lunes, 27 de enero de 2014

“Dios no es bueno”, 2007. Christopher Hitchens.

A la religión se le han agotado las justificaciones, ya no ofrece ninguna explicación de nada importante.

Necesitamos una Ilustración renovada que se fundamente en la proposición de que el objeto de estudio adecuado de la humanidad es el hombre y la mujer.

Tenemos que superar nuestra prehistoria y huir de las nudosas garras que acechan para arrastrarnos de nuevo a las catacumbas, los altares hediondos y los placeres culpables de la sumisión y la abyección

  Todos los libros cuyo tema central es la defensa del ateísmo son, en principio, buenos, ya que, puesto que la mera existencia de un libro ya presupone un estímulo a la racionalidad, un deseo de averiguar y explicar el entorno, esto también exige la remoción de cualquier obstáculo psíquico de tipo irracional, como es la creencia en seres sobrenaturales.

  Sin embargo, esto debe llevarnos, a su vez, a ser rigurosos en cuanto a la expresión racional en sí, trátese de este o de cualquier otro asunto. No deberíamos defender criterios racionales cayendo en incongruencias.

  Por ejemplo, cuando el gran divulgador Christopher Hitchens escribe en su libro que hay que “superar nuestra prehistoria”, convendría tener en cuenta que la prehistoria fue, de hecho, ya superada gracias, entre otras cosas, al desarrollo del pensamiento religioso en el pasado (el cual, a su vez, llevaría, mediante el inevitable proceso de herejías, al proceso gradual de superación del teísmo).

  Ahora, lo que nos tocaría, si acaso, sería superar la historia misma, algo a lo que puede ayudar no solo el deshacernos del irracionalismo de las creencias en lo sobrenatural, sino reflexionar agudamente acerca de su pasada necesidad, tanto como reflexionar acerca de la naturaleza de la religión, que no coincide en modo alguno con la naturaleza de la supuesta percepción (ilusoria) de los "fenómenos sobrenaturales"..

Estamos seguros de que se puede vivir una ética sin religión.(…) La ética y la moral son bastante independientes de la fe y no se pueden deducir de ella.

  Es de desear que se pueda vivir una ética sin religión más allá de algunos casos particulares, pero ¿es esto tan fácil?, ¿no tendremos que afrontar para ello algunas necesarias innovaciones culturales más? La fe, de hecho, consiste en atesorar convicciones que no han sido contrastadas por los hechos, y el caso es que una elección ética siempre es arriesgada por falta de pruebas de la bondad de sus efectos a corto, medio o largo plazo, de modo que hemos de confiar en criterios dados, aún no contrastados con los hechos o, en caso contrario, abstenernos de actuar.

  La única opción sensata, si queremos actuar, es, por tanto, tener fe en algo: en el juicio de nuestros mayores, en los libros que hemos leído, en nuestra experiencia, en la sensatez de las autoridades… o -sobre todo durante el pasado de nuestra civilización- en las revelaciones de brujos, sacerdotes y profetas.

Si nos trasladamos al terreno de lo psicológico, parece posible que las personas puedan encontrarse mejor creyendo en algo que no creyendo en nada, por falso que ese algo pueda ser. Algo de esto siempre será objeto de disputa entre los antropólogos y otros científicos.

  Desde luego, si las elecciones éticas dependieran de la deducción racional de las certezas, llevaría años alcanzar criterios específicos para cada caso fuera de toda duda -y aun así, nunca serían seguros-, de modo que ése es uno de los motivos por los cuales las religiones han sido necesarias durante bastante tiempo para desarrollar la ética y la moral (entre otras cosas).

  No hemos de perder de vista que

En la naturaleza, es un hecho que desde el punto de vista biológico la especie humana es racional solo en parte. 

 Y ahora veamos un asunto sobre el que Hitchens se equivoca totalmente:

La religión ha sido un inmenso multiplicador de la desconfianza y el odio tribales.

  (Y, por cierto, es interesante que se tenga en cuenta y que se mencionen la “desconfianza y el odio tribales” porque, aunque en los primeros años de este siglo han surgido algunos buenos libros de divulgación que, como “Dios no es bueno,” han logrado difundir los ideales del ateísmo, siguiendo una antigua pero no demasiado larga tradición, se echan en falta todavía libros contra “el odio tribal”, que es un fenómeno distinto y no mejor que el teísmo)

Las posibilidades de que una opinión  secular o librepensadora impulsara a alguien a denunciar una injusticia absoluta eran muy altas. Las posibilidades de que la fe religiosa impulsara a alguien a adoptar una postura contra la esclavitud y el racismo eran bastante reducidas desde el punto de vista estadístico.

La caridad y la ayuda humanitaria, aunque puedan atraer a creyentes bondadosos, son herederas de la Edad Moderna y de la Ilustración. Antes de ese momento, la religión no se propagaba mediante el ejemplo, sino que era un método auxiliar de otros más anticuados: los de la guerra santa y el imperialismo.

  En realidad, la “Edad Moderna y la Ilustración”, tanto como  las opiniones seculares o librepensadoras, son el producto de un largo proceso de definición ideológica cuyo origen se encuentra en las herejías religiosas. No se pueden producir procesos de esclarecimiento racional (por ejemplo, contra “la desconfianza y el odio tribales”) si no tiene lugar primero la discusión y la correspondiente sistematización cognitiva a partir de la experiencia. En el pasado, el vehículo de tales discusiones y sistematizaciones fue el pensamiento religioso, el rasgo cultural más revelador del carácter o ethos de los diversos pueblos.

  La evolución cultural humana no es un proceso simple, ni mucho menos simplista. Al principio había brujos, luego sacerdotes de muchos dioses de exigencias sanguinarias, luego solo quedó un Dios y éste se hizo menos aterrador, incluso compasivo, así como sus profetas se hicieron más sabios, luego “Dios” se hizo “deísta” y objeto de reflexión de los filósofos, y finalmente “Dios” desapareció y surgió así la ciencia social moderna como reflexión explícita acerca de la naturaleza humana y su destino.

  Ese proceso no vino solo, sino acompañado de otros cambios culturales, de tipo ético, estético, de costumbres, económicos, legales, etc. El “libre pensamiento” no surge de la nada, no es natural en el ser humano (la superstición y la religión sí que lo son), y es por eso que la religión y el teísmo jamás se han impuesto a nadie en un principio, sino que han sido requeridos para satisfacer una necesidad universal de pensar y conocer (otra cosa es que una religión en particular se haya impuesto sobre otra a lo largo de los procesos históricos). La naturaleza humana, como se ha afirmado, es irracional y supersticiosa, y llegar a la reducción final del “libre pensamiento” ha llevado siglos. Sin Lutero no hubieran existido ni Marx ni Freud.

Mi ateísmo en particular es un ateísmo protestante. 

  Y, por supuesto, sin las religiones compasivas tipo budismo o cristianismo, jamás hubiéramos descubierto la caridad y la ayuda humanitaria laicas.

La religión proviene de un periodo en la prehistoria de la humanidad en el que nadie tenía la menor idea de lo que sucedía.

  No, no sabían mucho de lo que sucedía, pero querían saber. Y fue por ese deseo de saber que comenzaron a buscar explicaciones acerca de dioses antropomorfos que seguían determinados criterios éticos aplicables también a los hombres. Ninguna invención religiosa surge porque sí, sino que forma parte de la demanda social.

  Por ejemplo:

Para poder obtener el beneficio de la maravillosa ofrenda del cristianismo tengo que aceptar que soy responsable de los azotes, las burlas y la crucifixión, algo en lo que no tuve ni arte ni parte, y aceptar que cada vez que declino esta responsabilidad o que peco de palabra u obra, incremento la agonía de Cristo.

  El cristianismo parte de una historia mítica (que es la forma dramática esencial de todo mensaje religioso en la Antigüedad) acerca del sufrimiento de un sabio inocente y bondadoso a manos de aquellos que creyeron en él pero que después desconfiaron y lo abandonaron. Es una de las mejores fábulas morales jamás creadas y su dramatismo nos permite comprender la doblez y debilidad de la irracionalidad humana así como el terrible obstáculo que para la vida social suponen la agresividad y la ignorancia. El triunfo del Evangelio no fue una casualidad, sino que hace dos mil años se  había llegado a una excepcional formulación ética que, mediante símbolos y mitologías, continuó un larguísimo trabajo de transformación psicológica que habría de culminar en una alternativa cultural de tipo completamente racional. La interpretación de la mitología cristiana como un mensaje racional de tipo moderno es absurda: se trata de un mensaje de hace dos mil años que, a diferencia de las no siempre tan acertadas filosofías eruditas de su época, logró impactar a las masas, a los iletrados, a sociedades enteras.

