claro marcador de inteligencia. Scott Weems no aborda la diferencia entre “humor inteligente” o “vulgar”, entre ironía y literatura, ni entre hilaridad y buen humor u optimismo. Sí señala la desconfianza al respecto de algunos sabios de la Antigüedad, como Platón

Platón prohibió el humor en La República, ya que distraía a la gente de asuntos más serios. No era el único; los antiguos griegos, a pesar de lo instruidos que eran, consideraban que la risa era peligrosa porque conducía a la pérdida del autocontrol. 

  ¿No será que el humor –la risa, el chiste-, en efecto, puede suponer una forma de eludir el conflicto interpersonal? Quizá el que hoy las mujeres se sientan especialmente  atraídas por los hombres con sentido del humor no quiera decir otra cosa que, sencillamente, se sienten cada vez menos atraídas por los hombres en general y solo se les ocurren atractivos triviales con respecto a ellos…

sábado, 5 de diciembre de 2015

“El comportamiento altruista”, 1998. Sober y Wilson

   A primera vista, la idea de sacrificarse por el bienestar ajeno parece no casar mucho con la selección darwiniana. Al fin y al cabo, todos los individuos, en tanto que individuos, deben buscar la satisfacción del propio interés, y es el conflicto de los intereses encontrados lo que causaría el proceso de selección del más apto. Y sin embargo, no cabe duda de lo muy conveniente que es para el conjunto de individuos de una especie el que exista la cooperación mutua e incluso que, de vez en cuando, alguno se sacrifique por el interés ajeno.

Un comportamiento es altruista cuando incrementa la adaptación de otros y disminuye la adaptación del actor.

  Ya Darwin observó que tales comportamientos se dan en la naturaleza, pero no veía fácil el explicar cómo llegaban a producirse. En teoría, todos los comportamientos que ayuden a la prosperidad de la especie podrían ser elegidos por la “mano invisible” de la evolución, pero ¿cómo puede la conveniencia de la cooperación imponerse al instinto de buscar el interés individual?, ¿qué interés puede tener un individuo en perjudicarse por el bien de otros? Entonces se le ocurrió a Darwin la idea de “selección de grupo”.

Darwin explicó (…) que la selección natural a veces actúa en grupos, igual que actúa otras veces en individuos. Un altruista puede tener menos descendencia que un no altruista dentro de su propio grupo, pero grupos de altruistas tendrán más descendencia que grupos de no altruistas. En un famoso pasaje de “El origen del hombre”, Darwin usó el principio de selección de grupo para explicar la evolución de la moralidad humana.

  Muchos años después, el filósofo Eliott Sober y el biólogo y antropólogo David Sloan Wilson escribieron su libro “El comportamiento altruista” (título original “Unto Others”) cuyo objetivo sería

mostrar que la preocupación por los otros es uno de las motivaciones finales que tiene a veces la gente

    Esta cuestión de las “motivaciones finales” se centra en el caso específico del comportamiento altruista humano.  Una explicación de este tipo de comportamientos es que son instintivos y que al ejecutarlos el individuo sigue igualmente un impulso hedonista de evitar el dolor y buscar el placer. El caso del “cuidado parental” (los instintos maternales e incluso paternales a la hora de complacerse en cuidar de la prole) es el más evidente. Ahora bien, si se extrae placer de cualquier acción, el altruismo solo puede ser una consecuencia colateral, el altruismo en tal caso sería "hedonista" (cuida de su hijo porque le da placer la acción de hacerlo). En el caso de la "motivación final", el individuo no sería un mero "hedonista".

El hedonismo psicológico dice que alcanzar el placer y evitar el dolor son las únicas preocupaciones últimas que tiene la gente.

   Por ejemplo:

Supongamos que Lois ayuda a alguien. El hedonismo nos dice que Lois hizo esto porque ella se preocupa únicamente de su propio estado de consciencia y de nada más. (…) El pluralismo psicológico afirma que esto puede ser parte de la explicación, pero niega que sea toda la verdad. 

Además de los deseos por el propio bienestar y los deseos finales por el bienestar de este o de otro individuo, hay posibilidades adicionales a considerar

  Observaciones específicas descubren motivaciones más complejas y más difíciles de explicar desde el punto de vista hedonista…

No todos los egoístas son hedonistas. Los egoístas pueden tener como último objeto alcanzar el placer y evitar el dolor, pero también pueden tener deseos últimos que alcancen el mundo fuera de sus propias mentes (…) Pueden tener el deseo irreductible de acumular riqueza o escalar el Everest. 

