Esto se lee en la primera página del libro “No está en los genes” ("Not in our genes"), de 1984, escrito en colaboración por tres reputados científicos, Richard Lewontin, Steven Rose y Leon Kamin. Partiendo de esta declaración ideológica se construye un denso tratado en el que se critica con dureza, sobre todo, a la entonces recientemente creada disciplina de la “sociobiología” (hoy también llamada “psicología evolutiva”). Se la critica debido a que se encontraría ideológicamente condicionada.
La sociobiología, supuestamente creada por Edward O Wilson en los años setenta del pasado siglo, pretende explicar la naturaleza humana y el comportamiento humano a partir de la previa selección darwiniana. Básicamente, no es más que rastrear las peculiaridades del comportamiento social a partir de las características hereditarias que permitieron prosperar al Homo Sapiens en el pasado remoto. Nuestra conducta sería un reflejo fiel de este pasado prehistórico, pues el estado civilizado actual es muy reciente y supone apenas unas pocas generaciones, de modo que nuestro material genético se habría diseñado a lo largo del prolongado período anterior a la civilización, y todo ello, a su vez, a partir de la herencia de nuestros antepasados prehumanos: cientos de miles de años, miles y miles de generaciones, de evolución como especie de cazadores-recolectores.
Esta interpretación darwinista está relacionada con textos muy populares que precedieron al libro “Sociobiología” de Wilson, y que se han denominado como de “etología popular”, entre ellos, el "Sobre la agresión" de Konrad Lorenz y "El mono desnudo" de Desmond Morris.
¿Cómo demuestran Lewontin, Rose y Kamin que la “sociobiología” y la “etología popular” se equivocan, y no son más que una manipulación ideológica de la auténtica ciencia? Intentan hacerlo al exponer las supuestas inconsistencias de los planteamientos presentados acerca del origen innato, genético, de las cualidades humanas más valoradas a nivel social, y que, según los sociobiólogos, no serían más que adaptaciones culturales de los instintos sociales de nuestros antepasados, los primitivos cazadores-recolectores.
La sociobiología hace proceder la cooperación y el altruismo, fenómenos a los que reconoce como características manifiestas de la organización social humana, de un mecanismo competitivo subyacente. También defiende que el tribalismo, la actividad empresarial, la xenofobia, la dominación masculina y la estratificación social son dictados por el genotipo humano tal como ha sido modelado en el curso de la evolución.
En cualquier caso, resulta chocante que se critique una iniciativa científica que, como tal, insiste en basarse escrupulosamente en datos objetivos, por ser tendenciosamente ideológica… llevándose a cabo esta crítica, de forma explícita, desde un punto de vista ideológico (socialista). Así pues, la ideología condiciona la ciencia (en este caso, la biología del comportamiento) hasta el punto de hacerla imposible como forma de conocimiento objetivo, pero la solución a este conflicto no sería menos ideología, sino que, precisamente, ha de superarse mediante más ideología, en el caso de este libro, a través de un análisis marxista característico de los años ochenta del pasado siglo que se opondría al liberalismo económico también muy característico de la misma época.
Más allá de este punto de partida un tanto extraño, el libro aborda cuestiones de mucho más peso, como son, por un lado, lo referente al “reduccionismo” y al “determinismo”, y, por el otro, los datos científicos relevantes que fundamentan una y otra posición (la de la ideología marxista –biología dialéctica- y la de la supuesta ideología burguesa liberal –sociobiología-).
Empecemos por el reduccionismo:
Los reduccionistas intentan explicar las propiedades de conjuntos complejos (las moléculas o las sociedades) en términos de las unidades de que están compuestas esas moléculas o sociedades. (…) Las propiedades de una sociedad humana son de igual modo la suma de los comportamientos y tendencias individuales de los seres humanos de que se compone esa sociedad
Lo que enlaza con el determinismo:
Según el determinismo biológico las vidas y las acciones humanas son consecuencias inevitables de las propiedades bioquímicas de las células.
Según el reduccionismo cultural la experiencia temprana puede imprimir lo que desee y los desarrollos posteriores son considerados como ampliamente determinados por esas experiencias tempranas. Como el determinismo biológico, esa clase de reduccionismo termina por culpabilizar a la víctima.