Tratar a los demás como hubiéramos deseado que nos trataran ellos: este precepto sobrio y racional que podemos enseñar a cualquier niño con su innato sentido de la justicia, queda perfectamente al alcance de cualquier ateo.  

  Claro que podemos enseñarlo a cualquier niño, pero ¿lo comprenderá? Será un precepto racional en la medida en que podemos llegar a él mediante la razón, pero la razón debe ser informada mediante la experiencia personal y la experiencia del entorno, y el hecho es que no existe tal “innato sentido de la justicia” en “cualquier niño”, ni tampoco en cualquier cazador-recolector: ¿por qué motivo no voy a aprovechar una posición de ventaja para beneficiarme a costa de los demás y, en lugar de eso, esforzarme en tratar a los demás como desearía que me tratasen a mí?, ¿cómo puede llegar a hacerse evidente que eso también va a conllevar ventajas para mí mismo, cuando mi experiencia me indica todo lo contrario?

La religión es una creación del ser humano.  

La honradez humana no se deriva de la religión. La precede.

   En el ser humano, nada precede a la religión (no es una "creación" en el mismo sentido en el que se crearon, por ejemplo, el dinero o la escritura), y mucho menos un concepto tan elaborado y complejo como la “honradez” (¿”honradez”, con respecto a qué y con qué fin?, ¿con objeto de conseguir prestigio ante los demás?, ¿no se obtiene también prestigio mediante la riqueza y la violencia?). No se conocen pueblos, por muy primitivos que sean, que no tengan religión. Es una ficción suponer que haya comportamiento social humano alguno (excepto, por supuesto, las funciones más animales y, por tanto, pre-humanas) que haya precedido a la religión.

La codicia y la avaricia son los acicates del desarrollo económico. (…) Por definición no se nos puede obligar a ser altruistas.

  Es por eso que el “Tratar a los demás como hubiéramos deseado que nos trataran ellos” no tiene mucho sentido para aquellos a quienes no se puede obligar a ser altruistas y que además experimenten deseos de codicia y avaricia.

  Actuando egoístamente, tal vez a la larga el codicioso sufra represalias por ello, pero también es posible que la jugada le salga bien y entonces tendría mucho que ganar (solo se vive una vez, ¿no es cierto?)… todo depende de la ventaja que se crea poder obtener y de las circunstancias particulares que lo rodeen a uno a la hora de tratar a los demás o no “como hubiéramos deseado que nos trataran ellos”.

Se trata de demostrar de forma concluyente que la utilidad de la religión pertenece al pasado

   No solo pertenece al pasado, sino que gracias a la evolución cognitiva que transforma los idearios religiosos, quizá podamos tener en el futuro un mundo sin religión, pero puesto que ahora se reconoce una “utilidad” a la religión (lo cual, por cierto, contradice algunas de las afirmaciones anteriores), hasta que no sepamos en qué consiste ésta no podremos estar seguros aún si necesitaremos o no algún tipo de modelo religioso durante la transición final a un mundo por completo racional. Y hay que tener en cuenta que las religiones adoptan muy variadas formas a lo largo del desarrollo histórico:

Entre las filas bolcheviques, al igual que entre las jacobinas de 1789, también había quien consideraba que la revolución era una especie de religión alternativa con vinculación con los mitos de redención y mesianismo.

  Todos los horrores del jacobinismo (el núcleo de cuya doctrina estaba, por cierto, en el “libre pensamiento”) y el bolchevismo fueron, a la larga, acicates del desarrollo cultural, experiencias históricas que han marcado (a veces, mediante la reducción al absurdo) avances cognitivos a la hora de afrontar nuevos desafíos a la convivencia.

  Sin la “dimensión religiosa” jamás hubieran llegado a desarrollarse todas las posibilidades de innovación social de la Ilustración y el socialismo.

   Igual que el ser humano ha de ser aceptado con todo lo bueno y lo malo que conlleva su naturaleza instintual, también el desarrollo de las culturas que implica la religión en sus numerosas formas ha de ser considerado con todo lo bueno y lo malo que conlleva: las tendencias de innovación social difícilmente pueden repercutir en las masas alterando su conducta social si no se expresan mediante movimientos ideológicos con un contenido simbólico de alto poder emocional… y es en eso en lo que consiste la religión.

  Veamos ahora algunas críticas al cristianismo, la religión que, supuestamente, ha fundamentado el mundo de donde a su vez han surgido el humanismo, la ilustración, el librepensamiento y el ateísmo modernos (hubo ateísmo también en las antiguas religiones indias, por cierto):

Siempre hubo un terror impuesto por parte de la religión sobre la ciencia y el estudio durante los primeros siglos de cristianismo

  Esto no parece exacto, pues durante los primeros siglos del cristianismo fue cuando surgieron los sabios cristianos y los “doctores de la Iglesia”: personajes como Agustín, Clemente u Orígenes que, lejos de despreciar la ciencia y el estudio paganos, pretendieron demostrar que su propia versión de las disciplinas eruditas heredadas superaba a la de sus predecesores. Teniendo en cuenta que el cristianismo había surgido de las clases populares, bien podía haber destruido todo el saber antiguo que era propio de las clases pudientes paganas, pero en lugar de eso lo que hizo el cristianismo fue dar valor religioso a la ciencia y el estudio, seleccionando lo correcto o incorrecto que convenía a la fe con objeto de alcanzar fines éticos. Hay que decir, por lo demás, que la represión religiosa del conocimiento “inconveniente” ya se practicaba en otras civilizaciones no cristianas, tal como fue el caso de la condena a Sócrates. Hay una diferencia entre el “conocimiento puro”, libremente especulativo, y el “conocimiento religioso”, que apunta a determinados fines sociales y que por ese motivo limita la libertad aunque intensifica el proceso de búsqueda de la verdad (la especulación intelectual deja de ser ociosa, para convertirse en "comprometida"... con todas sus ventajas y sus inconvenientes).

  Lo más importante es que, desde el primer momento, el cristianismo eligió el camino del desarrollo doctrinal y no se conformó con la revelación divina de las doctrinas éticas, tipo “Tablas de la Ley”. Surgieron escuelas de teólogos, a imitación de las escuelas filosóficas griegas, y de los teólogos surgió el debate intelectual e, inevitablemente, las herejías que acabarían llevando al ateísmo al cabo de muchos siglos. Nos habría gustado sin duda que este proceso hubiera sido más rápido, más pacífico, más tolerante y menos contradictorio, pero, lamentablemente, la naturaleza humana no está diseñada de ese modo…

El humanismo ha cometido muchos delitos de los que debe disculparse. Pero puede disculparse por ellos y enmendarlos dentro de sus propios márgenes y sin tener que sacudir ni poner en cuestión los fundamentos de ningún sistema de creencias inalterable.

  Esto tampoco es exacto. En el Evangelio, Jesús mismo corrige el Antiguo Testamento, lo hace explícitamente, en abierta contradicción con otros llamados suyos al respeto estricto a la enseñanza religiosa previa. También apela a la razón y al juicio recto, en abierta contradicción con sus propios llamados a la pura fe. Apela igualmente a los sentimientos puros (los propios de la amistad, de la infancia, de la paternidad), en abierta contradicción con sus propios llamados al rigor de la ley. Estas contradicciones no solo eran inevitables, sino también necesarias. Sin contradicciones a modo de concesiones, la nueva realidad cognitiva jamás se hubiera abierto paso en un entorno culturalmente hostil.

  San Pablo, por ejemplo, alienta a obedecer a las autoridades terrenales al tiempo que determina que existe una ley del alma superior a la terrenal; también admite la esclavitud, pero establece la igualdad de las almas ante Dios. Si hubiese predicado directamente que no hay más ley que la del alma bondadosa y que todos somos iguales, ¿hubiera sido posible que se expandiese su doctrina en aquella época? Es muy posible, de hecho, que alguien predicase en aquellos tiempos la bondad absoluta y el libre pensamiento, pero, sencillamente, no guardamos registro de profeta semejante porque un mensaje así no habría sido comprendido.

