miércoles, 25 de mayo de 2016

“Génesis y estructura del campo religioso”, 1971. Pierre Bourdieu

  El sociólogo Pierre Bourdieu elaboró una serie de consideraciones acerca del fenómeno religioso, centradas sobre todo en las relaciones de conflicto y de poder

Los sistemas simbólicos obtienen su estructura, como se ve con evidencia en el caso de la religión, de la aplicación sistemática de un mismo y único principio de división, y (…) no pueden organizar el mundo natural y social sino recortando allí clases antagonistas (…) En una palabra, engendran el sentido y el consenso sobre el sentido por la lógica de la inclusión y de la exclusión

  La idea de que los “sistemas simbólicos” (ideológicos) se estructuran necesariamente en clases antagonistas ya nos proporciona un contenido novedoso que requiere una crítica atenta.

La religión contribuye a la imposición (disimulada) de los principios de estructuración de la percepción y del pensamiento del mundo y, en particular, del mundo social, en la medida en que impone un sistema de prácticas y de representaciones cuya estructura, objetivamente fundada en un principio de división política, se presenta como la estructura natural-sobrenatural del cosmos.

Particularmente, transmutando el ethos como sistema de esquemas implícitos de acción y de apreciación en ética, como conjunto sistematizado y racionalizado de normas explícitas, la religión está predispuesta a asumir una función ideológica, función práctica y política de absolutización de lo relativo y de legitimación de lo arbitrario que no puede cumplir sino en tanto que asegure una función lógica y gnoseológica y que consiste en reforzar la fuerza material o simbólica susceptible de ser movilizada por un grupo o una clase, legitimando todo lo que define socialmente ese grupo o esa clase, todas las propiedades características de una manera entre otras de existir, por lo tanto arbitrarias, que le están objetivamente asociadas en tanto que ocupa una posición determinada en la estructura social (efecto de consagración como sacralización por la “naturalización” y la eternización).

  El fenómeno religioso estaría vinculado a la estructuración social –política- y aparentemente no a otros fenómenos. Una estructuración que, por lo visto, sería por completo arbitraria… Bourdieu parte de la experiencia próxima de las iglesias cristianas en Occidente.

La Iglesia contribuye al mantenimiento del orden político,  al reforzamiento simbólico de las divisiones de este orden, en y por el cumplimiento de su función propia, que es la de contribuir al mantenimiento del orden simbólico, imponiendo e inculcando esquemas de percepción, de pensamiento y de acción objetivamente acordes con las estructuras políticas y adecuadas por ello para dar a esas estructuras la legitimación suprema que es la “naturalización”, instaurando y restaurando el acuerdo sobre el ordenamiento del mundo a través de la imposición y la inculcación de esquemas de pensamiento comunes y de la afirmación o la reafirmación solemne de este acuerdo en la fiesta o la ceremonia religiosa, acción simbólica de segundo orden, que utiliza la eficacia simbólica de los símbolos religiosos para reforzar su eficacia simbólica vigorizando la creencia colectiva en su eficacia.

  Con este tipo de redundancias lo que señala el autor es, precisamente, la capacidad envolvente de los símbolos y su expresión, que carecerían de fundamento lógico en la experiencia. La gente no creería en un sistema que les aporta soluciones, sino que lo que sucede es que el sistema se sustenta solo en la capacidad del simbolismo para imponer su eficacia. O sea, que la gente se creerá cualquier cosa y aceptará cualquier cosa (incluida la organización de su propio pensamiento) si el poder político desarrolla su capacidad para crear sistemas simbólicos eficaces.

Las tipologías cosmológicas son siempre topologías políticas “naturalizadas” (…) La inculcación del respeto de las formas, incluso y sobre todo bajo las especies del formalismo y del ritualismo mágicos, imposición arbitraria de un orden arbitrario, constituye uno de los medios más eficaces para obtener el reconocimiento  

  Sin embargo, al mismo tiempo el autor reconoce que, fuera de las estructuras del poder político, la religión responde a ciertas demandas sociales, ya que, al fin y al cabo, la expresión religiosa tiene un origen propio. En lugar de sacerdotes y autoridades religiosas con respaldo político, en el principio estaban los profetas…

El profeta es el hombre de las situaciones de crisis, donde el orden establecido cambia radicalmente y donde el porvenir entero está suspendido (…) Los profetas [son] inventores del futuro escatológico y, por ello, de la historia como movimiento hacia el futuro.