En suma, lo que sucede con el reduccionismo y el determinismo, según los autores de “No está en los genes”, es que buscarían fundamentar, mediante su seudo-ciencia, una ideología contraria a la mejora social y a favor del mantenimiento del orden social burgués.
Como ejemplos de las demostraciones de las supuestas incoherencias de la teoría sociobiológica, en el libro se tocan los temas de la heredabilidad del coeficiente intelectual y de los comportamientos asociales (esquizofrenia y tendencias a la criminalidad).
En lo referente a la heredabilidad del IQ (el coeficiente intelectual), las coincidencias halladas por los “deterministas” y “reduccionistas” en los estudios de casos de hermanos gemelos criados por separado (que es la demostración más habitual de la heredabilidad de ciertos rasgos de comportamiento) tratan de refutarse aduciendo influencias ambientales. Es decir, que
No debería suponerse que la correlación de 0´51 observada entre los gemelos criados en familias no emparentadas es una evidencia inequívoca de determinada heredabilidad del IQ. En los datos estudiados, la madre a veces criaba uno de los gemelos y el otro era criado por amigos íntimos de la familia. De modo que no vivían en entornos sociales muy diferentes.
Y por si esta prueba de la indemostrabilidad de la herencia en cuanto a la capacidad para los tests del IQ no fuese suficiente, se añade que cuando se trata de los niños que no sólo son gemelos, sino además, gemelos monocigóticos (es decir, "mellizos" o “clónicos”, con la misma dotación genética), el aumento del número de coincidencias sería también sólo aparente:
Hay razones ambientales que hacen que los gemelos monocigóticos se parezcan más entre sí que los del otro tipo. Por su extremo parecido físico suelen ser tratados por su padres de la misma manera. Y tienden a pasar mucho tiempo juntos. Por eso los estudios de gemelos no pueden ser adoptados como evidencia de la heredabilidad del IQ
Semejantes afirmaciones acerca de cómo se crean ambientes idénticos resultan sospechosas, y las sospechas acerca de la poca seriedad de Lewontin, Rose y Kamin se confirman cuando se aborda el tema de la esquizofrenia
El trastorno y tratamiento de la esquizofrenia son paradigmáticos del modo de pensar determinista. (…) Existe la creencia de que el trastorno es biológico, pero se ha desarrollado una tendencia en dirección contraria, la antipsiquiatría en manos de médicos como Laing y teóricos como Foucault.
El origen de la esquizofrenia es totalmente ambiental.
Tal vez esto pudiera aceptarse por algunos en 1984, pero hoy en día nadie duda de que la esquizofrenia es un trastorno biológico en buena parte hereditario y que se alivia principalmente mediante fármacos, por mucho que intelectuales ideológicamente comprometidos como Laing o Foucault sostuvieran otra cosa.
Y eso no es todo. Los autores de “No está en los genes”, en su pretensión de atribuir todo comportamiento humano a las circunstancias sociales (que tampoco pueden ser alteradas por cambios deliberadamente operados sobre el individuo, como los que propone el conductismo), llegan a arremeter contra las pruebas de alcoholemia de la policía de tráfico
La mayor parte de la gente sabe que diversos estados de ánimo y reacciones se pueden asociar a esa cantidad de alcohol en el organismo
y a desdeñar las pruebas abrumadoras de la mayor agresividad del sexo masculino por causa del registro de altercados violentos entre uno y otro sexo aduciendo que
su relación con la agresividad es fuertemente ilativa.
Y, para que no falte de nada, también se asegura que
no hay evidencia alguna de que la homosexualidad tenga alguna base genética.
No es de extrañar que Steven Pinker, en su "La tabla rasa" arremeta irónicamente contra este libro y otras publicaciones similares (y cayendo también él, al hacerlo, en alguna notable exageración).
Y todo esto, ¿para qué? ¿Por qué esa obsesión en buscar “demostraciones” que se opongan a la sociobiología? Se equipara la sociobiología al absurdo darwinismo social predicado en el siglo XIX por personajes como Spencer, Galton o Lombroso, pero ¿está justificada semejante equiparación?