   Por cierto que, en lo referente a “poner en cuestión los fundamentos de ningún sistema de creencias inalterable”, tenemos el dato de que cuando el cristiano griego Marción (siglo II) propuso que la nueva religión renunciase por completo a su pasado judío, esta tendencia fue vencida por los que consideraban que toda religión de prestigio requería remitirse a una antigua tradición.

  Podemos concluir que la lectura crítica de la revelación divina llevaba también a correcciones (más o menos veladas), y esta tensión entre las correcciones y la fidelidad a la revelación originaria se mantendría durante toda la civilización cristiana. Ya en el siglo XIX había sectas cristianas que cuestionaban la literalidad de las Escrituras y no ya solo su interpretación.

  En el libro de Hitchens hay algunas otras observaciones curiosas al respecto del cristianismo:

El cristianismo está demasiado reprimido para prometer sexo en el paraíso (de hecho, nunca ha conseguido construir un cielo que resulte tentador en algún aspecto)

  Si el cielo cristiano no resulta tentador, ¿no es quizá una demostración de que su éxito no tiene tanto que ver con las fantásticas promesas de vida eterna? Y, por otra parte, el hecho de que no haya sexo en el paraíso cristiano es bastante coherente con la represión sexual misma, puesto que el deseo sexual se considera una fuente de conflictividad. Parece más grave el que haya religiones que predican la castidad en la tierra a la espera de darse al libertinaje en el cielo.

   Por lo demás, una sublimación del sexo en otro tipo de experiencias humanas más profundas, universales y trascendentes demuestra un avance psicológico (el Evangelio habla de que, en el paraíso, “seremos como ángeles del Cielo”).

   Y un detalle de tipo histórico (historia contemporánea):

La iglesia católica simpatiza con el fascismo de Mussolini porque encuentra al antiguo enemigo judío en las filas más veteranas del partido de Lenin

   En realidad, el fascismo de Mussolini no era antisemita. Los judíos italianos fueron activos partidarios del fascismo ya que ellos se encontraban justo en una clase social de pequeña burguesía que siempre ha sido la más proclive a ese tipo de movimientos en todos los países del mundo. El fascismo italiano solo se hizo antisemita cuando cayó bajo la influencia política del poder nazi en Europa. Los nazis, por otra parte, promovían la persecución a los judíos para justificar los conflictos sociales como derivación racional de la ciencia biológica que ellos promovían: lucha de razas, en sustitución a la lucha de clases de la ciencia social marxista: es decir, ciencia en lugar de religión, lo cual no deja de ser una perspectiva pretendidamente racional.

  En suma, ni debemos confundir el teísmo con la religión, que son cosas distintas (hay fenómenos religiosos, como el budismo o el marxismo, que carecen de contenidos de tipo “sobrenatural”), ni tampoco debemos despreciar un uso futuro de la religión misma (obviamente, se trataría de una religión atea y racional) como factor de progreso a fin de superar los factores irracionales en la vida social que dificultan aún alcanzar el pleno desarrollo humano. Un mundo sin religión es tal vez un ideal lejano, tanto como para el marxismo lo era una sociedad sin Estado.

   El que existan hoy personas individuales sin religión e incluso sociedades (precisamente las más avanzadas) que carecen de religión oficial, donde avanza la irreligiosidad y no se da mucha conflictividad social no debe hacernos pensar que el recurso religioso sea ya innecesario bajo nuevas formas. De hecho, estas sociedades más prósperas y menos religiosas son casi todas procedentes de una pasada tradición teísta en particular (cristianos protestantes) cuyos efectos culturales aún persisten. ¿Sería conveniente la aparición de nuevas tendencias ideológicas que den una última vuelta de tuerca en el sentido del humanismo y el libre pensamiento?, ¿y qué pasa con las sociedades para las cuales ya es tarde para pasar por ese tipo de tradiciones religiosas que en su época ayudaron inadvertidamente a expandir el pensamiento laico?, ¿bastará para que se alcancen las deseables metas humanistas con la emulación de modelos culturales extranjeros, la propaganda, el desarrollo tecnológico, la abundancia de bienes industriales y la educación?

  La utilidad de la religión en el pasado ha sido tan grande que no se debe descartar una adaptación racional de ésta en los tiempos venideros. Y, puesto que la religión siempre ha sido un vehículo para el razonamiento, no hay contradicción alguna entre religión y razón. Tampoco hay contradicción entre fe y razón, pues la razón nos hace ver nuestra propia naturaleza irracional y nos urge a actuar incluso aunque solo contemos con justificaciones provisionales.

lunes, 20 de enero de 2014

“La vía”, 2011. Edgar Morin

  Edgar Morin, nacido en 1921, sociólogo y filósofo, nos ofrece su particular visión acerca de las transformaciones sociales futuras que nos permitirían superar situaciones alarmantes como la de la crisis económica mundial iniciada en 2008, reciente en el momento de escribirse este libro. Nos habla de una metamorfosis en camino.

La empresa que expongo en este libro es buscar la vía que puede salvar a la humanidad de los desastres que la amenazan.

Nuestra sociedad civil resiste colaborando con el sistema que perpetúa sus males, y con ello logra atenuar algunos de ellos. También es, en ocasiones, un fenómeno de resistencia regeneradora: lleva consigo la promesa de una reforma o, incluso, de una metamorfosis de civilización.

De la misma forma que la sociedad histórica, que creó la ciudad, el Estado, las clases sociales, la escritura, las divinidades cósmicas, los monumentos grandiosos y las artes, era inconcebible para los humanos de las sociedades arcaicas de cazadores recolectores, tampoco nosotros podemos concebir aún cómo sería la sociedad-mundo generada por la metamorfosis.

  Metamorfosis que no revolución. Lo que Morin nos presenta es una mezcla de conservadurismo y progresismo socialista. En realidad, es algo muy políticamente correcto y de voluntarismo buenista aderezado con un poco de catastrofismo y bastantes contradicciones y ambigüedades. Pero quizá no debamos menospreciarlo, ¿hay quien ofrezca hoy algo mejor?

Una sociedad debe controlar su economía, y este control es lo que falta, faltan también las autoridades legítimas dotadas de poder de decisión, y está ausente la conciencia de comunidad de destino indispensable para que la sociedad se convierta en Tierra-Patria.

No un gobierno mundial, sino una gobernanza global que dispusiera de unas primeras instituciones dotadas de poderes efectivos para prevenir las guerras (planificando, por ejemplo, un desarme progresivo y generalizado que comenzara por las armas de destrucción masiva), y asegurara la aplicación de normas ecológicas y económicas vitales y de interés planetario

Una primera forma de gobernanza confederal para una sociedad-mundo en formación.

Es necesaria una voluntad política, y ésta sólo podría afirmarse con la toma de conciencia de los ciudadanos.

Debería adoptarse y adaptarse una especie de concepción neoconfuciana en las carreras profesionales dentro de la administración pública

Creación de un alto consejo de ética cívica constituido por el nombramiento o elección de personalidades de reconocidas cualidades morales.

Una reforma del pensamiento, inseparable de una reforma de la educación, nos llevaría a reconocernos como hijos de la Tierra, hijos de la vida, hijos del cosmos. Nos haría tomar conciencia de nuestra comunidad de destino como seres humanos de todos los orígenes (…)La toma de conciencia ecológica no se ha inscrito en un gran pensamiento político

Una «educación de civilización»

   En suma, se trata de visiones sobradamente conocidas de hace cincuenta años o más (se incluyen inquietudes originadas por el temor a un cataclismo nuclear): una especie de socialismo democrático mundial, con mucha ecología y respeto a las tradiciones de los pueblos del “Sur”, todo puesto en marcha por una concienciación masiva y moralizante (incluso “neoconfuciana”).

  Este tipo de llamados no son inútiles. El que este discurso ya se conociera hace cincuenta años nos permite explicar por qué muchas iniciativas en este sentido hayan acabado finalmente encontrando algún eco. En contra del catastrofismo habitual, parece que en ese periodo de tiempo los ideales humanistas sí han logrado reducir de forma apreciable la miseria, la violencia y el sufrimiento en el mundo, a pesar de las exageraciones en las que incurre el mismo Edgar Monin, en contradicción con los datos estadísticos procedentes de las agencias internacionales, que resaltan la apreciable reducción de la pobreza y otras carencias sociales (lo cual no niega que pueda haber más desigualdad: los ricos se han hecho todavía más ricos en comparación). Desde luego, el despegue de los llamados “países emergentes” (incluidos los dos grandes: India y China) supone una gran mejora con respecto al mundo de hace cincuenta años, pero sería absurdo mostrarse satisfechos por ello, más todavía cuando se producen graves recaídas en la economía mundial (casi inexplicables) y el futuro no está nada claro.