  Se sabe que los movimientos proféticos son prácticamente universales, incluso en sociedades poco desarrolladas tecnológica y económicamente. Los profetas de un momento pueden ser los que dicten la nueva doctrina en el futuro, ¿no equivale esto a reconocer que existe una canalización religiosa del dinamismo social más allá de la mera imposición del simbolismo religioso por el poder político establecido? Quizá no todo sea tan arbitrario

La relación que se establece entre la revolución política y la revolución simbólica no es simétrica. Aunque sin duda no hay revolución simbólica que no suponga una revolución política, la revolución política no basta, por sí, para producir la revolución simbólica que es necesaria para darle un lenguaje adecuado, condición de un pleno cumplimiento  (…)El profeta es el que puede contribuir a realizar la coincidencia de la revolución consigo misma, operando la revolución simbólica que requiere la revolución política.(…) Toda revolución política requiere esta revolución de los sistemas simbólicos que la tradición metafísica designa con el nombre de metanoia

  Es una lástima que Bourdieu no aborde la cuestión de la ideología marxista, la cual siempre pretendió eludir el poder del simbolismo ideológico, dando todo el protagonismo a la estructura política en función de los intereses económicos. Porque aquí se afirma que la revolución política no basta, por sí, para producir la revolución simbólica que es necesaria para darle un lenguaje adecuado.  Al reconocer el valor del simbolismo, más allá de las estructuras de poder,  está en cierto modo reconociendo que lo que cambia el mundo son las ideas, y no que las ideas se utilizan meramente –arbitrariamente- para seducir y confundir a los individuos en función de intereses políticos (intereses de la clase política, de la clase económica).

  Por otra parte, no está claro el que no hay revolución simbólica que no suponga una revolución política porque no hay motivo para excluir relaciones humanas no políticas, y el simbolismo es un mecanismo humano de expresión y comprensión que puede abarcar todas las actividades humanas. Bourdieu no parece que considere posibles las relaciones humanas comunitarias no políticas, y más bien parece que concibe necesariamente las relaciones sociales como enfrentamientos de clases antagonistas, lo que equivale a tener en poco el poder del simbolismo para alterar el ethos social. El ideal extremo de las llamadas “religiones compasivas” aspira a crear estructuras comunitarias meramente afectivas, cooperativas y de confianza, sin relaciones de conflicto ni poder, sin antagonismos.

   El autor da por sentada la hipocresía y falsedad de todo el ideal religioso, que equivale a un instrumento para la imposición de pautas arbitrarias de poder por parte de las clases dominantes… pero entonces cae en la contradicción de reconocer el valor de la “profecía”.  El profeta pone en circulación una formulación nueva del ethos, de la revolución simbólica, que precede al cambio político. Solo después de que el profeta haya lanzado su revolución simbólica el sistema se apropia de ella y trata, como siempre, de transformar lo revolucionario en conservador, expresándolo todo en una cosmología y una historia mítica oficiales. El orden pretende perpetuarse ofreciendo estabilidad. Ya no habrá más profetas… o eso es lo que se espera.

Las observancias rituales (…) vividas como la condición de la salvaguarda del orden cósmico y de la subsistencia del grupo (el cataclismo natural juega en ciertos contextos el rol que la revolución política juega en otros), tienden de hecho (...) a perpetuar las relaciones fundamentales del orden social, [esto] es transmutar la transgresión de las barreras sociales en sacrilegio que encierra su propia sanción, cuando no en hacer impensable la idea misma de la transgresión de fronteras tan perfectamente “naturalizadas” (porque [son] interiorizadas como principios de estructuración del mundo) que no pueden ser abolidas sino al precio de una revolución simbólica (e.g. la revolución copernicana y galileana de un lado, maquiavélica del otro) correlativa de una profunda transformación política (e.g. el derrumbamiento progresivo del orden feudal). 

La religión ejerce un efecto de consagración 1) convirtiendo en límites de derecho, por sus sanciones santificantes, los límites y las barreras económicas y políticas de hecho y, en particular, contribuyendo a la manipulación simbólica de las aspiraciones que tiende a asegurar el ajuste de las esperanzas vitales a las posibilidades objetivas, y 2) inculcando un sistema de prácticas y de representaciones consagradas cuya estructura (estructurada) reproduce bajo una forma transfigurada, por lo tanto irreconocible, la estructura de las relaciones económicas y sociales en vigor en una formación social determinada

  Queda, pues, la evidencia de una oposición constante entre conservadurismo y renovación (consagración frente a profecía), pero ésta es la tendencia dominante de toda evolución. Los cambios son siempre los imprescindibles y muchas veces no podemos percibir la necesidad de ellos

La oposición entre la ortodoxia y la herejía (homóloga de la oposición entre la Iglesia y el profeta) se despliega según un proceso casi constante: el conflicto por la autoridad propiamente religiosa entre los especialistas (conflicto teológico) y/o el conflicto por el poder en el interior de la Iglesia conduce a una contestación de la jerarquía eclesiástica que toma la forma de una herejía cuando, a favor de una situación de crisis, la contestación de la monopolización del monopolio eclesiástico por una fracción del clero reúne los intereses anticlericales de una fracción de los laicos y conduce a una contestación del monopolio en tanto que tal.