  Es decir, que igual que podemos aspirar a acumular riqueza o escalar el Everest, también podemos aspirar al bienestar y benevolencia universales. Y hay una diferencia entre este tipo de aspiraciones “fuera de las propias mentes” y el mero hedonismo psicológico.

El dolor es un indicador de daño corporal extremadamente útil, aunque imperfectamente fiable. Bajo esta luz, pensamos que es bastante improbable que el dolor psicológico que postula el hedonismo esté perfectamente correlacionado con la creencia de que nuestros hijos están sufriendo daño. Una virtud propia [del mecanismo psicológico altruista no hedonista] es que su fiabilidad no depende de la fuerza de tales correlaciones (…)El altruismo psicológico será más fiable que el hedonismo psicológico como un mecanismo para conseguir que los padres cuiden de sus hijos

  Si lo que favorece la evolución es que podamos percibir cuanto antes el daño y el peligro que amenaza a nuestros hijos a fin de ponerles remedio, la diferencia entre el mecanismo psicológico hedonista y el no hedonista es que el segundo puede prescindir de la “perfecta correlación” entre nuestra percepción del riesgo y la situación a remediar. En el mecanismo psicológico hedonista, para que podamos sentir dolor la situación de daño para nuestros hijos debe estar presente. En el mecanismo no hedonista, al no ser necesario que sintamos ese daño (puede o no puede estar produciéndose en el aquí y el ahora), es viable que actuemos también a partir del mero conocimiento o previsión racional de que esa amenaza va a producirse en el futuro.

El altruismo psicológico será más fiable que el hedonismo psicológico como instrumento para conseguir que los padres tomen cuidado de sus hijos

   Sober y Wilson engloban estas observaciones en lo que llaman una “teoría del pluralismo motivacional” (o “pluralismo psicológico”)

Pluralismo- la coexistencia de múltiples perspectivas que “ven” el mismo mundo en formas diferentes

  De lo que se trata, en suma, es de que el ser humano puede actuar más eficientemente como individuo altruista (para el bien del grupo) si, aparte de un instinto automático de sentirse mejor (buscar el placer, evitar el dolor) cuando ayuda a otros, cuenta además con una capacidad intelectual que le permite representar en su mente situaciones no necesariamente presentes en las que también puede intervenir para ayudar a otros. Esta capacidad general para imaginar situaciones no presentes en las que podemos ayudar a otros supondría la “meta última” (o “motivación final”) del altruismo humano.

[La teoría del] pluralismo motivacional dice que los deseos últimos que tiene la gente incluyen tanto motivos egoístas como altruistas. La gente puede querer evitar el dolor como un fin en sí mismo, y también puede tener su propia supervivencia como una meta última, pero, adicionalmente, a veces la gente se preocupa irreductiblemente por el bienestar de otros

  Esto podría aplicarse dentro de comunidades sociales complejas como son las propias del ser humano civilizado, mejorando incluso el comportamiento instintivo hedonista habitual. Por ejemplo: un padre (no una madre) encuentra placer en que su hijo se alimente bien. Podemos decir que, siendo el padre y no la madre, lo hace porque se lo exige la comunidad: si la norma social demanda el cuidado de los niños por sus padres, el abandono de ellos conlleva una sanción que iría desde el chismorreo malicioso a la pena de muerte por violar un tabú (dependiendo de las culturas). Ahora bien, si es una situación de hambre generalizada, nadie puede reprocharle que busque primero sobrevivir él abandonando a su hijo. Sin embargo, supongamos que, aparte del deseo biológico de saciar su hambre y temer el castigo por descuidar el bienestar de su hijo, posee también un deseo propiamente altruista de “meta última”

En la situación que se describe el organismo continúa sintiéndose hambriento si él da la comida a su hijo, pero tiene el agradable pensamiento de que el bienestar del hijo ha sido mejorado

  Este deseo por el bienestar ajeno (puede ser por el bienestar del propio hijo, pero puede tratarse también por el bienestar de un extraño, si se trata de un santo cristiano) sería más probable que inclinara la balanza a la hora de que el individuo optase por la prosocialidad (¿cuánta hambre puede soportar una persona como sacrificio por el bienestar ajeno?). Aparte de buscar el propio placer y evitar el propio dolor, aparece, pues, un incentivo añadido: el deseo último por el bienestar ajeno. Se podría decir que se trata también de un placer propio, pero necesariamente vinculado al placer ajeno y proyectado a situaciones alejadas y complejas… Desde el punto de vista de promover la prosocialidad (el beneficio para todo el grupo), parece el más conveniente y eficaz.