  Insistir en el mismo mensaje, a falta de algo mejor, siempre puede ayudar. Recordemos que para llegar a los grandes cambios de la Revolución Francesa, los philosophes necesitaron por lo menos cincuenta años de propagar su ideal de humanismo laico.

  Ahora bien…

Para Fukuyama, la capacidad creadora de la evolución humana se ha agotado con la democracia representativa y la economía liberal, nosotros debemos pensar, por el contrario, que es esa historia la que está agotada, y no las capacidades creadoras de la humanidad.

La historia humana ha cambiado muchas veces de vía. ¿Cómo? Todo empieza siempre con una iniciativa, una innovación, un nuevo mensaje inconformista y marginal, que muchas veces sus contemporáneos no perciben. Así comenzaron las grandes religiones. 

Todas las crisis de la humanidad planetaria son, al mismo tiempo, crisis cognitivas. 

   ¿Por qué no, en efecto, iba a ser esto posible una vez más? El fracaso del “socialismo científico”, la extensión del racionalismo y el conocimiento, y las expectativas frustradas de nuestra forma de vida mundial podrían, en efecto, motivar una innovación.

   Pero el mensaje del señor Morin no es innovador: apelar a un cambio en las conciencias y a prestar más atención a la ecología, a la solidaridad internacional y a una economía más descentralizada y participativa no es innovar nada, por mucho que siga teniendo valor educativo. Todavía es menos innovador cuando se incluyen algunas visiones más bien reaccionarias como:

La Tierra-Patria, lejos de anular las patrias singulares, las integraría en una gran patria común.

  Si todos las crisis de la humanidad planetaria son de tipo cognitivo, parece evidente que perpetuar el concepto de “patria” (que es irracional y pulsional, como la agresividad o la supremacía masculina) no va a ayudar a superar la situación, y lo mismo da que se trate de patrias grandes o pequeñas. Las “patrias” no se “integran” sino que se perpetúan a sí mismas con todas sus consecuencias.
 
  Véase, por ejemplo:

Autonomía alimentaria en los productos básicos y reforzar lo local, regional y nacional al mismo tiempo que lo mundial.

  ¿Por qué es importante la autonomía alimentaria de las naciones dentro de una Tierra-Patria supuestamente armoniosa?, ¿por orgullo nacional o por desconfianza de que tal vez la “Tierra-Patria” no sea tan escrupulosa y justa a la hora de  distribuir los bienes económicos a cada una de las pequeñas patrias “integradas”?

La gran familia se ha desintegrado, las solidaridades de pueblo o de vecindad se han pulverizado, y las regionales se han debilitado; la solidaridad nacional, que siempre ha necesitado de la amenaza vital del enemigo «hereditario», se ha amodorrado

La familia está en crisis, con la fragilidad del matrimonio y el vagabundeo en los amores

  ¿Familia?, ¿matrimonio?, ¿solidaridad nacional? ¿Esto supone un cambio cognitivo?

¿Qué hay que conservar de nuestra humanidad?, ¿qué hay que mejorar? Mi respuesta es: sin duda su capacidad de combinar razón y pasión, su capacidad, aunque subdesarrollada, de comprender al prójimo, su capacidad de amar.

  ¿Qué tiene de bueno la pasión?, ¿no es la pasión lo opuesto a la razón y a la comprensión del prójimo?, ¿por qué motivo hemos de esforzarnos en realizar tan improbable combinación?

Las sociedades tradicionales mantienen una relación con la naturaleza, un sentido de pertenencia al cosmos y unos vínculos sociales comunitarios que deben conservar al tiempo que incorporan lo mejor del acervo occidental.

  Las sociedades tradicionales son aquellas de las que huyó la sociedad contemporánea que ha creado un mundo más tolerante y altruista. Tales vínculos sociales comunitarios no eran más que fórmulas, a veces crueles y despiadadas, que permitían la supervivencia del esqueleto social e institucional a costa muchas veces del sufrimiento de los individuos. Una sociedad plenamente civilizada crearía sus propios vínculos sociales comunitarios sin necesidad de imitar comportamientos ancestrales, propios de una época que desconocía las posibilidades del racionalismo y la ilustración.

Bajo la Tercera República los educadores, especialmente los maestros, tenían un sentido elevado de su misión. Eran, frente al cura, los portadores de las ideas de progreso, de razón y de democracia, y difundían en el mundo rural los ideales de la República. 

En la época en que aún existía una civilización rural, el médico rural también era, sin saberlo, un psicosociólogo. Era un asiduo de la casa

  Los ideales republicanos franceses fueron sin duda un gran avance en el siglo XIX, pero cualquier fórmula humanista actual da mejores resultados. Las críticas de Morin al burocratismo son sin duda acertadas, pero no tienen por qué llevarnos a recuperar instituciones del pasado, con independencia de que ellas (o cualquier otra experiencia social) puedan inspirarnos mejoras. Ya puestos, si de conocimientos se trata, los médicos y enseñantes y médicos burócratas superan en mucho a los tradicionales y republicanos médicos y maestros, y si de compromiso humano se trata, Morin podría evocar a los párrocos confesores, a las tías solteras que educaban a los hijos de sus hermanos o incluso a la sacrificada ama de casa, al sirviente fiel o a una prostituta comprensiva. En todos estos casos pueden encontrarse valores propios del “sentido elevado de su misión” en cuanto al desarrollo y difusión de experiencias humanitarias en un ámbito de proximidad.

«La diversidad es el tesoro de la unidad humana; la unidad es el tesoro de la diversidad humana». De esta forma superé el universalismo abstracto para acceder a la conciencia de la complejidad planetaria. Finalmente, la noción de Tierra-Patria vino a enraizar mi universalismo en lo concreto.

No hay reforma económica y social sin reforma política, que va unida a una reforma del pensamiento. No hay reforma vital ni ética sin reforma de las condiciones económicas y sociales, y no hay reforma social y económica sin reforma vital y ética.

  Cabe incluso preguntarse si lo que necesitamos es una “reforma política”. Tal vez la política ha dado ya de sí todo lo que podía dar. El liberalismo social-democrático, heredero del libre pensamiento laico, está triunfando en el mundo entero pero es cierto que en las culturas que hace ya bastantes décadas que lo han plenamente asimilado resulta incapaz de ilusionar, y de ahí que surjan tanteos poco compremetedores en el sentido de “acceder a la complejidad planetaria”.

   En realidad, una “reforma del pensamiento” siempre tendrá que ser rupturista y no conciliadora con las fórmulas del pasado, de las cuales, sin embargo, es su heredera.

El humanismo laico no ha podido disponer nunca de la autoridad de la religión

   Es necesaria, por tanto, una “reforma del pensamiento” que sí disponga de la autoridad intelectual de la religión. La religión, con su capacidad para actuar emocionalmente sobre el comportamiento humano a través de un simbolismo ideológico, es uno de los mejores recursos para implantar la innovación cognitiva en una cultura dada. ¿Es el humanismo laico incapaz de conseguir resultados semejantes mediante la mera insistencia de la educación y la propaganda?

  Un gran cambio cognitivo sería alcanzar este ideal:

Hace falta una solidaridad concreta y vivida, de persona a persona. 

  ¿Qué estrategias psicológicas permitirían su extensión a nivel planetario?, ¿y sería compatible con la persistencia de formas sociales como las naciones diferenciadas, la propiedad privada y el consumismo, la policía, los ejércitos y las cárceles, y cualquier otra forma social que dé expresión a la agresividad humana?

En todos nosotros hay un potencial solidario (como vemos en circunstancias excepcionales), y una minoría da muestras de una pulsión altruista permanente. 

 Por lo tanto, lo que necesitamos, para empezar, son métodos que permitan, ya no extender de golpe tales pulsiones altruistas a la totalidad de la humanidad, lo cual es imposible a nivel práctico, sino, cuando menos, organizar ideológica y socialmente a la minoría que, por los motivos que sean (puede ser el temperamento o el entorno, es indiferente… pero también se trataría de “circunstancias excepcionales”), dispone de esa capacidad que en la actualidad se diluye de forma inefectiva.