  Para que el cristianismo –o cualquier otra religión basada en doctrinas, y ya no solo en mitos- triunfase en una civilización cada vez más agitada por el racionalismo (la Antigüedad grecorromana) fue preciso que el cambio de paradigma social –el simbolismo- se hiciera lógico, digamos filosófico -ideológico. Fue preciso que los profetas discursearan en el ágora –como filósofos- sobre cuestiones éticas y sociales, y que la simbología religiosa evolucionara en teología, una disciplina que es intelectual y emocional a la vez. Eso permitió que las religiones se hiciesen universales –ya no limitadas a las circunstancias de un pueblo o tribu- y que abrieran nuevas posibilidades a la humanidad. Dio también al poder político un nuevo instrumento de control.

  Pero también trajo un peligro: que lo que se ganaba por razonamiento, por seducción dialéctica, podía perderse de la misma manera. Para que el cristianismo –por ejemplo- fuese tomado en serio por una clase dirigente –e incluso popular- cada vez más culta y adiestrada intelectualmente tuvo que desarrollar teologías, doctrinas y ética, todo apoyado en una complejísima simbología de fuerte impacto emocional. Fueron necesarias escuelas, academias, universidades… De ahí que la discusión no pudiera detenerse nunca. De ahí que la ortodoxia no pudiera garantizarse. De la misma dialéctica religiosa que buscaba garantizar la estabilidad surgirían regularmente los herejes, los nuevos profetas.

  Del chamanismo surgieron los dioses, de los dioses, el Dios único, del Dios único el vago deísmo filosófico… y finalmente el ateísmo. Todo ello es fruto de la religión, de la evolución de los mecanismos simbólicos de transformación social.

domingo, 15 de mayo de 2016

“El animal social”, 2011. David Brooks

  “El animal social”, del divulgador científico David Brooks, es un esfuerzo más por dar a conocer al gran público lo que en los últimos años ha llegado a averiguarse acerca de la naturaleza humana y la correspondiente interpretación de estos datos desde el punto de vista de nuestra cultura convencional actual

[Pretendo] ilustrar cómo los recientes hallazgos científicos intervienen en la vida real

   Por “vida real” entendemos una particular forma cultural propia de nuestra época en la cual el éxito personal iría unido al sostenimiento de una sociedad cooperativa orientada al desarrollo de la tecnología. Desde el punto de vista del individuo eso equivale a desarrollar también ciertas habilidades (una especie de “tecnología de la mente”) que eran desconocidas por el ser humano “en estado de naturaleza” (el cazador-recolector que hemos sido durante más del 95% de la existencia de la especie humana sobre la Tierra).

Aprender consiste en tomar cosas que son extrañas y antinaturales, tales como leer y el álgebra, y absorberlas de forma constante hasta que se hagan automáticas. Esto libera la mente consciente para trabajar en cosas nuevas (…) La civilización avanza al extender el número de operaciones que podemos llevar a cabo sin pensar en ellas
 
  No somos los humanos los únicos animales sociales (las hormigas y los ciervos también son sociales), pero sí somos el tipo de animal que ha desarrollado formas más complejas de sociabilidad, que las transmite culturalmente, de generación a generación (con sus cambios evolutivos), que ha creado civilizaciones y que para ello ha debido modificar su comportamiento hasta extremos casi irreconocibles.

La cultura humana existe en gran medida a fin de refrenar los deseos naturales de la especie

Lo que los economistas llaman habilidades no cognitivas (…) es una categoría que todo lo abarca en referencia a cualidades ocultas que no pueden ser fácilmente descritas o medidas, pero que llevan a la felicidad y la plenitud en la vida real. Primero, tener buen carácter. Ser persistentes, honestos y fiables. Afrontar los fracasos y reconocer los errores. Poseer bastante confianza para asumir riesgos y bastante integridad para vivir según los compromisos. Intentar reconocer la debilidad, arrepentirse de los pecados y controlar los peores impulsos. Igual de importante es tener don de gentes. Saber cómo entender a la gente, las situaciones y las ideas.

 
  La referencia a “arrepentirse de los pecados” tiene que ver con una particular forma religiosa que solo en un momento particular de la historia se ha dado. Esta forma religiosa está relacionada tanto con el surgimiento de la civilización industrial de Occidente como con el del racionalismo liberal actual. Sin ese tipo de creencias “supersticiosas” (arrepentirse y luchar contra el pecado, por ejemplo) jamás se hubiera podido dar el autocontrol del comportamiento imprescindible para el desarrollo moderno de la cooperación mutua. Esta base irracional de la racionalidad tiene sentido porque

No somos primariamente el producto de nuestro pensamiento consciente. Somos el producto de un pensamiento que tiene lugar por debajo del nivel de consciencia. (…)Si el estudio de la mente consciente señala la importancia de la razón y el análisis, el estudio de la mente inconsciente señala la importancia de las pasiones y la percepción

