viernes, 26 de junio de 2015

“La explosión de hace 10,000 años”, 2009. Cochran y Harpending

  Las modernas investigaciones en la siempre sorprendente rama científica de la genética nos han proporcionado otra novedad en lo que se refiere a la evolución de nuestra especie: los cambios biológicos se producen más rápido de lo que en un principio se pensaba. No solo nuestra cultura ha cambiado enormemente desde el comienzo del sedentarismo y la agricultura: también hemos cambiado biológicamente.

Durante la mayor parte del siglo pasado [siglo XX], la sabiduría oficial en las ciencias sociales ha sido que la evolución humana se detuvo hace mucho tiempo –antes de que los humanos modernos se expandieran desde África hace unos 50.000 años. Esto implicaría que las mentes humanas deben ser las mismas en todas partes –la unidad psíquica de la humanidad. Esto haría la vida más simple si fuera cierto. Desgraciadamente, una detención reciente de la evolución también implicaría que los cuerpos humanos debieran ser los mismos, lo cual es obviamente falso. La sabiduría oficial está equivocada, y la evolución humana ha continuado. 

Pretendemos demostrar que la evolución humana se ha estado acelerando en los pasados 10.000 años, más bien que desacelerándose o deteniéndose, y que esto sucede  (…) cien veces más rápido que en el promedio a largo plazo de los 6 millones de años de nuestra existencia dentro de la especie de los homínidos

Cambios sustanciales en casi cualquier rasgo son posibles en unas pocas decenas de generaciones

Cambios genéticos permitieron importantes desarrollos humanos hace 40.000 años que no fueron posibles hace 100.000 años (…) Argumentaremos que los dramáticos cambios culturales que tuvieron lugar en el Alto Paleolítico [hace 40.000-30.000 años](…) ocurrieron en gran parte a causa de cambios biológicos subyacentes.(…) Tal dramático cambio probablemente implicó un número de genes, así como algún mecanismo que pudo ocasionar un cambio genético repentino e inusual

  Estos cambios han tenido que ver con el desarrollo por parte de los seres humanos de nuevas habilidades económicas. Se trata de que nos hemos autodomesticado, nada menos: que los hábitos culturales, las pautas sociales de los mismos seres humanos, han ido seleccionando a los individuos más aptos igual que se ha hecho con los animales de granja. Esto implica, entre otros, cambios intelectuales y emocionales.

Una y otra vez a lo largo de unos pocos miles de años ocurrió en algún individuo una mutación favorable y se propagó ampliamente hasta que una fracción significativa de la raza humana es ahora portadora de ese alelo mutante

  Saber esto nos ayuda un poco a conocer mejor nuestra naturaleza actual, ya que está claro que no somos tan “cazadores-recolectores” como antes se pensaba.

  Con todo, adelantémonos a decir que tampoco conviene exagerar: sí que somos básicamente los homínidos de hace 50.000 años, lo que sucede es que también hemos de tener en cuenta las diferencias genéticas aparecidas sobre todo hace 10.000 años (sedentarismo y agricultura… por este orden).

Creemos firmemente que los cambios culturales –nuevas ideas, técnicas, nuevas formas de organización social- fueron poderosas influencias en el proceso histórico (…) [pero] simplemente estamos diciendo que el analista histórico completo debe considerar también el cambio genético tanto como el cambio social, cultural y político.

  Veamos un poco de lo más evidente en lo que hemos cambiado con respecto a los cazadores-recolectores originarios…

Los humanos que adoptaron la agricultura se empequeñecieron. La estatura promedio cayó casi cinco pulgadas. (…) Los humanos comenzaron a adaptarse a una dieta agrícola. 

[Se produjo un] cambio evolutivo en los humanos a lo largo de los pasados 10.000 años. El esqueleto humano se ha hecho más grácil –construido más ligeramente- si bien eso se ha dado más en algunas poblaciones que otras.

Tenemos razones para pensar que los humanos hace 100.000 años tenían músculos más fuertes que hoy –y de ese modo los cambios en el complejo [molecular] de distrofina podrían haber sacrificado fuerza muscular por una mayor inteligencia.

   Es decir, que nuestra fisiología nos ha hecho más debiluchos porque la energía se concentraba en los cambios intelectuales. Esto coincide en cierto modo con la creencia popular al respecto: que los fortachones tienen poco seso. En contra de lo que muchos creen, el cerebro requiere mucha energía.

Los cambios genéticos más interesantes son aquellos que afectan la personalidad humana y la cognición, y la evidencia es buena de que tales cambios han ocurrido.

  Cambios tanto a nivel meramente intelectual, como también en cuanto a la capacidad para desarrollar la vida social (estrategias de cooperación)

El juego gavilán-paloma [consiste en que] algunos individuos son genéticamente agresivos mientras que otros son genéticamente apacibles. Cuando los gavilanes son raros, estos fácilmente derrotan a los palomas y tienen mayor adaptabilidad. A medida que se hacen más comunes, sin embargo, se enfrentan a otros gavilanes cada vez más a menudo y mantienen costosas luchas que hacen decrecer su adaptabilidad. En alguna frecuencia, la adaptabilidad de gavilanes y palomas es la misma, llevando a un polimorfismo equilibrado [pero] el polimorfismo equilibrado del comportamiento podría responder rápidamente a nuevas presiones selectivas. Si la mezcla original era 50 % palomas y 50% gavilanes, un cambio del entorno que elevara los costes del comportamiento agresivo llevaría a un cambio en la frecuencia –digamos de 70% palomas a 30% gavilanes. Esta clase de cambio evolutivo es muy rápido

La ventaja de los palomas viene dada sobre todo por selección cultural, por domesticación, dentro de las grandes sociedades agrarias

Los gobiernos limitaron la violencia local. Presumiblemente, los gobiernos lo hicieron porque eso les permitía extraer más recursos de sus súbditos, la misma razón por la que los granjeros castran a los toros. (...) Selección para la sumisión a la autoridad suena desconcertantemente como domesticación. De hecho, hay paralelos entre el proceso de domesticación en los animales y los cambios que han ocurrido en los humanos 

  A esta diferenciación en el comportamiento social, sin duda favorecedora para los palomas a largo plazo, a medida que la sociedad se hace menos agresiva y más cooperativa, se añade la que se refiere a la inteligencia. Está probado que la inteligencia puede evolucionar por selección genética. El asombroso ejemplo de la comunidad de judíos ashkenazíes (judíos alemanes... como Einstein, Freud o Marx) lo demuestra.

Los judíos ashkenazíes tienen una ventaja genética en inteligencia cuyo origen estaría en la selección natural para el éxito en ocupaciones burocráticas durante su estancia en el norte de Europa. (…)Los tests IQ predicen los logros académicos y otros resultados relevantes en la vida social, y los datos del IQ son altamente heredables. (…) [Por otra parte] existe una fuerte evidencia en la prevalencia de determinadas enfermedades genéticas entre los ashkenazíes.

Los trabajos de los ashkenazíes eran cognitivamente exigentes, ya que los miembros de este grupo estaban esencialmente restringido a empleos de empresarios, tanto como gestores financieros, administradores de propiedad, cobradores de impuestos y comerciantes.

  Lo que encontramos es que una probable selección social o autodomesticación de la especie humana nos señala el camino de la evolución cultural, porque menos agresividad y más inteligencia son estrategias adecuadas para desarrollar las posibilidades de éxito económico de una especie cooperativa.