  No estaría de más, por ejemplo, pensar en cuáles son las motivaciones inmediatas de aquellos que actúan de forma más benéfica para sus semejantes, y organizar entonces esas motivaciones y darles una forma social efectiva (ideología, simbología y expresión económica). Hay ejemplos del pasado que pueden resultar orientadores, pero todos proceden del entorno religioso. E incluso podemos darnos cuenta de que el mismo “humanismo laico”, en tanto que cambio cognitivo, es el resultado de una larga evolución religiosa (que parte de la Reforma protestante), y no tanto política, razón por la cual ha arraigado mucho más en naciones con determinado pasado religioso y no ha arraigado tanto en naciones que, habiendo tomado parecidas instituciones políticas, contaban con otros antecedentes.

Los mensajes de compasión, de fraternidad y de perdón de las grandes religiones, y los mensajes humanistas de la laicidad apenas han hecho mella en la coraza de las barbaries interiores.

  Pero hasta el mismo Freud, el gran escéptico, aceptaba que existen mecanismos psicológicos profundos que, en casos aislados y excepcionales, sí logran resultados frente a las “barbaries interiores”. El trabajo de la ciencia social debería ser localizar estos casos, explorar el mecanismo por el que llegan a darse, y reproducirlo a gran escala en experiencias innovadoras que  a su vez sean sometidas a nuevos análisis, continuándose la tarea siempre por “prueba y error”. Y esto no serían ya “experiencias políticas”

«Anarquía» significa modos de organización espontánea a través de las interacciones entre individuos y grupos, y no desorden.

  Hay en el libro dos buenas citas: una de Ernesto Sábato:

La novela es, hoy, el único observatorio desde el cual se puede considerar la experiencia humana en su totalidad».

  Y otra de Friedrich Schlegel:

La virtud sólo se puede enseñar y aprender a través de la amistad o del amor entre hombres verdaderos o de calidad

 Finalmente:

Cuando pensamos que, en cada etapa de ese pasado, la etapa siguiente era inconcebible, imposible de imaginar y de predecir, ¿cómo no pensar que, en el futuro, ocurrirá lo mismo?

lunes, 13 de enero de 2014

“El origen de la familia, de la propiedad privada y el estado”, 1884. Friedrich Engels

  Friedrich Engels (el de “Marx y Engels”) escribió, poco después del fallecimiento de su gran amigo y socio en la tarea de propagación de la ideología del “socialismo científico”, este interesantísimo librito que resume las teorías anticapitalistas de la época en lo concerniente a la vida familiar privada. Al darse una orientación acerca de la futura felicidad humana, puede considerarse, por tanto, una especie de “Evangelio marxista”

  Como Engels no era un especialista en la naciente antropología de entonces, utiliza los trabajos de un brillante investigador contemporáneo, Lewis Henry Morgan:

Morgan descubrió de nuevo, y a su modo, la teoría materialista de la historia, descubierta por Marx cuarenta años antes, y, guiándose por ella, llegó, al contraponer la barbarie y la civilización, a los mismos resultados esenciales que Marx. 

Según la teoría materialista, el factor decisivo en la historia es, en fin de cuentas, la producción y la reproducción de la vida inmediata.

   ¿Creía Engels en la bondad natural del ser humano corrompida por la civilización, a la manera del gran Rousseau? A Rousseau, desde luego, no se le menciona aquí. Ni a él, ni a ningún philosophe del siglo XVIII. Sí se menciona a Fourier:

Morgan no solo criticó, de un modo que recuerda a Fourier, la civilización y la sociedad de la producción mercantil, forma fundamental de nuestra sociedad presente, sino habló además de una transformación de esta sociedad en términos que hubieran podido salir de labios de Karl Marx.

   En cualquier caso, no se niegan los avances de la civilización:

La civilización ha realizado cosas de las que distaba muchísimo de ser capaz la antigua sociedad gentilicia. Pero las ha llevado a cabo poniendo en movimiento los impulsos y pasiones más viles de los hombres y a costa de sus mejores disposiciones. La codicia más vulgar ha sido la fuerza motriz de la civilización. 

 “Vulgar codicia”. ¿Y qué la precedió?, ¿cómo llegó a triunfar una pasión tan despreciable? Según la terminología de los tiempos de Morgan y Engels, antes de la civilización existió la “barbarie” y antes todavía el “salvajismo” (estado originario). Ni en el salvajismo ni en la barbarie existía la “vulgar codicia

Este tipo de sociedad ha sido admirada por todos los blancos que han tratado con indios no degenerados ante la dignidad personal, la rectitud, la energía de carácter y la intrepidez de estos bárbaros. (…) Recientemente hemos visto en África ejemplos de esa intrepidez. Los cafres de Zululandia hace unos pocos años (…) bajo la lluvia de balas de los fusiles de repetición de la infantería inglesa (…) se echaron encima de sus bayonetas (…) y concluyeron por derrotarla 

  ¿Es Engels un admirador de la intrepidez guerrera de estos pueblos “no degenerados”? Veamos su visión de la vertiente guerrera del ser humano:

En el Estado, una “fuerza pública” armada usurpaba el lugar del verdadero “pueblo en armas” creado para la autodefensa en las gens y tribus

El Estado presupone un poder público particular, separado del conjunto de los respectivos ciudadanos que lo componen.

 Si la guerra solo se hace por “autodefensa”, no parece algo muy malo, pero…

Los bienes de los vecinos excitaban la codicia de los pueblos (…) La guerra, hecha anteriormente solo para vengar la agresión o con el fin de extender el territorio que había llegado a ser insuficiente, se libraba ahora para el saqueo. (…) Las guerras de rapiña elevaban el poder del jefe militar superior.

Allí donde no existía expresamente un tratado de paz, la guerra reinaba entre las tribus y se hacía con la crueldad que distingue al ser humano del resto de los animales (…) las instituciones de la tribu constituían un poder superior al cual cada individuo quedaba sometido sin reserva en sus sentimientos, ideas y actos. (…) el poderío de estas comunidades primitivas tenía que quebrantarse (…) se deshizo por influencias que desde un principio se nos aparecen como una degradación (…) Los intereses más viles –la baja codicia, la brutal avidez por los goces, la sórdida avaricia, el robo egoísta de la propiedad común- inauguran la nueva sociedad civilizada, la sociedad de clases.

El Estado no es de ningún modo un poder impuesto desde fuera de la sociedad (…) es un producto de la sociedad cuando llega a un grado de desarrollo determinado; es la confesión de que esa sociedad se ha enredado en una irremediable contradicción consigo misma y está dividida por antagonismos irreconciliables. (…) Es por ello que se hace necesario un poder situado aparentemente por encima de la sociedad y llamado a amortiguar el choque.

   Porque ésta es la cuestión fundamental: si el “salvajismo” (y también la “barbarie”) implican un estado permanente de guerra entre tribus para apoderarse de las riquezas, o para consumar sus venganzas, o para apropiarse de territorios, igual no es tan mala idea la de crear un Estado, una autoridad suprema. Estamos, pues, en pleno debate entre los “hobbesianos” (la exigencia del Leviatán, el poder totalitario que imponga la paz a los violentos insaciables) y los “rousseaunianos” (los creyentes en la armonía primitiva corrompida por una malignidad civilizadora llegada no se sabe de dónde... ¿de la "vulgar codicia"?).

   Entonces,  ¿es la “vulgar codicia” la que genera la sociedad de clases que requiere del Estado, o es la “vulgar codicia” una secuela maligna que surge una vez se ha creado el Estado para defendernos de la situación de violencia generalizada originaria?

La sociedad antigua, basada en las uniones gentilicias, salta al aire a consecuencia del choque de las clases sociales recién formadas; y su lugar lo ocupa una nueva sociedad organizada en Estado y cuyas unidades inferiores ya no son gentilicias, sino unidades territoriales; se trata de una sociedad en la que el régimen familiar está completamente sometido a las relaciones de propiedad y en la que se desarrollan libremente las contradicciones de clase y la lucha de clases, que constituyen el contenido de toda la historia escrita hasta nuestros días. 

El Estado se inventó como institución que no solo perpetuase la naciente división de la sociedad en clases, sino también el derecho de la clase poseedora de explotar a la no poseedora y el dominio de la primera sobre la segunda. 

   Ser explotado es algo bastante lamentable, pero sigue pareciendo que ser víctima de un estado de guerra permanente es muy probablemente peor. ¿Reconocen Engels y Morgan (y Marx) una naturaleza dañina y explotadora en el comportamiento humano, en la cual la división de clases (opresor y oprimido) habría supuesto un paliativo con respecto a la división de los cuerpos desmembrados (verdugo y víctima)?