   Las doctrinas religiosas cristianas, al subrayar la imposibilidad de superar el pecado (equivalente al poder sobre nuestra racionalidad de las pasiones animales, la agresividad, el egoísmo), y la consecuente necesidad de una constante vigilancia, crearon el fundamento del afán de mejora individual propio de nuestra civilización. Gracias a este punto de partida, algunas personas que alcanzaban un nivel más alto de educación –la exigua minoría de intelectuales o incluso de filósofos- pudieron valorar las pautas básicas del comportamiento humano de una forma similar a como lo hacemos hoy un porcentaje mucho mayor de la población

Los líderes de la Ilustración británica reconocían la importancia de la razón. No eran irracionalistas. Pero creían que la razón individual está limitada y es de importancia secundaria. “La razón es y debe ser solo la esclava de las pasiones, y no puede pretender tener otro fin que servirlas y obedecerlas”.

    Sin embargo, para otros, como los ilustrados franceses, la razón sería reconocida universalmente como fuente de la felicidad humana, al ser capaz de vencer las pasiones. Hoy, los logros de la era moderna han hecho dudar a muchos acerca de si seguimos o no necesitando esforzarnos en controlar nuestros instintos destructivos y anticooperativos. Con todo, el irracionalismo ha sido descubierto en todos los aspectos de nuestras vidas, de tal forma que se ha alejado la esperanza infundada de que la mera razón, libre albedrío y “libre pensamiento” se basten para controlar nuestros peores instintos.

  ¿Comprendemos la importancia del inconsciente en nuestras vidas, en nuestra cultura y civilización?  Es vital que se difunda este conocimiento, porque, de lo contrario, no podremos reaccionar en consecuencia. Es preciso que desarrollemos el control consciente de nuestro comportamiento mediante la adopción de estrategias psicológicas efectivas capaces de poner en marcha un comportamiento inconsciente más acorde con nuestras expectativas (“cambiar nuestra forma de ser”). Si no educamos nuestras emociones siempre estaremos dependiendo de causas ajenas a nuestro control. 

No es bueno simplemente dar sermones para que los demás hagan las cosas por las buenas. La prosperidad depende de las habilidades inconscientes que sirven como prerrequisito para los logros conscientes

La verdad humanista central es que la mente consciente puede influenciar el inconsciente (…) Si se quieren poner las implicaciones filosóficas en términos simples, la Ilustración francesa, que enfatiza la razón [Rousseau, por ejemplo], pierde; la Ilustración inglesa, que enfatiza los sentimientos [Hume, por ejemplo], gana

 
  Para esto sirve el conocimiento acerca de la naturaleza humana. Sabemos, por una parte, que determinadas características psíquicas hereditarias pueden facilitarnos el éxito social. Si aprendemos a  manipularlas podemos mejorar nuestras posibilidades.

La mente interior (…)el ámbito inconsciente de emociones, intuiciones, sesgos, deseos, predisposiciones genéticas, rasgos de carácter y normas sociales. (…) Éste es el ámbito donde se forma el carácter y crece el don de gentes

  La misma inteligencia, lo que miden los justamente celebres tests de IQ  (“Cociente Intelectual”), supone un dato fundamental en una sociedad compleja como la de hoy.

La forma más fácil de medir la inteligencia de algún otro es gracias a su vocabulario

   Aunque la mayor parte del IQ nos viene dado por la herencia genética, la educación en la infancia puede ser también muy importante.  Y una vez más, la educación tiene que ver más con el mundo inconsciente de las emociones que con los contenidos didácticos.
 
Se estudió a huérfanos mentalmente deficientes que estaban viviendo en una institución y fueron adoptados subsecuentemente. Tras cuatro años, sus IQ divergieron en unos asombrosos cincuenta puntos de aquellos huérfanos que no fueron adoptados. Y lo más notable es que los chicos que fueron adoptados no mejoraron gracias a una tutoría y enseñanza. Las madres que los adoptaron eran también mentalmente disminuidas y vivían en otra institución. Fueron el amor maternal y la atención los que produjeron la subida en IQ 
 
  David Brooks no participa en el estéril debate acerca de si las capacidades innatas son más importantes que las que se adquieren en el entorno y crianza. Lo que sí señala son las opciones con las que contamos para tener éxito social. 

 Un elemento a destacar es la “demora de la gratificación”, que parece innata en medida parecida a la del IQ (es decir, que aunque se parte de una capacidad innata inicial, puede desarrollarse después mediante condicionamientos del entorno y estrategias aprendidas). En la demora de la gratificación el individuo reprime su deseo automático de buscar la satisfacción inmediata al tener en cuenta las posibilidades de futuro.  En los experimentos, el ejemplo clásico es pedirle a un niño que no se coma un caramelo y en su lugar espere un determinado tiempo, tras el cual será premiado con un número mayor de caramelos. La capacidad para demorar la gratificación es una característica propiamente humana y hoy se sabe que está relacionada con el éxito social.

