lunes, 25 de mayo de 2015

“La mente adaptada”, 1992. Barkow, Cosmides y Tooby.

  En este libro de Jerome Barkow, Leda Cosmides y John Tooby, en el cual colaboraron otros científicos sociales destacados (entre ellos David Buss y Steven Pinker) se buscó sobre todo desafiar lo que se llamaba el “Modelo Estándar de las Ciencias Sociales”, una concepción científica del comportamiento humano poderosamente influida por ciertos prejuicios políticos. A este modelo estándar se oponía la visión adaptacionista defendida por los autores.

  Para comprender el planteamiento del “Modelo Estándar” podemos comenzar por leer estas líneas del gran antropólogo Clifford Geertz:

“Nuestras ideas, nuestros valores, nuestros actos, incluso nuestras emociones, son, como nuestro sistema nervioso mismo, productos culturales –productos manufacturados, de hecho, a partir de tendencias, capacidades y disposiciones con las cuales hemos nacido, pero manufacturadas sin embargo”

  Básicamente, el “Modelo Estándar” es el de la “tabla rasa”, es decir: que el ser humano llega al mundo, a diferencia de los demás animales, casi despojado de comportamientos instintivos en lo referente a la vida social, y que es mediante el aprendizaje dentro del entorno humano como adquiere sus pautas de comportamiento definitivas, mientras que la posición opuesta del adaptacionismo (también se le suele llamar “psicología evolutiva” o “sociobiología”) defiende que existen multitud de instintos que determinan el comportamiento humano (también a nivel social) y que limitan la capacidad transformadora de la cultura.

  Para entenderlo todavía más fácilmente: de la misma forma que mamíferos como el castor o la ardilla nacen “sabiendo” construir presas o almacenar nueces, también el ser humano nace “sabiendo” determinadas pautas de comportamiento social, como la forma de distribuir la comida o de organizar su vida familiar.

  Las implicaciones ideológicas de los distintos supuestos teóricos  han solido estorbar el esclarecimiento de la cuestión mediante la mera observación científica.

La hostilidad del Modelo Estándar de Ciencias Sociales a las formulaciones adaptacionistas frecuentemente se justifica con la acusación de que los adaptacionistas atribuyen las importantes diferencias entre los individuos, razas y clases a diferencias genéticas.

   Pero…

En la realidad, las formulaciones adaptacionistas ofrecen la explicación de por qué la unidad psíquica de la humanidad es genuina y no solo una ficción ideológica; porque se aplica de una forma privilegiada a las dimensiones organizadas de nuestra arquitectura más significativas, globales, funcionales y complejas, y porque las diferencias entre los humanos que son causadas por la variabilidad genética que los geneticistas han encontrado son abrumadoramente periféricas y de características propias de la arquitectura menor y superficial. 

    Lo que esto quiere decir es que cuando el modelo antiadaptacionista (de "tabla rasa") considera que los comportamientos humanos dependen en casi todo del entorno cultural, también  supone que cualquier tipo de manipulación (política, por ejemplo) es factible a fin de convertir a los individuos en diferentes entre sí a nivel de comportamiento, mientras que es el modelo adaptacionista (aquel en el que resultan fundamentales los comportamientos sociales instintivos) el que señala una clara identidad humana universal imposible de manipular.

Hay una naturaleza humana universal (…) La variabilidad cultural no es un desafío a las pretensiones de universalidad, sino más bien se trata de datos que pueden darnos una visión de la estructura de los mecanismos psicológicos que ayudaron a generarla.

Los mecanismos psicológicos evolutivos son adaptaciones que la selección natural ha llevado a cabo.

La psicología evolutiva es simplemente psicología que está informada por el conocimiento adicional que la biología evolutiva tiene que ofrecer, en la expectativa de que la comprensión del proceso que ha diseñado la mente humana avanzará el descubrimiento de su arquitectura.

    Hemos de tener en cuenta que la mente no ha sido adaptada originalmente al entorno de las sociedades agrícolas con las que estamos más familiarizados hoy: la adaptación habría tenido lugar mucho antes, en el pasado ancestral de la prehistoria, en las sociedades primitivas de cazadores-recolectores que existieron durante decenas y hasta cientos de miles años atrás; habría sido entonces cuando se formó el genoma humano, también en lo referente al comportamiento social.

La estructura evolucionada de la mente humana está adaptada a la forma de vida de los cazadores-recolectores del Pleistoceno, y no a nuestras modernas circunstancias. (…) Si la selección hubiera construido nuevas adaptaciones complejas rápidamente a lo largo del tiempo histórico, entonces las poblaciones que han sido agricultoras durante varios miles de años diferirían notablemente en su arquitectura evolutiva de las poblaciones que hasta recientemente han practicado la caza y recolección.

   Con todo, parece que en esto los autores se equivocan hasta cierto punto, porque sí es cierto que existen algunas diferencias notables en la arquitectura evolutiva de los pueblos agricultores no solo con respecto a los que hasta recientemente han practicado la  caza y la recolección, sino también con respecto a otras sociedades agrícolas. El más conocido ejemplo es el desarrollo de la modificación genética de la tolerancia a la lactosa, que permitió enriquecer la dieta de los pueblos ganaderos (entre ellos, los indoeuropeos) al hacer que pudieran alimentarse de la leche de sus reses, lo que les proporcionó una gran ventaja sobre otros pueblos.  Sin embargo, es verdad que estos ejemplos recientes de evolución biológica no son muy decisivos en lo fundamental del comportamiento social humano.

  Quede claro que tampoco el “Modelo Estándar” es una necedad: muy al contrario, se basa en la observación, especialmente antropológica (al analizar las diferencias culturales entre multitud de pueblos), de cómo el ser humano se adapta culturalmente –no biológicamente- a diferentes entornos. El adaptacionismo de la psicología evolutiva no niega que este fenómeno de transformación cultural exista, pero tiene en cuenta que las adaptaciones no son potencialmente infinitas y que se producen mediante un mecanismo diferente del que considera el “Modelo Estándar”: hay cosas que no pueden cambiarse, no somos una “tabla rasa”. Si bien se dan muchos cambios en las pautas de comportamiento social por influencia del entorno cultural, estos cambios se atienen a unas estructuras básicas, no implican una flexibilidad absoluta.

La cultura humana y el comportamiento social son tan variables porque son generados por un conjunto de programas funcionales increíblemente intrincados y contingentes que usan y procesan información del mundo, incluyendo información que es proporcionada tanto intencionalmente como inintencionadamente por otros seres humanos.