  De esta forma, la evolución biológica es acorde con la evolución cultural: ambas, como es natural, coinciden en favorecer el éxito de la especie, y en el caso del ser humano ello se logra mediante el desarrollo de la inteligencia y la capacidad cooperativa (mientras que el león lo lograría desarrollando la capacidad letal de sus sentidos, sus garras y sus colmillos).

  Es importante resaltar que la cooperación inteligente requiere de una perspectiva cognitiva que los animales irracionales desconocen: el dominio del tiempo. Esto tendría también consecuencias económicas más allá de nuestros inicios como “cazadores-recolectores”.

La habilidad para diferir la gratificación durante largos periodos de tiempo (…) era un requisito práctico para los agricultores, ya que hay que guardar una porción de la cosecha para semilla y algunos de los animales domesticados para la cría. (…) Esto es algo que los clásicos cazadores-recolectores simplemente no hacían. (…) Requiere un cierto tipo de personalidad –con rasgos que incluyan paciencia, autocontrol y la habilidad para ver los beneficios a largo plazo en lugar de la satisfacción a corto plazo- y la selección natural debía haber hecho gradualmente tales personalidades más comunes entre los pueblos que cultivaban durante largo tiempo.

  La visión del tiempo, el calcular y prever, es algo que nos distingue de nuestros parientes biológicos más inteligentes, como los chimpancés. Ningún chimpancé es capaz de recordar una orden más allá de un día. Tampoco ningún chimpancé en libertad, pese a ser capaz de hacer uso de alguna herramienta, ha sido capaz de inventar un recipiente o algún tipo de artilugio que le permita almacenar alimentos para el siguiente día (las ardillas tampoco lo hacen: el instinto les hace amontonar nueces y en invierno las encuentran a su disposición sin recordar, por supuesto, cómo han llegado hasta allí) .

El cambio biológico ha sido un factor clave que ha dirigido la historia. No ha sido ciertamente el único factor y ha estado extrañamente relacionado con más influencias tradicionales.

  ¿Y cuándo y por qué comenzó a producirse el cambio definitivo que nos llevaría al desarrollo del sedentarismo y la agricultura? Hace cien mil años, los humanos primitivos eran casi idénticos a nosotros, pero no hacían una forma de vida mucho más diferente de la de un chimpancé, excepto que eran capaces de cazar grandes animales organizándose en grupos (como los lobos, aunque utilizando palos y armas de piedra).

  El gran cambio biológico parece haberse producido entre hace 40.000 y 50.000 años. Lo sabemos porque es entonces cuando empiezan a aparecer restos arqueológicos que atestiguan comportamientos inauditos: obras de arte, ritos funerarios… El paso hacia el sedentarismo se dará después.

  Los autores del libro aventuran que esa transformación primera (la que da lugar a las manifestaciones de "vida espiritual") pudo surgir por una mutación genética como consecuencia de una hibridación entre Homo Sapiens y Homo Neandertalensis.

La Microcefalina [es] un gen muy inusual que regula el tamaño del cerebro. La mayor parte de la gente hoy lleva una versión que es bastante uniforme, lo que sugiere que se originó recientemente. Los investigadores estiman que apareció hace 37.000 años. (…) Los Neanderthales son una fuente razonable y verosímil.

FOXP2 [es] un gen que tiene un papel en el habla [y] que habría sido reemplazado por una variante hace unos 42.000 años (…) La idea de que podríamos haber adquirido algunas de nuestras capacidades para el habla de los Neanderthales podría ser sorprendente, pero no es imposible. El momento de la adquisición es ciertamente consistente con la explosión creativa.

  A partir de este momento, el éxito económico del Homo Sapiens comienza a hacerse notar

Hace 60.000 años, en la época de nuestra expansión fuera de África, había en el mundo no más de un cuarto de millón de seres humanos (…) Al final de la edad de Hielo, hace 12.000 años, pudo haber 6 millones de humanos modernos –todavía cazadores-recolectores, pero mucho más sofisticados y efectivos que nunca.

  Tal incremento de población llevaría a una creciente extinción de las grandes piezas de caza. El cambio climático que tuvo lugar hace diez mil años sin duda favoreció las posibilidades de aprovechar las cosechas de cereales silvestres. Por encima de todo, la tendencia a llevar una vida cultural y social cada vez más rica (evidenciada por los hábitos artísticos y religiosos) empujaba a nuestros antepasados a vivir en grupos cada vez mayores y de la forma más sedentaria posible.

 Hasta aquí, todo es lógico y perfecto: más inteligencia, más cooperación, más vida social, mejores resultados económicos.

La gente agresiva, combativa, puede haber experimentado menos adaptación una vez comenzaron a aparecer las élites gobernantes. Con estados fuertes, la compensación personal por la agresión puede haberse hecho más pequeña, mientras que la ley y el orden hicieron la combatividad para la autodefensa innecesaria.

  Pero ¿qué es lo que falla? ¿Por qué nos hemos quedado “a mitad de camino”? Somos más inteligentes, más pacíficos y más prosociales… pero no hasta el punto de haber erradicado la precariedad y la violencia. La evolución biológica no nos ha dado resultado hasta ese punto.

  Aquí vienen las malas noticias:

La guerra primitiva fue aparentemente el mecanismo dominante que limitaba la población entre la mayor parte de los forrajeros antes del desarrollo de la agricultura en el periodo neolítico (…) Juzgando a partir de la abundante evidencia de homicidio y canibalismo en el registro arqueológico, nuestra conjetura es que la violencia local tuvo un fuerte efecto [en el control de población]

   La domesticación habría sido, pues, solo parcial. Y el incremento de la riqueza económica tendría algunas malas consecuencias:

[En la era agraria], por primera vez los humanos podían comenzar a acumular riqueza. Esto permitió la aparición de élites no productivas, las cuales habrían sido imposibles entre cazadores-recolectores. Ponemos el énfasis en que estas élites no fueron formadas en respuesta a ninguna necesidad social: aparecieron porque pudieron.

  Esto llevaría a una sociedad de desigualdad,  aunque comparativamente menos violenta. La desigualdad conlleva una violencia latente (llamada “sistémica” por algunos autores). Esta violencia civilizatoria llega al punto de que

en la Inglaterra medieval, los miembros más ricos de la sociedad tenían aproximadamente el doble de hijos supervivientes que los más pobres. La parte de debajo de la sociedad se reproducía menos, con el resultado de que, después de un milenio aproximadamente, casi todo el mundo descendía de las clases más ricas.

  De hecho, esto es tanto así, que se ha descubierto una pauta de comportamiento en las sociedades desiguales en base a la cual las familias de la clase baja invierten más en las hijas que en los hijos, al revés que sucede en las clases altas. ¿Por qué?: porque mientras un siervo o esclavo tiene muy escasas probabilidades de prosperar, una sierva o esclava puede tener la expectativa de ser elegida como esposa o concubina por alguien de la clase superior, lo que aumenta mucho más sus posibilidades de éxito (y las de su familia, por tanto).

Cambios genéticos que acomodasen a la gente a una sociedad densamente jerarquizada podrían haberse desarrollado durante milenios

  Es sorprendente que casi ningún autor (Cochran y Harpending tampoco, desde luego) señale las implicaciones que esta selección tendría para las mujeres en particular. Una civilización agraria con separación de clases es siempre una sociedad patriarcal, donde la clase superior (masculina) selecciona a sus siervos, ciertamente, por su docilidad… pero que en mucha mayor medida también selecciona a las esposas y madres, -no solo en la clase baja, también en la clase alta- por criterios parecidos. El resultado de esta selección habría sido una clase superior de hombres dominantes y mujeres sumisas, dentro de una sociedad de hombres superiores dominantes y hombres inferiores sumisos. Ya hemos visto que la estirpe de los hombres sumisos no ha prosperado mucho a lo largo de las generaciones, pero ¿y las mujeres sumisas?