El hallazgo crucial [en los experimentos con niños pequeños acerca de la demora en la gratificación] tenía que ver con la naturaleza de las estrategias que funcionaban. Los chicos que lo hacían mal dirigían su atención directamente a los caramelos. Pensaban que si ellos los miraban directamente podrían de alguna forma controlar su tentación de comerlos. Los que podían esperar  se distraían a sí mismos de los caramelos. Pretendían que no era real, que no estaba allí, o que no era realmente un caramelo. Tenían técnicas para ajustar su atención.

    El aprendizaje de técnicas parecidas a éstas tan sencillas puede ser vital en la mejora de las relaciones sociales.

La investigación de los últimos treinta años sugiere que algunas personas se han enseñado a ellas mismas a percibir con más habilidad que otras. La persona con buen carácter se ha enseñado a sí misma, o ha sido enseñada por los que la rodean, a ver las situaciones de la forma correcta. (…) Acciona todo un conjunto de redes de juicios y respuestas inconscientes en su mente, sesgándole a actuar en cierta forma. Una vez el juego ha sido trucado, entonces la razón y la voluntad lo tienen mucho más fácil (…)Los hombres decentes aprenden a ver las propiedades de otras personas de una forma que reduce la tentación de robar. Aprenden a ver un arma de una forma que reduce la tentación a hacer mal uso de ella. Aprenden a ver a las muchachas de una forma que reduce la tentación a abusar de ellas. Aprenden a ver la verdad de una forma que reduce la tentación de mentir

Usamos la inteligencia para estructurar nuestro entorno de manera que podamos tener éxito con menos inteligencia


Los rasgos que se correlacionan más poderosamente con el éxito son la atención al detalle, la persistencia, eficiencia, capacidad analítica para resolución de problemas y capacidad para trabajar muchas horas. Es decir, la habilidad para organizar y ejecutar
 
   Aunque se admite la capacidad del entorno de mejorar las capacidades  personales, Brooks, un individualista conservador, no puede evitar enfatizar que cualquier desarrollo pasa por impulsar la iniciativa particular para el éxito (una idea convencional del éxito; el éxito dentro de una sociedad capitalista estratificada, consumista y competitiva). En ese sentido, señala la “movilidad social” como un gran logro civilizatorio.

El desarrollo personal y la movilidad social están en el centro de [una viable] visión de una gran sociedad (…) La movilidad social reduce el conflicto de clases porque nadie está sentenciado a pasar sus días en la casta en la que nació.

   Suponiendo que esta movilidad social esté justificada –es decir, si justificamos la estratificación social, ese tipo de sociedad-, el aumentar las oportunidades para cada individuo exige un cambio profundo. Por una parte es importante tener buenas escuelas, pero más importante aún es contar con un entorno humano que desarrolle las capacidades de éxito social, especialmente en la infancia. Aquí se presta atención a los condicionamientos psicológicos, al desarrollo de las capacidades cognitivas, de forma parecida a como se han relatado las estrategias buenas o malas a la hora de afrontar la demora en la gratificación.

Si lees parte de una historia a los niños de un parvulario en un barrio rico, aproximadamente la mitad de ellos serán capaces de predecir qué pasará después en la historia. Si lees el mismo fragmento a niños en un barrio pobre, solo el 10%  serán capaces de anticipar el curso de los sucesos.

  Las limitaciones por el entorno quedan confirmadas cuando se estudia a los individuos que han vivido en culturas muy diferentes (exitosas o no, o bien exitosas en un sentido o en otro). Las diferencias en la capacidad intelectual y en la organización del pensamiento son notables.

En un famoso experimento en el cual se mostraron imágenes de una pecera a norteamericanos y japoneses, y se les pidió que describieran lo que veían, los americanos describían el pez más grande y prominente en la pecera [mientras que] los japoneses hicieron, en un sesenta por ciento, más referencias al contexto y elementos del entorno de la escena, como el agua, las piedras, las burbujas y plantas en la pecera. La conclusión es que, en conjunto, los occidentales tienden a centrarse estrechamente en los individuos que emprenden acciones, mientras los asiáticos es más probable que se centren en el contexto y las relaciones

Sobre la opinión de que “sin tener en cuenta las cualidades y defectos de nuestros padres, uno siempre debe amarlos y respetarlos”, el 95% de asiáticos y de hispanos estaban de acuerdo, comparado con solo el 31% de los holandeses y el 36% de los daneses.


  Este tipo de diferencias tienen mucho que ver con las instituciones de cada cultura, que son la influencia más notable en el entorno.