Al defender que cada aspecto del repertorio conductual humano es específicamente adaptativo –o que al menos lo fue en el pasado-, la sociobiología establece el escenario de la legitimación de las cosas tal como son.
El determinismo biológico establece que las características sociales son una consecuencia directa de la composición del conjunto de las características individuales. Tenemos ricos y pobres porque unos son hábiles y los otros no.
Para los teóricos del determinismo biológico, no somos libres porque nuestras vidas están fuertemente determinadas por un número relativamente pequeño de causas internas.
Si se acepta la determinación biológica no es necesario cambiar nada pues lo que entra en el campo de la necesidad está fuera del campo de la justicia.
Todo esto parece incierto. Uno de los más notables divulgadores de la sociobiología, ferozmente atacado en este libro, junto con el mismo Wilson, es Richard Dawkins, cuyo compromiso público a favor del ateísmo no es propio de un conformista que piense que “no es necesario cambiar nada”. En realidad, nadie puede defender algo semejante a la “legitimación de las cosas tal como son” si precisamente lo que estudia es un fenómeno evolutivo, pues la evolución darwiniana se caracteriza precisamente por el cambio. Además, los cambios culturales se hacen a partir del material genético existente y su riqueza es innegable, de modo que puede surgir un número infinito de fórmulas culturales a partir del amplio repertorio de comportamientos heredados.
Tenemos ricos y pobres porque unos son hábiles y los otros no.
Ningún evolucionista aceptaría semejante cosa, porque la determinación de la habilidad requiere primero saber para qué somos hábiles y qué tipo de cultura valora tal o cual habilidad. El hombre prehistórico tenía muy claro cuáles eran las habilidades que había de desarrollar para triunfar en la competición con sus semejantes, pero tales habilidades ya no son las más adecuadas hoy. De hecho, las mismas habilidades competitivas no son las que proporcionan los mejores resultados para el interés individual, sino más bien que lo serían las habilidades cooperativas… y esto habría de requerir a su vez un cambio cultural, social, que promoviera este tipo de habilidades. Un cambio que tendría mucho sentido desde un punto de vista evolutivo y que en modo alguno queda determinísticamente imposibilitado por nuestra herencia genética (en la que se incluye no sólo la agresividad y la competitividad, sino también la empatía, el altruismo y la cooperación).
Y el hecho es que (y el mismo libro “No está en los genes” a veces lo reconoce) muchos progresistas sociales, incluso marxistas, han defendido planteamientos “deterministas” y “reduccionistas”, incluso desde un punto de vista ideológico, cuando han combatido ideas religiosas del tipo del “libre albedrío” o la mejora social mediante un voluntarismo caritativo.
Curiosamente, dentro de la crítica al autoritarismo, se alcanza también al conductismo de B. F. Skinner, el cual se plantea que un control organizado del comportamiento individual puede dar lugar a formar sociales perfectas, cooperativas y estables que harían innecesario el control político (todo control en una sociedad de clases sería de tipo político).
Skinner considera que los seres humanos pueden ser programados por medio de un condicionamiento temprano para que se comporten de modos predeterminados.
De este modo, según Lowentin, Rose y Kamin, una correcta visión científica que busque alcanzar la mejora del comportamiento humano no podría ni aceptar la heredabilidad inamovible de estos rasgos pero tampoco la completa alteración de estos mediante una acción científica deliberada.
El problema es que ni los sociobiólogos ni los conductistas son necesariamente tan extremistas como los pintan los autores de “No está en los genes”, y todos aceptan que, aunque el comportamiento humano está, por supuesto, codificado en los genes, eso no quiere decir que no sean viables cambios culturales de gran amplitud, algo que se hace evidente a poco que observemos el paso del ser humano por el mundo. De la misma forma, los conductistas consideran que puede programarse el comportamiento humano (lo que podría dar lugar incluso a nuevas formas culturales), pero nunca hasta el punto de suplantar los rasgos genéticos heredados.
Caer en exageraciones sin ofrecer más solución que una ideología política (el marxismo) lleva a apoyar la argumentación en simplezas por el estilo de
No conocemos los límites que la biología impone a las formas de la naturaleza humana y no tenemos modo de conocerlos. La crítica al determinismo biológico se basa en esa radical imprevisibilidad.