  Los psicólogos experimentales han observado diferencias asombrosas entre el comportamiento masculino y el femenino. Las mujeres son mucho menos violentas, mucho más prosociales, más obedientes a la autoridad, más fáciles de intimidar y sus gustos sexuales no son en absoluto equivalentes a los de los hombres (plasticidad erótica: pueden adaptar sus deseos sexuales mucho más fácilmente que los hombres al condicionamiento de las circunstancias del entorno). ¿No es lógico pensar que estas diferencias son consecuencia de la selección ancestral?

    Los varones habrían elegido siempre esposas sumisas, fieles y que fuesen buenas madres, de modo que a lo largo de las generaciones estas características habrían sido heredadas por sus hijas y nietas (y, en alguna medida, también habría atemperado algo la agresividad de los varones que han sido hijos suyos). Además, la fidelidad sexual es una exigencia lógica del varón que no quiere que su esposa críe a los hijos de otro hombre (evitar la famosa "estrategia del cuco"), y la mejor forma de que la mujer sea fiel es que no sienta un gran deseo sexual por los hombres (y puesto que en la sociedad patriarcal la mujer suele ser elegida y no es ella la que elige, su falta de interés es selectivamente casi indiferente). Eso explicaría, dentro del fenómeno de la plasticidad erótica, la facilidad con la que las mujeres aceptan la castidad, en comparación con los varones, y también la asombrosa relevancia de la bisexualidad en la mujer.

  Por otra parte, los autores del libro se aventuran asimismo a la hora de considerar que los cambios biológicos fruto de la selección humana también estarían implicados en el desarrollo intelectual (recordemos el caso de los ashkenazíes).

  De hecho, incluso consideran posible que el fracaso de la “revolución científica” que tuvo lugar efímeramente en la civilización grecorromana de hace dos mil años pudo deberse a que aún no se habían producido suficientes individuos biológicamente adaptados a este tipo de cognición.

La revolución científica podia haber sido el resultado de cambios modestos en frecuencias de genes que afectan rasgos psicológicos claves (…) Aunque todavía no comprendemos del todo las verdaderas causas de la revolución científica e industrial, debemos considerar la posibilidad de que la continuada evolución humana contribuyese a este proceso.

  Otra sugerencia interesante es la que explicaría por qué el pueblo indoeuropeo logró su extraordinario éxito político (que testimonia la expansión de sus lenguas emparentadas por el mundo entero: latinas, germánicas, eslavas, persas, indostaníes…). Se habría debido a una ventaja económica relacionada con su peculiaridad biológica

A fin de expandirse tanto como lo hicieron, los primeros indoeuropeos debían haber contado con algún tipo de ventaja, y (…) había de ser una ventaja difícil de copiar (…) Sugerimos que la ventaja que llevó a la expansión indoeuropea fue biológica –una alta frecuencia de la mutación de tolerancia a la lactosa.

  La tolerancia a la lactosa (la capacidad de los adultos para asimilar la leche, algo rarísimo entre los pueblos cazadores-recolectores) les habría permitido mejorar mucho su dieta al alimentarse de la leche de su ganado. Ésta reportaría grandes beneficios a nivel económico y político (para los guerreros nómadas, contar con una fuente de alimentación móvil es una extraordinaria ventaja estratégica). Estas y otras ventajas evolutivas en la especie humana se suelen englobar dentro del llamado "Efecto Baldwin".

La expansión de los indoeuropeos, el establecimiento exitoso de los europeos en América y Australia, el fracaso en África, la entrada de los judíos ashkenazíes en el medio intelectual, posiblemente incluso la revolución industrial y el surgimiento de la ciencia –todo parece ser consecuencia de este baile infinito entre el cambio cultural y el biológico. 

  (Lo referente a los europeos en América, Australia y África tiene que ver con el conocido fenómeno de la inmunidad a determinadas enfermedades: los nativos americanos y australianos apenas pudieron resistir las enfermedades europeas, mientras que los europeos apenas pudieron resistir las enfermedades africanas)

  Exageren o no los autores, y siempre teniendo mucha precaución a la hora de contemplar a los seres humanos como divididos en “razas” con características más o menos ventajosas en su competición por el dominio de los recursos, de lo que no cabe duda es de que las diferencias biológicas hereditarias entre los seres humanos existen, que la selección se ha producido y que las tendencias evidenciadas por esta selección son bien claras: fuese por las causas que fuese, los seres humanos incrementan sus posibilidades de éxito económico al producir individuos más inteligentes, al producir individuos menos agresivos, y al enriquecer la vida social, intelectual, artística y religiosa. Lo que la biología ha hecho no es diferente a lo que hace la cultura (el “baile infinito”).

  Ahora bien, hoy en día parece difícil que los cambios biológicos futuros nos aporten más ventajas en ese sentido. Para empezar, ya no se da el caso de que los que cuentan con mayor éxito social tienen más descendencia (sucede más bien al revés). Por otra parte, la población se ha expandido hasta tal punto, se da tan gran número de mestizajes exóticos e influyen tantísimas nuevas variables en el cambio social, que los cambios biológicos, de darse en alguna forma relevante, probablemente no guardarían relación alguna con el progreso humano (mayor capacidad intelectual y de cooperación social).

   Podemos decir que en el momento presente ha cesado la evolución biológica, pero quedan grandes posibilidades de cambios culturales e incluso biotecnológicos.  Y estos cambios serán mucho más productivos mientras más conscientes seamos de cuál es nuestra verdadera naturaleza como especie.

lunes, 15 de junio de 2015

“Orígenes morales”, 2012. Christopher Boehm

  El antropólogo Cristopher Boehm desarrolla una teoría acerca del origen del comportamiento moral como factor de progreso social. Se trata de una teoría que puede también orientarnos a la hora de especular sobre el progreso social futuro.

  ¿Cómo definimos la moralidad y cuál es su importancia?

Talcott Parsons habló convincentemente de la “internalización” de valores y reglas. Por esto, él quería decir que cuando los grupos traducen sus valores sociales en reglas de conducta, tales como “haz el bien a otros”, los individuos forman conexiones emocionales con estas reglas a fin de que sentirse bien al seguirlas e incómodos al romperlas.

“Tener una conciencia” simplemente quiere decir que se está internamente impulsado a rechazar el comportamiento antisocial, y añadiría que ello deriva del propio autocontrol de seguir reglas sociales.

  Es decir: moralidad significa la internalización psicológica del sentido de lo correcto y lo erróneo en el comportamiento social. Esta internalización psicológica implica un comportamiento emocional, asimilado de forma instintiva, que se refleja incluso en la misma fisiología:

Un sentido del bien y del mal, y una capacidad para ruborizarnos con la vergüenza, junto con un altamente desarrollado sentido de empatía, nos obligan como seres morales a considerar cómo nuestras acciones pueden afectar negativamente las vidas de los otros –o cómo podemos ganar satisfacción en ayudarles.

Los sentimientos de vergüenza socialmente vinculados y su correspondiente riego sanguíneo corporal, íntimamente relacionado con la autoconciencia, parecen ser únicos en los humanos

Los humanos podrían ser la única especie animal que se comporta de forma moral en base a la virtud y que internaliza reglas en base a esto.