A medida que vamos por la vida, viajamos a través de las instituciones – la primera familia y la escuela, después las institución de una profesión o una ocupación (…) Las instituciones mejoran y progresan porque son las que suministran la sabiduría duramente ganada. La raza progresa porque las instituciones progresan

   La conclusión es que solo podemos mejorar nuestra sociedad partiendo del conocimiento de nuestras limitaciones para impulsar la racionalidad, sean estas impuestas por la cultura, por la educación, por los particulares condicionamientos de la infancia o por las estrategias psicológicas aprendidas. En teoría, parece fácil organizar una convivencia armoniosa y productiva que permitiese sacar el máximo partido de la cooperación inteligente, pero, en la práctica, solo podemos hacerlo si nos enfrentamos a problemas de nuestro comportamiento inconsciente que solo reconociéndolos previamente podríamos superar.

    Fallamos en reconocerlos, por ejemplo, al dejarnos confundir con las adscripciones políticas. En teoría, nos adherimos a ellas porque reflejan nuestra forma de pensar pero

tú primero eres [del partido ]Demócrata [norteamericano], y entonces das cada vez más valor a la igualdad de oportunidades, o te haces [del partido] Republicano primero y después das cada vez más valor a un gobierno limitado. La afiliación al partido frecuentemente forma los valores, no al revés

   O, en un caso aún más dramático, cuando te ves condicionado por tu propio origen…

Si les recuerdan a unos estudiantes afroamericanos que ellos son afroamericanos justo antes de hacer un examen, sus registros serán mucho más bajos que si no se lo hubieras recordado. En un caso, a unas mujeres asiático-americanas se les recordó su etnicidad antes de hacer un test de matemáticas. Lo hicieron mejor. Entonces se les recordó que eran mujeres. Lo hicieron peor.
   
  Incluso las estrategias que supuestamente son más racionales acaban teniendo sus vicios

El modo de pensamiento [científico] es reduccionista; rompe los problemas en partes discretas y está ciego a los sistemas emergentes

  La consecuencia más negativa de esto es el cientificismo

El cientificismo es tomar los principios de la investigación racional, extenderlos sin límite y excluir cualquier factor que no encaje en las fórmulas

  Esto es falsa ciencia, y cuando se aplica a las llamadas ciencias sociales, puede llevarnos al totalitarismo y todo tipo de absurdos abusos

   En cambio, una aproximación adecuada a la relación entre racionalidad e irracionalidad es la que tiene en cuenta el control que podemos ejercer sobre nuestra propia irracionalidad

La gente de Alcohólicos Anónimos ponen el sentimiento de forma más práctica con el eslogan: “fíngelo hasta que lo que consigas”.(…) Una de las más firmes lecciones de la psicología social es que el cambio del  comportamiento frecuentemente precede a los cambios en actitud y sentimientos.

Entre todas las cosas que no controlamos, tenemos algún control sobre nuestras historias. Tenemos un poder decisorio consciente al seleccionar la narrativa que usaremos para organizar las percepciones

 
Los programas que funcionaron mejor [en la prevención de conductas que llevan al SIDA] intentaron cambiar todo el modelo de vida. No intentaban meramente cambiar decisiones acerca del sexo seguro, intentaron crear gente virtuosa que no se pondría en el sendero de la tentación. Estos programas eran frecuentemente conducidos por líderes religiosos. Estos hombres y mujeres hablan en el lenguaje de lo correcto y lo equivocado, del vicio y la virtud. La gente que lideraba estos programas hablaban del lenguaje del “debes”. Hablaban sobre salvación y verdad bíblicas, y la actividad sexual más segura era un subproducto de un cambio mucho mayor de visión

  A pesar de que, en muchos sentidos, el relato de David Brooks es  marcadamente tendencioso en un sentido conservador (no contempla cambios sociales futuros, ignora las incongruencias del sistema económico actual, rechaza el impulso estatal al igualitarismo social y subraya indebidamente el papel de la iniciativa personal de autosuperación) de lo que no cabe duda es de que se trata de un valioso llamado de atención acerca de la necesidad de utilizar criterios racionales para afrontar la problemática de la naturaleza humana. Estos criterios racionales nos llevarán siempre a la misma conclusión:  es imposible mejorar la vida humana sin dar por sentado que nos dominan impulsos irracionales innatos que contradicen nuestra voluntad de vivir en paz y armonía. Somos nuestro propio enemigo, hemos de aprender a controlar nuestras tendencias destructivas, supersticiosas y conformistas. Y eso no puede hacerse mediante mero voluntarismo ni mucho menos ateniéndonos a las doctrinas de la tradición: hemos de adoptar estrategias firmes y a la vez flexibles para controlar nuestro inconsciente a partir de un conocimiento lo más profundo posible de nuestras contradicciones y debilidades.

jueves, 5 de mayo de 2016

“Una voz diferente”, 1983. Carol Gilligan

   Carol Gilligan, en un principio colaboradora del psicólogo interesado en la moralidad Lawrence Kohlberg, desarrolló en este libro una crítica a su mentor desde el punto de vista feminista, y al hacerlo dio lugar a una invención: “la ética del cuidado”, contrapuesta a la “ética de la justicia”.