  Aquí viene muy al caso la cita del filósofo y pionero de la psicología William James:

Para comportarse de una manera flexible, los humanos deben tener más instintos que otros animales, no menos

  Según la teoría adaptacionista, pues, el ser humano nacería con una serie de “programas de instintos” psicológicos que conciernen especialmente a la vida social

La mente humana contiene mecanismos evolucionados emocionales y motivacionales que están específicamente determinados para responder a problemas adaptativos relacionados con la paternidad, la comunicación emocional con niños y adultos, parentesco, elección de pareja, atracción sexual, agresión, evitación del peligro, custodia de la pareja, distribución de esfuerzos en el cuidado de la prole y demás. Esto es, los humanos tienen adaptaciones psicológicas que contienen estructuras con contenido que son específicamente sobre sus madres, sus hijos, el comportamiento sexual de sus parejas, y sobre aquellos que, por determinados rasgos, son identificados como parientes (…) y estos contenidos no derivan exclusivamente ni de una corta lista de impulsos ni de unos valores culturalmente variables que hayan sido socialmente aprendidos

Gran parte de la sustancia de la vida social atribuida a la “cultura” en todo el mundo está en parte causada por la operación de mecanismos específicos contingentes de respuesta

La capacidad humana para la flexibilidad adaptativa y una fuerte resolución de problemas es tan grande precisamente a causa del número de mecanismos de especificidad que poseemos en dominios particulares.

El planteamiento de que algunos fenómenos son “construidos socialmente” solo quiere decir que el entorno social proporcionó algunos de los impulsos o estímulos usados por los mecanismos psicológicos de los individuos implicados

    Esta idea implica que dentro de estos mecanismos innatos contamos con una serie de “fórmulas” o “patrones” que se repiten en todas las culturas siempre y cuando se den algunas claves condicionantes del entorno. Aunque los autores de “La mente adaptada” no lo mencionan, es un hecho que las culturas precolombinas desarrollaron formas de civilización que mostraban asombrosos paralelismos con las de Eurasia, a pesar de que no existió contacto alguno entre ambos mundos: tanto mexicanos como egipcios o chinos tenían momias, pirámides, imperios, esclavos, animales domésticos, bebidas alcohólicas, prohibición del incesto, hombres polígamos, mujeres sumisas, sacrificios humanos, dinero, escritura, literatura y teología…

Si el pensamiento humano cae en patrones recurrentes de lugar a lugar y de tiempo en tiempo, esto es porque se está anclado en mecanismos psicológicos universales

Si las mentes fueran inicialmente tabulas rasas, sin previa estructura de contenido, entonces ningún antropólogo o inmigrante en una cultura extraña podría nunca aprender nada sobre ella.

   Y esta relativa predeterminación instintiva se encuentra, naturalmente, dentro de cada uno de nosotros, en nuestra herencia genética…

Las interacciones humanas super-individuales dependen íntimamente de las representaciones y otros elementos reguladores presentes en la cabeza de cada individuo implicado y, en consecuencia, en los sistemas de computación dentro de cada cabeza.

Tradicionalmente, los psicólogos cognitivos han asumido que la mente humana incluye solo reglas de razonamiento de intenciones generales y que estas reglas son pocas en número y de contenido libre. Pero una perspectiva cognitiva informada por la biología evolutiva pone en duda estas asunciones.(…) Es verosímil que la selección natural también ha producido reglas mentales que están especializadas para el razonamiento acerca de varios importantes ámbitos evolutivos, tales como la cooperación, la amenaza agresiva, la paternidad, la evitación de la enfermedad y la evitación de los predadores.

  Al estudiar esta diversidad de instintos que operan a nivel cognitivo surge la necesidad de aceptar un diseño modular de nuestros cerebros: igual que nuestra fisiología requiere del desarrollo de diversos órganos específicos (corazón, pulmones, riñones…), la estructura de nuestra mente también requeriría de diversos órganos (o módulos) presentes en la estructura física de nuestro cerebro.

Modularidad [es] la proposición de que la mente contiene muchas diferentes subunidades funcionalmente aisladas, cada una especializada en procesar diferentes clases de información 

Mecanismos psicológicos evolucionados o módulos (estructuras complejas que están funcionalmente organizadas para procesar información) podrían desarrollarse en cualquier punto del ciclo de la vida

La mente multimodular aborda el problema de cuándo los diferentes módulos deberían comunicar sus resultados los unos a los otros

    Esta concepción multimodular coincide, por ejemplo, con la idea de la “gramática universal” de Chomsky, que señala la existencia de uno de los “órganos” mencionados, el del lenguaje:

La pieza central de la psicolingüística de Chomsky [es que] los niños deben estar equipados con mecanismos especializados (“órganos mentales”) que están funcionalmente organizados para explotar ciertos universales gramáticos del lenguaje humano.

  Otro ejemplo sería el desarrollo en la mente humana (es decir, la puesta en marcha del correspondiente módulo), a partir de cierta edad del niño, de la “Teoría de la Mente”: la capacidad para que el individuo comprenda la existencia del comportamiento racional en otros sujetos y sus procesos cognitivos semejantes a los suyos propios, algo que nos permite prever los comportamientos sociales:

Este módulo consiste en una maquinaria computacional especializada que permite al individuo representar la noción de que ciertos “agentes” pueden tener “actitudes” hacia “proposiciones” (así, “Mary” puede “creer” que  “X”, “Mary” puede “pensar” que “X”, y así). Entre las edades de 3 y 5 años este sistema inferencial de dominio específico se desarrolla en base a un patrón característico que ha sido confirmado en culturas de Norteamérica, Europa y China

  La concepción modular de la mente humana tampoco es algo nuevo, aunque sí es más innovador el que se la tenga en cuenta desde el punto de vista del comportamiento social

La modularidad de la percepción ha sido ampliamente aceptada durante largo tiempo. Virtualmente nadie espera que los procesos cognitivos que sostienen la visión sean los mismos que los que sostienen la audición, por ejemplo.

Si la selección natural ha producido especializaciones cognitivas en el cerebro masculino para resolver problemas espaciales asociados con la caza, entonces también debería haber producido especializaciones cognitivas en el cerebro femenino para resolver los problemas especiales bastante diferentes asociados con la recolección

  Para comprender cómo sí llegan a darse, dentro del esquema adaptacionista, las diferencias culturales, podemos contemplar primeramente un modelo de variaciones de pautas de comportamiento instintivas a partir de los cambios en el entorno, variaciones que no serían ilimitadas, sino que se atendrían a la programación genética de cada individuo, dentro del apartado de “comportamiento social”. Aprendiendo acerca de cómo se desencadenarían tales variables instintivas a partir de unos determinados cambios en el entorno, podríamos llegar a comprender el funcionamiento esencial de las fórmulas sociales de base genética y las posibilidades del cambio cultural, siempre dentro del gran número de variables que nos permite nuestra predisposición genética a adoptar determinadas pautas de comportamiento social.