  Los animales también viven sometidos a un intenso control social, pero no reaccionan ante éste emocionalmente como hacen los seres humanos: son amorales.

Un [lobo] subordinado sorprendido en un acto [antisocial] intentará ciertamente apaciguar a su superior [macho alfa], pero esto no tiene nada que ver con sentirse moralmente reprendido. Es simplemente un asunto de autoprotección manipuladora, y esto también se da en los humanos. La diferencia es que nosotros, además, somos morales.

  La moralidad implica –y ahí está su ventaja- que el acto antisocial (y el prosocial) queda emocionalmente grabado en la conciencia, en los recuerdos, y por ello ayuda a prevenir que no se repita en el futuro. Los lobos no consideran el futuro, y eso los fuerza a vivir bajo un control social mucho más ineficaz y menos flexible, en el que el individuo no participa y solo ve limitado su comportamiento por la coacción inmediata de los otros actuantes, particularmente del “macho alfa”.

  Puesto que el fenómeno de la moralidad es un mecanismo de control social desconocido por los demás animales, interesa averiguar cómo llegó a originarse: nuestros primos, los grandes simios, no muestran actuar moralmente (por ejemplo: mamá chimpancé no castiga ni reprende al pequeño travieso para que mejore su comportamiento en el futuro) pero, en algún momento, a lo largo de la evolución de nuestra especie, debió de producirse el cambio. Boehm tiene una teoría al respecto:

Algunas evidencias arqueológicas sobre metodología de descarnamiento de piezas de caza (…) sugieren que hace 400.000 años los forrajeros humanos no eran del todo igualitarios

Hace 200.000 años las marcas de corte [de los huesos de las piezas de caza] son las de un solo individuo que asume una posición única para carnear toda la pieza.

Compartir la carne entre adultos probablemente implica algún tipo de extensión fuertemente seleccionada del comportamiento de generosidad maternal

  Según esta teoría, los cazadores-recolectores mejoraron sus posibilidades económicas al comenzar a capturar grandes piezas de caza, algo que requería de una compleja cooperación. Pero para estimular la cooperación era preciso que todos y cada uno de los que tomaban parte en el proceso tuviesen asegurada su recompensa, y es entonces cuando, tomando quizá como punto de partida la actitud maternal de reparto equitativo de alimentos entre las crías, el macho alfa pasó a convertirse en administrador equitativo del grupo de cazadores. Ése habría sido el cambio fundamental (entre los lobos no se da nada parecido: cada uno tironea de la carne de la presa, y disputa su parte a todos los demás).

El homo sapiens arcaico, con su cerebro social relativamente grande, debe haber comprendido algo acerca de la importancia de cazar cooperativamente y sobre la ventaja de compartir carne entre toda la banda

  El resultado de esta actitud llevaría a una “selección social” dentro del grupo, alentando el comportamiento propio de algunos temperamentos (los más prosociales, los que jugarían limpio y equitativamente en el reparto de comida y resto de interactuaciones) y reprimiendo otros (los más antisociales, los peor adaptados a la nueva situación). Este concepto de “selección social” es uno de los más interesantes hallazgos de este libro y, desde luego, no se limita a promover el reparto equitativo de las piezas de caza cobradas.

   Conviene distinguir bien entre “selección individual”, “selección de grupo” y “selección social” para comprender estos  mecanismos evolutivos (que no son en absoluto los únicos que pueden darse en la especie humana).

  Cuando en general se habla de “selección darwiniana” a lo que solemos referirnos es a la “selección individual”: el individuo más apto se lleva los disputados recursos que aseguran su supervivencia y, con ello, asegura también el éxito reproductivo de sus genes al incrementar las posibilidades de tener éxito social (que es recompensado con el apareamiento) y las posibilidades de su propia prole con respecto a la de los menos aptos. Pero el mismo Darwin ya sospechó la existencia de una “selección de grupo” (otros estudiosos posteriores profundizarían en el asunto) en la cual el conjunto de individuos que viven en común (humanos o no) promoverían actitudes de cooperación altruista capaces de fortalecer al grupo frente a grupos rivales que les disputan los recursos y que no habrían desarrollado ese tipo de actitudes.  Es decir, que el grupo donde se dé una cooperación más eficiente (y el altruismo es siempre eficiente a nivel de grupo con respecto al egoísmo) será el que acabe predominando sobre los otros grupos. De esa forma se asegura el éxito reproductivo de la gran mayoría… incluso si esto podría ser en detrimiento del éxito reproductivo de algunos pocos (los que se hubiesen sacrificado altruistamente por el bien común a fin de hacer posible el éxito del grupo frente a otros grupos con menos individuos altruistas).

   Las primeras observaciones comprobadas de esta actitud se dieron en el caso de individuos genéticamente emparentados (padres y hermanos que se sacrifican por sus hijos y otros hermanos: perpetúan así la misma herencia genética), pero la “selección de grupo” va más lejos que eso y se extiende a los no parientes.

Darwin identificó un problema que continua dejando perplejos a los estudiosos de hoy. En la vida real, los humanos no asisten meramente a sus parientes de sangre próximos o distantes; también ayudan a la gente que no tiene relación con ellos. (…) Los individuos que hacen tal acción pueden estar disminuyendo su propia adaptación y elevando la adaptación de su socio

  Si la selección individual es consecuencia del egoísmo, la selección de grupo lo es del altruismo...

  La selección social sería una variedad de esta selección de grupo: en ella los individuos más cooperativos también son premiados, pero no de forma indirecta como resultado de que los altruistas contribuyen decisivamente a las posibilidades de supervivencia de todo el grupo frente a los grupos menos altruistas, sino que sería el mismo grupo el que eliminaría a los menos cooperativos por el bien de cada uno de los demás.

  En la selección de grupo ya conocida, las características prosociales se expanden gracias al éxito reproductivo del conjunto del grupo con respecto a los otros grupos que compiten por los recursos (éxito frente al “enemigo exterior”). En la selección social lo que sucede es que se tiende a eliminar a los individuos que manifiestan demasiadas tendencias antisociales (éxito frente al “enemigo interior”).

La evolución de la conciencia comenzó con el control social sistemático pero inicialmente no moralista a cargo de los grupos.  Esto implicaba castigo de los individuos “desviados” (…) y, así como la predicación a favor de la generosidad que siguió, tal castigo pudo ser llamado “selección social” porque las preferencias sociales de los miembros del grupo en su conjunto estaban teniendo efectos sistemáticos en la herencia genética.(…) No es sorprendente que las consecuencias genéticas, aunque inintencionadas, vayan en la dirección de menos tendencias que lleven a la predación social y más tendencias que lleven a la cooperación social

  La selección llevaría al desarrollo de la conciencia racional y la inteligencia social en cada uno de los individuos (altruistas o no): cada individuo se beneficiaría de estar al tanto de cuáles son las tendencias más prosociales de quienes conviven dentro de su grupo. Y cada individuo comprendería que debe vigilar su propio comportamiento a fin de no acabar siendo él mismo eliminado por quienes lo juzgasen como antisocial.

El hecho de que los individuos tuviesen conciencias bien desarrolladas mejoró la vida del grupo social porque esta voz interior reprimió las tendencias antisociales (…) Si nunca hubiéramos ganado algún tipo de conciencia, que nos da un sentido primitivo del bien y del mal, nunca habríamos evolucionado el notable grado de “empatía” y los rasgos de generosidad extrafamiliar que la acompañan y que enriquecen la vida social humana tal como la conocemos hoy

  De esa forma, Boehm considera que la persecución y castigo de los individuos antisociales no solo favoreció la supervivencia del grupo, sino que fue “domesticando” a la especie, pues los individuos antisociales tenían más dificultades para sobrevivir y transmitir su herencia genética. El proceso habría dado lugar también al sentido moral por mera necesidad de supervivencia del individuo dentro de un grupo donde la conducta es objeto del constante escrutinio por parte de todos los demás.