   Aquí entrarían en juego las presiones culturales a la hora de dar formas concretas a estas posibilidades de actuación. Como hemos mencionado, las normas sociales pueden presionarnos para obrar en bien de otros…

Las normas sociales pueden ser impuestas a bajo coste. Estas normas implican recompensas y castigos que crean presiones selectivas dentro de las sociedades. El resultado es que diferentes sociedades evolucionarán a diferentes configuraciones internamente estables

Estudiando un grupo de cazadores-recolectores cuyas vidas se aproximan a la condición humana ancestral (…) [observamos] que el compartir la carne es escrupulosamente equitativo (…) Negarse a compartir abre una seria brecha a la etiqueta que conlleva castigo (…) El sistema de recompensa y castigo que causa la distribución de la carne puede parecer e incluso ser egoísta en el sentido psicológico de la palabra

Los comportamientos secundarios de bajo coste [asignación de premios y castigos mediante la fuerza de la mera costumbre en una pequeña comunidad] juegan un papel crucial en la creación y mantenimiento de la diversidad en los comportamientos primarios [aquellos que se busca asentar mediante recompensas y castigos], los cuales no son funcionales fuera del contexto del sistema cultural

  Pero aparte de recompensas y castigos inmediatos (dolor físico) también existen recompensas y castigos de tipo psicológico: la vergüenza y la culpa. Y algo más importante todavía: los individuos, por presión cultural, interiorizan comportamientos prosociales, tales como repartir la carne cazada entre todos, de modo que obran de una forma que parece “instintiva” pero que es fruto de la presión del entorno asimilada desde la misma infancia. Y si, por cualquier motivo (dentro de las laberínticas posibilidades de la psicología de un individuo), alguien transgrede este comportamiento, recibe la sanción correctiva, que puede no ser necesariamente un castigo físico.

Los chismes parecen funcionar como una forma poderosa de control social

  El resultado de todo esto es la aparición de un mundo de percepciones intelectuales en el sentido de la promoción del altruismo que va bastante más allá del instinto ante situaciones concretas de auxilio en el aquí y el ahora (como sucede, por ejemplo, con el instinto maternal de los mamíferos no humanos):

Los principios morales implican un tipo de consideración impersonal que difiere de la perspectiva personal que frecuentemente acompaña nuestras emociones y deseos

 En algunos casos, ni siquiera necesitamos sentir placer por obrar el bien. Ciertamente, el ver a nuestro hijo alimentarse (o incluso imaginarnos que lo vemos si contamos con la conjetura razonable de que esto está sucediendo en otra parte o va a suceder en el futuro) puede consolarnos placenteramente del sufrimiento que nos causa nuestra propia hambre, pero un caso diferente es el de pagar impuestos. No nos agrada, pero nuestro civismo –“consideración impersonal”- nos lleva a aceptarlo sin queja.

  Llegados a este punto, nos interesa conocer más acerca de cómo se elaboran nuestros deseos no-egoístas, cómo se produce la "interiorización" de la ética, cómo desarrollamos nuestro sentido de la moralidad personal y cómo damos lugar al comportamiento altruista "de motivación final". Aquí nos ayuda mucho la observación antropológica, especialmente el caso de los “pueblos primitivos”, que se parecen mucho más que nosotros al ser humano ancestral.

Los Gilyaks reaccionan a la idea del matrimonio entre categorías prohibidas [por ejemplo, un hermano casarse con la viuda de un hermano] con la misma clase de asco visceral que muchos pueblos de nuestra sociedad reservan para el incesto y la homosexualidad. Las normas están tan internalizadas que no requieren actuación organizada

  Lo interesante de este caso es que precisamente lo de casarse el hermano con la viuda de su hermano es nada menos que la institución mosaica del "levirato". Es decir, que lo que repugna visceralmente a los Gilyaks es lo mismo que despertaba aprobación y alabanza entre los antiguos judíos. Con esto vemos que el fenómeno de la “internalización” de pautas de comportamiento ético parece bastante flexible. ¿Qué sabemos acerca de estos mecanismos?