Interpretar otra cultura es un asunto de aprender cómo el conjunto evolucionado de significados que ha llegado a asignarse a un conjunto de objetos o elementos en una situación son, en otra cultura, asignados a un conjunto diferente

  Esto incluso nos plantea posibilidades esperanzadoras.

En lugar del punto de vista tradicional de que el egoísmo es natural y el altruismo solo es impuesto socialmente contra la inclinación natural, la biología evolutiva ha descubierto que el altruismo y la cooperación pueden ser tan naturales como el egoísmo. De hecho, estos análisis han mostrado que Hobbes estaba bastante equivocado: la cooperación puede emerger en la ausencia del Leviatan.

  Así pues, el adaptacionismo, la consideración de unas posibilidades limitadas de transformación cultural, no se contradice con que la cultura  pueda intervenir en muchas formas a partir de esa base instintiva que, al fin y al cabo, resulta ser también bastante rica. De esta consideración surgen los conceptos de “cultura transmitida” y “cultura evocada”.

  La “cultura transmitida” sería la que conocemos habitualmente como “cultura”, es decir, pautas de comportamiento que el individuo recibe de su entorno comunitario. Algo diferente sería la “cultura evocada”

Llamamos a las similitudes puestas en funcionamiento por las circunstancias locales la “cultura evocada”. 

Aspectos significativos de la variación cultural en el intercambio social pueden ser reconciliados con una naturaleza humana universal si se aplica el concepto de cultura evocada. Los varios conjuntos de reglas sociales que gobiernan el intercambio social serán universales, pero qué conjuntos son activados diferirá de situación a situación dentro de la cultura, tanto como entre culturas.

[“Cultura evocada” y “cultura transmitida”] no son en absoluto excluyentes y normalmente operan juntas para formar la distribución de las similitudes y diferencias humanas. 

Una simple ilustración de cultura evocada serían, por ejemplo, las reglas de decisión que gobiernan la reciprocidad al compartir comida
 
   Mientras que las reglas sobre compartir la comida son principalmente innatas (siempre habrá una autoridad que reparta la comida, se hará de forma igualitaria, niños, mujeres y enfermos han de recibir su parte… esto sería "cultura evocada"), muy diferentes son las reglas acerca de qué alimentos tomar, en qué orden serían tomados y que prohibiciones religiosas se aplicarían en este ámbito, que podrían entrar dentro del campo de la "cultura transmitida". Si el entorno fuese de extrema penuria, podrían activarse fórmulas de supervivencia del grupo innatas que implicasen desde la práctica del canibalismo, al infanticidio o el proporcionar menos alimentos a las niñas que a los niños. Este tipo de fórmulas drásticas se dan en todos los pueblos primitivos que se ven en situaciones de riesgo de supervivencia, y entran por tanto en el ámbito de la "cultura evocada".

   La conclusión es que la comprensión de las pautas innatas de una “mente adaptada” nos  puede proporcionar una base segura para el desarrollo de las posibilidades de futuras adaptaciones culturales.

La psicología yace bajo la cultura y la sociedad, y la evolución biológica yace bajo la psicología.

viernes, 15 de mayo de 2015

“Terapia cognitiva”, 2004. Aaron Beck y colaboradores.

  La terapia cognitivo-conductual es hoy una de las escuelas de psicoterapia más atractivas y cuyas prácticas son más utilizadas.

En la década que ha transcurrido desde que Aaron T. Beck y sus colegas publicaron el ahora clásico "Cognitive Therapy of Depression" -1979-, la terapia cognitiva se ha desarrollado de una manera casi exponencial.

  En realidad, este tipo de terapia no es otra cosa que un conductismo más sensato que el excesivamente simple conductismo original de John Watson y B F Skinner. El conductismo originario consideraba que el comportamiento humano se basa en las reacciones instintivas ante los estímulos del entorno. Solo que olvidó  que la dotación instintiva de cada individuo es un poco diferente del de cualquier otro individuo y también olvidó que entre los instintos humanos se encuentra el uso de la razón. Además, los primeros conductistas tenían una visión demasiado pobre de las necesidades humanas que el instinto busca satisfacer (por ejemplo: afirmaban que se desea alimento, sexo y descanso, cuando también se desea, entre otras cosas, afectividad y obtención de estatus social).

  Ahora todo eso se ha corregido y ya tenemos un esquema lúcido del comportamiento humano que incluye la facultad cognitiva del individuo y que, en consecuencia, ofrece posibles soluciones a los problemas de convivencia mediante el esclarecimiento racional de nuestras motivaciones. Es decir: la terapia enseña a los pacientes a pensar mejor.

Sabemos que las personas no ceden a todo impulso, ya sea que se trate de reír, llorar o golpear a alguien. Otro sistema —el «sistema de control»— opera en conjunción con el sistema de acción para modular, modificar o inhibir impulsos.

  Como función terapéutica, el objetivo de la escuela cognitivo-conductual es resolver un problema de conducta que puede ser cognitivamente descrito. Cuando éste está arraigado en la misma personalidad del individuo (personalidad problemática) la situación se califica de “trastorno”.

Los pensamientos automáticos se vuelven hipervalentes en la depresión y se expresan en ideas tales como «Soy indigno» o «Soy indeseable».(…) los autoconceptos exageradamente negativos (o positivos) pueden ser los factores que llevan a alguien, de tener un «tipo de personalidad», a tener un «trastorno de la personalidad».

El trastorno de la personalidad constituye probablemente una de las representaciones más impresionantes del concepto de «esquema» de Beck (…) Los esquemas (reglas específicas que gobiernan el procesamiento de la información y la conducta) pueden clasificarse en una variedad de categorías útiles —por ejemplo, como esquemas personales, familiares, culturales, religiosos, de sexo u ocupacionales—. 

  Como estrategia básica de abordaje psicológico del comportamiento humano, la terapia cognitivo-conductual no se equivoca en prácticamente nada. Solo tiene el problema de que quienes la practican no son los mismos que identifican los problemas humanos (se les dé el carácter de “trastorno” o no), sino que se limitan a resolver aquellas situaciones que las convenciones sociales les presentan como problemáticas.

Las pautas de personalidad (cognición, afecto y motivación) de las personas con trastornos de la personalidad presentan desviaciones respecto de las otras personas

   Es normal que así sea: los terapeutas son profesionales que obran por encargo, y si la sociedad (la cultura) no ha identificado del todo bien cuáles son los problemas humanos esenciales, entonces ellos tampoco tienen por qué hacerlo dado que no es ésa la función de un técnico.