La fuerza de trabajo del hombre llega a ser apta para suministrar un producto mucho más cuantioso de lo que exige el sustento de los productores, y es de este estadio que nacen la división del trabajo y el cambio entre individuos. 

No tardó mucho en ser descubierto que el hombre podía servir de mercancía. Apenas comenzaron los hombres a practicar el cambio, cuando ellos mismos se vieron cambiados. El sórdido afán de riquezas dividió a los miembros de la gens en ricos y pobres. 

    ¿Existe en el ser humano una tendencia instintiva a atesorar bienes? ¿es la “vulgar codicia” una tentación irresistible? , ¿y no lo sería también la agresividad generalizada en el “salvajismo” y la “barbarie”, cuando “la guerra reinaba entre las tribus y se hacía con la crueldad que distingue al ser humano del resto de los animales”?

  Quizá solo se trataba de elegir entre un mal menor (“la vulgar codicia”) a fin de crear los mecanismos sociales suficientes que paliaran el mal mayor (“la crueldad que distingue al ser humano del resto de los animales”)

  Por lo demás ¿es que la riqueza no existía antes de que aumentase la productividad (“un producto mucho más cuantioso”)? Se equivoca Engels totalmente si es esto lo que plantea, porque los pueblos primitivos ya conocían la riqueza antes de que la fuerza del trabajo incrementase la producción. Rico era el que tenía más mujeres que su vecino. Rica era la tribu que conquistaba los mejores territorios de caza. Rico era, simplemente, aquel que por ser más fuerte gozaba del poder de intimidar a sus semejantes.

    Este parece ser el principal problema de toda la ideología anticapitalista de lucha de clases: el creer que la riqueza consiste en la posesión de los bienes industriales o de los medios para producirlos. Porque los bienes por sí mismos no valen nada fuera del estatus o el prestigio que otorga su posesión. Allí donde no existe ese tipo de bienes mercantiles (o que han sido incautados por el Estado, como en los regímenes políticos marxistas del siglo XX), la agresividad humana busca otros cauces para asignar estatus o prestigio: posesión de concubinas o autoridad letal que permita intimidar a los inferiores o cualquier otro privilegio que todos deseen y que solo esté al alcance de algunos; todas estas formas quedan históricamente registradas como habituales tanto entre los pueblos cazadores-recolectores como en los Estados de inspiración marxista. No parece sorprendente que muchos se queden con el Estado capitalista como mal menor.

  Y es que Engels no puede negar que ciertos valores humanistas, de una forma u otra han avanzado paralelamente al cambio económico propio de la civilización:

Al transformar todas las cosas en mercaderías, la producción capitalista destruyó todas las relaciones tradicionales del pasado y reemplazó las costumbres heredadas y los derechos históricos por la compraventa, por el “libre” contrato. (…) Para contratar se necesita gentes que puedan disponer libremente de su persona, de sus acciones y de sus bienes y que gocen de los mismos derechos. Crear esas personas “libres” e “iguales” fue precisamente una de las principales tareas de la producción capitalista.

La forma más elevada del Estado, la república democrática, que en nuestras condiciones sociales modernas se va haciendo una necesidad cada vez más ineludible, no reconoce oficialmente diferencias de fortuna. 

  En cambio, Engels se niega a reconocer que la evolución de las religiones y las costumbres también han supuesto avances morales.

El cristianismo no ha tenido absolutamente nada que ver en la extinción gradual de la esclavitud. (…) La esclavitud ya no producía más de lo que costaba, y por eso acabó por desaparecer.

  Pero hoy en día ha quedado demostrado que la esclavitud podría haber seguido siendo rentable, que no fue abolida por motivos económicos y que los avances éticos de la Antigüedad (de los que el cristianismo formaba parte junto con otros movimientos religiosos o filosóficos de la época) están relacionados con el desarrollo civilizatorio: manumitir esclavos era muy estimado como acto de benevolencia… pero solo a partir de las épocas posteriores a Aristóteles y anteriores al fin del Imperio Romano (y esto, por cierto, sin necesidad de que el cristianismo prohibiese la esclavitud). Por otra parte, como ejemplos de esclavos económicamente útiles, tenemos el uso que Hitler y Stalin hicieron de ellos en el siglo XX. La esclavitud hubiera podido cambiar de forma, pero habría seguido siendo rentable.

   Con esto llegamos a la parte “familiar” del texto: los cambios en la vida privada relacionados con el modelo social; es decir: la concepción de la felicidad, pues son las relaciones humanas próximas (y el sexo) la fuente de la mayor parte de satisfacciones en la vida privada.

Al salvajismo corresponde el matrimonio por grupos; a la barbarie, el matrimonio sindiásmico; a la civilización, la monogamia, con sus complementos: el adulterio y la prostitución. 

    De todas estas fórmulas, parece que a Engels la que más le gusta es la del “matrimonio sindiásmico”. Veamos qué es lo que aparece bajo esta denominación:

En el matrimonio sindiásmico no se observan las agudas contradicciones morales de la monogamia. 

Según documentos gaélicos del siglo XI se practicaba entonces el matrimonio sindiásmico: un matrimonio no se consolidaba y hacía indisoluble sino al cabo de siete años de convivencia, antes de ese tiempo podían separarse y repartir sus bienes.

  Es decir, que en una familia sindiásmica un hombre vive con una mujer, pero de tal suerte que

la poligamia y la infidelidad ocasional siguen siendo un derecho para los hombres; se exige la fidelidad de la mujer, pero el vínculo puede disolverse con facilidad; los hijos pertenecen a la madre.

   Esto admite muchísimas variantes, pero es muy diferente al “matrimonio por grupos” (total promiscuidad) de la época del “salvajismo” y, por supuesto, de la monogamia propia del Estado civilizado:

la monogamia fue la primera forma de familia que no se basaba en condiciones naturales, sino económicas, y concretamente en el triunfo de la propiedad privada sobre la propiedad común primitiva, originada espontáneamente. Los únicos objetivos de la monogamia, según fue proclamado abiertamente por los griegos, fueron la preponderancia del hombre en la familia y la procreación de los hijos que pudieran heredarle. 

El fin expreso de la familia monogámica es el de procrear hijos cuya paternidad sea indiscutible.

  Ahora bien, vemos de nuevo que, como sucedía con la cuestión sobre si el Estado surgía para garantizar la opresión de las clases desfavorecidas o si surgía para imponer orden a la conflictividad incesante de los particulares, también aquí parece que la monogamia ha tenido efectos morales:

fue posible, partiendo de la monogamia, el progreso moral más grande que le debemos: el amor sexual individual moderno, desconocido anteriormente en el mundo.

Nuestro amor sexual difiere esencialmente del simple deseo sexual, del eros de los antiguos. Supone la reciprocidad en el ser amado; el amor sexual alcanza un grado de intensidad y duración que hace considerar a las dos partes la separación como una gran desventura. Dado que, por su propia naturaleza, el amor sexual es exclusivista, el matrimonio fundado en el amor sexual es, por su propia naturaleza, monógamo. 

  O sea que, aunque la monogamia es la consecuencia de los males del mercantilismo y la separación de la sociedad en clases (opresores/oprimidos), resulta que también ha aportado consecuencias positivas.

La monogamia fue un gran progreso histórico, pero al mismo tiempo inaugura, juntamente con la esclavitud y con las riquezas privadas, aquella época que dura hasta nuestros días y en la cual cada progreso es al mismo tiempo un retroceso relativo y el bienestar y el desarrollo de unos verifícanse a expensas del dolor y de la represión de otros. 

  Veamos ahora cómo considera Engels el futuro del matrimonio como núcleo de la vida amorosa. Antes, por supuesto, nos ha precisado la hipocresía del matrimonio burgués de su tiempo, que se “complementa” con adulterio y prostitución.

Cuando lleguen a desaparecer las consideraciones económicas, la igualdad alcanzada por la mujer influirá mucho más en el sentido de hacer monógamos a los hombres que en el de hacer poliandras a las mujeres.

   ¿Esto quiere decir que un matrimonio que no se base en el interés ni en los convencionalismos sociales (matrimonios concertados) sería más propicio a la fidelidad y que no llevaría a las mujeres a ser más promiscuas? Es lo que parece estar diciendo, y una buena prueba de ingenuidad por parte de Engels, porque la libertad de elección y la facilidad del divorcio no han llevado desde luego a eso.