Las acciones punitivas de los miembros del grupo pueden no solo influenciar la vida del grupo, sino también formar la herencia genética en direcciones similares.

  La hipótesis de Boehm es coherente, pero no debemos confundir el posible origen ancestral del comportamiento altruista con los medios actuales para promoverlo.

Hay dos caminos para intentar crear una buena vida. Una es castigar el mal, y la otra es promover activamente la virtud. Mi teoría evolutiva es que el castigo del comportamiento desviado es más antigua

  Pasado ese periodo selectivo de la Edad de Piedra, el altruismo, aunque habría recibido cierto impulso, seguiría siendo hoy difícil por causas evidentes. Sin embargo, difícil o no, marca la diferencia con respecto a los otros mamíferos superiores y caracteriza nuestra organización social.

Cuando hablamos de altruismo, estamos hablando de tendencias del comportamiento que disponen que la gente dé más de lo que recibe 

    Dentro de la  vida cultural -las normas y costumbres que se transmiten  de generación en generación- existen también estrategias contra las conductas antisociales que no son de tipo punitivo: tenemos el importantísimo sistema de reciprocidad indirecta, la selección por reputación.

  La reciprocidad directa  (o "mutualismo") no es difícil de comprender, y se da también entre animales: yo te doy si tú me das a cambio algo de valor equivalente en el aquí y el ahora. La reciprocidad indirecta, por el contrario, consiste en que yo te doy ahora… y puede que no reciba nada a cambio… excepto el que me gano tu confianza, que podré o no aprovechar en el futuro para mi propio beneficio cuando necesite – o no- que me ayudes. Gano una reputación de comportamiento prosocial que, si es reforzada por la respuesta de los demás individuos del grupo, a medio y largo plazo acabará beneficiando a todos al expandir ese tipo de conductas prosociales.

La reciprocidad indirecta (…) está lejos de ser diádica [organizada solo entre dos: donante y receptor] o en modo alguno parecida en algo a las contribuciones hechas a largo plazo por diferentes individuos o familias. De hecho, las cantidades de carne comunal que los cazadores individuales proporcionan a sus bandas a lo largo de su vida varían bastante sustancialmente.

La intervención de reglas admonitorias que llamen a la generosidad dentro del grupo es una forma cultural de promover cualquier sistema contingente de reciprocidad indirecta. Tener una conciencia eficiente hace posible la internalización de tales reglas, e incluso si ciertamente no garantiza la conducta, sirve como un freno constante al egoísmo y como una incitación a ser generosos.

  Matar a los malos (el que sería el sistema más antiguo de promover la conducta prosocial…) difícilmente nos haría hoy más buenos. Si hoy siguiéramos semejante procedimiento tardaríamos muchas generaciones en obtener resultados por selección genética. Y tendríamos un problema cultural: ¿cómo pueden los “buenos” desencadenar una matanza represiva de aquellos que muestren comportamientos antisociales? Semejante conducta agresiva e implacable implica una falta de empatía que no es muy propia del altruismo.

  Debemos, pues, en cierto modo olvidarnos de los métodos primitivos de la selección social (genética) y atenernos a los medios del cambio cultural que sirven hoy para promover el comportamiento prosocial, es decir, el comportamiento altruista.  La promoción de la reciprocidad indirecta, el crear reputaciones de comportamiento prosocial para ganarse la confianza y el apoyo moral (y a veces económico) de los demás es un sistema que practican tanto las últimas sociedades de cazadores-recolectores que quedan como nuestra moderna sociedad desarrollada. La conciencia individual, la interactuación dentro del grupo (el chismorreo centrado en la reputación de cada individuo) y la elaboración de sistemas éticos transmitidos culturalmente (como las religiones) son formas de promover las conductas altruistas.

  Ahora bien, la reputación no siempre se obtiene de forma legítima. Un problema gravísimo en el proceso evolutivo (biológico o cultural) de la cooperación social es el de los tramposos

Si el problema de los tramposos pudiera ser eliminado o seriamente mejorado, el poder de la selección de grupo para sostener la generosidad extrafamiliar sería incrementado.

  Al fin y al cabo, ganarse una reputación exige dedicación y esfuerzo (a veces hay que sacrificarse y siempre hay que estar atento), ¿no habrá ocasiones en que exija menos dedicación y esfuerzo el fingir ser merecedor de esta reputación que el ganársela lealmente? Tanto en el comportamiento social humano como en el de todos los seres vivos que viven en grupo, el problema del fingimiento es uno de los más importantes, y exige la aparición –por selección también, naturalmente- de numerosos comportamientos de control.

La selección social implica una única combinación de selección por reputación y supresión de los tramposos.

  La conclusión del autor, pues, es que las tendencias cooperativas han ido surgiendo como producto de una larga tensión entre impulsos contrarios (altruismo, egoísmo, engaño, fidelidad, control, autocontrol, castigo, recompensa…).

La amplificación cultural de las modestas pero muy importantes tendencias altruistas proporciona muchas de las respuestas a la pregunta acerca de cómo las instituciones [cooperativas] pueden ser mantenidas.

Las reputaciones de la gente están determinadas por lo que otros les ven hacer, e incluso más por lo que otros hablan.

Considérese que entre todos los patrones culturales personalmente útiles que los miembros del grupo pasan a la siguiente generación habrá mensajes del tipo “regla de oro”[“no hagas a los demás lo que no quisieras que te hicieran a ti”] que incitarán a los individuos a ser generosos incluso con los no familiares. Cuando una persona actúa en base a esos mensajes, los moderados costes del altruismo se restarán de los mucho más sustanciales beneficios que proceden de ser generalmente tan perceptivo con respecto al aprendizaje cultural. Por supuesto, los “no conformistas” que heredan una mala capacidad de asimilación pueden resistir los mensajes para ser altruistas, pero también perderán en general las ventajas de la conformidad.

Estos tres desarrollos [sanción social agresiva, freno a los tramposos y evolución del altruismo] pueden ser vistos como la historia científica de los orígenes de la moralidad

  Que la selección genética, mediante la selección social, nos haya hecho algo más altruistas y cooperativos es algo que ha posibilitado el desarrollo cultural. La evolución de la conciencia, la aparición de la moralidad y el surgimiento de tendencias altruistas en los seres humanos han sido inmensos logros pero en modo alguno significan que las conductas prosociales estén arraigadas firmemente en nuestro comportamiento innato. Es evidente que

nuestra naturaleza humana genética es sobre todo egoísta, secundariamente nepotista y solo modestamente propensa a apoyar actos de altruismo

  Esta tensión e imperfección cooperativa la observan los antropólogos en las sociedades primitivas residuales, cuyos comportamientos son resultado de una larguísima herencia genética y no de la presión civilizatoria.