Mientras que una ética de justicia parte de la premisa de la igualdad –que todo el mundo debería ser tratado igual- una ética del cuidado descansa en la premisa de la no violencia –que nadie debería ser herido-.

  La “ética del cuidado” (“ethics of care”) también puede ser llamada “ética de la responsabilidad”

Mientras que la ética de los derechos es una manifestación de igual respeto, equilibrando las pretensiones del otro y las propias, la ética de la responsabilidad descansa en la comprensión que hace surgir la compasión y el cuidado por los demás. 

La moralidad de los derechos difiere de la moralidad de responsabilidad en su énfasis en la separación más que en la conexión, en su consideración del individuo más que en la relación entre personas como fuente primaria

  Gilligan encuentra el origen de estos diferentes puntos de vista acerca de las relaciones humanas en ciertas características innatas de cada uno de los sexos. Aunque pueda molestarnos un poco el que se refiera a “los hombres” o a “las mujeres” generalizando lo que podrían ser solo tendencias estadísticas (que son, además, muy discutidas), no cabe duda de que existen fuertes diferencias de comportamiento entre géneros que merecen  atención (por ejemplo, el que los varones cometen nueve veces más homicidios que las mujeres). Así, si en un momento dado el feminismo se centró, necesariamente, en luchar contra las injustas y dañinas discriminaciones de las que eran objeto las mujeres en una sociedad dominada por los hombres, más adelante se trató de profundizar en estas diferencias, ya no solo para facilitar la integración de las mujeres hasta hace poco marginadas de la vida social, sino incluso para realizar aportaciones culturales propiamente femeninas a todo el conjunto de la sociedad.

Este libro registra diferentes modos de pensar acerca de relaciones, y la asociación de estos modos con voces masculinas y femeninas en textos psicológicos y literarios, y en los datos de mi investigación

  Gilligan considera que la “ética del cuidado” es mejor que la “ética de la justicia”, si bien ambas pueden complementarse a fin de que la persona inclinada a la generosidad y cuidado de los demás (la mujer) ya no se vea damnificada por ello

Del mismo modo que el lenguaje de la responsabilidad proporciona una imaginería de las redes de relaciones que reemplazan un orden jerárquico que se disuelve con la llegada de la igualdad, así el lenguaje de los derechos subraya la importancia de incluir en la red del cuidado no solo al otro sino también al yo

  Precisemos en todo lo posible cómo se articula esta “ética del cuidado” en oposición a la “ética de la justicia”.

Esta ética relacional trasciende la vieja oposición entre egoísmo y altruismo, que ha sido la moneda común del discurso moral

En esta concepción, el problema moral surge a partir de las responsabilidades en conflicto más que de derechos que compiten, y requiere para su resolución un modo de pensar que es contextual y narrativo más que formal y abstracto.

  No vamos a encontrar muchas más precisiones, y está bien que así sea, pues basta con ello para que la invención quede a la luz y es a partir de ahí que hemos de hallarle fundamento y aplicaciones. Parece ser que algunos consideran este concepto de una “ética del cuidado” o “de la responsabilidad” como aplicable a nuevas fórmulas del viejo socialismo...

  De momento, vemos que se pone bastante énfasis en el pacifismo, el altruismo y la no-violencia (como es natural si partimos de la mucha menor agresividad de las mujeres si las comparamos con los hombres).

Los problemas morales son problemas de las relaciones humanas, y al rastrear el desarrollo de una ética del cuidado, exploro la base psicológica para unas relaciones no violentas

El desarrollo de las mujeres delinea el camino no solo a una vida menos violenta sino también a una madurez que se realiza por la interdependencia y el cuidado mutuo

En la voz diferente de las mujeres subyace la verdad de una ética del cuidado, el vínculo entre relación y responsabilidad, y los orígenes de la agresión en el fallo de conexión.

  Aparentemente, el ideal femenino habría sido hasta la época reciente de la liberación del sexo débil, el del sacrificio, la abnegación y la bondad absolutas. Pero, como hemos visto, Gilligan reconoce cierta necesaria complementariedad entre estos ideales de bondad absoluta y la reclamación masculina de derechos.

La oposición de pasión y derecho se une moralmente a un ideal de desprendimiento, la “perfecta bondad” (…) Tanto esta oposición como este ideal son puestos en cuestión por el concepto de derechos, por la asunción que subyace a la idea de justicia de que el yo y el otro son iguales. [Entre las jóvenes feministas] el concepto de derechos entró en su pensamiento para desafiar una moralidad de autosacrificio y autoabnegación

Cuando la preocupación por el cuidado se extiende del planteamiento de no herir a otros hasta un ideal de responsabilidad en tales relaciones, las mujeres comienzan a ver su comprensión de las relaciones como una fuente de fuerza moral. Pero el concepto de derechos también cambia los juicios morales de las mujeres al añadir una segunda perspectiva a la consideración de los problemas morales, con el resultado de que el juicio se hace más tolerante y menos absoluto

  Este compromiso entre la supuesta generosidad femenina y la exigencia de derechos masculina sin duda es satisfactorio para la pretensión feminista de incorporar a las mujeres a la sociedad convencional. El único inconveniente lógico de esto –que Gilligan no menciona- es que esa sociedad convencional ha sido creada por los varones, por lo que podría ser que la ética del cuidado, reducida a socialismo, solo supusiera una reforma parcial de un sistema basado en el reparto de derechos y castigos entre individuos de intereses enfrentados.