  Claro que, por otra parte, ¿esto sería lo más deseable? Engels sí tiene razón cuando por otra parte precisa:

Lo que podemos conjeturar hoy acerca de la regularización de las relaciones sexuales después de la inminente supresión de la producción capitalista queda limitado principalmente a lo que debe desaparecer. ¿Qué sobrevendrá? (…) Cuando las nuevas generaciones aparezcan, enviarán al cuerno todo lo que nosotros pensamos que deberían hacer.

  Aparte del pequeño detalle de que, 130 años después, la “inminente supresión de la producción capitalista” no ha tenido lugar, lo que está claro es que debemos aplaudir la lucidez de Engels en este posicionamiento. Hoy en día no siempre se es tan realista a la hora de aceptar que el futuro, por mucho que hagamos lo posible porque sea mejor que el presente, siempre resultará imprevisible.

   Por lo demás, sorprenden algunos giros triviales en el juicio de Engels acerca de la felicidad conyugal y familiar:

En el matrimonio protestante el marido no practica el heterismo tan enérgicamente como entre los católicos, y la infidelidad de la mujer se da con menos frecuencia (…) esa monogamia protestante viene a parar (…) en un aburrimiento mortal sufrido en común y que se llama felicidad doméstica. 

 Pero no debemos despreciar, en la línea de una visión del futuro, el hecho de que diversos fenómenos sociales dejan de producirse cuando la base económica de estos desaparece. Sin opresión económica (o de cualquier otra clase) desaparece la necesidad de organizarse en clases enfrentadas.

Ahora nos aproximamos a una fase de desarrollo de la producción en que la existencia de estas clases no solo deja de ser una necesidad, sino que se convierte en un obstáculo directo para la producción. Las clases desaparecerán de un modo tan inevitable como surgieron en su día. Con la desaparición de las clases desaparecerá inevitablemente el Estado. La sociedad se reorganizará como una asociación libre de productores iguales.

   El problema es que las clases tal vez sí que han existido siempre en tanto que el que haya opresores y oprimidos sería consecuencia de una agresividad humana universal. Solo el aumento de población y de complejidad social habría hecho que esta diferenciación se volviese más visible en forma de clases definidas por un rol económico. Por supuesto, nada más deseable que la desaparición de todas las variables de comportamiento agresivo, y las ideas de Engels supusieron en su época un paso adelante en la búsqueda de fórmulas innovadoras.

martes, 7 de enero de 2014

“El mono desnudo”, 1967. Desmond Morris.

  A pesar de que en 1967 aún no se utilizaba la expresión “sociobiología”, ya eran conocidos los conceptos derivados del examen del comportamiento humano instintivo contrastado con el comportamiento cultural: el origen "animal" de la vida humana en sociedad, lo que no es fruto del aprendizaje. Esto, en realidad, venía ya desde Darwin (que se vio forzado a mostrarse precavido al respecto) y fue luego engrandecido por la visión de otros pensadores como el mismo Freud. En una época ya muy diferente, el zoólogo Desmond Morris decidió escribir un libro para el gran público debido a que, en su opinión,

el Homo sapiens sigue siendo un mono desnudo; al adquirir nuevos y elevados móviles, no perdió ninguno de los más viejos y prosaicos. Esto es, frecuentemente, motivo de disgusto para él; pero sus viejos impulsos le han acompañado durante millones de años, mientras que los nuevos le acompañan desde hace unos milenios como máximo… y no es fácil sacudirse rápidamente de encima la herencia genética acumulada durante todo su pasado evolutivo. Si quisiera enfrentarse con este hecho, sería un animal mucho más complejo y tendría menos preocupaciones. Tal vez en esto pueda ayudarle el zoólogo.

   Así pues, este libro trata del intento de ahondar en nuestras propias complejidades innatas para ayudarnos, en la medida de lo posible, a resolver nuestras preocupaciones actuales.

  Casi medio siglo después del “Mono desnudo” (el título del libro tiene que ver con la muy peculiar especificidad del Homo Sapiens de ser una especie de primates dotada de muy poco vello) siguen publicándose libros para el gran público que señalan la importancia de nuestra naturaleza instintiva. La contraposición instinto/cultura se ha consolidado como cuestión clave, y a resolverla contribuyen las aportaciones de zoólogos, psicólogos, antropólogos y pensadores de todo tipo. En todo el tiempo transcurrido, el libro de Desmond Morris no ha envejecido demasiado y sigue siendo útil y muy ameno.

Pueden ustedes creer -tal es el poder de la instrucción cultural- que las modificaciones pueden lograrse fácilmente con el adiestramiento y el desarrollo de nuevas tradiciones. Yo dudo de que fuera así. Basta con observar el comportamiento de nuestra especie en la actualidad para comprender que no fue así. El desarrollo cultural nos ha proporcionado crecientes e impresionantes mejoras tecnológicas, pero cuando éstas chocan con nuestras cualidades biológicas fundamentales, tropiezan con una fuerte resistencia. 

Nos hallamos constantemente en un estado de equilibrio inestable entre las atracciones opuestas del nuevo estímulo excitante y del antiguo y familiar. (…) Este estado de conflictos explica no sólo las más visibles fluctuaciones de las modas y caprichos, del tocado y el vestido, de los muebles y los coches; sino que constituye también la misma base de todo nuestro progreso cultural. Exploramos y nos atrincheramos; investigamos y nos estabilizamos. 

  ¿Qué clase de monos somos?, ¿por dónde comenzaron nuestros relativamente recientes cambios culturales? Para conocer nuestra naturaleza profunda convendría primero determinar cuál era el comportamiento propio del ser humano cuando se establecieron los instintos que nos transmite nuestra herencia genética. De esa tarea se encargaban los antropólogos en la época del señor Morris tanto como hoy y mucho antes. Pero Morris opina que

los primeros antropólogos marcharon a los más apartados e inverosímiles rincones del mundo, a fin de descubrir la verdad fundamental sobre nuestra naturaleza, y se dedicaron al estudio de remotas culturas estancadas, atípicas y tan poco fructíferas que están casi extinguidas. Después, volvieron con hechos sorprendentes sobre extrañas costumbres de apareamiento, chocantes sistemas de parentesco o curiosos procedimientos rituales de estas tribus, y emplearon este material como si fuese de vital importancia para el comportamiento de nuestra especie en su conjunto. El trabajo realizado por estos investigadores fue, desde luego, sumamente interesante, y sirvió para mostrarnos lo que puede ocurrir cuando un grupo de monos desnudos se ve metido en un callejón cultural sin salida. Reveló hasta qué punto pueden extraviarse nuestras reglas normales de comportamiento (…)Los sencillos grupos tribales que viven en la actualidad no son primitivos, sino que están embrutecidos.. (…)Las características que los primeros antropólogos estudiaron en estas tribus pueden ser muy bien los mismos rasgos que impidieron el progreso de los grupos afectados.

   Es discutible que los antropólogos fueran tan torpes como para no tener en cuenta las peculiaridades del entorno particular de cada uno de los pueblos que estudiaban, así que es probable que podamos aprender de sus trabajos mucho más que “lo que puede ocurrir cuando un grupo de monos desnudos se ve metido en un callejón cultural sin salida”. Si bien, de todas formas, Morris puede tener razón en que

las verdaderas tribus primitivas hace miles de años que dejaron de existir

  Pero he aquí lo que parece la principal metedura de pata del autor de “El mono desnudo”: si las verdaderas tribus primitivas no han dejado ni rastro hoy, difícilmente podemos estar entonces tan seguros como lo está Morris de que las características culturales básicas del mundo occidental de 1967 corresponden a las pautas marcadas por esas tribus primitivas hoy totalmente desconocidas. Entre otras cosas, Desmond Morris postula que la tendencia de los seres humanos a vivir en familias nucleares (monogamia y prole correspondiente, con marido que sale a cazar y esposa que cuida de los niños) es instintiva y universal.

Todas las sociedades importantes son monógamas.(…) Hagan lo que hagan las oscuras y atrasadas tribus actuales, la corriente principal de nuestra especie manifiesta su tendencia a constituir parejas exclusivas en su forma más extrema, es decir, en las relaciones monógamas a largo plazo.