  Veamos ejemplos de esto:

Lo que más temen muchos pacientes dependientes es que la terapia les lleve a una independencia y un aislamiento totales: que tengan que enfrentarse a la vida por sus propios medios, sin ninguna ayuda ni respaldo de otros. 

  En este caso, los “dependientes” (aquellas personas que padecen un “trastorno” que implica cierta incapacidad para obrar por sí mismas) lo que temen es algo que humanamente todos hemos de temer: la soledad. El terapeuta, sin embargo, trata de convencer a la persona sufriente de que acepte la soledad (evolutivamente, la soledad no tiene mucho sentido: nuestro patrimonio genético se formó en una época en la que todos los seres humanos vivían en estrecho contacto dentro de sus pequeñas comunidades de cazadores-recolectores). La sociedad convencional puede ser brutal al condenar a tantas personas a una existencia solitaria, pero el terapeuta no puede cuestionar eso: solo debe considerar que aquel que no soporta la soledad es una persona “desviada”.

  Otro ejemplo:

Los pacientes  [del “trastorno de evitación”] tienen dificultades para evaluar las reacciones de los otros. Quizás interpreten una reacción neutra o positiva como negativa. Tal vez busquen reacciones positivas incluso en personas que no tienen importancia en sus vidas, como empleados de tiendas o choferes de autobús; le atribuyen una gran significación a que nadie piense mal de ellos

  La idea de que hay “personas sin importancia” (los empleados de tiendas, por ejemplo) tiene un origen tan cultural como la de que la gente debe aceptar la soledad. Igualmente, el terapeuta tiene que convencer al paciente de que acepte la insignificancia de la mayoría de la gente, despreocupándose de su interacción social con ellas (es decir: el terapeuta, hasta cierto punto, promueve la indiferencia hacia los semejantes).

  Podemos imaginarnos perfectamente a un terapeuta cognitivo-conductual iraní que fuese un fundamentalista religioso (tal como se espera en esta sociedad) tratando también de convencer a su paciente de que debe aceptar la religión y los controles represivos propios de su cultura convencional y de que si no lo hace es que padece un trastorno. Ésta, por lo demás, sería la misma actitud de un juez, de un educador o de cualquier trabajador social dentro de esa cultura en concreto.

  Es necesario remarcar esto para que quede claro que la terapia cognitivo-conductual no supone estrictamente una visión específica de la naturaleza humana ni ofrece directamente aportación humanista alguna: técnicas cognitivo-conductuales podrían aplicarse también, por ejemplo, a una organización paramilitar a la que se le asignara el cometido de ejecutar crímenes espantosos. De hecho, Heinrich Himmler se quejó en cierta ocasión de que era necesario rediseñar las ejecuciones masivas de paisanos indefensos porque se le informaba de que, de la forma en que se estaban llevando a cabo, generaban daño psicológico en los verdugos… (en este caso no se recurrió a la terapia para los verdugos, pero sí se cambió la forma de ejecutar los asesinatos en masa).

  Siempre habremos de tener en cuenta, por tanto, que las calificaciones de “trastorno”, de “problema”, de “desviación”, están condicionadas culturalmente.

  Ahora bien, en el planteamiento técnico de la terapia cognitivo-conductual ¿hay elementos humanistas en sí, más allá de que se busque el control del comportamiento en función de la cultura convencional dentro de la cual trabaja el terapeuta?

  Examinemos un poco primero esa técnica y juzguémosla después desde un punto de vista humanista o de “progreso civilizatorio” (formulación de pautas culturales que promuevan la cooperación eficiente a nivel universal).

La terapia cognitiva postula que hay importantes estructuras cognitivas organizadas jerárquicamente en categorías. 

Los teóricos de la terapia cognitiva comparten con los psicoanalistas la idea de que en el tratamiento de los trastornos de la personalidad es por lo general más productivo identificar y modificar los problemas «nucleares». Las dos escuelas difieren en su visión de la naturaleza de dicha estructura nuclear (…) Desde el punto de vista de la terapia cognitiva, los productos en proceso son en gran medida conscientes y, con un entrenamiento especial, aún más procesos pueden resultar accesibles a la conciencia. 

  La idea de “estructura cognitiva” implica una cierta capacidad para aprehender la naturaleza individual. Y hay algo más: se da por sentado que existe la capacidad del individuo para cambiar sus propias estructuras, sus propias creencias nucleares y sus pensamientos automáticos. A diferencia del caso del un tanto siniestro psicoanálisis, el esclarecimiento de la estructura de la mente se hace de forma consciente, no descansa sobre un subconsciente alcanzable solo por el técnico en cuyas manos se pone el individuo aquejado del trastorno. El sujeto puede por ello mejorar a voluntad, aunque no siempre pueda hacerlo sin ayuda. Se enfrenta a un problema que es posible comprender y resolver por sí mismo, siempre que acepte soberanamente lo que implica.

La terapia provocará ansiedad, porque se le pide al individuo que vaya más allá del cambio de una cierta conducta, o de dar un marco nuevo a una percepción. Se le pide que renuncie a lo que es y a como se ha definido a sí mismo durante muchos años. 

Como una persona se basa en sus creencias para interpretar los hechos y guiarse en la selección del método que le permita enfrentarse a ellos, no puede renunciar a dichas creencias mientras no haya incorporado otras nuevas y estrategias adaptativas que las sustituyan. 

  Esto no es muy diferente de lo que ha hecho la religión: identificar impulsos (pecados, tentaciones…), formularlos esquemáticamente (muchas veces, míticamente) y oponerles “sistemas de control” igualmente definidos en “creencias” o esquemas que tratan de contrarrestar los de tipo antisocial. De hecho, el terapeuta cognitivo-conductual se parece bastante a un confesor o a un guía espiritual (mientras que el psicoanalista se parece más a un brujo o hechicero…).

   Pero muchos pueden pensar (al igual que se ha hecho con respecto a la religión) ¿no es un reduccionismo excesivo el considerar que podemos comprender y cambiar la personalidad (la conducta) a partir de un esquematismo tan simple?

  Tal vez es que no somos tan complejos…

La manera de evaluar una situación depende por lo menos en parte de las creencias subyacentes pertinentes. Esas creencias están insertadas en estructuras más o menos estables, denominadas «esquemas», que seleccionan y sintetizan los datos que ingresan. La secuencia psicológica pasa entonces de la evaluación a la activación afectiva y motivacional, y finalmente a la selección e instrumentación de la estrategia pertinente. Consideramos que las estructuras básicas (esquemas) de las que dependen estos procesos cognitivos, afectivos y motivacionales, son las unidades fundamentales de la personalidad. Los «rasgos» de la personalidad identificados con adjetivos tales como «dependiente», «retraída», «agobiante», o «extravertida» pueden conceptualizarse como expresiones abiertas de estas estructuras subyacentes. 