Que no se conozcan los límites no quiere decir que no podamos extraer ya de la experiencia algunos conocimientos útiles (por ejemplo: que la esquizofrenia sí es hereditaria y tratable mediante fármacos, y que la homosexualidad está determinada genéticamente), y la “radical imprevisibilidad” no lo es tanto, pues hay muchos rasgos humanos que son previsibles y que el marxismo, por lo que parece, ignora.
Ahí está el caso de que, tal como observó Freud, la agresividad humana sea innata y que ningún cambio político vaya a hacerla desaparecer, como anunciaban los socialistas, algo sobradamente demostrado por la siniestra historia de los estados fundados a partir de la ideología marxista que en modo alguno fue capaz de crear un "hombre nuevo" pacífico y cooperativo. Más que los hallazgos de la biología y el conductismo, se diría que los que han demostrado su inoperancia en mejorar las condiciones sociales han sido los marxistas.
No parece, en suma, un planteamiento muy científico el ignorar la evidencia de la observación antropológica que nos enseña, entre otras cosas, que no se conocen ejemplos de culturas no agresivas, ni de culturas no sobrenaturalistas o que no mantengan la dominación masculina... lo que, por supuesto, no quiere decir que, dados los extraordinarios cambios vividos por la humanidad hasta el presente, nuevas culturas en sentido contrario no puedan llegar a darse en el futuro.
Cabe preguntarse, en fin, qué significado podría tener hoy este tipo de teorías. Con todo, y aunque sea de forma colateral, el libro de Lewontin, Rose y Kamin está lleno también de informaciones interesantes que pueden llevarnos a buscar la profundización en muchos aspectos referentes a la naturaleza humana y el desarrollo humanista. Y siempre es conveniente desconfiar de cualquier teoría que pretenda explicarlo todo en fórmulas deterministas.
No es de extrañar que Steven Pinker, en su "La tabla rasa" arremeta irónicamente contra este libro y otras publicaciones similares (y cayendo también él, al hacerlo, en alguna notable exageración).
Y todo esto, ¿para qué? ¿Por qué esa obsesión en buscar “demostraciones” que se opongan a la sociobiología? Se equipara la sociobiología al absurdo darwinismo social predicado en el siglo XIX por personajes como Spencer, Galton o Lombroso, pero ¿está justificada semejante equiparación?
Al defender que cada aspecto del repertorio conductual humano es específicamente adaptativo –o que al menos lo fue en el pasado-, la sociobiología establece el escenario de la legitimación de las cosas tal como son.
El determinismo biológico establece que las características sociales son una consecuencia directa de la composición del conjunto de las características individuales. Tenemos ricos y pobres porque unos son hábiles y los otros no.
Para los teóricos del determinismo biológico, no somos libres porque nuestras vidas están fuertemente determinadas por un número relativamente pequeño de causas internas.
Si se acepta la determinación biológica no es necesario cambiar nada pues lo que entra en el campo de la necesidad está fuera del campo de la justicia.
Todo esto parece incierto. Uno de los más notables divulgadores de la sociobiología, ferozmente atacado en este libro, junto con el mismo Wilson, es Richard Dawkins, cuyo compromiso público a favor del ateísmo no es propio de un conformista que piense que “no es necesario cambiar nada”. En realidad, nadie puede defender algo semejante a la “legitimación de las cosas tal como son” si precisamente lo que estudia es un fenómeno evolutivo, pues la evolución darwiniana se caracteriza precisamente por el cambio. Además, los cambios culturales se hacen a partir del material genético existente y su riqueza es innegable, de modo que puede surgir un número infinito de fórmulas culturales a partir del amplio repertorio de comportamientos heredados.
Tenemos ricos y pobres porque unos son hábiles y los otros no.
Ningún evolucionista aceptaría semejante cosa, porque la determinación de la habilidad requiere primero saber para qué somos hábiles y qué tipo de cultura valora tal o cual habilidad. El hombre prehistórico tenía muy claro cuáles eran las habilidades que había de desarrollar para triunfar en la competición con sus semejantes, pero tales habilidades ya no son las más adecuadas hoy. De hecho, las mismas habilidades competitivas no son las que proporcionan los mejores resultados para el interés individual, sino más bien que lo serían las habilidades cooperativas… y esto habría de requerir a su vez un cambio cultural, social, que promoviera este tipo de habilidades. Un cambio que tendría mucho sentido desde un punto de vista evolutivo y que en modo alguno queda determinísticamente imposibilitado por nuestra herencia genética (en la que se incluye no sólo la agresividad y la competitividad, sino también la empatía, el altruismo y la cooperación).