Debido a que las bandas cooperan tan fuertemente, tendemos a pensar que sus miembros viven en una gran armonía. Sin embargo (…) algunas de las familias de la banda elegirán vivir más próximas a unas familias que otras. Me estoy refiriendo al espacio físico, pero también existe una variedad de manera de distanciarse socialmente.(…) [Los bosquimanos,] que se posicionan fuertemente contra los conflictos en sus valores, tienen, a pesar de todo, tasas de homicidio bastante altas porque pierden los nervios fácilmente y son expertos en matar mamíferos de gran tamaño.(…) Son generalmente varones quienes tienen que ser eliminados socialmente y estos hombres son cazadores cuyas contribuciones normalmente son benéficas para todos. Las obvias desventajas prácticas inherentes a perder cazadores ayuda a motivar a los miembros de la banda a detener los conflictos antes de que se hagan homicidas y a refrenarse de usar la pena capital si cualquier otro método puede resolver el problema.

  ¿Y por qué la evolución no nos ha hecho genéticamente más altruistas de lo que en verdad somos? Hay causas que podrían explicarlo.

Nuestro muy poderoso egoísmo, nuestro fuerte nepotismo, y nuestro relativamente modesto altruismo predicen el mismo comportamiento [agresivo y antisocial] en todas partes en las que los cazadores-recolectores se enfrenten a una situación de riesgo de muerte por hambre.(…) Una y otra vez se ven obligados a poner aparte los valores morales profundamente internalizados que favorecían ayudar a otros –fuese mediante el altruismo o el nepotismo- en el interés de la familia e incluso de la supervivencia individual 

   Los pueblos primitivos no vivían en el paraíso precisamente. Cuando la situación era de extrema escasez, el egoísmo individual (la brutal “selección individual” darwiniana) suponía la única forma de sobrevivir, de asegurar la supervivencia de la especie encarnada en el individuo más decidido y despiadado. Por eso, aunque hoy el egoísmo no sirve para nada, en el pasado pudo ser necesario para la supervivencia. Y fue en el pasado cuando se formó nuestra herencia genética.

Las reglas del grupo no deberían ser internalizadas tan fuertemente que uno estuviese libre de cualquier tentación de romperlas, porque los mismos comportamientos egoístas (…) -en pequeñas dosis- pueden ayudar a los individuos a avanzar hacia el éxito reproductivo. (…) No estamos totalmente gobernados por nuestras conciencias. Lejos de eso, más bien, estamos informados por ellas, y estamos efectivamente inhibidos, pero de una forma flexible

Los genes que han dado lugar al abuso de los matones podrían haber sido útiles porque ellos habrían proporcionado un impulso competitivo útil

  La cruda necesidad de supervivencia individual se aplica a todos los comportamientos antisociales. También, por supuesto, al engaño…

Muchos tramposos potenciales toman nota del castigo [al que se exponen], y usan sus conciencias para reprimirse y alejarse de problemas; esto los mantiene con vida (…) La conciencia sirve no solo como un inhibidor, sino también como un temprano sistema de aviso que ayuda a hacer prudentes a los individuos  que podrían ser sancionados

  Otra observación valiosa acerca del comportamiento moral es la que se refiere a la diferencia entre la culpa y la vergüenza. Como hemos visto, el origen de la vergüenza, con sus reacciones fisiológicas inauditas en otros seres vivos, es bastante antiguo en el ser humano.

Tanto la culpa como la vergüenza pueden conducir al remordimiento (…) Los sentimientos de vergüenza están directamente vinculados a la respuesta fisiológica humana universal que es disparada por un sentido de inculpación moral -ruborización- mientras que la culpa no tiene tal correlación física por lo que sabemos.

  El sentimiento de culpa, profundamente moral, intelectualmente interiorizado, es más moderno. Está vinculado al progreso civilizatorio. Mientras que la vergüenza se dispara por el reproche de los otros individuos que han observado un comportamiento antisocial (egoísta, agresivo…), el sentimiento de la culpa surge de la propia conciencia, incluso si el acto antisocial no ha sido apercibido por nadie. Es una vacuna psicológica ante la posibilidad de cometer un acto antisocial.

  La culpa supone, pues, un gran progreso moral, pero no es el único que surge a lo largo del proceso civilizatorio propio de las culturas más avanzadas…

Parece que muchas personas se comportan bien porque disfrutan de sentir positivamente el cumplimiento de su propia conducta. (…)El ingrediente clave de los sentimientos de empatía proporciona una base motivacional para mucho de nuestro altruismo, y éste es un importante elemento en los sistemas de reciprocidad indirecta, porque los participantes responden emocionalmente a las necesidades de otros individuos.

  Es decir: el comportamiento prosocial puede conllevar compensaciones emocionales que incentiven la búsqueda de una reputación (incluso sin ser consciente de las ventajas prácticas que puedan derivar de ello). De la misma forma que la agresividad puede producir placer, el altruismo también puede llegar a producirlo. Y eso a nivel social es todavía mejor que el mero sentirse libre de culpa y también es mejor que el goce de disfrutar de una buena reputación a modo de adquirir un bien útil para el propio interés en el futuro.

  Este tipo de conductas morales cada vez más productivas y elaboradas son el resultado de la evolución de las costumbres. Pero las costumbres solo pueden desarrollarse a partir de nuestra propia naturaleza moral.

[Entre todos los cazadores-recolectores estudiados] la ayuda a los no parientes era abogada explícitamente como un comportamiento que los miembros del grupo favorecían colectivamente y que esperaban de los individuos. Seguramente, tal predicación manipuladora era hecha por un fin práctico que ya conocemos: para amplificar conductualmente las tendencias generosas de empatía de los miembros del grupo (…) Esta amplificación social del altruismo parece ser deliberada, bien centrada, y probablemente universal. Los cazadores-recolectores aprecian la cooperación y la armonía social, y ellos comprenden que la promoción general de generosidad sirve para ambos fines.

  Uno de los sistemas sociales más conocidos de amplificación social del altruismo ha sido sin duda la religión. Las religiones más primitivas se basaban en narraciones míticas acerca de seres sobrenaturales que premian los comportamientos altruistas. La insistencia de estas historias en la cultura tradicional acaba permitiendo que se interioricen algunos comportamientos prosociales, dando lugar a experiencias emocionales de tipo moral.

  La elaboración más sofisticada de los procesos de interiorización de conductas prosociales se ha dado sin duda dentro del condicionamiento extremo de las comunidades monásticas…

Tenemos culturas monásticas en las cuales los individuos toman juramento para vivir en una forma moralmente superior

  Christopher Boehm se muestra escéptico acerca de los resultados del monasticismo, pues muchos han testimoniado que tan exigente organización del entorno lleva a muchos a

hallar que sus conciencias están sobrecargadas porque las ambivalencias propias de la naturaleza humana son muy fuertes y los estándares morales demasiado altos.

  Con todo, el proceso civilizatorio para el desarrollo moral no tiene por qué estar cerrado. Quizá los métodos monásticos tradicionales podrían ser perfeccionados hoy. Desde luego, la metodología científica para el progreso moral no se ha utilizado aún en un entorno de tipo monástico de la misma forma que Boehm ha utilizado la metodología científica para elucidar el origen y naturaleza del comportamiento moral humano…

viernes, 5 de junio de 2015

“Sonríe o muere”, 2009. Barbara Ehrenreich

  Barbara Ehrenreich es una activista social norteamericana autora de un entretenido ensayo acerca de un fenómeno de la cultura popular de masas que, aunque de origen típicamente norteamericano, se extendió por el mundo sobre todo a partir de finales del siglo XX: el “pensamiento positivo”.