  Hemos visto que problemas y trastornos son en parte calificados de acuerdo con la cultura del momento, pero lo realmente valioso es que el método posee una simplicidad que lo hace particularmente apropiado para que terapeuta y paciente cooperen de forma activa. Cualquiera puede comprender que, en muchas ocasiones, obramos en base al automatismo de creencias y pensamientos concretos. Así, por ejemplo, en el llamado “trastorno de la personalidad por evitación”

Según los criterios del DSM-III-R [manual diagnóstico de las enfermedades mentales] tienen el siguiente conflicto clave: les gustaría estar muy cerca de los demás y hacer realidad su potencial intelectual y vocacional, pero temen ser heridas, ser rechazadas y fracasar.(…) creencias nucleares: «No soy bueno… Soy indigno… No merezco ser amado. No tolero sentimientos desagradables». (…) Creencias condicionales: «Si las personas se me acercan, descubrirán mi verdadero yo real y me rechazarán; eso sería intolerable»(…) Creencias instrumentales o de autoinstrucción, como por ejemplo: «Lo mejor es mantenerse libre de compromisos arriesgados»

   En el llamado “trastorno de personalidad por dependencia” (ya mencionado) la creencia o actitud básica del “paciente” puede simplificarse como: “estoy desvalido”, lo que da lugar a una estrategia de “apego”, es decir, buscar compulsivamente el apoyo de una determinada persona; en el llamado “trastorno de personalidad pasivo-agresivo”, la creencia o actitud básica sería “podrían dominarme”, lo que da lugar a una estrategia de “resistencia” compulsiva a cualquier comportamiento que se interprete como hostil…

  (Otros trastornos de personalidad según la teoría de la terapia cognitivo-conductual: de personalidad esquizoide, narcisista, histriónica, obsesivo-compulsiva, paranoide…)

  Este tipo de enfoque de los “trastornos” puede suponer un planteamiento útil más allá de resolver situaciones graves de inadaptación y sufrimiento.

Las conductas y los síntomas característicos de los trastornos de la personalidad no son exclusivos de esos trastornos. Los tratamientos conductuales y cognitivo-conductuales de problemas tales como la conducta impulsiva, las habilidades sociales pobres y la expresión inadecuada de la ira cuentan con un aval empírico considerable. 

  Es decir, no necesitas estar enfermo para encontrar utilidad a una forma racional y lúcida de abordar las problemáticas de comportamiento.

   En general, podemos decir que la gran aportación de las ciencias sociales es, muy probablemente, que permite elaborar conceptos que esclarecen la naturaleza de las relaciones humanas. Esto se aplica a la perfección al caso de la psicoterapia cognitivo-conductual.

Técnicas cognitivas útiles para tratar los trastornos de la personalidad (…); el descubrimiento guiado, que le permite al paciente reconocer las pautas de interpretación disfuncionales estereotipadas;(…) la búsqueda del significado idiosincrásico, puesto que estos pacientes suelen interpretar sus experiencias de un modo inusual o extremo; (…) la rotulación de las inferencias o distorsiones inadecuadas, para que el paciente tome conciencia del carácter no razonable o distorsionado de ciertas pautas automáticas de pensamiento; (…) el empirismo cooperativo, o sea el trabajo con el paciente para poner a prueba la validez de sus creencias, interpretaciones y expectativas; (…) el examen de las explicaciones de la conducta de otras personas; (…) el ordenamiento en escalas, es decir la traducción de las interpretaciones a expresiones graduales para contrarrestar el típico pensamiento dicotómico; (…) la reatribución, o reasignación de la responsabilidad por acciones y resultados; (…) la exageración deliberada, que lleva una idea a su extremo, lo que realza las Situaciones y facilita la reevaluación de una conclusión disfuncional; (…) el examen de las ventajas y desventajas de conservar o cambiar creencias o conductas, y la clarificación de los beneficios secundarios; (…) la descatastrofización, o sea permitirle al paciente reconocer y contrarrestar la tendencia a pensar exclusivamente en términos del peor desenlace posible de una situación.
 
  Todos estos conceptos, que son propios de todo tipo de introspección en las relaciones interpersonales (se parecen a muchas técnicas literarias), apuntan al objetivo de desenredar las relaciones interpersonales y, en el caso específico de la terapia, a ayudar a una relación efectiva entre terapeuta y paciente. Una relación que puede llegar al adoctrinamiento.

Es esencial que el terapeuta, al comienzo de la terapia, dedique todo el tiempo necesario a educar al paciente en las bases del modelo de la terapia cognitiva, incluso en la terminología, los constructos terapéuticos y las habilidades específicas.

  Y la conclusión final, muy positiva, es que esta relación sí implica una actitud humanista que excede, muy afortunadamente y quizá inevitablemente, el mero tecnicismo de corregir el comportamiento desviado que determine la cultura convencional.

La naturaleza cooperativa del proceso de establecer las metas es uno de los rasgos más importantes de la terapia cognitiva 

Al tratar de ponerse en el lugar del paciente (quizás imaginándose que tiene el mismo conjunto de sensibilidades, la misma sensación de desvalimiento y vulnerabilidad), el terapeuta puede comprenderlo mejor.

Con el transcurso del tiempo, el terapeuta se convierte en un modelo de rol para el paciente —en alguien que éste puede emular cuando se trata de demostrar consideración, tacto, sensibilidad y comprensión en su propio círculo de íntimos y amigos.

Se recomienda al terapeuta que no emplee un tono de voz crítico o acusatorio

   Lo que nos ofrece la terapia, más allá de la mera técnica aparentemente “neutral”, es la desnuda sinceridad de unos esquemas en los que el paciente participa en el esclarecimiento de sus propias oscuridades, lo que le aporta libertad y racionalidad.

Las metas de la terapia deben ser explícitas y estar definidas en términos operacionales, es necesario que paciente y terapeuta trabajen para establecerlas 

  Entre lo inevitable, se encontraría también una lúcida visión de nuestra naturaleza evolutiva.

Las estrategias de predación, competencia y sociabilidad que fueron útiles en entornos más primitivos ya no se adecúan al sistema actual de una sociedad altamente individualizada y tecnológica (…)Por ejemplo, las estrategias predatorias o competitivas altamente desarrolladas que podían promover la supervivencia en condiciones primitivas quizá no se adecúen al medio social y desemboquen en un «trastorno antisocial de la personalidad».