Y el hecho es que (y el mismo libro “No está en los genes” a veces lo reconoce) muchos progresistas sociales, incluso marxistas, han defendido planteamientos “deterministas” y “reduccionistas”, incluso desde un punto de vista ideológico, cuando han combatido ideas religiosas del tipo del “libre albedrío” o la mejora social mediante un voluntarismo caritativo.
Curiosamente, dentro de la crítica al autoritarismo, se alcanza también al conductismo de B. F. Skinner, el cual se plantea que un control organizado del comportamiento individual puede dar lugar a formar sociales perfectas, cooperativas y estables que harían innecesario el control político (todo control en una sociedad de clases sería de tipo político).
Skinner considera que los seres humanos pueden ser programados por medio de un condicionamiento temprano para que se comporten de modos predeterminados.
De este modo, según Lowentin, Rose y Kamin, una correcta visión científica que busque alcanzar la mejora del comportamiento humano no podría ni aceptar la heredabilidad inamovible de estos rasgos pero tampoco la completa alteración de estos mediante una acción científica deliberada.
El problema es que ni los sociobiólogos ni los conductistas son necesariamente tan extremistas como los pintan los autores de “No está en los genes”, y todos aceptan que, aunque el comportamiento humano está, por supuesto, codificado en los genes, eso no quiere decir que no sean viables cambios culturales de gran amplitud, algo que se hace evidente a poco que observemos el paso del ser humano por el mundo. De la misma forma, los conductistas consideran que puede programarse el comportamiento humano (lo que podría dar lugar incluso a nuevas formas culturales), pero nunca hasta el punto de suplantar los rasgos genéticos heredados.
Caer en exageraciones sin ofrecer más solución que una ideología política (el marxismo) lleva a apoyar la argumentación en simplezas por el estilo de
No conocemos los límites que la biología impone a las formas de la naturaleza humana y no tenemos modo de conocerlos. La crítica al determinismo biológico se basa en esa radical imprevisibilidad.
Que no se conozcan los límites no quiere decir que no podamos extraer ya de la experiencia algunos conocimientos útiles (por ejemplo: que la esquizofrenia sí es hereditaria y tratable mediante fármacos, y que la homosexualidad está determinada genéticamente), y la “radical imprevisibilidad” no lo es tanto, pues hay muchos rasgos humanos que son previsibles y que el marxismo, por lo que parece, ignora.
Ahí está el caso de que, tal como observó Freud, la agresividad humana sea innata y que ningún cambio político vaya a hacerla desaparecer, como anunciaban los socialistas, algo sobradamente demostrado por la siniestra historia de los estados fundados a partir de la ideología marxista que en modo alguno fue capaz de crear un "hombre nuevo" pacífico y cooperativo. Más que los hallazgos de la biología y el conductismo, se diría que los que han demostrado su inoperancia en mejorar las condiciones sociales han sido los marxistas.
No parece, en suma, un planteamiento muy científico el ignorar la evidencia de la observación antropológica que nos enseña, entre otras cosas, que no se conocen ejemplos de culturas no agresivas, ni de culturas no sobrenaturalistas o que no mantengan la dominación masculina... lo que, por supuesto, no quiere decir que, dados los extraordinarios cambios vividos por la humanidad hasta el presente, nuevas culturas en sentido contrario no puedan llegar a darse en el futuro.
Cabe preguntarse, en fin, qué significado podría tener hoy este tipo de teorías. Con todo, y aunque sea de forma colateral, el libro de Lewontin, Rose y Kamin está lleno también de informaciones interesantes que pueden llevarnos a buscar la profundización en muchos aspectos referentes a la naturaleza humana y el desarrollo humanista. Y siempre es conveniente desconfiar de cualquier teoría que pretenda explicarlo todo en fórmulas deterministas.