    En cualquier caso, se parte de que se ve el comportamiento femenino como radicalmente opuesto al masculino en la vital cuestión de la resolución de conflictos. En este ensayo se recogen observaciones, por ejemplo, acerca del comportamiento innato de niñas y niños cuando interactúan en el juego.

Los juegos tradicionales de niñas como saltar a la cuerda son juegos de tomar turnos donde la competición es indirecta ya que el éxito de una persona no significa necesariamente el fallo de otro 

[En las discusiones] parecía que los niños disfrutaban de los debates legales tanto como del juego en sí, y que incluso los jugadores marginales de menor tamaño o habilidad participaban igualmente en estas disputas recurrentes. En contraste, la erupción de disputas entre las chicas tendía a acabar el juego (…) Más que elaborar un sistema de reglas para resolver disputas, las niñas subordinan la continuación del juego a la continuación de las relaciones.

  Estas diferencias radicales podrían tener un origen psicológico profundo. En un experimento se pide a hombres y mujeres que desarrollen historias a partir de la imagen que ven en una fotografía

[Constatamos una] asombrosa imaginería de violencia en las historias [creadas por] hombres a partir de una imagen que aparecía como una escena tranquila, una pareja sentada en un banco junto a un río y un puente. En respuesta a esta imagen, más del 25% de los ochenta y ocho hombres [requeridos en el experimento] habían escrito historias que contenían incidentes de homicidio-violencia, suicidio, apuñalamiento, secuestro o violación. En contraste, ninguna de las cincuenta mujeres [requeridas en el experimento] había proyectado violencia en la escena

  La diferenciación psicológica podría tener, a su vez, un origen biológico

Para los chicos y los hombres, la separación e individuación están críticamente vinculadas a la identidad de género ya que la separación de la madre es esencial para el desarrollo de la masculinidad (…) Ya que la masculinidad es definida por la separación mientras que la feminidad es definida por el apego, la identidad de género masculina está amenazada por la intimidad mientras que la identidad de género femenina está amenazada por la separación

  Diferencias originarias que luego pasan a los roles de integración social

El poder y la separación aseguran al hombre en una identidad lograda mediante el  trabajo, pero le dejan a una distancia de los otros, que parecen en cierto sentido fuera de la vista (…) La privacidad es una experiencia transformadora para los hombres mediante la cual la privacidad del adolescente se convierte en generadora del amor y trabajo adultos (…) Las mujeres, sin embargo, definen su identidad mediante las relaciones de privacidad y cuidado, los problemas morales que encuentran pertenecen a cuestiones de tipo diferente

  Es decir, para el varón la construcción de la privacidad es un proceso de integración social en la vida adulta. La mujer contaría con una capacidad de integración social mediante la privacidad desde siempre, desde la infancia.

Las voces masculina y femenina hablan de la importancia de diferentes verdades: los varones del papel de la separación que define y potencia el yo, las mujeres del proceso continuo de apego que crea y sostiene la comunidad humana

  Si de todo esto se deriva una diferencia a la hora de resolver disputas, en realidad se está desarrollando una diferencia temperamental decisiva que habría de influir en todo el comportamiento social.

El juicio de una chica contiene las interioridades centrales de una ética del cuidado, de la misma forma que el juicio del chico refleja la lógica del punto de vista de la justicia.

  Partiendo de radicalidades tan extremas, a primera vista no parece haber necesidad teórica de conciliación alguna entre una y otra concepción ética: si en verdad se dan tales diferencias, la ética de la justicia supondría un obstáculo para la otra ética, que abarcaría la totalidad del comportamiento humano, disponible para todo tipo de relaciones sociales y mucho más completa a nivel civilizatorio. De la misma forma que la sociedad ha funcionado durante milenios basándose en la ética de la justicia, la sociedad podría funcionar mejor en el futuro basándose en la ética del cuidado. Cómo se articularía esto sería una compleja cuestión a determinar en el proceso de cambio cultural por venir.

   Quizá valdría la pena averiguar si una diferenciación tan clara podría dar lugar a alternativas igualmente claras. Hace más de cien años escribió León Tolstói : “¿Igualdad ante la ley? Pero, ¿acaso la vida entera del ser humano se desarrolla en los dominios de la ley? Sólo una milésima parte de su vida está sometida a las leyes; el resto está fuera de ellas, está en los dominios de las costumbres y del concepto de la sociedad