La diversidad de dotación genética explicaría las diferencias individuales de personalidad. Así, un individuo puede estar predispuesto a «quedarse frío» frente al peligro, otro a atacar, un tercero a evitar toda fuente de peligro potencial.

Hay pruebas firmes de que ciertos tipos de temperamentos y pautas conductuales relativamente estables ya están presentes desde el nacimiento. Lo mejor es considerar esas características innatas como «tendencias» que la experiencia puede acentuar o atemperar

  Sucede en el desarrollo de esta terapia lo mismo que sucede en otras creaciones culturales “técnicas” pero relacionadas directamente con el trabajo intelectual: que son “involuntariamente” humanistas y progresistas. Lo mismo sucedió con la invención de la escritura, lo mismo sucedió con la invención de las academias y universidades, lo mismo sucedió con la invención de la imprenta y lo mismo sucedió con la invención de los periódicos: la forma implica el contenido, la técnica implica la ideología.

    Por muy torpe y mal intencionado que sea el ejercicio de la mera técnica de corrección de la conducta, en el autoanálisis asistido de las estructuras de pensamiento puede estar el germen de una particular ideología que promueva la interactuación social altruista.

El terapeuta cognitivo se esfuerza por enseñar a pensar y actuar de modo diferente, con más deliberación, en lugar de empujar a modificar sus sentimientos respecto de su conducta pasada.

El proceso de la terapia cognitiva para el Trastorno Antisocial de Personalidad puede conceptualizarse en los términos de una jerarquía de operaciones cognitivas, en la que el clínico intenta orientar al paciente hacia un proceso de pensamiento más elevado, más abstracto, por medio de discusiones guiadas, ejercicios cognitivos estructurados y experimentos conductuales.

Algunos pacientes que advierten las ventajas de pensar con más claridad y ser asertivos se aterrorizan ante la idea de que, si aprenden a ser más «razonables», perderán lo que resulta más excitante en su vida y se convertirán en personas grises e insípidas (…) [pero] la meta no consiste en eliminar las emociones, sino en utilizarlas de modo más constructivo

  Es normal que el paciente desconfíe de verse manipulado y finalmente despojado de su personalidad originaria (incluso si la considera desviada y trastornada) pero cuando la misma escuela de terapia empuja al individuo a analizarse, a desglosar y conceptualizar su propio comportamiento, a participar en su propio cambio,  se hace evidente que cualquier visión cultural no va a verse favorecida por igual y que, a la larga, saldrá ganando la capacidad autónoma del individuo para analizar la propia naturaleza de su personalidad y de su entorno: una forma de "ilustración".

  La actitud del mismo terapeuta realmente implicado en la comprensión de la mente ajena ha de estar guiada, casi necesariamente también, por particulares emociones de empatía y altruismo.

  El libro nos ofrece un ejemplo en el caso del terapeuta que tiene que auxiliar a una paciente que padece una problemática de la personalidad  de dependencia. Una circunstancia por completo alejada de la personalidad propia del terapeuta.

El terapeuta se sintió invadido por la frustración e identificó pensamientos automáticos como «¡Demonios, mira lo que estamos haciendo! ¡Todo este alboroto por conducir dos kilómetros y medio hasta el trabajo! ¿Cuál es el problema de conducir un estúpido automóvil dos kilómetros y medio? ¡Basta con meterse y hacerlo!». Pero en lugar de dejarse llevar por su frustración, cuestionó esos pensamientos automáticos con respuestas como «Mis metas no pueden ser las suyas. No puedo obligarla a que haga lo que yo quiero. Tiene que avanzar a su propia velocidad. No tengo que tener tanta prisa por mis objetivos. Lo que es insignificante para mí no lo es para ella».

lunes, 4 de mayo de 2015

“La filosofía de la evolución humana”, 2012. Michael Ruse.

  Michael Ruse es un filósofo, y como la mayoría de los filósofos de principios del siglo XXI, hace ya mucho que renunció a separar los conocimientos biológicos (y por tanto científicos) de los conocimientos filosóficos. Si el objeto de la filosofía es conocer la naturaleza humana y sus posibilidades sociales, hoy no es posible abordar estas cuestiones si no es teniendo en cuenta los descubrimientos  que han llevado a cabo los biólogos y psicólogos al respecto. Particularmente en lo que se refiere a las investigaciones sobre el comportamiento. Comportamiento humano y de los demás animales. Después de Darwin, todo fue diferente, pero Darwin mismo fue consecuencia de una evolución en el pensamiento.

Los griegos veían el mundo como diseñado, como puesto en conjunto para alcanzar propósitos, fines. Los organismos son aquello en el mundo que más que cualquier otra cosa muestran lo que Aristóteles llamaba “causas finales”. (…)  Manos y ojos son cosas complejas, y no podrían haber llegado a existir por mera casualidad –al cabo de la acción de una ley ciega e indirecta- sino que requieren una inteligencia de alguna clase para hacerlas. Por lo tanto, la evolución –el epítome del ciego azar- es imposible. 

La Ilustración fue el momento en el que la gente, por primera vez, comenzó seriamente a adoptar la filosofía del Progreso –la creencia de que a través del talento y esfuerzo humano, sin otra ayuda, la condición humana, la ciencia, medicina, enseñanza, cultura y más, podrían ser mejorados. La Ilustración fue el momento en el que muchas personas comenzaron a rechazar la vieja filosofía de la Providencia 

  Descubrir que el ser humano proviene de la evolución del conjunto de todos los seres vivos ya supuso un golpe durísimo a las creencias en un diseño inteligente que tendría por objeto la aparición del ser humano “a imagen y semejanza de Dios”, pero todavía queda la cuestión de si podemos considerar siquiera que la aparición del ser humano es una conclusión necesaria de la evolución. Está claro, desde luego, que hoy por hoy el “Homo Sapiens” es capaz de imponerse a todos los demás seres vivos del planeta, pero esta situación ¿ha surgido por casualidad o era forzoso que llegara a darse?

No hay progreso en la naturaleza, pero sí hay una dirección. ¿Había de llevar esta dirección a los humanos o a seres como los humanos? (…) Uno podría razonablemente esperar que se llegue a la evolución de seres inteligentes de alguna clase (…) No hay una respuesta clara a la pregunta sobre la relación entre la evolución darwiniana y las esperanzas de progreso, especialmente progreso en dirección a los seres humanos. Hay argumentos que sugieren que, a pesar de lo contingente del proceso darwiniano, algún tipo de avance no es solo posible, sino probable

  Eso no implica necesidad. Los avances evolutivos que podemos ver en retrospectiva en los que se aprecia una creciente complejidad en los organismos y una inteligencia cada vez mayor en los mamíferos han sido el resultado de unas circunstancias ambientales que muy bien podían no haberse dado.