La expresión se usa en dos acepciones. La primera se refiere al pensamiento positivo en sentido propio; es decir, a lo que significa el término en sí. Se puede resumir como sigue: las cosas van ahora bastante bien –al menos si uno está dispuesto a ver siempre la botella medio llena–, y van a ir todavía mejor en el futuro. Se trata, pues, de optimismo; algo que no hay que confundir con esperanza. La esperanza es una emoción, un anhelo, un sentimiento que no depende enteramente de nosotros; mientras que el optimismo es un estado cognitivo (…)En su segunda acepción, “pensamiento positivo” se refiere a la práctica –a la disciplina– de pensar positivamente. 

Si uno espera que el futuro le sonría, el futuro le sonreirá. ¿Y cómo es posible que suceda solo por haberlo pensado? La explicación racional que nos brindan muchos psicólogos de nuestros días es que el optimismo mejora la salud, la eficacia individual, la confianza y la capacidad de adaptación, facilitando que alcancemos nuestras metas. Pero una idea mucho menos racional está extendidísima también: la de que, misteriosamente, los pensamientos pueden tener una incidencia directa en el mundo real. 

  Con el respaldo de algunos destacados psicólogos, como Martin Seligman, esta tendencia parece convertirse en una completa forma de cultura popular o filosofía de vida, un poco por el estilo de las filosofías helenísticas del mundo mediterráneo de hace dos mil años (estoicismo, epicureísmo) que trataban de “enseñar a vivir”. El “pensamiento positivo” se expande mediante libros, conferencias y, sobre todo, a través de diversas prácticas de terapia o coaching…

[Ha] llegado a colarse en el ámbito académico, como una nueva disciplina llamada “psicología positiva”, en cuyos cursos los alumnos aprenden a levantar los ánimos y a fomentar sus sentimientos positivos.

Los psicólogos positivos suelen tener cuidado de distanciarse un poco respecto a las versiones populares del pensamiento positivo.

  La autora lo compara a una especie de

metafísica que se difunde en las charlas de los entrenadores (…) en libros como "El Secreto" tiene un inconfundible parecido con los diversos tipos ancestrales de magia, sobre todo con la “magia simpática”, basada en la idea de que lo semejante atrae a lo semejante. En este tipo de magia, se considera que un objeto fetiche o talismán (para la magia negra se usa por ejemplo la muñeca de vudú llena de alfileres) puede atraer lo que se desea.(…) En la “magia mental”, a la que pertenece la variedad del pensamiento positivo, “se interioriza el escenario, y en él se desarrolla alguna forma de meditación o de visualización guiada que se convierte en el ritual predominante.”

  Todo parece indicar que se trata de un mal síntoma de la cultura reciente… Algo que no nos prepara para afrontar los retos sociales del mundo actual, sino más bien todo lo contrario.

Necesitamos arremangarnos y ponernos a luchar contra unos obstáculos terribles, algunos que nos hemos puesto nosotros mismos y otros que nos ha colocado la propia vida. Y el primer paso para conseguirlo es que nos despertemos de esa fantasía colectiva que es el pensamiento positivo.

  Como hemos visto, Ehrenreich relaciona el “pensamiento positivo”con la magia de las culturas primitivas. Se trataría, por tanto, de una creencia por completo regresiva. Y lo peor de todo es que sus promotores pretenden a veces escudarse en supuestos fundamentos científicos.

Visualiza lo que quieres, y el objeto de ese deseo será “atraído” hacia ti.

  Aseguran que el poder del pensamiento puede influir en el mundo físico. Llegan a decir que las paradojas e incertidumbres de la mecánica cuántica (que son verbalizaciones de complejos teoremas matemáticos elaborados a partir de no menos complejos experimentos de Física) respaldan la magia de que “pensar” permite la realización de los hechos buscados, cuando en la realidad

según ha calculado un científico, “la masa de las moléculas de los neurotransmisores, y su velocidad cuando recorren la distancia de las sinapsis, vienen a ser de dos órdenes de magnitud mayores de lo que tendrían que ser para que actuaran sobre ellas las fuerzas cuánticas.” Es decir, que nuestros procesos mentales parecen quedar definitivamente condenados a la prisión determinista de la física newtoniana de siempre.

  En cuanto a la pretensión, más razonable, de que el optimismo del “pensamiento positivo” puede favorecer la salud al influir sobre el sistema nervioso, parece que tampoco hay nada comprobado sobre esto…

¿Esas personas están sanas porque son felices, o son felices porque están sanas? Harían falta estudios longitudinales a largo plazo para saber cuál es la causa y cuál la consecuencia. De estos estudios hay tres que se suelen citar por parte de los psicólogos positivos, y ninguno de ellos llega a conclusiones definitivas. (…)Las pruebas de que las emociones positivas pueden proteger a quienes padecen dolencias coronarias, sin embargo, parecen más sólidas, aunque no estoy en condiciones de evaluarlas.(…) Algunos de los estudios (…) incluso llegan a la conclusión de que ciertos rasgos de carácter negativo, como el pesimismo, pueden ser más saludables a largo plazo. 

  De todas formas, no hay tampoco nada esencialmente malo en promover el optimismo…

Es cierto que hay factores subjetivos, como la fuerza de voluntad, que resultan básicos para la supervivencia, y que hay individuos que en ocasiones salen triunfantes de una situación de pesadilla. Pero la mente no domina automáticamente la materia 

Lo que nos promete el “ser positivo” es que tu vida mejorará en aspectos concretos, materiales; y, en el sentido más simple y práctico, probablemente sea así. Si eres “agradable”, le caerás mejor a la gente que si te pasas la vida gruñendo, criticando y viéndolo todo al revés. Gran parte de los consejos sobre cómo actuar que brindan los gurús, por internet o en las charlas, son de lo más inofensivos. 

  Pero lo que preocupa -y con razón- a la señora Ehrenreich es que esta “filosofía popular” sobre el pensamiento positivo estaría perversamente relacionada con pautas de comportamiento antisociales…

[El] autor de un libro superventas publicado en 2005, "Los secretos de la mente millonaria", aconseja quitarse de encima a las personas negativas, aunque vivan contigo (…) En el mundo del pensamiento positivo, los demás no están ahí para que los cuidemos, ni para darnos baños de realidad que no les hemos pedido. Solo tienen sentido si nos animan, nos aplauden y nos reafirman. (…) Es como si hubiera un déficit masivo de empatía, al que la gente responde dejando a su vez de practicarla. Ya nadie tiene tiempo ni paciencia para los problemas ajenos.

El pensamiento positivo está ahí al quite para decirle a cada uno que se merece más, y que puede conseguirlo si de verdad lo desea y está dispuesto a alcanzarlo con su esfuerzo. (…) Otra función que se ha arrogado el pensamiento positivo es la de defender los aspectos más crueles de la economía de mercado. Dado que el optimismo es la clave para el éxito material, y dado que se puede alcanzar ese enfoque vital optimista si uno practica el pensamiento positivo, no hay excusa para el fracaso. 

Lo que de verdad tiene el pensamiento positivo de ideología conservadora es su apego al sistema, con todas sus desigualdades y sus abusos de poder.

Nuestra disposición a endeudarnos hasta el cuello y seguir gastando está íntimamente relacionada con el optimismo (…) El eje de cualquier burbuja económica es una epidemia de autoengaño que infecta no solo a millones de inversores sin formación, sino también a muchos de los ejecutivos y banqueros más inteligentes, expertos y sofisticados.

El capitalismo fundamentalista, o la idea de que los mercados se corrigen a sí mismos, que no necesitan a ningún regulador que venga a meter las narices en ellos. (…) ¿Y qué era ese capitalismo fundamentalista sino el pensamiento positivo huyendo hacia adelante?