   ¿Se opone la tendencia manifiesta en nuestra especie a lo que hagan las “tribus atrasadas”? Si están atrasadas, entonces es muy probable que se manifiesten en ellas las tendencias innatas más que en nosotros. Quizá tendría sentido esto si Desmond Morris se refiriese a nuestras tendencias de desarrollo cultural (una vez establecido el sedentarismo y la agricultura), pero no es así como lo plantea:

Para un primate macho viril, el hecho de salir en busca de comida y dejar a sus hembras sin protección contra los intentos de cualquier otro macho que pudiera rondar por allí, era algo inaudito. Ninguna dosis de entrenamiento cultural podía enderezar esta cuestión. Era algo que requería un cambio importante en el comportamiento social. La solución consistió en la creación de un lazo que apareaba a los individuos. Los monos cazadores macho y hembra tenían que enamorarse y guardarse fidelidad. (…) Significaba una reducción en las graves rivalidades sexuales entre los machos, lo que contribuía a desarrollar su espíritu de colaboración. (…) La creación de una unidad familiar a base de un macho y una hembra redundaba en beneficio del retoño. La pesada tarea de criar y adiestrar a un joven que se desarrollaba lentamente exigía una coherente unidad familiar. En otros grupos de animales, ya sean peces, pájaros o mamíferos, observamos que, cuando la carga se hace demasiado pesada, surge entre la pareja un vigoroso lazo que ata al macho y a la hembra durante todo el período de crianza. 

Los planos de nuestros pueblos y ciudades siguen dominados por nuestra antigua necesidad, propia del mono desnudo, de dividir nuestros grupos en pequeños y discretos territorios familiares.

  Con bastante anterioridad a este libro ya antes habían surgido teorías contrarias a este punto de vista. En algunas de estas teorías se pone el énfasis en la cooperación dentro de la horda o tribu: una especie de gran familia extendida (ochenta o cien individuos) en la cual los cuidados a los niños se compartirían entre todos, fuesen o no los progenitores directos (y se habitarían poblados comunales, como es el caso en algunos cazadores-recolectores que aún subsisten). Ésta podría haber sido la auténtica forma de vida de “Las verdaderas tribus primitivas” que “hace miles de años que dejaron de existir”. ¿Cómo saberlo con certeza? Quizá más adelante se acumulen suficientes pruebas arqueológicas al respecto.

  En cualquier caso, Morris tampoco sabía, como se sabe ahora, que las mutaciones genéticas en los seres humanos se han dado en algunos casos muy recientemente. Es decir, que sería posible que nuestro comportamiento hubiera sido ya genéticamente alterado por las selecciones dadas en los últimos miles de años de desarrollo cultural, en el período neolítico, cuando ya se había abandonado la caza y la recolección como forma exclusiva de ganarse la vida. Por lo tanto, no seríamos ya del todo genéticamente "primitivos".

  Lo que sí se sabe es que la tendencia del varón a la poliginia (relación simultánea con diversas hembras), por lo menos, está muy extendida, lo que hace dificultosa la vida familiar convencional tal como la conocemos hoy

Los machos tenían que estar seguros de que sus hembras les serían fieles cuando las dejaran solas para ir de caza.

 
Por consiguiente, las hembras tenían que desarrollar una tendencia a la formación de parejas. 

   Esto es la “inversión parental”: asegurar el bienestar del hijo al contar con un marido-padre enamorado y devoto… pero esto es vital solo en el caso de que no exista una familia materna (abuelos, tíos y tías por parte de madre) que pueda proporcionar esos cuidados, y contamos con registros etnográficos por los que sabemos que algunos pueblos han desarrollado fórmulas alternativas en este sentido (claro que estos pueblos pueden ser estigmatizados como “atrasados” o “embrutecidos”). Y tampoco sería descartable el desarrollo futuro de nuevas formas culturales que garanticen el cuidado de los niños sin necesidad de maridos-padres y familias nucleares.

  Aparte de la organización sexual, familiar y tribal, otra cuestión de extrema importancia acerca de la naturaleza humana es la agresividad. Desmond Morris no parece darle demasiada importancia. Según su punto de vista, la jerarquía resulta imprescindible porque

si había que tomar alguna decisión enérgica entre los humanos primitivos, tenía que haber alguna jerarquía, compuesta de miembros más fuertes y un jefe supremo, aunque éste se viese obligado a tomar en consideración los sentimientos de sus inferiores, mucho más de lo que lo habían hecho sus velludos parientes de los bosques.

  Con atenuantes, se reconoce con esto la inevitabilidad de la violencia por ser necesario el establecimiento de la jerarquía por el bien común. Pero eso supone reconocer también una tendencia innata a que los intereses particulares entren en conflicto con la obtención del bien común.

  ¿Y la tendencia instintiva a la violencia (el placer de agredir), que sería diferente del instinto de atesorar ventajas económicas y de prestigio?

Se ha sugerido que, debido a que evolucionamos como cazadores especializados, nos convertimos automáticamente en cazadores rivales, y que por esta razón llevamos en nosotros una tendencia innata a asesinar a nuestros oponentes. Las pruebas lo desmienten. El animal quiere la derrota del enemigo, no su muerte; la finalidad de la agresión es el dominio, no la destrucción

  Esto se escribió antes de que llegasen pruebas de que nuestros primos los chimpancés a veces también se matan y hasta se comen unos a otros. Parece asimismo que las hordas de chimpancés emprenden guerras de exterminio contra otras hordas o grupos familiares disidentes.

  Claro que también después de la publicación de este libro se descubrió a los simpáticos chimpancés enanos o bonobos, que practican una gran promiscuidad sexual y no son tan agresivos.

  El tema de una posible relación entre la caza y la agresividad también es discutible. Por un lado se sostiene que

A veces se han cometido graves errores a este respecto, con falsas teorías sobre la supuesta relación entre el comportamiento de ataque a la presa y las actividades agresivas de rivalidad. Son dos cosas completamente distintas, tanto en su motivación como en su realización.

  Pero luego tenemos que

El acto de alimentarse es demasiado remoto, y por esto el acto de matar tiene que convertirse en algo apetecible por sí mismo. 

  En suma, el libro de Desmond Morris parece culturalmente conservador: se justifican la familias monógamas, la jerarquía e incluso el nacionalismo moderno:

“despatriotizar» a los miembros de los diferentes grupos sociales sería actuar contra un rasgo biológico fundamental de nuestra especie. En cuanto se establecieran alianzas en una dirección, se romperían en otra. 

  Aunque, al menos, se considera la religión solo desde el punto de vista utilitario:

las actividades religiosas consisten en la reunión de grandes grupos de personas para realizar reiterados y prolongados actos de sumisión, al objeto de apaciguar a un individuo dominante. 

 Y se remarcan importantes características humanas de sociabilidad: la intensificación de la vida erótica y la expresividad del lenguaje facial y de las manifestaciones artísticas

  Como anécdotas, tenemos diversas observaciones que derivan, más que de la zoología, de determinados datos de tipo psicológico que por la época estaban dándose a conocer, como una determinada teoría acerca del origen de la homosexualidad, hoy descartada:

Si en el ambiente familiar los retoños se ven sometidos a una madre varonil y dominadora, o a un padre débil y afeminado, esto puede acarrearles una considerable confusión. (…)Los problemas de esta clase se transmiten de una generación a otra durante largo tiempo, hasta que desaparecen o hasta que se hacen tan agudos que se resuelven por sí solos al impedir totalmente la procreación.(…) Si ciertos hábitos sexuales impiden el éxito reproductor, podemos calificarlos sinceramente de biológicamente inadecuados.

  También tenemos aquí una teoría muy en boga acerca de la superpoblación y su supuesta relación con la conflictividad social:

Sabemos que si nuestra población sigue creciendo al terrorífico ritmo actual, aumentará trágicamente la agresividad incontrolable. Esto ha sido rotundamente probado mediante experimentos de laboratorio. (…) La mejor solución para asegurar la paz mundial es el fomento intensivo de los métodos anticonceptivos o del aborto. 

  Y una divertida explicación acerca de ciertos datos recogidos en un muestreo sobre las preferencias de niños y niñas por determinados animales:

Si formulamos una ecuación simbólica entre el hecho de montar un caballo y el acto sexual, puede parecer sorprendente que el animal tenga un mayor atractivo para las niñas. Pero el caballo es un animal vigoroso, musculoso y dominante, y, por consiguiente, le cabe bien el papel de macho. Examinado objetivamente, el acto de cabalgar consiste en una larga serie de movimientos rítmicos, con las piernas muy separadas y en íntimo contacto con el cuerpo del animal. Su atractivo para las niñas parece resultado de la combinación de su masculinidad y de la naturaleza de la posición adoptada y de las acciones realizadas sobre su lomo.