El mundo podría haber sido de tal manera que la inteligencia simplemente sería demasiado cara para ser producida y mantenida

  (La alusión al coste de la inteligencia se refiere al gran consumo de energía que hace el cerebro; ello explica por qué son tan raros los animales como el ser humano, con un cerebro tan grande en proporción al resto del cuerpo; tal aportación de energía hubiera sido imposible si los pre-humanos no hubieran comenzado a cocinar sus alimentos)

  En cualquier caso, hoy ya sabemos que la inteligencia humana no va a aumentar más mediante la evolución darwiniana (selección natural). Si bien el mismo Darwin compartía con Hitler la opinión de que unas razas humanas superiores habían de eliminar a las otras…

Darwin tenía pocas dudas acerca de lo que sucedería: “en algún periodo futuro, no muy lejano si se mide por siglos, las razas civilizadas del hombre ciertamente exterminarán y reemplazarán a las razas salvajes en todo el mundo

Darwin realmente pensaba de la vida como que era una batalla entre individuos

  … la realidad es que las diferencias intelectuales y emocionales entre razas que puedan llegar a detectarse con los medios actuales o futuros son tan mínimas que siempre resultarán irrelevantes en las condiciones que se dan en nuestra civilización globalizada. Hoy hay unanimidad en que los cambios humanos futuros vendrán de la evolución cultural (fórmulas de organización social innovadoras) y de la biotecnología. Esto también es evolución, no en el sentido darwiniano, pero evolución igualmente.

  Y la evolución cultural se parece en algunas cosas a la evolución biológica. Darwin, incluso ignorando el mecanismo hereditario, ya tenía sus propias opiniones acerca de cómo se producen los cambios a lo largo del tiempo, aunque sus conclusiones no son aceptadas del todo en nuestra época. Sorprendentemente, hoy se considera que el mecanismo evolutivo biológico es más similar al mecanismo evolutivo social humano de lo que en un principio se había pensado.

Darwin [veía] la historia de la vida como un proceso suave que llevaba de una forma a otra (…) [pero] el verdadero curso de la historia es más un proceso de detención y puesta en marcha –periodos de relativa inacción evolutiva rotos por épocas de rápido cambio.

  Como ejemplo de esto en la evolución de los homínidos, la aparición del “Homo erectus” fue relativamente repentina tras millones de años de dominio de los australopitecos (que eran algo parecido a un chimpancé que andaba a dos patas), y lo mismo se puede decir de la aparición del “Homo sapiens” tras casi dos millones de años de predominio de diversas variedades del género “Homo erectus”.

   En el proceso evolutivo hay, pues, dos elementos: la repetición de la información heredada por una parte y, por otra, los pequeños cambios que se producen regularmente y que, bajo circunstancias especiales, se acumulan hasta desencadenar crisis revolucionarias.

  Evolución es “descendencia con modificación”, y esto también se aplica a los cambios culturales, a la evolución cultural.

La cultura depende sobre todo de la imitación. Por supuesto, la innovación es muy importante, pero la fuerza de la cultura reside en que una buena idea puede ser compartida y expandida. (…) La habilidad de imitar es algo esencialmente humano que no se encuentra realmente en muchos otros organismos, incluidos nuestros primos los monos. Requiere una gran cantidad de energía cerebral

  El biólogo Richard Dawkins llevó la observación de este paralelismo entre la evolución biológica y la evolución cultural (la imitación por transmisión de patrones) hasta el punto de inventar un nuevo concepto.

[Dawkins escribió:] Necesitamos un nombre para el nuevo replicador, un nombre que concite la idea de una unidad de transmisión cultural, o una unidad de imitación.”Mimeme” viene de una raíz griega adecuada, pero quiero un monosílabo que suene un poco como “gen”. Espero que mis amigos clasicistas me perdonen si abrevio “mimeme” a “meme”. (…) Ejemplos de memes son melodías, ideas, frases hechas, estilos de vestir, formas de hacer alfarería o de construir arcos y flechas.

  De la misma forma que el “meme” (unidad de replicación cultural) se inspira en el “gen” (unidad de replicación biológica), otros hallazgos conceptuales de la evolución son dignos de tener en cuenta a todos los niveles. Por ejemplo, los conceptos de “spandrel”, de “unidad de tipo” y de “exaptación”.

  El concepto de “spandrel” (en español a veces se escribe "enjuta") fue ideado por Stephen J. Gould:

Gould argumenta que mucho del mundo vivo está hecho de rasgos tipo “spandrel”, con lo que se estaba refiriendo a las áreas triangulares no funcionales situadas encima de los pilares de las iglesias medievales –frecuentemente usados para decoración pero sin ningún propósito estructural

  Un “spandrel” sería entonces un rasgo hereditario carente de utilidad alguna para el ser vivo. El concepto de “spandrel” nos resulta muy valioso para evitar caer en la superstición de que todo rasgo hereditario obedece a una función: no tiene por qué ser siempre así.

  El concepto de “unidad de tipo”, ideado por el mismo Darwin, es hasta cierto punto parecido:

[Darwin escribió:] Por unidad de tipo se quiere decir un patrón fundamental en estructura, la cual vemos en los seres orgánicos de la misma clase, y que es bastante independiente de sus hábitos de vida. Según mi teoría, la unidad de tipo se explica por la unidad de descendencia

  Es el concepto que surge de la observación, por ejemplo, de la mano humana, que es una derivación de las zarpas de otros mamíferos pero que no ha sido todavía por completo adaptada a nuestra forma de vida inteligente. Sí, contamos con el pulgar oponible que sirve para producir y manejar herramientas, pero los otros dedos, sobre todo el meñique y el anular, no son tan útiles. ¿No nos vendrían mejor dos pulgares oponibles en cada mano, y no uno solo?,  ¿por qué la evolución no nos ha dotado de ellos?: por la unidad de tipo, que nos vincula con la especie de la que procedemos: en la morfología de chimpancés y australopitecos no encontramos el pulgar oponible, y es solo a partir del “Homo erectus” que éste aparece. Bastante es, por tanto, que tengamos UN pulgar oponible. El que no tengamos más pulgares oponibles se debe a las características hereditarias que tardarán mucho en que desaparezcan pese a su “inutilidad” (de hecho, con nuestra cultura tecnológica actual, ningún mutante que naciera con dos pulgares oponibles iba ya a obtener ventaja reproductiva alguna por ello…).