Entre los Senoi de Malasia, un mito cuenta que un dios fue el que sacó a la gente del estado presocial al decirles que comer solos no era propio del comportamiento humano (…) No solo las normas sociales limitan la privacidad, sino que también pueden forzar a los individuos a ser sociables cuando están juntos

  Las historias míticas eran un poco el equivalente a las ideologías adoctrinadoras de hoy. El uso del mito ayuda en este caso a cimentar tendencias prosociales innovadoras.

    Más allá de la antropología, la psicología experimental ha observado fenómenos curiosos a la hora de interiorizar pautas de comportamiento… En un caso, se midió la tendencia al comportamiento altruista en unos jóvenes estudiantes. Después se hizo que unos tomaran clases de astronomía y otros de economía…

La disposición a actuar deshonestamente se incrementó entre los estudiantes en las clases de economía más que entre los de la clase de astronomía. Esto es evidencia de que estudiar economía inhibe la cooperación

  La psicología define también la diferencia entre la simpatía y la empatía. En el caso de la empatía, la visión del sufrimiento próximo en otros nos puede conmover. Para algunos, podría tratarse de aprensión, o simplemente que se busque la forma de alejarse de una situación desagradable. En otros, este sentimiento de empatía podría llevarlos a actuar de forma compasiva en el intento de remediar el daño. Pero la simpatía no es exactamente lo mismo que la empatía.

Supongamos que Walter descubre que Wendy está siendo engañada por su sexualmente promiscuo marido. Walter puede simpatizar con Wendy, pero no porque Wendy se sienta herida y traicionada. Wendy no siente nada de eso, porque ella no sabe de la traición

   Por lo tanto, “Walter” no siente empatía propiamente.  Y eso es mejor –más eficaz- desde el punto de vista prosocial: "Walter" puede emprender medidas para remediar una situación inmoral sin necesidad de que "Wendy" llegue a sufrir.

  Hay otros casos de comportamiento altruista en parecido sentido…

Incluso si empatía y simpatía son causas de altruismo, otras causas pueden ser posibles. Quizá uno puede querer que mejore la situación de otra persona sin sentir nada. Algo del tipo de esta forma de distanciado altruismo puede ocurrir cuando la gente se entera de desastres que suceden en lugares lejanos

  (Fijémonos en que este tipo de planteamientos permite incluso obrar de forma altruista a los psicópatas, que carecen de empatía: les es suficiente con la satisfacción de estar haciendo lo correcto)

Lo que queremos para nosotros mismos se extiende más allá del deseo de agradables estados de conciencia. Y los seres humanos, creemos, también tienen deseos últimos que conciernen el bienestar de los otros

Puedes simpatizar con alguien solo si te sientes emocionado por su situación objetiva; no necesitas considerar su estado subjetivo

  La conclusión que podemos sacar es que la complejidad del comportamiento altruista, prosocial, nos permite grandes mejoras con respecto al comportamiento altruista animal (la abeja que se sacrifica por el enjambre, el pájaro que avisa a la bandada de que hay cerca un depredador…) e incluso con respecto al comportamiento altruista entre las sociedades humanas primitivas…

Los individuos empáticos son “psicólogos” (…) Tienen creencias acerca de los estados mentales de otros. 

  La evolución cultural en los últimos siglos, con la profusión de obras literarias compasivas, con sus ideologías a favor de la justicia social, los derechos humanos y la ayuda humanitaria parece responder a que se han desarrollado gradualmente numerosas posibilidades complejas en favor del altruismo. Quizá puedan desarrollarse todavía más. Quizá sea factible si todos nos hacemos un poco psicólogos. Al fin y al cabo, en la Roma de hace dos mil años hubiera parecido absurdo que todo el mundo supiese leer y escribir, y que el recibir educación desde la infancia estuviera al alcance de cualquier niño, algo que se restringía a las clases privilegiadas. Un mundo futuro de “psicólogos” (y de “filósofos”) en un sentido no meramente metafórico puede perfectamente llegar a darse.