Siempre, en un susurro, le llega también el mensaje ominoso de que, si no tienes lo que deseas, si te encuentras mal, desanimado, o derrotado, la culpa es solo tuya. La teología positiva ratifica y culmina un mundo sin belleza, sin trascendencia y sin piedad.

[Es] una fuerza que nos anima a negar la realidad, a someternos con alegría a los infortunios, y a culparnos solo a nosotros mismos por lo que nos trae el destino.

  Dentro del contexto de lo “regresivo”, la señora Ehrenreich añade la observación de que la versión “cristiana” del pensamiento positivo se revela como más bien pagana…

El credo básico de la teología positiva (…) [es] que Dios está al quite para darte lo que deseas

  Lo cual nos recuerda a las viejas religiones en las que hombres y dioses intercambiaban mutuas contraprestaciones…

  Puesto que la filosofía del pensamiento positivo apareció en Estados Unidos (tiene claros precedentes en el siglo XIX), la autora analiza cuál podría ser su mecanismo cultural originario y concluye que habría sido la variedad anglosajona del protestantismo calvinista. Cuando juzgamos la sociedad norteamericana, nunca hemos de olvidar que se trata de una sociedad que ha alcanzado un alto nivel social y económico, pero que lo ha hecho de forma diferente a como lo han conseguido las naciones menos políticamente poderosas, pero probablemente más socialmente exitosas del norte de Europa…

Si una de las mejores cosas que se pueden decir del pensamiento positivo es que consiguió erigirse en alternativa al calvinismo, una de las peores es que acabó manteniendo algunos de los rasgos calvinistas más tóxicos: la forma despiadada de juzgar, similar a la condena del pecado que hacía la religión, y la insistencia en hacer una constante labor de autoexamen. La alternativa norteamericana al calvinismo no iba a ser el hedonismo, ni siquiera la defensa de las emociones espontáneas, no. Para el que piensa en positivo, las emociones siguen siendo sospechosas, y uno debe pasarse el día supervisando atentamente su propia vida interior.

El pensamiento positivo no elimina la necesidad de estar siempre alerta, lo único que cambia es que uno ha de estar alerta hacia sí mismo. En vez de estar preocupándonos por si se derrumba el tejado o por si nos despiden del trabajo, el pensamiento positivo nos anima a preocuparnos por las propias expectativas negativas, sometiéndolas a revisión constante. Al final, nos impone un tipo de disciplina mental exacta a la del calvinismo

  Quizá Ehrenreich se precipita al condenar la reflexión y el autocontrol sobre las acciones y sus consecuencias, pues en ello se basa todo éxito psicológico en afrontar los problemas sociales a lo largo del proceso civilizatorio (aplicar la razón y el juicio a la realidad circundante). Si a veces la actitud de autocontrol parece desquiciante, lo más probable es que estos casos negativos se deban a los pobres resultados que dan ciertas elecciones de criterio a la hora de organizar los fines y las estrategias de autocontrol.

  De todas formas, el punto de vista de la autora en cuanto a la cuestión particular del pensamiento positivo no deja lugar a dudas: se trata de una actitud inútil, además de irracional (perniciosa intelectualmente) y amoral (porque se vincula a una ideología egoísta del propio éxito)

Se trata de algo para lo que es necesario autoengañarse, así como esforzarse sin pausa en reprimir o bloquear lo indeseado y los pensamientos “negativos”.

  No hay nada que fundamente semejante filosofía de vida. Lo que sí existe es la inevitabilidad de ser vulnerables al engaño cuando nos enfrentamos a situaciones angustiosas

El ser realista –incluso incurriendo en el pesimismo defensivo– es un requisito básico para la supervivencia, tanto en los seres humanos como en cualquier especie. (…) Esta insistencia del pensamiento positivo en que nos concentremos en que todo va a salir bien, en vez de buscar los peligros que acechan, contradice uno de nuestros instintos más básicos

    El pensamiento positivo es un desarrollo de una particular actitud (un rasgo actitudinal) que descansa en el voluntarismo (a veces con apoyo exterior, como cuando se recurre a un terapeuta). Este desarrollo actitudinal puede darse en muchos ámbitos, y en este libro se incluyen algunas observaciones muy valiosas al respecto:

El sociólogo Arlie Hochschild publicó en la década de 1980 un estudio muy famoso en el que argumentaba que las azafatas sufren estrés y se sienten vacías emocionalmente por la exigencia de atender a los pasajeros con continuo buen humor. “Pierden el contacto con sus propias emociones”

Dos investigadores de “percepción de beneficios” escribieron en un informe que las pacientes de cáncer de mama con las que habían trabajado mencionaban repetidamente que a ellas los intentos de animarlas a identificar ‘beneficios percibidos’, incluso cuando se hacía con la mejor intención, les parecían una muestra de insensibilidad y una inconveniencia.

  El concepto de “percepción de beneficios” supone que un individuo puede cambiar su actitud si focaliza su pensamiento en determinados aspectos positivos racionalmente valorados…

“Ya que una no puede dar por sentado que va a recuperarse, al menos debería llegar a ver el cáncer como una experiencia positiva”

  En conjunto, el activismo social del que Ehrenreich se hace portavoz no considera valioso el planteamiento actitudinal, ni en lo tocante al optimismo, ni en lo tocante a buscar la felicidad al focalizar nuestra percepción en los supuestos beneficios disponibles…

Si hablamos en términos globales, el mayor obstáculo para la felicidad es la pobreza. Las encuestas sobre felicidad, hasta donde podemos confiar en ellas, muestran siempre que los países más felices del mundo suelen ser los más ricos. (…) Dentro de cada país, la gente más rica tiende a ser más feliz

  Ehrenreich no da importancia al hecho de que, al fin y al cabo, si la gente es más feliz con la riqueza se debe a que ha sido condicionada culturalmente en una sociedad que determina que la adquisición de bienes es el medio adecuado para alcanzar el éxito social (también sería concebible una sociedad que no valorase el éxito social...). Tenemos entonces que, por un lado, se condena una “filosofía popular” que pone como objetivo vital el éxito económico pero, por el otro, se asume que la única felicidad posible es aquella cuyos estándares establecen una sociedad basada en tales principios de éxito económico…

  Ya las viejas religiones utilizaban con éxito estrategias de recogimiento, seclusión y meditación a fin de mejorar los comportamientos en un sentido prosocial (más confianza, menos agresividad, más cooperación… más autocontrol). Enseñar formas de alcanzar el optimismo, la felicidad o una benevolencia dichosa puede ser útil e incluso prometedor. Lo falaz del “pensamiento positivo” sería utilizar estrategias actitudinales poco productivas (basadas en el autoengaño) como estrategia para alcanzar metas vulgares.

   El estudio de las azafatas es muy interesante en el sentido de que una actitud positiva y altruista de autocontrol puede resultar contraproducente en un contexto que no proporciona refuerzo al que actúa, pero una actitud de autocontrol en un sentido prosocial sí que puede ser muy efectiva si implica una interacción en todo el entorno, si se da una coherencia entre fines, medios y gratificaciones.

  Utilizar el fomento del optimismo y la benevolencia (en el caso del “pensamiento positivo” solo el optimismo) como mero instrumento para fines incoherentes (la ambición personal en el caso del “pensador positivo”, y un fugaz efecto tranquilizador en el de las azafatas) supone una escasa mejora social… pero sí demuestra, al menos, la efectividad, ya hace mucho tiempo conocida, de tales estrategias de mejora del comportamiento mediante la programación actitudinal.