  El concepto de exaptación (también atribuido a Gould) es aún más interesante:

Exaptación, algo que va fuera de su propio curso (quizá con su propia función) sin estar conectado a su origen o primera función

  Ejemplo de exaptación es la vejiga natatoria de los peces que acabó sirviendo a los primeros anfibios como pulmón para la oxigenación de la sangre, una función totalmente diferente de la original: la evolución trabaja con los materiales que encuentra, de la misma forma que tampoco puede desechar tan fácilmente aquellos que con el tiempo se han vuelto inútiles.

  Todo este tipo de peculiaridades nos ayudan a comprender no solo la evolución biológica sino también la cultural. Las supersticiones acerca de seres sobrenaturales pueden ser casos de “spandrels”: un subproducto de la urgencia de la mente humana en hallar causas a los hechos pero que carece de utilidad cuando nos lleva a considerar falsas causas (el hombre primitivo se pregunta por qué el rayo ha quebrado el árbol y le resulta mentalmente insoportable no hallar una explicación… es entonces cuando lo atribuye a la voluntad de un espíritu). La persistencia de algunas monarquías en los estados modernos podría ser un caso de “unidad de tipo”: simplemente, en algunas sociedades hemos heredado instituciones monárquicas que hoy ya no serían necesarias en nuestros sistemas políticos basados en un cuerpo de representantes elegidos por sufragio. Un ejemplo de exaptación sería la celebración de la Navidad: en un principio era una ceremonia religiosa, ahora se trata de una festividad familiar sin contenido religioso que transfiere un oportuno sentimiento de hermandad civil.

  Con todo, estas precauciones que hemos de tomar a la hora de juzgar la alteración de la funcionalidad, o la funcionalidad o no funcionalidad de muchos rasgos hereditarios, biológicos o culturales, no deben hacernos olvidar la realidad básica del hecho evolutivo:

Tal como existe una lucha por la existencia, con la consecuente evolución en la dirección de la excelencia adaptativa en el mundo de los animales y las plantas, así de forma parecida existe una lucha por la existencia entre las ideas, con la consecuente evolución en la dirección de la excelencia adaptativa en el mundo del conocimiento.

   Observamos que la evolución biológica ha llevado al ser humano a una forma de vida que ya no es exactamente la más adecuada en base a los principios de la evolución cultural. La evolución biológica se quedó en que el “Homo Sapiens” era un tipo de animal gregario cazador-recolector, de vida nómada, que se agrupaba en bandas de poco más de cien individuos mientras que la evolución cultural nos ha llevado por otro camino al adaptarnos para fórmulas cooperativas mucho más complejas.

[Darwin escribió:] El término “bien general” puede ser definido como referente al mayor número posible de individuos que pueden ser criados en pleno vigor y salud, con todas sus facultades perfectas, bajo las condiciones a las cuales son expuestos.

   Aunque hoy las condiciones son mucho mejores que en los tiempos de los cazadores-recolectores del Pleistoceno, ya no existe interés en producir muchos individuos, y los individuos que propiamente gozan de las mejores condiciones de vigor y salud (las clases sociales más altas) se reproducen mucho menos que quienes no disponen de ellas, lo cual parece contradecir el principio darwiniano del “éxito reproductivo” (los mejor adaptados al medio habrían ser los que dejasen más descendencia).

  De igual forma, el cambio de las condiciones actuales ha llevado el desarrollo de la cooperación humana a nuevas posibilidades. Los instintos altruistas siempre han existido en los seres humanos, pues son vitales para que se produzca una cooperación fructífera, sin embargo, el altruismo ha tomado proporciones sorprendentes en las culturas humanas avanzadas. Sorprendentes y prometedoras para el progreso futuro de la cooperación eficiente…

El altruismo en el sentido biológico está muy bien documentado, y los humanos, como animales completamente sociales están muy necesitados del altruismo. Si no lo hubieran desarrollado, estarían en graves problemas. Pero ¿por qué, todavía hablando biológicamente, hemos dado el paso extraordinario al altruismo literal? ¿Por qué no somos simplemente como las hormigas, las cuales parecen estar programadas para hacer lo que hacen, sin ninguna necesidad de entrenamiento moral o cualquier cosa de esa naturaleza?

  No hay respuesta de momento a semejante pregunta. El caso es que los homínidos han elaborado formas de cooperación cada vez más complejas y cambiantes para las cuales la moralidad ha resultado un factor clave.

   Tenga o no sentido desde un punto de vista evolutivo (y sea o no aceptable hablar de “sentido” en este caso), el comportamiento humano, para incrementar la eficacia de la cooperación, requiere de actitudes totalmente altruistas, no solo de “altruismo recíproco” (el caso de que ayudes ahora a otro solo a cambio de que ese otro te ayude inmediatamente después). Requerimos cada vez más de la disposición personal de dar voluntariamente bienes y servicios sin tener certeza de que se vaya a recibir  bienes y servicios equivalentes a cambio… ni a corto ni a medio ni a largo plazo.

  Finalmente, el libro del profesor Ruse nos transmite muchos más datos que los científicos evolutivos han reunido acerca de las tendencias innatas del ser humano…

¿Dice el darwinismo que la monogamia es antinatural? Para empezar, en las sociedades occidentales no tenemos exactamente monogamia –“monogamia serial” sería un término mejor (y quizá “poligamia serial” sería incluso mejor). En las sociedades de la Antigüedad había una gran cantidad de segundos matrimonios después de la muerte temprana de la esposa (los partos eran un factor regular de esto), mientras que hoy, con el fácil divorcio, hay mucho cambio de parejas y, por la misma naturaleza de las cosas (tanto en términos sociales como biológicos), es más verosímil que el macho vuelva a casarse y comience una nueva familia.

Algunas profesiones fuertemente vinculadas a las matemáticas y la ciencia tienen proporcionalmente más varones. Podría haber algún factor biológico –quizá los varones necesitaban grandes habilidades espaciales para salir a forrajear- pero, si la hay, no es gran cosa y lo más probable es que se deba simplemente a que las mujeres toman otras rutas vitales.

  Ignorar la fuerte probabilidad de que existan ciertas diferencias hereditarias por géneros o incluso por razas supondría ignorar datos reales… aunque mucho peor sería darles una relevancia que no tienen. En materia tan sensible, no debemos hacer como el mismo Darwin hizo en ocasiones, dejándose llevar, cuando abordaba las cuestiones de la raza y el sexo, por prejuicios propios de su medio y época en lugar de atenerse a los datos disponibles. Darwin, como hemos visto, creía en la inferioridad general de las razas de los pueblos colonizados, y también creía en la inferioridad intelectual de las mujeres.